El 17 de abril, estudiantes de Antropología de la Universidad Austral se tomaron la Facultad de Humanidades denunciando encubrimiento institucional y reglamentos insuficientes para responder a los reiterados hechos de violencia sexual y de género. Contra el relato centralista de los medios de comunicación, la toma en la Universidad Austral fue la que inició la llamada “ola feminista”.
A dos meses y medio de la primera toma feminista resulta difícil hacer un balance político, pero es posible detallar algunos de los elementos más interesantes de la movilización. En un primer momento, poco coordinado formalmente, se dieron ocupaciones y paros reactivos a las redes de protección, impunidad y revictimización de las mujeres dentro de las universidades y espacios educativos. En algunos lugares esto tuvo que ver con expectativas no cumplidas de reglamentos nuevos que habían prometido responder al problema y en otros fueron para exigir la mera existencia de normativas.
Esta primera etapa, altamente catártica y de reconocimiento mutuo de las experiencias de exclusión vividas por el solo hecho de ser mujeres tuvo una respuesta crítica desde la élite intelectual y política, que se puede sintetizar más o menos en “las mujeres que menos sufren son las que están en la universidad”, una especie de “cállense, lo suyo no es importante” que precisamente provocó el efecto contrario: incendiar los ánimos...
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