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¿Ahora si estamos en Guerra? Por. Nicol A. Barria-Asenjo.

Desde temprana data la humanidad ha sido corrompida por diferentes pandemias o plagas que han dejado a civilizaciones enteras en jaque. En ese sentido, podríamos decir que estamos frente a una más de las muchas que se han vivido. Sin embargo, olvidamos que este virus responde a un fenómeno totalmente nuevo. Si, el virus pertenece a una “familia” especifica, que en parte los científicos pueden explicar, pero su constitución, origen e incluso forma de erradicación es incierta. Un enemigo invisible que puede eliminarse con agua y jabón, pero que al mismo tiempo mantiene a países con fronteras cerradas y los sistemas de salud saturados. Su singularidad es tan atrayente como terrorífica.

La pandemia del Covid-19 en cuanto comenzó a proliferar, despertó consigo dilemas que las sociedades no visualizaban como importantes, por lo cual no entregaban prioridad. Por otro lado, los Estados tomaron diferentes medidas tan variadas como opuestas –aunque muchas de ellas se repitieron en los continentes-, cierre de fronteras, aumento en la producción de mascarillas y ventiladores, cierre del comercio nacional ¡Carreras desenfrenadas por comprar todo el confort posible! Las medidas y acciones que tanto los políticos, instituciones e individuos respondieron a una amplia variabilidad. Cada uno oscilo entre el encontrar necesario o una ridiculez lo que estaba ocurriendo, cada quien manifestó su lectura de lo que acontece.

Particularmente, esta crisis humanitaria mundial, nos llevó obligadamente a repensar nuestras vidas, nuestro cotidiano se vio alterado y junto con ello tuvimos tiempo de poder analizar con más detalles la forma en que se tomaban decisiones en las esferas económicas, sociales, culturales, sanitarias, políticas, etc. Entre tantas cosas, por ejemplo, tras la llegada de la pandemia hemos descubierto que el “Tele-trabajo” es una modalidad que funciona bastante bien para algunos oficios o profesiones, como también el visualizar que la modalidad es imposible para otros y que aquí hay temas que afloran, una contracara económica importante.

Gracias al movimiento feminista nos permite ver que tiempos de encierro la violencia aumenta, el encierro obligatorio con quien violenta y daña física y psicológicamente, es un tema que debe ser prioridad, una urgencia que las autoridades han dejado para después.

El medio ambiente nos demostró como el ser humano no es más que un virus asqueroso y destructor para el bienestar y porvenir de la naturaleza -en tiempos de encierro y cierres de industrias la contaminación en diferentes ubicaciones del mundo disminuyo notablemente-.Podríamos aquí recordar (o dar a conocer al lector si es que no está enterado) “El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)” tiene presencia en más de 170 países y territorios, generando que el hambre ha disminuido a la mitad, la pobreza extrema ha disminuido casi a la mitad. Hay más niños yendo a la escuela y menos están muriendo. Ahora, estos países quieren construir sobre los numerosos logros de los pasados 15 años e ir más allá. El nuevo conjunto de objetivos, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), aspiran a erradicar la pobreza y el hambre para el año 2030. Líderes mundiales, reconociendo la conexión entre personas y planeta, han fijado objetivos para la tierra, los océanos y las vías fluviales. El mundo está ahora mejor conectado de lo que estaba en el año 2000 y está construyendo un consenso sobre el futuro que queremos. En ese futuro, todas las personas tienen suficiente comida y pueden trabajar; vivir con menos de $1.25 el día es cuestión del pasado. Quizás, esta pandemia nos lleve a cumplir esta meta fijada para el 2030, quizás lo ambicioso de ese futuro próximo, no sea solo utopía.

Ahora bien, no podemos dejar de mencionar a los inmigrantes, quienes en muchos casos tuvieron que pasar por periodos y procesos que los vulneraron desde donde sea que se mire su situación: alejados de sus tierras, con fronteras cerradas, sin trabajo y alimentos. Todo esto y otros tantos puntos importantes, me llevan a aseverar, que la pandemia llegó para exhibir como la segregación es algo presente, muy presente. Básicamente el escenario se resume a que mientras un grupo de la población podía alejarse de las ciudades con más alto contagio, escapando a sus segundas viviendas, a otras ciudades, etc., el otro grupo no tenía opciones y debía seguir trabajando, exponiéndose al virus. Este acontecimiento, dejó a los países en total desnudez. Los temas pendientes, los temas que permanecían bajo la alfombra, esos que los políticos e instituciones omitían, con la pandemia brotaron y fue imposible seguir silenciándolos u ocultándolos. Ya podemos sentirlos y verlos con más claridad.

Ya no corremos, al estar encerrados, logramos ver cómo nos movían. Por otro lado, diferentes disciplinas no tardaron en aportar desde las herramientas que cada una les brinda, sociólogos, historiadores, psicólogos, psiquiatras, analistas políticos, filósofos, investigadores científicos, epidemiólogos, virólogos, etc. etc., la lista es muy extensa, los documentos, análisis, que han emergido desde la llegada de la pandemia son tan variados como inservibles, en muchos casos estas lecturas han servido mínimamente para tomar consciencia de puntos no considerados, como sea el final del día, el resultado es que pese a los intentos e incluso a las intenciones de los escritores e investigadores, la humanidad sigue a la deriva, sin respuesta alguna y sin posibles soluciones.

En nuestro día, aún con la incertidumbre de todo, y el miedo que hay frente a una nueva ola de contagios, las sociedades comienzan a moverse en medio de esta nueva normalidad en la cual nadie sabe mucho que hacer ni como moverse. Empero, este movimiento obligatorio, tiene un fondo claro: la economía no puede esperar.

Específicamente en Chile, la pandemia nos demostró como los “Estallidos sociales” fueron necesarios, y tenían una justificación total, ahora en medio de la incertidumbre nacional, los estallidos sociales tienen más sentido que nunca, producto de que el Estado busca desesperadamente mantener su economía, producir, generar riquezas, sin importar cuanto se expone su población.

Los manifestantes siguen despiertos incluso en tiempos de pandemia, ¡imposible dormirse en medio de tanta injusticia! En pleno julio del 2020 y aún con el virus rondando en las calles del país, en diferentes regiones se comienza a notar el retorno de las manifestaciones ¡ya no hay miedo! ¡ya no hay nada que perder! El pueblo notó que las medidas que buscaban “ayudar” a la población más vulnerable, fueron ineficientes, humillantes y en última instancia, llegó bastante tarde. La población ya está enfurecida y con hambre, es el mismo líder del Estado, quien trae a la mesa el retorno de las movilizaciones, como una forma de alzar la voz por todas las injusticias y la vulneración que no ha cesado.

Recuerdo y comparto un fragmento que pese al tiempo no queda obsoleto, corresponde a Walter Benjamín, (1998: 2001) quien escribía: “¿Qué significa ganar o perder una guerra? Cuando evidente es la ambigüedad en ambas palabras. La primera nos remite al desenlace. La segunda, por su parte, indica el cuerpo hueco y la base de resonancia que produce, significa la guerra en su totalidad y expresa la manera en la cual el desenlace perdura en nosotros. Dice: el vencedor se queda con la guerra, al vencido le es sustraída; dice: el victorioso la hace suya, la convierte en su propiedad, el derrotado no la posee más, debe vivir sin ella. Y esto no sólo es cierto con respecto a la guerra a secas y en general sino también con respecto a cada una de sus mínimas vicisitudes, sus maniobras de ajedrez más sutiles, su más remota acción. De acuerdo con los usos del lenguaje, ganar o perder una guerra alcanza tales profundidades en el tejido de nuestro ser que por ello nos enriquecemos o empobrecemos de por vida en pintura, imágenes y descubrimientos. La dimensión de la pérdida se hacen patentes al recordar que fuimos derrotados en una de las guerras más grandes de la historia universal y en la que por añadidura estaba involucrada toda la esencia material y espiritual del pueblo”.

¿Por qué este fragmento? Pues, llegan a mi memoria los dichos de Sebastián Piñera durante el 2019, cuando mencionó en medio de las manifestaciones “Estamos en guerra”, Por eso el título de este escrito, en honor a esa frase que prontamente se difundió en todo el país, considero que ahora, la guerra es real, una triste guerra contra el pueblo. Claro, aunque esto fue rápidamente aclarado, la aclaración no hacía más que reforzar la verdad tras estas palabras, esa guerra que se mencionaba, tenía un campo de batalla definido, el campo de batalla de esa guerra que el presidente declaraba, somos todos y cada uno de los chilenos que exigimos un cambio, en este sentido, la guerra persiste, porque los chilenos seguimos clamando por justicia, por dignidad, por mejora.

Los chilenos creemos que no es bueno que en nuestra época nuestra gente siga muriendo de hambre, durmiendo en las calles o simplemente suicidándose porque no tienen comida para el día siguiente, porque no hay esperanza, porque los sueños se acabaron. La guerra que el presidente declaró a su pueblo no fue un mero arrebato lingüístico, fue una explicación de la realidad, del escenario en el cual Chile desde hace muchos años se mantiene. Una guerra en la cual los perdedores por más de 30 años son los pobres.

Dejando atrás las manifestaciones y dilemas que se vuelven vigentes, es necesario mencionar un dilema nuevo, el cual ha sido foco de atención nacional en los últimos días: las AFP. Hay opiniones antagónicas frente a este proceso que se está desencadenando, hay reacciones por parte de los ministros, autoridades y líderes de grupos humanos que no hacen más que servir de material predestinado a quedar en la basura o servir como chistes y burlar.

Pero, también hay posiciones que merecen aplausos. Sin embargo, creo que quien nos trae una lúcida respuesta es el chileno Daniel Matamala (2020) quien afirma y nos recuerda: “El dinero de nuestros fondos de pensiones (nuestro dinero) es dueño de parte importante de las grandes empresas chilenas, elige directores en ellas y define su gobierno corporativo. Tiene voz y voto en qué proyectos priorizan, qué normas laborales o ambientales respetan, o cómo fiscalizan que la empresa no viole la ley. Todo ello, lo hacen sin preguntarle ni consultarle a usted. Parece increíble, pero es real. Nosotros (usted, yo y otros 10 millones de chilenos) somos los dueños de buena parte de megaempresas como Cencosud (16,55%), Colbún (17,63%), Endesa (15,33%), Enersis (12,69%) o CMPC (11,58%)”.

Del fragmento anterior, lo increíble es el poder que la mayoría de los chilenos que cotizan -trabajadores- tienen y no son conscientes de poseer. Otro dato importante es que estos dineros -que corresponden a los chilenos- incluso son utilizados para el apoyo de campañas políticas, la pregunta que cabe preguntarse es ¿los chilenos son consultados por las AFP respecto de los movimientos que se realizarán con SUS ahorros? La respuesta es un No rotundo. Los magnates de estas “empresas” no hacen más que enriquecerse y acumular aún más riquezas, realizar negocios sucios, colisiones, engaños y estafas a nosotros mismos, quienes en el fondo somos quienes construimos sus riquezas con nuestro esfuerzo diario.

Todo proceso histórico, independiente de cuál sea, es algo progresivo, tiene niveles, etapas, como quiera llamársele, sin duda alguna, esta pandemia como proceso histórico, ha significado trastocar diferentes escenarios, y eliminar lo que conocíamos por “Realidad”, ahora estamos en un proceso progresivo, lento y desgarrador en el cual nos encontramos todos en la misma dirección, construir nuestra nueva realidad, construir nuestro porvenir. Construir en última instancia un nuevo modelo político y social. El refrán popular al que todos nos aferramos en nuestros días es sin duda: “Después de la tormenta sale el sol”.

Si bien, esta pandemia está cargada de deshumanización, también es necesario poner énfasis en la solidaridad espontánea que en nuestro país surgió, Albert Camus afirmaba que “Existe una solidaridad de todos los hombres en el error y en el extravío”, siguiendo esta dirección en la cual reflexionaba el autor, y tras la ineficiencia del gobierno -que se ha intentado resumir en las líneas anteriores- la población optó por actuar, siendo su actuar mucho más humano que el que los líderes políticos hicieron desde que el Covid tocó las tierras chilenas. Por ejemplo, frente al hambre, los vecinos de diferentes poblaciones -pese a su extrema pobreza- ayudaron a quienes tenían menos, los pobres en ayuda de los más pobres ¿no es esto un espectáculo conmovedor y esperanzador respecto de la humanidad que hay en situaciones de crisis?

Incluso, las rivalidades que en muchos casos se vivían en ciertos lugares quedaron de lado, ya no importaba si el vecino era de un partido político u otro, si pertenecía a un equipo de fútbol u otro, solo importaba ayudar. En suma, el pueblo ayudando al pueblo. La unidad que nos caracterizó desde el 18 de octubre del 2019, es decir, esa extrema solidaridad, compañía, protección que nos dimos en las calles en medio de las manifestaciones, hoy en medio de la pandemia persiste. En este sentido, pese a la adversidad, seguimos acompañados, no estamos solos, seguimos luchando juntos. Estamos dejando todo en el presente, para que, en el porvenir, no falten nuestros compañeros.

REFERENCIAS:

Matamala, D (2020) AFP: El poder impotente. Publicado en Nuestra Republica. Recuperado en: https://nuestrarepublica.org/2020/07/15/afp-el-poder-impotente/

Walter Benjamin (1998) Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Iluminaciones IV. Editorial Taurus (2001)

Albert Camus (2013) Breviario de la dignidad humana. Plataforma Editorial. Barcelona

Por último, se recomienda revisar “El programa de las Naciones Unidas Para el Desarrollo (PNUD)”.

Autora: Nicol A. Barria-Asenjo. Correo de contacto: nicol.barriaasenjo99@gmail.com

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