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Algunos aportes de la educación ético-social al proyecto de la nueva constitución chilena. Por Juan Pablo Espinosa

1. Las etapas del proceso constituyente

En primer lugar, presentaremos brevemente las etapas del proceso constituyente en vistas a la formulación de una nueva carta fundamental para Chile . El 2015 se creó el Consejo Ciudadano de Observadores, el cual tendrá como objetivo central garantizar la transparencia de los diálogos ciudadanos. Luego, un proceso de educación cívica en donde se entregarán herramientas epistemológicas a los ciudadanos por medio de las cuales podrán conocer los elementos básicos de un proceso constituyente. En tercer lugar, la etapa de la concreción de los diálogos ciudadanos en tres instancias: cabildo comunal, provincial y regional. La idea es que todos y todas puedan exponer sus ideas, preocupaciones, sueños, temores y esperanzas frente a lo que será la nueva Constitución. Una vez reunidas todas las mociones e ideas ciudadanas, se escribirán las Bases ciudadanas las cuales serán entregadas a la presidencia. Desde estas bases se comenzará la formulación de la nueva Constitución. Una vez presentado el proyecto, éste pasará a la discusión en el Congreso, en el cual se creará una comisión especial para la aprobación, la cual irá acompañada de una Asamblea constituyente elegida específicamente para la discusión final antes del plebiscito. Esto último será la instancia final, en donde toda la ciudadanía será llamada a votar el proyecto de la Nueva Constitución.

2. Los cabildos ciudadanos como instancia de diálogo ético-político

El diálogo constituye el inicio de toda vida personal y comunitaria. Es más, la reflexión antropológica y filosófica ha reconocido que las dos grandes dimensiones de la persona humana son por una parte la irrepetibilidad, es decir, somos por naturaleza únicos y por ende esencialmente diferentes, y por otra parte que somos seres radicalmente abiertos al encuentro y a la comunicación. Aristóteles había definido así al hombre como el animal del lenguaje.

En la experiencia del lenguaje y del encuentro dialógico, reconocemos la presencia del otro como instancia y como lugar del desarrollo de las capacidades propias en vistas al encuentro que se establece en la comunidad humana. A propósito de esto, Salvat reconoce que una de las principales tareas de la educación ética es la estimulación del otro para que éste, y desde sus experiencias personales y sociales, pueda lograr la creación de condiciones de vida aptas para todos. Por ello dice que

“cuando hablamos de estimular e impulsar al otro a pensar éticamente por sí mismo, estamos claramente haciendo una apuesta por la autonomía de cada cual, confiando en su capacidad intelectiva, en su sensibilidad y en su sentimiento como para aprender la complejidad a la que se ven enfrentados hoy en día los dilemas éticos en el terreno de la vida ciudadana teniendo en cuenta el desarrollo de la capacidad de ponerse en el lugar del otro” (Salvat, 2012, pp.126-127).

Es interesante lo que el autor nos propone, sobre todo en relación a la valoración de la experiencia como fuente de explicitación de la ética y de la participación cívica. Dicho rescate experiencial, ocurre en clave de la mayéutica socrática, es decir, cómo a través del diálogo ciudadano, en medio de la polis (barrios, sedes sociales y deportivas, comunidades cristianas, instancias mayores de decisión política, etc), se pueden rescatar las ideas incoadas al interior de la personalidad del ciudadano. En este sentido, se afirma que siempre estamos referidos a otros, que estamos constituidos por ellos y que con otros podemos imaginar el desarrollo local, regional y nacional, como es el caso del proceso constituyente. En la capacidad de la empatía (ponerse en el lugar del otro), y nosotros añadimos de la compasión (padecer con el otro), se logra justamente la buena vida ciudadana. Ella es el lugar por excelencia de la realización de la ética desde las preguntas fundamentales de la persona: ¿quién soy? ¿qué debo hacer? ¿qué sentido tiene la vida?, las cuales a su vez están referidas a los niveles genéricos de la conciencia, estos son: la conciencia de sí mismo, del bien y el mal y finalmente la conciencia de la realidad. La triple coordenada existencial de la persona humana, vida, muerte y convivencia, tienen realización en medio de las agrupaciones de base y de las experiencias de asociatividad. Una de ellas es y serán los cabildos comunales, provinciales y regionales. Ellos ponen acentos en la posibilidad que personas mayores de 14 años puedan repensar e imaginar comunitariamente el futuro de la nación. En los cabildos se pensará lo ciudadano desde la experiencia ética, filosófica, antropológica, religiosa, sexual o cultural.

En los cabildos, y en cualquier otra instancia de diálogo y encuentro, no se pensará éticamente por los otros, sino que se propondrá, en lo posible, un empoderamiento en vistas a pensar éticamente por nosotros mismos. La entrega de herramientas, de categorías y el compartir experiencias, provocará el surgimiento de un nuevo relato que será pensado reflexiva y críticamente desde uno mismo y en referencia y coordinación directa con los otros. No podemos concebirnos como alguien sin el otro. Es más, los dilemas éticos que se propondrán como fundamento de la nueva Constitución, surgen necesariamente del encuentro experiencial con los demás.

En la recuperación de la alteridad y del ethos cultural, del rescate de la identidad individual y de aquella que nos define como nación, lo que podríamos llamar la idiosincrasia, el terreno cultural y el capital que nos constituye, estaremos siendo partícipes del relato nacional. Claudia Concha, a propósito del desarrollo regional del Maule, sostiene: “construir un nuevo relato integrador para el Maule parece ser indispensable. Para ello que requiere incorporar las voces que tradicionalmente han estado más excluidas de la conversación regional, lo que implica a su vez, dar legitimidad a los relatos que expresan sentimientos de pérdida, de retroceso, de impotencia, de injusticia” (Concha, 2010, p.100). En los cabildos, como imagen paradigmática de la organización en el proceso constituyente, se espera que las voces que históricamente estuvieron excluidas de la conversación regional, puedan aunar criterios que signifiquen el establecimiento de los principios rectores de la carta fundamental de la nación. Entre dichas voces, se rescata la de la infancia y de la juventud. Será lo que veremos a continuación.

3. Recuperación ciudadana de la voz infantil y juvenil

La reflexión social, política o cultural sobre la infancia y la juventud, ha ido creciendo en los últimos decenios, aunque autores como Salazar (2002) reconocen que estos actores sociales han sido históricamente dejados de lado en la conversación país. El mismo Salazar los comprende como actores emergentes, en contraposición a un imaginario históricamente mantenido de que la formación de los sujetos sociales y de los actores del devenir histórico ha sido una tarea del mundo adulto. Así nos dice el historiador que “los niños y los jóvenes no figuran, normalmente en las páginas de la Historia. Pero son lectores, escuchas y memorizadores de la misma” (Salazar, 2002, p.9). Es por ello interesante que los cabildos ciudadanos involucren a niños/adolescentes de 14 años. Hay en cierto sentido una ruptura epistemológica que involucra la audición social de la voz silenciada de los niños, adolescentes y jóvenes. Hay una reinversión del orden sociopolítico.

En esta recuperación del relato infantil y juvenil, la familia juega un rol de importancia, sobre todo en cuanto a la educación de los hijos para la participación, del pensar y actuar juntos, como una exigencia fundamental al querer crecer como personas. Germán del Río (2002) sostiene: “participar significa, entre otras cosas, compartir ideas, valores, bienes, éxitos, fracasos, momentos de pena y de tristeza. También, tomar parte en un mismo quehacer, caminar y actuar juntos, en los momentos fáciles y difíciles de la vida” (p.65).

En este sentido, una de las cosas interesantes de los niños, de lo que podríamos llamar el acontecimiento fundacional de la infancia, es el juego, visto como encuentro y organización libre. Gracias al juego, los niños involucran a los desconocidos los cuales y al momento de entrar en la dinámica de lo lúdico, pasan a formar parte de sus propios horizontes de vida. Por medio del juego se van creando las primeras instancias de agrupación y de sentido comunitario, de los roles que cumplen funciones al interior de la imaginación y de la creación de condiciones de convivencia iguales para todos. En este sentido, los niños están libres de cualquier contaminación ideológica. Es así como se crea y recrea un nuevo relato infantil.

Por su parte en los jóvenes reconocemos la presencia de un determinado capital social. Por este concepto, entenderemos la presencia de una juventud eminentemente ciudadana. Pensemos por ejemplo en todo el movimiento estudiantil del 2006 y posteriormente del secundario y universitario del 2011. Los jóvenes enseñaron que las leyes no daban para más, que se hacía necesario un cambio estructural, en otras palabras, comenzaron a fraguar un nuevo relato social, político, cultural. Ellos irrumpieron las bases de una educación desgastada proponiendo un nuevo paradigma. Comenta Manuel Jofré (2013): “en el actual movimiento social sobre la educación está el anhelo de democratizar, liberar y construir. La educación chilena - ¡qué paradoja!- ha sido verdaderamente exitosa en cuanto ha producido sujetos críticos y alternativos que ahora abren el futuro (...) Por fin una verdadera democracia, sin apellidos” (p.15).

El logro del desbaratamiento del viejo paradigma y la instauración de la semilla de la nueva comprensión de hombre, mundo, sociedad, instituciones, nace desde la apropiación juvenil no sólo de la biografía individual, sino que también de la historia y del presente de la sociedad y de la época que les corresponde vivir. En medio de este cambio epocal, la globalización y el uso de las nuevas plataformas y de las redes sociales, han contribuido fuertemente a la ruptura epistémica y social de la homogeneidad de culturas y a los roles que en ellas se cumplen. El mismo concepto de ciudadanía ha evidenciado una evolución, ya no sólo es ciudadano el que vota en las urnas, sino que es ciudadano el que se organiza, que lucha por las demandas consideradas justas, el que busca el fortalecimiento de la representatividad de los nuevos líderes sociales. Los jóvenes se constituyen así en verdaderos actores sociales, en depósitos y constructores del capital social.

REFERENCIAS

Concha, C (2000). Identidad e identidades en el Maule. Claves para imaginar el desarrollo regional. Talca: Santal.

Del Río Andrés, G (2002). Reflexiones sobre familia y educación. Talca: Gutenberg.

Jofré, M (2013). Silencio. Nace una semilla. La movilización estudiantil. Santiago de Chile: Mago editores.

Salazar, G y Pinto, J (2002). Historia contemporánea de Chile V: Niñez y juventud. Chile: LOM.

Salvat, P. (2012). Notas sobre el ejercicio pedagógico para la génesis de una conciencia crítica respecto a la ética social. De vuelta sobre una práctica. En Responsabilidad Ética y Social de las Universidades Católicas(123-138). Talca: Gutenberg.

Juan Pablo Espinosa Arce

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