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Antigua, vida mia. Por Alicia Gariazzo

Visité Guatemala por razones de trabajo en el año 2000. Estando allí, el Procurador de Derechos Humanos del país quiso entregar al Congreso Pleno su Informe Anual, pero no fue recibido. Al día siguiente fue amenazado de muerte. Años antes me había relacionado con un centro de investigaciones del campesinado y a los pocos días de asistir a una reunión con uno de sus equipos de estudio, la Directora de la institución fue asesinada en la noche en la puerta de sus instalaciones. Le rebanaron la garganta, dejándola desangrarse hasta morir. Un dirigente indígena en esa época me comentó: la clase dominante dice que tenemos que solucionar el problema indígena, pero su solución es matarnos y somos el 70% de la población.

Ahora al visitar Antigua en 2015 pude notar algunos cambios. Familias enteras protestaban sin temor frente al Palacio de Gobierno pidiendo la renuncia del actual Presidente de la República. Hay un clamor generalizado que se observa en todos los medios contra la corrupción y ya no solo se reclama por la vergüenza moral que ella implica, sino porque “se están llevando el erario nacional y no queda ni un peso para hacer frente a las necesidades de la población”. Se comenta que la ciudadanía quiere suspender las próximas elecciones, pero mientras tanto proliferan los carteles con diversos candidatos a la Presidencia, como la hija del Presidente cuestionado Ríos Montt, Zuri Ríos. Erizaba la piel ver un cartel enorme del Partido LIDER que proclamaba: “apoyamos al partido que aplicará la pena de muerte”. En la televisión se destacaba una gran cantidad de programas religiosos, comentarios de todo tipo contra la corrupción y un político tradicional se reía de la reforma agraria diciendo que si la tierra de Guatemala se dividiera entre los 14 millones de habitantes, a cada uno le tocaría menos que la tierra para un macetero.

Poco queda del entusiasmo que produjeron los Acuerdos de una Paz Firme y Duradera establecidos en 1996. Con ellos, supuestamente, terminó la guerra, y los empresarios más dinámicos harían un gran esfuerzo innovador, especialmente en la manufactura, la agroindustria y el turismo.

Guatemala, como el resto de la región centroamericana, aspiraba en esa época a formar una región exportadora sana, apoyada en un marco de estabilidad macroeconómica y política. Para esto último era fundamental el diálogo, la lucha contra la exclusión y el establecimiento de claras reglas de juego. Pero, en el año 2000, el Informe de Desarrollo Humano del PNUD fue dedicado íntegramente a la exclusión y a las violaciones de los derechos humanos en Guatemala. Nada había cambiado entre 1996 y 2000.

Tampoco los esfuerzos de modernización y desarrollo impulsados por la empresa privada fueron seguidos por el Estado quien debía asumir complementariamente las tareas y funciones de su competencia, tales como la alfabetización, la educación básica, en verdad, todo el ciclo educativo. El Estado no creó el marco de estabilidad macroeconómica, con el que se había comprometido. Más aún, ha contribuido a la inestabilidad macroeconómica, puesto que las grandes mayorías lo critican porque todos los gobernantes de turno se roban los recursos públicos, es decir la corrupción es causa de déficit fiscal, lo que nos muestra la magnitud de la extracción de recursos.

Tampoco se ha logrado, hasta el día de hoy, certeza jurídica sobre la propiedad de la tierra, imprescindible para hacer un uso moderno de este mercado, ni existe vigencia efectiva de los derechos de propiedad. Esto es grave si pensamos en las enormes potencialidades de la agricultura guatemalteca que, por lo demás, constituyen su única fuente de recursos para la exportación dado que su manufactura textil ya no puede competir con el mercado chino.

También continúa la deuda estatal en la formación de recursos humanos.

En cuanto al turismo, es muy difícil impulsarlo en forma masiva cuando todo el mundo habla de la inseguridad que existe en el país. Junto a Honduras y El Salvador, Guatemala se ha incorporado también al fenómeno de las “maras”, que son pandillas juveniles, formadas en los EEUU, que asaltan, matan, secuestran y cobran peaje en barrios a habitantes y comerciantes. Desde que se llega al aeropuerto la gente comienza a aconsejar no tomar cualquier taxi, no salir sola del área protegida, etc.

El paisaje del país es impresionante, la artesanía indígena bella y profunda, pero no hay un impulso serio al turismo, ni tampoco a la exportación de dicha artesanía. No hay una valoración artística efectiva de esta por el desprecio al indígena. La clase media guatemalteca no usa ropa artesanal y trata de parecer lo más blanca posible a todos los niveles. Incluso en lugares públicos, familias de clase media claramente mestizas hablan en inglés entre sí. Su norte es Estados Unidos, donde estudian los hijos de los más adinerados y donde aspiran vivir.

Los sectores más progresistas se acercan a ayudar a los campesinos, quizás con un idealismo que no tiene en cuenta la gravedad y profundidad del neoliberalismo, pero si son de clase media, también viven aislados y muy concentrados familiarmente en barrios apartados.

De estas vidas de ghetto no se habla en los medios, solo predominan las conversaciones sobre la corrupción y acusaciones mutuas de los fraudes, como actualmente ocurre en Chile. Ello oculta, en alguna medida, indicadores aterradores como el de la desnutrición infantil, que ha aumentado y que el presente gobierno había prometido disminuir en un 10%. También ha aumentado la mortalidad materna. Anualmente, más de 15 mil niños emigran solos sin sus padres, preferentemente a los EEUU, donde rápidamente se integrarán a las pandillas donde se entrenan las maras.

Hay otros indicadores que grafican aún más la miseria, pobreza y ausencia de futuro de un lugar que fue uno de los primeros que vio el conquistador español. Esos que venían a civilizarnos. Mi viaje fue triste, Antigua Vida Mía.

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