Existe una conexión indivisible entre los cuidados y la vida. La vulnerabilidad y la interdependencia son rasgos basales de la existencia humana. El cuidado es una dimensión social y política fundamental, aunque siga siendo invisibilizado, feminizado y privatizado. Como señala Joan Tronto, los cuidados son un proceso social complejo. La pandemia evidenció su condición de derecho humano y su necesaria democratización. Históricamente asignado a las mujeres, este trabajo ha sido relegado por la división sexual del trabajo y estructuras patriarcales. La sostenibilidad de la vida ha sido desplazada mientras el sistema productivo prioriza la acumulación. El sostenimiento del bienestar físico, emocional y reproductivo recae sin remuneración sobre los cuerpos de las mujeres.
¿Qué problema interesa nombrar entre cuidados, violencia patriarcal y Estado? ¿Qué es lo invisible? ¿A quiénes afecta y qué soluciones existen? Estas preguntas orientaron una investigación doctoral pionera en Chile y la región, que analizó la división sexual de los cuidados, las relaciones de poder y la vida de mujeres cuidadoras, identificándolas como sujetas políticas. Esta columna surge desde una certeza del trabajo de campo: cuidar es trabajar y también es luchar. En Chile, muchas de esas luchas invisibles tienen nombre de mujer. No es solo un problema familiar, es estructural, profundamente político, que interpela al Estado y al modelo social.
La investigación abordó la historia de vida de dos cuidadoras no remuneradas de personas con dependencia severa, activistas y fundadoras del Colectivo Ciudadanas Cuidando, y una muestra de 112 cuidadoras. Ellas no solo cuidan: denuncian, se organizan, resisten y cuestionan un modelo que delega el cuidado sin garantías.
“Antes que se nos vaya la vida cuidando” es su proclama y título de la investigación, nutrida por voces de mujeres que participan del primer programa comunitario de cuidados en Chile.
Desde una perspectiva feminista interseccional propongo el concepto de violencia Cuidadana: violencia institucional, estructural y simbólica del Estado hacia quienes cuidan sin apoyo. Esta forma de violencia, naturalizada bajo el amor familiar, emerge de la división sexual de los cuidados y la ausencia de políticas que reconozcan este trabajo. Se expresa en la falta de acceso a salud, descanso, participación y protección. Esta omisión estatal perpetúa desigualdades y contraviene compromisos como la Convención de Belém do Pará.
Una cifra brutal sintetiza esta realidad: 163 horas semanales de cuidado. Las cuidadoras relatan agotamiento, pérdida de proyectos, aislamiento y deterioro integral de su salud. Esta esclavitud del cuidado son jornadas sin descanso, sin sueldo ni previsión social. Cuidan 24/7. Más del 80% son mujeres, dedican 8 años a este trabajo no remunerado en promedio. La mayoría son jefas de hogar y viven solas con la persona cuidada; separadas, viudas o solteras, madres (55%) o hijas (20%) de personas con dependencia severa (86% discapacidad física, 54,1% mental o psíquica), revelando la lógica familista y feminización del cuidado. Un 43% se dedica exclusivamente al cuidado, con escasas oportunidades laborales y solo 11,2% tiene empleo remunerado. El 56% desconoce o no tiene acceso a su calificación en el Registro Social de Hogares. La falta de reconocimiento económico incide directamente en su autonomía financiera. Muchas abandonan empleos o trabajan informalmente, expuestas a la precariedad y a una vejez insegura. Esta falta de autonomía económica las hace más vulnerables a otras formas de violencia. El 47,1% siente pérdida de control de su vida; el 83,8% percibe deterioro de salud; 96,5% no tiene tiempo personal. El 61,5% se agobia por compatibilizar trabajo y cuidado, y un 65,5% sintió tensión cerca de la persona cuidada.
Estas cifras revelan una carga emocional profunda, vidas puestas en pausa y trayectorias marcadas por una herencia histórica: muchas fueron hijas, nietas y bisnietas de mujeres que también cuidaron. Esta dimensión transgeneracional perpetúa la división sexual del cuidado, asignando a las mujeres un rol continuo de sostén afectivo, material y social. Una cadena invisible que naturaliza y feminiza el cuidado como mandato. La Cuestión de los Cuidados es política. La histórica asignación del cuidado a mujeres, sostenida por un orden patriarcal, romantiza su explotación. La omisión del Estado —el DesCuido— invisibiliza este trabajo y lo deja fuera del marco laboral, profundizando feminización de la pobreza.
Ciudadanas Cuidando teje redes de resistencia y exige el Derecho a Elegir Cuidar o No, el Derecho a la Eutanasia, y la construcción de una Cuidadanía: propuesta que reconoce a las cuidadoras como sujetas de derechos, con acceso a protección social, recursos y participación en las políticas. La Cuidadanía propone políticas situadas, feministas y territoriales, con permisos, transferencias, servicios de apoyo y un sistema plurinacional e integral de cuidados. Como señala Lorena Cabnal, cuidar es disputa política sobre cuerpos y territorios. Reconocerlo es afirmar la dignidad y resistencia de quienes sostienen la vida. Esta lucha exige al Estado entender que cuidar no es solo un acto de amor, sino trabajo colectivo.
“Antes que se nos vaya la vida cuidando” es un llamado a la acción. Porque Cuidar es Trabajar y también es Luchar.
Vesna Madariaga Gjordan es socióloga. Doctora en Procesos Sociales y Políticos de América Latina. Madariaga Gjordan, Vesna. 2024.
“Antes que se nos vaya la vida cuidando”: División sexual de los cuidados, violencia cuidadana en cuidadoras de personas con dependencia severa y cuidadanía para la red de la vida (Tesis doctoral). UARCIS, Chile. www.linkedin.com/in/vesna-madariaga-gjordan