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Adiós a Mónica Echeverría. Por Miguel Lawner

Este 5 de enero despedimos a nuestra querida Mónica Echeverría, durante una misa fúnebre que tuvo lugar en la iglesia ubicada en el Campus Oriente de la Universidad Católica; un templo grande, digno y hermoso, colmado de familiares, amigos, compañeros y compañeras de una infatigable, creativa y audaz luchadora por el restablecimiento de la democracia durante los años de la Dictadura y, más tarde, hasta el último de los 98 años de su vida, por su apoyo a tantas demandas frustradas en los hipócritas años de la llamada transición a la democracia.

Mónica fue una persona multifacética. Difícil encasillarla. Ejerció la docencia, fue cofundadora, actriz y dramaturga del Teatro ICTUS, prolífica escritora durante los últimos años de su vida, luchadora social incansable, ingeniosa y mordaz, fundadora del Centro Cultural Mapocho, trinchera de resistencia cultural en los negros años de la Dictadura y, por añadidura, esposa de un hombre tan imprescindible como ella: el arquitecto Fernando Castillo Velasco, con quién echó al mundo seis hijos, todos tan indomables y sensibles como sus padres. Imposible pedirle más.

Sus libros la retratan muy bien: rescató la figura de Clotario Blest, hombre austero y noble, entregado por completo al servicio de los trabajadores, fundador y primer Presidente de la Central Única de Trabajadores. Incursionó en la vida de otra figura imperecedera, también de humilde origen: Violeta Parra, que alcanzó las más altas cumbres como investigadora, creadora e intérprete del canto popular. Nos recuperó la memoria de una escritora irreverente: Iris Echeverría. Lanzó las Crónicas Vedadas, donde no queda títere con cabeza, además de poner en su lugar a los asesinos de Orlando Letelier y del General Carlos Prats. Investigó la vida del coronel Miguel Krassnoff, agente de la DINA condenado a varias decenas de años de prisión, descendiente de un oscuro militar cosaco: Piotr Martchenko, tan despiadado como su nieto, para violar y asesinar a víctimas inocentes.

Finalmente, lanzó hace apenas un par de años, su polémico libro titulado Háganme Callar, dedicado al encuentro con algunas personas, colaboradores de su esposo durante la épica Reforma de 1968, en la Universidad Católica. Compartiendo las banderas progresistas que trasformaron ese pontificio centro de estudios en una Universidad democrática, pero que, con el curso de los años, fueron gradualmente abjurando de sus ideales, asumiendo las banderas neoliberales, que ayer fustigaban. Son los llamados conversos. Mónica también incluye a otros personajes de posiciones ultras durante el gobierno de Allende, transformados, hoy, en lobbistas de los grandes monopolios económicos. Es la triste historia de otros notables conversos.

Mónica, golpeada por un derrame cerebral que la postró en la cama, quitándole el habla, alcanzó a conocer y entusiasmarse con la insurrección popular que convulsiona a Chile, a partir del 18 de octubre del año pasado. Su entusiasmo fue tal, que solicitó concurrir a uno de los cabildos populares que tienen lugar en la Plaza Ñuñoa. Allí, llegó sentada en una silla de ruedas, compartiendo y disfrutando con el entusiasmo, la fraternidad y la alegría de un alzamiento popular tan esperanzador.

Se nos fue la Mónica que creíamos eterna. Sus hijos le colocaron, en el féretro, un parche rojo en uno de sus ojos y, además, sobre su pecho, un paño que decía: Mujeres por La Vida, esa indomable organización surgida durante la Dictadura, que ella contribuyó a fundar. Así tenía que ser. Se despidió de nosotros portando los ideales de solidaridad, de fraternidad y de justicia social, que guiaron su paso a lo largo de toda la vida y que hoy se abren camino en nuestro país.

Miguel Lawner

05.01.2020

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