En kioscos: Abril 2024
Suscripción Comprar
es | fr | en | +
Accéder au menu

Yo, la obsesionada. Por Alicia Gariazzo

Si es que tengo la felicidad de que alguien me lea alguna vez, los que me han honrado con ello coincidirán conmigo en que padezco de obsesiones. Una de tantas corresponde a lo que en Chile llaman “los economistas”. Aunque debo aclarar que cuando los medios de comunicación se refieren a “los economistas”, en un país con un modelo tan cerrado y radical como el nuestro, obviamente están hablando de los economistas que pertenecen al sistema. Especialmente de aquellos, que con gran prosopopeya, como los Parisi y los Garay, se sienten con el derecho a dictar cátedra e incluso de hacer recomendaciones sobre inversiones a través de estos.

Nunca me he destacado por ser una buena economista, probablemente porque me carga la plata o porque mi alma esconde una periodista frustrada, sin embargo, aún no olvido las enseñanzas que recibí en el primer semestre de la Escuela de Economía. Cuando esta pertenecía a la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la U de Chile, no a la Facultad de Economía y Negocios como ahora. Pese a que nuestros profesores no eran revolucionarios, ni mucho menos, sus enseñanzas fueron muy diferentes a las de los actuales “economistas”.

Una de las grandes enseñanzas fue que todas las curvas y gráficos que representaban a la economía del país, se desenvolvían en condiciones de competencia perfecta. Nos enseñaban las graves distorsiones que creaban los monopolios y, más aún, los monopsonios. Para los que desconozcan este último término, se refiere al poder de compra que establece un gigante del retail cuando llega a una localidad. Todos los pequeños y medianos productores ya no pueden vender a los pequeños y medianos comerciantes, que desaparecen, sino que están obligados a vender al gran almacén o al gran acopiador. Como todos sabemos, el gran supermercado recibe los productos a consignación, los devuelve si no se venden, aunque estén obsoletos o podridos, cobra por administración y exige un pago extra por el tipo de ubicación en los lugares de venta que el proveedor elige. Para nuestros profesores de Economía, estas prácticas, como las colusiones y los monopolios, eran nefastas y destructoras de una economía sana. Pero esto jamás es comentado por los nuevos “economistas”, ni por los comentaristas económicos.

Ha sido muy claro en los últimos cuatro años que “los economistas” se han concentrando en defender a los dueños de Chile y a criticar solapadamente cualquier reforma, por tibia que esta sea. Toda la que pueda tocar, aunque sea mínimamente, sus fortunas gigantescas, que ya hace años los han instalado entre los más ricos del mundo en los records de Forbes. Fue así, como desde que asumió Michelle Bachelet con su programa de cobrar algunos impuestos a los más ricos, se dedicaron a hablar de la desaceleración de la economía y el precio del cobre, convirtiendo en una caricatura lo que realmente ocurre en estas materias.

En primer lugar, cobre no es lo único que el país exporta. Su precio es cambiante, debido a su transacción en las bolsas mundiales, como ocurre con el oro, el molibdeno, el petróleo. Nunca “los economistas” han comentado que en 2003 dicho precio estuvo a US$0,78 la libra y que el precio actual, de alrededor de US$2 varía a diario, afectando mínimamente a las ganancias de Codelco. Insinúan, en su propaganda, que la economía estaría desacelerándose, porque el supuesto cobro de impuestos llevaría las inversiones de los empresarios a otros países, sin explicar, ni siquiera en general, que los empresarios necesitan mercado para sus inversiones y que, aunque reciban inmensas prebendas, igual tendrán que invertir en otros lugares cuando ya la demanda en el país se agote. El crecimiento de una economía, la demanda y las inversiones no pueden crecer al infinito y a una misma tasa, es decir linealmente, dentro de un país. Ello depende del mercado, de la maduración de las inversiones y otros. Es por eso que los gigantes del retail como CENCOSUD, Falabella, invierten gran cantidad de recursos en América Latina, incluso en países que les cobran más impuestos que en Chile.

La ecuación que manejan estos “economistas” es elemental: el Gobierno debe dar el máximo de facilidades al capital para que este invierta y cree empleo.

Cuando nuestros sabios ven las cifras de desempleo, que no han sido significativas en Chile en los últimos años, no se pronuncian, porque ahí les fallaría la ecuación. Sin embargo, lo más serio es que esta gente no hace ningún análisis de todas las variables que esconden las cifras de empleo o desempleo. No comentan una palabra sobre los “nini”. No se preguntan de qué viven, ni menos consideran que estos, en el caso de no vivir de dinero ilegal, restringen aún más los ya magros presupuestos familiares. Lo máximo que llegan a comentar con cierto beneplácito es que el trabajo por cuenta propia ha aumentado. Todas las ferias de las pulgas, a lo largo del país, se han inundado de “coleros” que venden elementos inverosímiles que nadie compra. La razón de ello es también ignorada por “los economistas”.

Ni por asomo se les ocurre que este trabajo de los coleros podría disfrazar el trabajo ilegal, ni menos que todas los empleos no son creados por inversiones. Si en Chile hay narcotráfico y trata de personas que mueven inmensas cantidades de dinero como se informa a través de medios especializados, su impacto económico se debe reflejar en cifras. Todo el dinero ilegal, de la delincuencia, prostitución, sobornos y otros se debe reflejar en demanda y en empleo y se debe esconder con actividades legítimas, como el trabajo por cuenta propia. En otras palabras, cualquier economista serio debería analizar las causas y consecuencias del aumento del trabajo por cuenta propia y el hecho de que el empleo y la demanda no hayan disminuido en una economía que consideran desacelerada. Las cifras deben cuadrar como dice Teoría Económica 1 en primer semestre.

Finalmente, la mayor falacia que los mentados “economistas” propagan por doquier es que las inversiones generan empleo. A mi modo de ver, en la actualidad, justamente ocurre lo contrario: las inversiones más modernas disminuyen fuentes de trabajo.

No soy ludista y valoro inmensamente las nuevas tecnologías que hacen, y continuarán haciendo, más fácil la vida para el hombre. Todo progreso cumple en primer lugar ese rol. Pero es imprescindible que ello se analice. Los grandes “economistas” doctorados en el primer mundo y que dan cátedra por televisión tampoco dicen una palabra al respecto.

Diariamente aparece un nuevo invento: el Metro sin conductores, automóviles sin conductor, drones reemplazando mano de obra humana y miles de funciones on line que han facilitado actividades y disminuido papeleo y burocracia.

Todo ello es positivo, pero hay que “sincerarlo”, como dicen los siúticos, y tomar medidas que conviertan el adelanto tecnológico, no solo en mayores ganancias empresariales, sino en beneficios para el ser humano y todos los chilenos. Debería establecerse la jornada de seis horas, el Estado debería crear diversas formas, con becas, tiempo libre financiado, para el desarrollo de invenciones. Así, el país podría compensar con el pago de patentes lo que va a perder por basar sus exportaciones en recursos naturales no renovables.

Estamos en los inicios de una revolución tecnológica sin precedentes y debemos llevarla a todos los ámbitos, explicando a través de diálogos y consensos las ventajas de aplicar todos juntos las medidas que nos traerán más felicidad a todos los chilenos.

Compartir este artículo