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“Un hombre que camina”: desafío a la reflexión intercultural desde la apelación a la trascendencia. Por Paquita Rivera y Alex Ibarra Peña

La presencia de nuestra identidad andina en Chile suele aparecer de manera densa en los territorios expropiados a los países vecinos en la Guerra del Pacífico, momento de traiciones entre pueblos vecinos separados por la idea de un territorio determinado por las elites criollas que lideraron los procesos de liberación que supuestamente hermanaron a la América conosureña. La sociedad chilena que escasamente reconoce sus orígenes indígenas sobre todo en los centros urbanos, desde concepciones claramente ideologizadas por el colonialismo con violencia ha invisibilizado la identidad y la existencia de los pueblos originarios.

Sin duda esta negación se ve fisurada en estos tiempos en que los pueblos originarios asumen la construcción histórico-política a favor de aquella alternativa que representa la sobrevivencia del ayllu comunitario frente a la globalización del individualismo. Ahí está el valor de las manifestaciones artísticas que provocan una reflexión en torno a nuestra diversidad cultural con referencias a nuestras raíces, en este caso, andinas. Esta intervención audiovisual contiene algunos elementos que encaminan posibles reflexiones de reencuentro con nosotros mismos. Así lo han reclamado varios filósofos bolivianos contemporáneos poniendo en evidencia la riqueza de este subsuelo político que rompe la falsa idea, pregonada por los medios de comunicación de masas, a favor de la aparente homogeneidad de nuestra cultura criolla.

Situarse en el onírico y atemporal espacio del caminante incansable, es casi un acto instantáneo al iniciar el viaje audio visual en el cual nos sumerge este trabajo estético conceptual, realización del chileno Enrique Ramírez (que estará expuesta en el MAVI hasta el 28 de agosto). La sobrecogedora locación del Salar de Uyuni, (Uyuni: Punto de “concentración” o de “unión de mundos”) contribuye en gran manera a situarnos en la reflexión acerca del caminar de la vida, el tránsito inexorable entre el nacer y el morir.

En aproximadamente diez minutos de estética plena de colores y sonidos casi hipnóticos, acompañamos a este caminante en su tránsito tal vez soñado-tal vez vivido, en el cual, máscara y capa colorida a cuestas, carga con sus muertos preservados por la misma sal, hasta el atardecer en que el caminante comienza un gradual abandono de sus atavíos de fiesta. Los colores y sonidos crean una atmósfera que une cielo y tierra de manera que a momentos se hacen indivisibles. Es este tránsito permanente una representación clara de la búsqueda constante del sentido de la trascendencia, en que el caminante viaja solo sin mirar hacia atrás, ataviado de carnaval a la vez que carga sus dolores. ¿No somos todos ese caminante?

La música en principio estridente, desconcertante, electrónica sólo con pequeños guiños de naturaleza; acompaña el inicio del viaje Al igual que la lastimosa carga del caminante, hiere el oído y da poca tregua, sin embargo al avanzar los minutos, la música se humaniza en un canto a lo divino, aculturación colonizada del ritual prehispánico de adoración al(los) dios(es), a la madre tierra, a la madre virgen. Es en este canto que ya nos encontramos en la mitad de la vida, cuando comenzamos a comprender, a soltar las cargas, a despojarnos de lo innecesario y valoramos el caminar avanzando hacia la libertad.

Por otra parte, la vista comienza a regalarnos poco a poco el disfrute de colores casi irreales y el canto es natural y libre -agradecido y espiritual- desprendiéndose poco a poco de los trajes viejos y salados, preservados pero pesados, que ya han cumplido la misión de enseñarnos a avanzar pese a su ambivalente presencia.

Acercándonos a la conclusión de estos intensos diez minutos de sueño realidad o de realidad onírica, acompañamos al caminante en su despojo final. Ya ha abandonado sus máscaras, ha dejado atrás a sus muertos y camina aún preguntándose pero en libertad, mientras le sigue una comparsa de promesantes que cargan con sus instrumentos tal como él cargó con sus muertos, pesadamente y sin embargo, al igual que el caminante ahora liberado, caminan en un similar ambivalente estado de adoración y agradecimiento. Tal vez tipificando la comparsa de la vida terrenal, en que inmersos en el peso del presente material, en la lucha por avanzar en medio del peso del “agua salada” que sazona, pero hiere los pies al avanzar; aún conservan la esperanza de la trascendencia.

Es así como llegamos al final de la caminata de este hombre ya sin máscara, acompañados con música instrumental de comparsa festiva aunque melancólica tal como en el ritual que suele acompañar en prácticamente todas las culturas, al momento sagrado de la finalización de la vida terrenal. Cánticos fúnebres muchas veces desconcertantemente alegres, quizás celebración de un nuevo comienzo más que un ritual de despedida.

La muestra puede ser entendida como una provocación que estimula algunas reflexiones estéticas y también metafísico-espirituales que contribuyen a ese proceso que asume nuestra pendiente comprensión del fenómeno intercultural. Pero nos parece que este tipo de intervenciones artísticas podrían ser más complejas y radicales asumiendo de manera más directa un posicionamiento político menos neutral, por ejemplo como cuando es evidente el compromiso con el ejercicio de recuperación de nuestras lenguas ancestrales previas a la aculturación colonial de la cristiandad católica, cuando fue cómplice del genocidio.

Paquita Rivera.
Alex Ibarra Peña.
Colectivo Música y Filosofía: desde la reflexión al sonido que palpita.

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