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Vapor de cocimiento y divagaciones por Emanuel Garrison

VAPOR DE COCIMIENTO Y DIVAGACIONES

Y aunque el cocinero del secretario de asuntos y camarlengo abrigaba una fidelidad de vacuno con aciertos y días obtusos, hubo momentos de lucidez mental en que podía recobrar la sensatez de esquirlas y chispas momentáneas que le inundaban los recodos claros del alma en los cuales reflexionaba, silencioso.

Cavilaba, entonces, el cocinero, en la utilidad de una constitución. Y se preguntaba a sí mismo, de qué sirve una declaración constitucional puesta en un marco y colgada en la pared; de qué sirve una carta de garantías de derechos civiles y políticos, si no protege las libertades individuales más básicas y no resguarda el camino a servicios tan elementales para el hombre como la posibilidad de acceder a la educación y a la salud, y a cualquiera de derechos sociales y políticos. De qué sirve una carta fundamental que se ref iere a la ineludible función de todo gobierno de garantizar el trabajo, así como el derecho de los trabajadores de asociarse en sindicatos, sí en ella está el germen de la corrupción o se encuentra establecido el despido por motivos infundados o antojadizos, y no hay siquiera algún reproche a tales abusos, cuando allí mismo se encuentra la bacteria en que está permitido el trabajo de encadenamiento infantil o el abuso hacia las faenas de interminables y extenuantes jornadas, sin fin.

Una sociedad que no se protege a sí misma –pensaba- y esta es una de las causas basales por las cuales se forma en parte el Estado moderno, sigue siendo tan voluble y tan proclive a la injusticia y a la corrupción degenerativa, en efectos consecutivos sin limitaciones, que a fin de cuentas cualquier hombre termine decidiendo entre alimentar a su gente o ser delincuente, entre trabajar como persona de honradez o ingresar al mundo del tráfico; o que sus ciudadanos terminen optando entre dos bienes, descartando alimentarse o recibir una atención de salud, decidiendo entre abrigarse o educarse. Hay quienes piensan que otros están a cargo de resolver estos temas.

Pero cuando las acciones o inacciones nos afectan tan directamente; en tal caso, si no somos nosotros los llamados ¡quiénes! Si no se buscan respuestas ahora, quizá luego, sea demasiado tarde.

De qué sirve una Declaración de Derechos Humanos, una Declaración de Derechos del hombre y del ciudadano si no son utilizadas activamente por sus propios ciudadanos, si no hay garantías para que se cumplan realmente sus preceptos, sino se hace algo para que se difundan y se divulguen para hacerlas comprensibles y parte habitual de nuestras diarias acciones y actividades. Como dijo alguien por ahí; los Derechos y Garantías o se usan o se pierden.

Porque de qué sirve la libertad de prensa si no hay una opinión crítica o distintos puntos de vista que se puedan expresar; de qué sirve el derecho de reunión o de asociación si no tenemos nada interesante qué decir o no tenemos pensado qué cosas debemos realmente mejorar o reconstruir. De qué sirve el derecho de libre expresión cuando nadie contradice al gobierno.

Si los organismos como la OIT, o las organizaciones de Derechos Humanos, si las instituciones del Medio Ambiente o el Ministerio de Energía no se encargan de divulgar y hacer patentes sus convicciones y sus declaraciones oportunamente en encauzar a los gobiernos que transgreden estas normas, o corregir el rumbo y las derivas en las instituciones que no las respetan, se convierte todo, inevitablemente, en pura palabrería y nada más que refranes grandilocuentes. Sólo letra muerta. Las Libertades y los Derechos, o se usan o se pierden.

El liderazgo ausente no es liderazgo. Si las organizaciones internacionales se olvidan de los países oprimidos, si el gobernante ignora a sus ciudadanos, o si el presidente de una corporación transmite la visión de futuro o la misión hacia sus gerentes a través de carteles pegoteados en la pared, y a su vez estos últimos estimulan el compromiso y la calidad de servicio hacia la comunidad a través de recados difusos; o como el líder sindical que pretende aunar a los trabajadores a través de discursos sin proyectos tangibles y veraces, queda todo en un remanso de aguas inciertas, en un mar de fuegos de artificio que perdurará no más allá que el destello instantáneo y efímero. Algo bonito de momento, pero sin ningún efecto práctico y real.

Siempre es ahora el momento propicio. Siempre es posible educar a nuestros gobernantes, y no perder de vista que es la gente común y corriente quien gobierna, quien deposita en ellos las herramientas necesarias para construir un país que vele por cada uno de sus hijos y que proteja a cada uno de sus ciudadanos.

Una de las prioridades esenciales de todo gobierno debe ser el promover la ciencia y el espíritu crítico; un entorno que acoja la observación, comprobación y examen serio y autónomo de las ideas. La libre y racional confrontación de argumentos. Sobre todo entre ciudadanos y gobierno.

¿Por qué hoy ya no creemos que la tierra es el centro del espacio y del universo, sino un punto más flotando en la inmensidad? ¿Por qué ya no creemos que la autoridad de gobierno proceda de la divinidad, o que la tierra aún sea plana y que llegando al borde del horizonte, caeremos?

Algunas de estas simples preguntas ocuparon muchísimo tiempo y, además, obtuvieron respuestas luego de incontables sacrificios por parte de muchos de nuestros ancestros. Pero la faena no termina aquí. Por ello la tarea de promover y proteger el debate, la libre contraposición de ideas y el razonamiento, la ineludible función de exigir una educación decidida en lugar de la ignorancia, así como un cuidado responsable con el hábitat y con nuestro entorno, y todo aquello que esté al alcance de la comprensión del ser humano nos abrirá, sin lugar a dudas, nuevas fronteras y una visión panorámica y periférica mucho más amplia y certera acerca de nuestro mundo. Porque las preguntas e interrogantes y cómo abordar un mundo cambiante no se detendrán ni cesarán con las nuevas e inquietas generaciones que se avecinan.

Emanuel Garrison

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