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Una insoportable resistencia Presentación de libro de José Bengoa: Mapuche, colonos y el Estado nacional. Por María Emilia Tijoux

A Don Pascual Pichun

“Arauco tiene una pena y no la puede callar, son injusticias de siglos que todos ven aplicar, nadie le ha puesto remedio, pudiéndolo remediar. Levántate Huenchullán”... Violeta Parra

Tengo hoy día, sábado 1 de Noviembre, día de los muertos y de los santos, a tres días en que una vez más los niños mapuche de Chile son esposados y maltratados por la policía, en tiempo de un gobierno que se autodenomina democrático y que se duerme, tal como cómo lo hacen en las micros y los metros quienes no quieren ver la historia que pasa ante sus cuerpos, el honor de presentar el libro de José Bengoa: “Mapuche, colonos y el estado nacional”.

Agradezco su invitación hacia mi persona, cuando hay tantos otros y otras que de modo tal vez más elegante y efectivo podrían referir a este enorme trabajo con palabras avisadas y expertas y con ello aprovecho de decir por adelantado que probablemente divagaré, entusiasmada pero sobre todo herida por este texto.

Agradezco además, compartir esta mesa con mi gran amigo Domingo Asún, que ha sabido llevar su vida a cuestas a contracorriente del orden que los años imponen, manteniendo firme la crítica que cierra puertas pero que abre amigos definitivos.

La multitud de páginas que estos últimos días he recorrido, dan cuenta del fracaso de la cronología que el capitalismo consignara para medir su producción y posibilitar su explotación, dejando surgir ese ‘otro tiempo’ que viene desde arriba, por fuera del tiempo, para agolparse en el pecho que late y se enfurece cuando el acontecimiento se deshace en su repetición. El malestar que José Bengoa anuncia desde las primeras páginas, llega para estremecer y hacer visibles las distintas violencias desatadas por el Estado, sus gobiernos, sus mercados y nuestra sociedad misma, contra un pueblo que sangra y lucha debido al funcionamiento de aquella antigua lógica de guerra que los convirtiera en los enemigos que hoy quedan fuera de los derechos, deshumanizados y despreciados.

Los mapuche son los principales actores de una “cuestión” o de un “conflicto” que en realidad no lo son, aunque están presentes como un cuchillo puesto del tal modo en el corazón, que no se puede sacar porque el cuerpo muere, pero que precisa permanecer en ese acto de horadarlo lentamente, sin acceder a que la muerte llegue realmente, ya que necesita tenerlo vivo para su dolor permanente. ¿Dejar vivir o dejar morir? Es el corazón de Chile que ha sido puesto en los márgenes de una historia de la cual nadie parece querer hacerse cargo en su realidad múltiple y viva, terriblemente actual, pero desposeída de la importancia que debería tener, por tratarse de cuerpos mapuche mirados de reojo, puestos en barrios específicos, apilados en cárceles oscuras, condenados al encierro y a unas explicaciones dadas en unas lógicas y unas racionalidades que no les incumben. José Bengoa trae esta realidad de nuevo para invitarnos a leerla y no a solo mirarla de lejos. Los 15 capítulos que el libro propone, no tienen los nombres de los estudios a los que las Ciencias sociales obligan por tanto estar aguijoneadas por marcos teóricos, metodológicos, de antecedentes, que organizan los trabajos científicos. Bengoa sin embargo hace ciencia, nombrando, examinando y analizando lo que ocurre desde estas cinco puertas que se abren sin terminarse, pues el libro tendrá que regresar en los tiempos que vienen, tiempos que esperamos tengan menos sangre y más reconocimiento.

Pienso que la fuerza que tiene la cuestión de la “raza”, a pesar de las afirmaciones de la UNESCO en el año 1951, es que además de la lógica de guerra, que divide entre amigos y enemigos, contiene la lógica civilizatoria de la partición entre salvaje y civilizado, que sin duda se imbrican luego, pero que este libro permite seguir develando con cuidado los hechos que sucedían por ejemplo, con los colonos que habían sido invitados para refundar y que como señala Bengoa, terminaron por sellar la suerte de los mapuche que quedaron atrapados entre la República de Chile y la colonia alemana exitosa que servía como ejemplo que ejemplarizara.

El malestar de las raíces retumba desde el kultrún que ensordece y lamenta la historia ensombrecida de esta guerra en la precariedad mostrada por los mapuche que bailan y tocan en la calle para sobrevivir, desde el traje las joyas la música y esa pobreza indígena terrible que tanto incomoda a los transeúntes chilenos/as. Resalta por lo tanto ese lugar excluido de la molestia de una historia que no se va. Pero la porfía mapuche y una conciencia que persiste han logrado que esa bandera lentamente penetre a las marchas de una clase que, a pesar de la dificultad para reconocerse como tal, la enarbola y la agita. Siguen funcionando sin embargo los mitos que los evolucionistas fraguaran para denostar y ridiculizar una figura a destruir en pos del desarrollo que traía el hombre blanco, cristiano, europeo, heterosexual y científico. Los mapuche eran los nadie y sus tierras, las de nadie. Había que poblarlas desde el bien la verdad y la belleza de unos cuerpos que hasta hoy, configuran la ideología y el deseo corporal de lo chileno como desarrollo blanco, que allá en el sur se cristalizaba en la fuerza alemana que “limpiaba la raza”. Hay un segundo momento fuerte que escarba en los orígenes de este “conflicto”, desde el instante en que lo salvaje se opondrá a lo civilizado cuando lo animal media, para dar cuenta de la diferencia hoy traslucida en la animalización de nuestros hermanos mapuche de otros pueblos originarios y de los inmigrantes llegados estos últimos años a Chile. Siendo este sur tierra “de nadie”, hay que ocuparlo. Militarmente. Las denominadas Conquista del Desierto y Pacificación de la Araucanía, serán los procesos de extermino del Wallmapu, una suerte de Operación Cóndor donde actuaron los asesinos del Estado chileno y del argentino. Militares, técnicos, profesionales e intelectuales/pensadores se darán la mano para organizar esta empresa racional repleta de muerte y de ganancia. El colono tendrá un lugar central y también se verá consignado y dividido e incluso –no hay que olvidar- algunos serán apreciados, otros despreciados e incluso perseguidos.

La Araucanía se constituye bajo esta armadura guerrera que reduce al mapuche robándole y colocándolo en un lugar donde los humanos quedan fuera. Pura animalización. Las tierras serán fiscales y los colonos de familias numerosas con hijos nietos bisnietos tataranietos lograrán poner el pié vestido de bota, ayer como hoy, sobre el inventado salvajismo mapuche. Bengoa nos regala este nuevo capítulo “Tierras fiscales y colonos suizos” que nos ayudan a ver como la “raza” se escupe por boca de ideólogos y de contratos que regalan la tierra, esa la tierra de nadie, pues los nadie están puestos en la mira de las fuerzas que el Estado contrata. Se trata de tierras y de dinero, de industrialización y de mano de obra, de ganancia y de plusvalía.

La sociedad mapuche se empobrece y se traslada. Los colonos queman las casas y expulsan a sus moradores para explotar estas tierras de indios donde la policía roba y castiga. Los títulos de merced se acaban. Los “buenos” inventan y engañan, son los blancos que estafan, engañan, maltratan y arrinconan. Destaca la detención del autor frente a don Carlos Lincomán quien luchara por recuperar el predio que perteneciera a su familia. Pero el robo legal de lo suyo no admitía derecho alguno. La empresa Golden Spring explotó el bosque de Tepuhueico asistido por el Estado y sus gobiernos que actuaron y participaron en toda impunidad de este robo de tierras con las leyes a su servicio. Nada hicieron, nada han hecho. Me atrevo a decir que nada harán.

Se busca asimilación en clave de integración. Entonces, a los mapuche se les invita. Y se busca seguir engañándolos. Pero hay que dejar vivir a algunos/as y no exterminar a todos, pues su mano de obra se necesita para limpiar casas niños patios, para cocinar cuidar guardar vigilar, para construir y plantar. Por eso sus cuerpos deben permanecer, dado que la producción y los servicios los necesitan. Son fuerza de trabajo. Pero algo inesperado ha ocurrido. Los hijos han estudiado y se han formado, han descubierto sus propias fuerzas, más allá del lugar negado donde se les ha puesto y hoy, reclaman, luchan, construyen discursos, investigan y pelean por su emancipación. Efectivamente el viento agita los trigales como nos dice el texto y agita también a mapuche y chilenos que no permiten ni toleran lo que ocurre.

El Estado de Chile fue condenado por violación a los derechos humanos el 24 de julio 2014, fecha que no alcanzó a vivir nuestro amigo Pascual Pichún quien falleciera en 2013. Pero el mapuche parece seguir fuera de los derechos. Como un nadie. Debemos seguir gritando que preciso liberarse del humanismo liberal que deja fuera de los derechos a quien ha sido animalizado y convertido en cosa. Y buscar un humanismo distinto, por fuera de un derecho que bien sabemos, seguirá estando al servicio de los dominantes. Este es un bello libro, obligatorio para entendidos y no entendidos, para estudiantes que se inician y conocedores que buscan nuevos textos, para trabajadores y cesantes, para inmigrantes, para mapuche y para toda nuestra gente de la tierra y de otras tierras. Tiene además, ese “noseque” de los prólogos que dan cuenta de una instalación que lo hace poderoso y que al mismo tiempo le obliga a seguir los tiempos de nuevos hechos que implacablemente se agregan a los que ya ocurrieron. En este sentido, el libro tiene vida propia, ya no le pertenece a su autor, se ha liberado y ya se entrega a la reflexión ajena que lo hará más fuerte y más vivo.

Las cinco transformaciones que surgen en esta nueva vida de los últimos veinte años, trae a la sociedad mapuche transfigurada en educación, rebeldía y conocimiento, vestida de una identidad distinta que prestigia su esencia, pero que la fortalece al estar acompañada por quienes apoyan sus luchas. Lamentablemente la casta dirigente –que no considero como clase- la vemos durmiendo sobre explicaciones erigidas en doxas inútiles, desde las cuales teje la represión cotidiana que le permite sustentar al capital y a sus empresas. En un marco como este donde los poderosos deciden sobre las vidas, la violencia no puede sino ser la constante que atraviesa una historia que sigue la huella del extractivismo que repleta de la riqueza nacional a unos pocos bolsillos para alcanzar la felicidad de un grupo de millonarios nacionales entre los cuales destacan los multimillonarios chilenos que se lucen en los rankings Forbes -los mismos que hacen cuidar sus camiones colmados de árboles y a otros colmados de billetes, por la policía chilena a la que todos pagamos-. Pero esa misma violencia es la que mata para dejar ver el lugar homicida que tiene el Estado, ‘nuestro’ Estado.

Lo que este libro entrega por lo tanto, no es un hecho aislado sino uno que hace parte de la lógica mundial que valoriza todo lo que se puede convertir en mercancía. La resistencia mapuche entonces, es insoportable.

Se han apilado y desordenado las ideas sobre lo que quisiera decir aún sobre este libro que al final de sus páginas el autor señala como un “conflicto moderno propio de las sociedades modernas”. Pero me cuesta pensar a la modernidad chilena cuando vivimos lo que vivimos y en lo absurdo de lo posmoderno cuando ahora son los niños mapuche quienes son castigados. No puedo dejar de pensar en Don Pascual Pichún en mi casa y en su hijo entremedio en un momento de conversaciones y de mediaciones imposibles. O en Matías Catrileo, o en Alex Lemún, entre otros jóvenes que quedaron en el camino de tantas impunidades.

Me quedo llena de esta rabia que no quiero por ningún motivo borrar. Con la esperanza que la sociedad chilena reaccione como fuerza trabajadora como clase como pueblo y sienta la fuerza de la sangre que corre por nuestros cuerpos. Gracias a José Bengoa por el regalo de este libro que se lee con facilidad, que nos atrapa por lo que dice y por el modo en que lo dice.

Feria del libro, 1 de Noviembre 2014

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