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Adiós a la familia nuclear. Por Alicia Gariazzo

Con tantas elecciones, festivales, y amargas verdades que nos muestran que en Chile, después de todo, las instituciones no funcionaban, continuamos posponiendo el análisis de los cambios que están ocurriendo en el mundo y la forma en que tendremos que abordarlos en nuestro país.

Uno de ellos es la desaparición creciente y definitiva de la familia nuclear, aquella que surgió en siglos pasados, a juicio de Engels con la aparición de la propiedad privada, y que ya a mediados del Siglo XX comienza a debilitarse.

Hasta los primeros años del Siglo XX la familia nuclear era una institución poderosa. Los matrimonios de la época rara vez se divorciaban, tenían muchos hijos y generalmente ambos cónyuges morían antes de los 70 años. El hombre era el macho proveedor que por ello debía ser respetado y atendido. La mujer se dedicaba a parir y se sentía aliviada con que el marido tuviera amantes, incluso familias paralelas, ya que ello le evitaba infinitos embarazos.

El rol de la mujer estaba en la casa. El hombre, por ser el proveedor, tenía el derecho a ser atendido, a ser infiel y a golpear a esposas e hijos. Aún hoy, pese a la revolución sexual que se vive desde los años 60, en sociedades más atrasadas que la nuestra se proclaman los derechos del hombre por ser proveedor. Es divertido verlo en talk shows de hispanos en Miami, pese a la libertad sexual que hace muchos años viven las culturas hispanas tropicales.

Lamentablemente, el pensamiento revolucionario de los años 60, inspirado en Marx y el marxismo, nunca tuvo un planteamiento coherente en defensa de la mujer y las minorías sexuales. Es por esto que la revolución por los derechos de la mujer ha sido lenta y por ello los marxistas leninistas de los años 60 deberíamos hacernos una profunda autocrítica agradeciendo a los jóvenes actuales por tomar esas banderas. En otras palabras el fenómeno que se observa hoy, en el Siglo XXI, de defensa de los derechos de la mujer y las minorías sexuales, no proviene del pensamiento revolucionario que ha venido luchando y abriéndose campo en las últimas décadas. Ha venido de los jóvenes de distintas orientaciones ideológicas, que en todo el mundo, y en los últimos días en Chile especialmente las mujeres, han dicho basta.

Pero estos cambios, antes del grito de las jóvenes chilenas, también surgen de las condiciones materiales y objetivas que ha traído la modernidad capitalista. Especialmente del desaparecimiento del macho proveedor.

En Chile los ingresos, inclusive de los hombres, salvo los del 2% de la población que lo posee todo, no alcanzan para sostener a una familia, por más pequeña que esta sea. Es decir es imprescindible que la mujer, la dueña de casa, salga también a trabajar. Esto necesariamente lleva consigo cuestionar la responsabilidad del trabajo doméstico y el cuidado de un alto número de hijos. Los bajos ingresos y el aumento en los costos de educación y salud del capitalismo salvaje, especialmente en Chile después de 1973, también impiden a las familias tener muchos hijos.

Las primeras familias nucleares nacen en Chile alrededor de la actividad agrícola y en esta el inquilino necesitaba mano de obra familiar por lo cual un alto número de hijos se justificaba. Posteriormente esa gran prole se hacía cargo de padres y abuelos. Por tanto, la prole en economías campesinas era mano de obra y jubilación.

La aparición de la píldora anticonceptiva a fines de los años 50, las reformas agrarias y la preeminencia del trabajo asalariado dieron las bases objetivas para la disminución del número de hijos, pero también para las exigencias femeninas.

El macho proveedor pierde prerrogativas, más aún cuando muchas esposas ganan o trabajan más que sus maridos. La mujer comienza a reclamar por el trabajo doméstico, adjudicado a esta por definición, hasta el momento en que empezó a originar ingresos. Al mismo tiempo, la infidelidad ya no era un derecho del macho proveedor, puesto que sus costos se tendrían que incorporar al presupuesto familiar. También, la mujer comienza a exigir derecho al placer, ya que la píldora aclaraba que el sexo no cumplía solo el rol de engendrar hijos. El sexo comienza a ser un derecho de todo ser humano, lo que impulsa paralelamente la publicidad, el cine y la televisión.

Todo ello comienza a crear rupturas familiares. El macho exige respeto, pero ya no lo puede obtener por su rol económico. Se le exige fidelidad y en general la mujer comienza a exigir igualdad de condiciones. La igualdad es poco aceptada por el varón, pierde derechos históricos y no recibe compensaciones. Que la mujer trabaje no le trae una mayor gratificación, sino un enemigo en casa. Así, muchos varones tradicionales abandonan a sus familias a las que dejan de ayudar incluyendo a los hijos. De esta manera, crecientemente, se forman más familias extendidas monoparentales, donde las Jefas de Familia son mujeres, donde a veces la madre tiene hijos de distintas parejas y convive con hijas mayores que a su vez han sido abandonadas con hijos. La familia deja de ser nuclear, deja de ser un apoyo para sus integrantes y, por el contrario, aumenta su vulnerabilidad.

Con las nuevas necesidades de las mujeres Jefas de Hogar, aumenta el trabajo femenino, en servicios, ferias, o como temporeras en el campo, lo que les permite criar solas a sus hijos y nietos. A otros niveles sociales, las mujeres, aunque en algunos casos reciban menores salarios, se destacan por su eficiencia y pueden fácilmente competir con los hombres. La mujer no solo ha logrado la libertad sexual, sino que cada vez es más libre e independiente, especialmente por ser capaz de sostener a su familia sola.

El varón no puede resistir la rebelión y ha aumentado su agresividad hacia sus compañeras. Aparece la figura del femicidio, inconcebible en las familias nucleares de comienzos del Siglo XX, porque los golpes y cachetadas de maridos celosos o borrachos rara vez llegaba al asesinato. Hoy el femicidio aumenta día a día, pese a las campañas y legislación contra este. Muchas de sus formas, probablemente estén agudizadas por las drogas y el alcohol y, en algunos casos, han adquirido ribetes dramáticos. Los celos y el alcohol fueron los causantes de nuestro maltrato durante años, pero esta es una violencia de nuevo tipo que proviene del desarrollo intelectual de la mujer y de las formas que está adoptando la sociedad patriarcal.

Otros cambios objetivos que transforman a la familia nuclear corresponden a la liberación de homosexuales y transgéneros. El matrimonio entre personas del mismo género legitima lo que largamente fue reprimido, aunque las formas de asumir la adopción de hijos aún no es clara. La religión rechaza la adopción de niños por parejas de iguales y los padres más tradicionalmente machistas rechazan a los hijos que asumen sus orientaciones.

Al mismo tiempo, el aumento de la longevidad, la desprotección estatal y la falta de recursos obligan a las familias a hacerse cargo de abuelos, enfermos y discapacitados lo que también genera cambios.

Ello, junto a las nuevas legislaciones y necesidades imponen la conformación de nuevos tipos de familias. Probablemente, la familia nuclear dará paso a comunidades solidarias emparentadas o unidas para disminuir gastos, ahorrar recursos y compartir el cuidado de niños, discapacitados y adultos mayores con mano de obra solidaria.

Pero lo que es claro es que la familia nuclear ya es inviable entre la mayoría de los chilenos. Esta es otra institución que no funciona.

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