Miro y miro la imagen de Antonio Aguirre, "Gonzalo", montando lo que parece ser una MG-42. No recuerdo cuando vi esas fotos por primera vez, en tiempos en que yo era un niño, pero desde ese indeterminado instante se me colaron por los ojos e inundaron mi memoria. Esas fotografías parecen la congelada escena de un drama: un hombre dispuesto a presentar combate pero vestido con un "beatle" blanco; demasiado fácil para un francotirador enemigo. Algo así como una tenue ingenuidad en medio de una tremenda voluntad. Es como si vieras una tromba marina que avanza hacia ti pero porfiadamente te anclas solitario en altamar y no te mueves. Como un tornado de metralla y muerte que se acerca a la coordenada que marcó la rosa de los vientos pero no te escapas ni te escondes pues sabes que es el momento definitivo.
Ese "beatle" blanco es demasiado tentador para el proyectil que girando sobre sí mismo, toma velocidad y venciendo la gravedad te da en el hombro. Y no te mueves. Seguro que sabías "Gonzalo" que para esos combates la ropa debe ser oscura, quizá lo estabas pensando cuando otro tiro te da en la pierna. Y no te mueves.
La MG-42 necesita 3 "servidores" al menos aunque en las fotos estás aparentemente solo. Se te ve preparando las cintas para conseguir una buena "cadencia de tiro”, lo mejor de la "Spandau’, lo que la hizo tristemente célebre y con la que te preparas para defender al gobierno constitucional y al Presidente Allende. Pero no estamos para el fetichismo de las armas.
Eres peligroso "Gonzalo" con esa arma entre tus manos y a la vez blanco fácil con esa ropa tan poco apta para el combate. Pero tampoco estamos para críticas estéticas, menos para ser Generales después de la batalla. Apenas estamos para comprobar cómo nos acorralan los detalles. Y así, otras 6 veces entran proyectiles en tu cuerpo.
El 2 de octubre se pierde tu rastro. Te sacan de un hospital. Te llevan porque las bestias quieren terminar la tarea inconclusa del tirador enemigo, mas sabemos que ni en la peor de las guerras se sacan prisioneros heridos de los hospitales, aunque a esas alturas en Chile no se respeta nada.
Nadie sabe dónde estás ahora, nadie registró donde marcó tu coordenada la arremolinada rosa de los vientos. Solo tenemos estas fotos. Quizá a mí no me hubiera dado la valentía para estar contigo ese día en ese balcón para ayudarte. Tal vez es una pregunta inconducente. Todos los que hemos sentido el terror erosionando la voluntad, sabemos que hay un extraño umbral que inexplicablemente se sortea y se salta, como si alguien te diera un sorbo de aguardiente con pólvora cuando estás a punto de derrumbarte. Puede que hayas sentido eso la mañana de ese martes de horror.
¿Dónde estarás "Gonzalo", en qué lugar del mar o de la piel de la tierra habría que buscarte? De Curanilahue a La Moneda, ¿cuántos pasos caminaste? ¿Cuántas reuniones en San Miguel, en el Regional Ho Chi Minh? ¿Cuántas caminatas por esas mismas calles que años después tuvimos que recorrer pacientes y cuidadosos, los que en tu nombre volvíamos a reunirnos, con esa sensación de nuestra boca seca de tanto dolor y silencio?
Yo he pensado mucho en ti “Gonzalo”, incluso recorté tu fotografía para portarla en mis propios momentos que pudieron ser definitivos. En esos instantes estás ahí, no hay gravedad; no hay pasado ni futuro. Flotas, levitas, te mueves como si estuvieras suspendido ¿Sentiste lo mismo o algo parecido? Solamente el aire enrarecido te intoxica; el humo gris y brillante del fulminante de los propios tiros inunda las fosas nasales. No sé si son minutos o segundos, mas ahogado y todo, te paras sobre tu propio final porque sabes que tienes el deber de defenderte. No hay nada y todo a la vez, como un juego de contrarios que impulsa la dignidad de una vida que no se deja avasallar aunque parezca que por unos segundos no se mueve y no respira.
Y ahí sigues en las imágenes “Gonzalo”, en ese balcón de La Moneda. Imagino al fotógrafo conteniendo la respiración segundos antes de apretar el obturador. Y no te mueves, como si quisieras decirnos que esa es la forma que elegiste para quedarte para siempre en el fulgor incandescente de la historia.