La pregunta que da título a esta columna no es nueva; por el contrario, se inspira en el texto El robo del dolor, de los curadores Lucía Egaña Rojas y Francisco Godoy Vega, publicado en 2023. Lo destacable de este escrito es que se fundamenta en la exposición del mismo nombre, que tuvo lugar en el Museo de Bellas Artes y busca retratar el sufrimiento de diversos sectores marginados del relato moderno (pueblos indígenas, disidencias sexuales, afrodescendientes, etc.). De este modo, la obra se presenta como un punto de partida para reflexionar sobre nuestro presente, haciendo énfasis en cómo el colonialismo ha moldeado nuestra realidad.
Para comenzar, la curatoría se define como la práctica de seleccionar, investigar y organizar las exposiciones de los museos. Sin embargo, la curatoría no es ajena al contexto social e histórico de nuestra sociedad. En ella, se reproduce o cuestiona las diferentes narrativas históricas presentes en nuestra sociedad. En definitiva, es un espacio de lucha hegemónica que reproduce o cuestiona “discursos de verdad”. Con respecto a lo anterior, el presente escrito busca reflexionar, desde la historia, sobre la práctica curatorial en la actualidad. Para ello se plantean dos preguntas: ¿Cómo se retrata el dolor vivido por un pueblo? ¿Qué límite ético permitimos como sociedad en nuestros espacios?
Para poder desarrollar lo dicho anteriormente, me gustaría adentrarme en dos debates que se han desarrollado en el mundo de la curaduría y museografía nacional. Una de estas discusiones trata sobre las momias de la cultura Chinchorro exhibidas en el Museo de Arte Precolombino. Mucha gente no lo sabe, pero la mayoría de estas momias son fetos o bebés que murieron al poco tiempo después de nacer. Se cree que sus muertes fueron provocadas por hambrunas o enfermedades. Esto plantea una cuestión ética, ¿cómo nos posicionamos ante el dolor y rito mortuorio de otras culturas? ¿Se respeta dicha tradición? Uno de los argumentos del museo es que la cultura en cuestión ha desaparecido y, por tanto, no se puede hacer un proceso de restitución y reparación. Sin embargo, lo que no se toma en cuenta es que durante la exposición se exhiben diferentes cuerpos, eliminando todo significado original de las prácticas culturales de los chinchorros. En definitiva, esto muestra cómo nuestra sociedad se posiciona ante las muertes que ocurrieron en otras culturas, quitando toda dignidad que una cultura quiso darle a sus muertos.
El colonialismo se fundamenta no solo en la dominación territorial, sino que también en la dominación cultural. La apropiación del sufrimiento y memoria de otros pueblos es parte de esto último. En el caso de las momias, se les quita el significado original y se les da uno ajeno al que se tenía en su momento. No es casualidad que las momias de la cultura Chinchorro se expongan en la sección llamada Chile antes de Chile. El nombre lo dice todo, se presenta una visión nacionalista del pasado, puesto que asume que las culturas precolombinas ya pertenecían a lo que hoy conocemos como Chile. Esto ignora que las culturas pasadas tuvieron una historia propia, ajena al Estado nación chileno que se formó en el siglo XIX.
El otro debate trata sobre los Chemamüll ubicados en el Museo de Arte Precolombino. Los Chemamüll son estatuas creadas por la cultura Mapuche y, su nombre se puede traducir como“alma de los muertos”. Como se puede inferir por su nombre, estas estatuas fueron construidas para honrar la memoria de los fallecidos. Su construcción es a base de madera, un material que se degrada con el tiempo, lo que representa el ciclo de la vida. Toda esta poética se pierde en una sala que no refleja el real significado de estos objetos mortuorios. En definitiva, no hay un respeto a las prácticas mortuorias mapuches, desatendiendo la espiritualidad que estos objetos significan. También se podría cuestionar, por qué estos monolitos no son cuidados por el pueblo mapuche. ¿Acaso este pueblo no puede cuidar de su historia e identidad por su propia cuenta?
La necesidad de una curaduría crítica es más que necesaria. Esta debe cuestionar las estructuras de poder y los relatos hegemónicos establecidos y que permita el desarrollo de debates al interior de nuestra sociedad, permitiendo el cuestionamiento a discursos de verdad que se han mantenido a lo largo de la historia. No se debe olvidar que nuestra historia está marcada por múltiples injusticias sociales y marginación de diferentes actores sociales. Ejemplo de ello es cómo nos relacionamos con los pueblos indígenas y, en especial, cómo representamos a dichas culturas en las diferentes muestras museales.
Por último, invito al lector a visitar dos exposiciones desarrolladas en el Museo de Bellas Artes. La primera es miradas del Wallmapu: Territorios, afueras y disputas del curador Cristián Vargas Paillahueque. La segunda está ubicada en el mismo museo y se titula La mujer en el arte 1975 de las curadoras Gloria Cortés Aliaga, Nicole González Herrera y Mariairis Flores Leiva. Ambas exposiciones presentan una curaduría crítica, que permite reflexionar tanto nuestra relación con el mundo mapuche como la participación de las mujeres en el arte en plena dictadura.
Sebastián Rubio Salazar
Licenciado en Historia de la Universidad Diego Portales