1. Chile no se había derechizado. Efectivamente, votó mayoritariamente en contra de una propuesta constitucional avanzada en septiembre de 2022 y lo hizo después por consejeros constitucionales de extrema derecha en mayo de 2023. Sin embargo, el texto constitucional de signo ultraliberal propuesto por ese Consejo, que algunas personalidades de la derecha se apuraban a celebrar como un paso adelante en la dirección ya establecida por la Constitución del 80, fue ampliamente rechazada. Es un hecho que la derecha ultraliberal, comandada por el Partido Republicano, no logró movilizar a la mayor parte de la sociedad hacia su propuesta.
2. Los comportamientos electorales de 2022 y 2023 parecen mostrar la primacía de un voto conservador en el sentido más llano del término. Ese voto anticambio permite que tras dos intentos se cierre el ciclo constituyente sin transformaciones. De esa suerte, si bien el voto de 2023 no puede interpretarse como una adhesión a ella, la Constitución de 1980, aprobada de forma fraudulenta bajo la dictadura de Pinochet, y reformada bajo el gobierno verticalista de Ricardo Lagos en 2005, quedó instalada como “la medida de lo posible” (ahora sí) de la política chilena.
Pero a lo anterior hay que agregar un gran “por ahora”. Nadie debería sentirse tentado a proclamar algo parecido al fin de la historia. Las tentativas ultraliberales, siendo efectivamente eso, no han rebasado aun el nivel de la propaganda, de manera que a decir verdad, de anarcocapitalistas o paleolibertarios hemos tenido aun muy poco. Por ahora, la apuesta real de los republicanos y el Partido de la Gente ha ido en dirección a ingresar al espacio tradicional de la política formal, subordinar a la derecha tradicional y lograr la primacía en su interior. En ese sentido, la democracia neoliberal que tanto satisface a las opciones de “centro”, sigue proporcionando el espacio y las reglas de crecimiento a las nuevas derechas, que aun no abandonan a decir verdad los modos de la tradición conservadora nacional. De algún modo, por debajo de la utopía liberal se asoma la superioridad hacendal de una oligarquía a caballo. No son “libertarios” de verdad. Todavía está demasiado presente el fundo en su constitución genética. Pero eso puede cambiar, por cierto, especialmente si esquivan los costos de la derrota plebiscitaria, sus adversarios siguen sin enfrentarles y el sistema político continúa debilitándose. Lograron un importante 44% y han demostrado tener una determinación muy alta. El marco ideológico que los sostiene puede seguir avanzando hacia su maduración política e ideológica, de modo que les permita desprenderse de las ataduras que aun los vinculan con la derecha tradicional.
3. En lo inmediato, el voto En Contra indica los límites reales de la hegemonía. Constituye una derrota de la derecha ultraliberal en ascenso, un rechazo a su desaforada propuesta constitucional, pero establece al mismo tiempo la persistencia del orden neoliberal y la Constitución del 80. Y no podía ser de otro modo. El actual proceso constituyente estaba prediseñado sobre la base de la derrota de la Revuelta y el proceso de la Convención Constitucional. Ese es el punto en que quedan las cosas el 17 de diciembre. En el escenario posconstitucional, las estructuras establecidas tras el reflujo de 2020-2022 se mantienen y se consolidan. La conflictividad política queda confinada a los espacios de las clases dominantes, la organización y conflictividad social permanece en pausa, y la orientación ideológica liberal prevalece en la dirección de la sociedad. Cualquier esfuerzo político popular parte de ese lugar.
4. Esta fue una elección de individuos. No se desplegó prácticamente ningún espacio colectivo relevante, ningún movimiento social con llegada efectiva a la sociedad, salvo partidos desgastados y muchas veces fraccionados. No hubo brigadistas ni caravanas ni programas ni trasmisiones por redes sociales. No hubo actos de cierre de campaña ni discursos. Nada o casi nada. El páramo del plebiscito constitucional podía recorrerse en la misma soledad de las calles de la pandemia. Todo ello ocurría no solo a nivel de la propaganda electoral, sino especialmente en el campo de los movimientos sociales. La normalización que restableció la lógica neoliberal en la derrota de la Revuelta se ha extendido ya como una pesada alfombra sobre el país, ocultando muchas de sus miserias reales y exponiendo otras, más resplandecientes. En definitiva, esta elección aconteció en medio de los niveles más bajos de organización y movilización política de la sociedad chilena desde 1990.
5. Y como es propio de esa normalización neoliberal, en este proceso constituyente la voz pública quedó restringida al espacio de los medios. En ausencia de organizaciones y mediaciones colectivas sustantivas, el país se parecía a un hogar donde cada persona mira las pantallas en la soledad de su pieza. Una balacera, un ajuste de cuentas, un robo de motochorros, una detención ciudadana, un portonazo, un alunizaje, un turbazo o una encerrona, todos términos que se han adicionado rápidamente al repertorio lingüístico nacional con una considerable carga simbólica, puede gozar de un tiempo y una acuciosidad infinitamente mayor en el tratamiento de la televisión y la prensa, que las pérdidas en los fondos de pensiones ocurridas a todo lo largo de 2023, para mencionar dos tipos de malas noticias. Esa minuciosa atención a los métodos delictivos, que los disecciona con fruición de perito forense, contrasta con el notorio desconocimiento de los mecanismos con que las personas llanas empobrecen en la misma medida que enriquecen los propietarios de las grandes empresas.
En ese suelo de palabras sin retorno encontramos las huellas de un combate a ras de suelo, cuerpo a cuerpo, con un lenguaje de interpelaciones individuales, donde la construcción de las significaciones acontece sin mediaciones colectivas. Los medios hablan, los enfoques editoriales dominan y periodistas famosos escriben lúcidas columnas llenas de lugares comunes que mucha gente comparte, obviamente identificada con lo que, ahora sí, tiene la validez de las cosas dichas desde arriba. La recepción se modifica, se vuelve emocional. Ya no se lee con los ojos ni se escucha con los oídos, sino con en el estómago y el pecho. Dependiendo del tema, el éxito de las comunicaciones se mide en likes o en crisis de pánico. Callan los ciudadanos. Las contradicciones se fugan a lugares elevados, donde no hay calles. El habla se vuelve un privilegio de voceros y de algunos personajes parlanchines de buen rendimiento en la hipocresía de los debates televisivos. Unos pocos hablan. Casi nadie escucha.
Pero siempre atentos a los pesos simbólicos, los grandes referentes del poder se mantienen activos. Se filtran audios de un influyente estudio jurídico de la capital que revelan coimas a funcionarios públicos y la prensa le llama amablemente “caso filtraciones”. Días después detienen a un amplio conjunto de empresarios que se coludían para defraudar al Estado, por un monto total que establece un récord en la historia delictiva nacional, y buena parte del debate público se centra en la forma de nombrar a los culpables. El presidente del gremio empresarial de la producción y el comercio no demorará en defender que no se trata de “empresarios”, que no se les debe llamar de ese modo.
En medio de esas situaciones me pregunté si la continuidad semántica entre los significantes Rechazo (2022) y En Contra (2023) no se sobrepuso a la oposición entre las opciones políticas que allí se representaban, en alguna medida, en algunos sectores, en algunas mentalidades. Esa contradictoria ilación de Rechazo y En Contra, según me parece, no debería leerse como la llana ignorancia de los contenidos en pugna, sino como una opción nueva, diferente, como una especie de tercera opción que emerge de rechazar primero una propuesta con una orientación y luego al año siguiente otra con la contraria. ¿En qué puede consistir esa postura? Probablemente en una impostura, una farsa, un amague que proyecta la falsa imagen de una toma de posición en el sentido político tradicional, pero que moviliza en realidad un distanciamiento, un gesto crítico a esa política racional, programática y coherente, que ante la gente común no ha hecho más que revelar su incoherencia, su vacuidad y su frívola indiferencia. Probablemente –de nuevo, solo probablemente– se trata de una actitud que no contiene una racionalidad política ni una densidad programática, y que sin embargo constituye una práctica cargada de sentido, que hay que intentar desentrañar seriamente. Probablemente no se trata de una forma de desafección, sino todo lo contrario.
Recordé una entevista a DJ Lizz, la creadora del Neoperreo, “un Reggaeton deconstruido”, que se define como “hija de Internet. Todo lo que sé, lo aprendí de ahí. Mi familia no me enseñó nada, aunque hicieron lo que pudieron” . Puestos a escuchar, esta es una voz que vale pena oír. DJ Lizz afirma que en las generaciones actuales hay una importante tendencia a salir de los contextos más duros, donde hay balazos en las noches, donde el papá le pega a la mamá y un tío es traficante y el otro está preso. Una cosa, afirma, “que no tiene que ver con el capitalismo” sino con una satisfacción personal que se satisface en el consumo, que se logra con la posibilidad de “vestir así, ficha, de Gucci, de Calvin Klein”. Es una forma de “salir adelante”. “Yo miro las cosas que he comprado y me llena de orgullo; y cuando las uso me siento feliz porque me recuerdan que me saqué la concha de tu madre para llegar hasta acá” afirma con una claridad que no deja espacio a falsos pudores. “Poder salir adelante tiene que ver con algo íntimo, superar el miedo a no tener dinero, ayudar a tu familia y romper con esas generaciones interminables de pobreza, en donde obviamente no hay ninguna oportunidad.”
Para su generación, sostiene, “el sueño colectivo” se juega en el espacio de la familia y los amigos. Pero como no hay opciones de desarrollar la inteligencia a través de conductos regulares y permitidos, se desarrolla, por ejemplo, en el tráfico de drogas, donde la astucia aconseja hacerlo mejor que los otros, “no voy a alumbrarme, no voy a consumir, voy a juntar la plata y me voy a comprar un auto y después voy a hacer otro negocio mejor, invertir en algo tranquilo, legal y así salir adelante’. Los chilenos no somos tontos, somos inteligentes.”
DJ Lizz cree que las cosas ya no van a cambiar. Ya estamos en el mundo post apocalíptico. El apocalipsis, de hecho, no es algo que está por venir. Ya aconteció. “Yo creo que muchos en mi generación lo ven así. No fue un hito concreto sino una serie de derrumbes que comenzaron en los 2000 y dejaron un mundo sin esperanza. Por eso la tasa de natalidad ha bajado un montón.[…] No hay oportunidades, no hay plata, el contexto se ve turbio.” ¿Cómo se vive en ese post apocalipsis? le preguntan los periodistas. “Lo peor que se puede hacer es aislar a las nuevas generaciones de la realidad, contesta. De repente veo niños que están desconectados porque los papás los tienen como en una burbuja… A esos niños los dejas en la calle solos y les roban todo en 5 minutos. […] Necesitamos gente ‘vía’, atenta, porque en el fin del mundo el más astuto va a sobrevivir. El hueón que sabe en quién confiar y en quién no. Yo siempre ando con la desconfianza. Quizá ustedes no viven en esa realidad, pero en la vida hay que andar atento. Siempre hay alguien que te va a querer cagar o te puede hacer daño. La realidad es turbia […] Creo que si la gente se planteara la posibilidad de que las cosas no van a mejorar, quizá también le iría un poco mejor, porque en esa situación tienes dos opciones: te echas a morir o luchas hasta el final.”
6. Una hipótesis entonces: cualquier propuesta de transformación social debe contener una traducibilidad inmediata, tanto en el sentido temporal como en el espacial. Transformación social concreta, aquí y ahora. Ni a nivel del Estado ni en el futuro. Presente y a ras de cotidianidad. La transformación social debe significar un cambio concreto en la vida vivida o no será más que parte del ruido ambiente. Por eso es primero práctica y luego discurso. Hoy el primer significado de la transformación social debe emerger de los hechos, luego se nombra. Esa es una lógica inversa al populismo progresista, abarrotado de líderes y consignas.
En una situación de disolución de las dinámicas colectivas, si se quiere lograr una articulación efectiva con segmentos sociales desorganizados y muchas veces distantes de las tradiciones organizativas de las izquierdas, las transformaciones deben ser explicadas y experimentadas tanto en los planos colectivos como en los individuales y familiares. La cuestión de los derechos, ni en su existencia jurídica abstracta ni en su dinámica comunicacional, representan hoy un movilizador efectivo. Ya no tienen credibilidad. Ya no atraen. En el mundo de las astucias individuales de los competidores, la evidencia brutal de los privilegios de un grupo reducido junto a la dinámica de la focalización neoliberal, han terminado por disolver el sentido de universalidad y justicia de los derechos.
Pero nada debe desecharse. Por el contrario, volver a la sustancia igualitaria y de justicia que está en el fondo de los derechos sociales exige superar los reductos institucionales y retornar a la cuestión de la transformación como acción permanente de los pueblos. La mirada estatista que reduce la justicia social a dinámicas institucionales y a la promulgación de derechos terminó por distorsionar el sentido de la soberanía popular que está presente en toda la primera etapa de la teoría revolucionaria. La primacía de los progresismos y sus noviazgos con la socialdemocracia fija la idea de que no hay otra justicia que la de los derechos jurídicamente establecidos y que no hay otra lucha política que la conduce al gobierno del Estado. Desaloja así el espacio de la lucha política de los pueblos y la confina al mundo de los partidos, borra las palabras comunes y codifica lo político con términos que designan acciones imposibles de realizar para cualquiera que se encuentre fuera del dominio técnico de la política legislativa. Frente al embate de la ultraderecha entonces, y en plena primacía del orden instituido por la Constitución del 80, ese progresismo termina defendiendo, como lo hacen hoy ministros frenteamplistas y comunistas, que “las instituciones funcionan”.
7. A decir verdad, sin embargo, las instituciones funcionan bastante mal, y eso es parte del contexto analítico del plebiscito, cuyo resultado indica una clara necesidad de acción. Hay al menos tres aspectos que dibujan dicha necesidad.
Primero, el voto En Contra implica una actitud que debe ser escuchada. No creo que se le pueda identificar sencillamente como resistencia u oposición a algo en específico, tampoco por cierto, creo que tenga alguna utilidad la idea utilizada con cada vez más ligereza de la desafección. Sabemos poco sobre las razones de ese voto, pero al menos está claro que constituye una negativa a responder a la convocatoria de la derecha ultraliberal, que viene a sumarse a la negativa previa a acoger la propuesta de la Convención Constitucional. En esa contradicción hay un espacio evidentemente impuro y peligroso, pero un espacio abierto.
En segundo lugar, este proceso constituyente aconteció tanto en medio del debilitamiento y fragmentación del campo de las derechas como de un reflujo político del oficialismo, que terminó refugiándose tras la figura de Bachelet. A ello se suma la debilidad de los movimientos sociales, que no funcionan ya como entidades movilizadoras.
Si el Rechazo a la propuesta emanada del primer proceso constituyente significa la derrota del proceso democrático de la Revuelta que le había dado origen; el triunfo de la opción En Contra en el segundo proceso implica la derrota de un proceso modelado en los marcos excluyentes del sistema político. En el primer caso estábamos en presencia de un manotazo contrarrevolucionario que tuvo una amplia capacidad de movilización electoral. En el segundo asistimos a una masiva expresión espontánea en contra del Consejo y su propuesta, como el producto más logrado de la vocación excluyente y antidemocrática del sistema político neoliberal. Se trata entonces también de un En Contra del sistema político.
En tercer lugar, el amplio campo de la institucionalidad llega al 17 de diciembre en medio de una sucesión de nuevos escándalos de corrupción, como el caso de las coimas que quedó expuesto con la filtración de audios; el caso Convenios que golpea en particular a RD, pero también al gobierno; el caso de acusación de fraude en las rendiciones electorales que golpea a Comunes; y diversos casos de corrupción en municipios de derecha (Algarrobo (UDI), Maipú (UDI), Vitacura (RN), entre los más sonados).
Buena parte de las más altas instituciones de la nación (Iglesia Católica, Fuerzas Armadas, Partidos Políticos, Gobierno, Empresariado, etc.) habían sido golpeadas en décadas anteriores por un conjunto de revelaciones sobre sus malas prácticas. Casos de corrupción, financiamiento ilegal de la política, abusos sexuales y encubrimiento, habían mancillado la piel de la democracia posdictatorial, que había perdido irremediablemente el aura de sus primeros años. Pero esos eran los viejos rostros de una política y una economía que se habían quedado sin relato. Se trataba de la “Transición” y de su agotamiento político y moral, es decir, un espacio diferente al que el Frente Amplio y los nuevos liderazgos comunistas vendrían a ocupar con la apariencia pura de sus trayectorias juveniles.
Será por eso, quizás, que las imágenes televisivas de dos dirigentes de RD, uno de ellos ex presidente de la FECH (2016-2017), caminando esposados de manos y pies hacia un vehículo de Gendarmería, golpearon de un modo especialmente fuerte. No es descaminado pensar que la rabia que empujó a la calle a millones de chilenas y chilenos en 2019 encontraba en parte su origen en la crisis de la ética institucional que cruzaba el país y que, en el reverso de aquello, en 2021 el voto por Gabriel Boric expresó la esperanza de una política mejor. De ahí lo grave de todo esto. Solo dos años después de esa movilización electoral encantada por la imagen juvenil de los nuevos liderazgos, sectores relevantes del Frente Amplio estrellaron la ambulancia. La imagen de jóvenes políticas y políticos dando explicaciones por líos de platas es tremendamente corrosiva y desesperanzadora.
Las tres cuestiones antes mencionadas entonces, la renuencia a apoyar el liderazgo ultraliberal, el debilitamiento del sistema político y un nuevo ciclo de descomposición de la institucionalidad, indican condiciones favorables para la acción de nuevas propuestas políticas. Pero no es una situación que deba leerse desde un sentido de oportunidad, como si se tratara de un atajo para el crecimiento de un referente. Eso conduciría a un error importante. Nos referimos a una necesidad apremiante. El actual es un momento en que se precisa de una orientación y una acción política seria, constructiva, o a decir verdad, reconstructiva, realmente convocante, capaz de escuchar y observar con la mente abierta y sin apresuramientos. Se requiere una nueva imaginación política y una voluntad organizativa desde abajo, y la disposición a construir sentidos sobre la situación actual y sus salidas posibles.
8. En términos analíticos, como se ve, no estamos en condiciones de establecer hipótesis muy claras. Los comportamientos políticos de una importante franja de la población se han vuelto imprevisibles en la misma medida en que el pensamiento crítico se ha alejado de los sectores populares que el orden neoliberal constituye en nuestro país. Hoy la actitud intelectual más sana es mantener la cabeza abierta, los ojos atentos y la atención dispersa.
9. Finalmente, unos pocos comentarios sobre las cifras:
• Llama la atención la semejanza de estos porcentajes con los del Plebiscito de 1988, en que se jugó el término de la dictadura de Pinochet, donde el Sí obtuvo un 44,01% y el No un 55,99%.
• Es de destacar la participación, que alcanzó un 84,48%.
• En cuanto a tramos etarios, según reporta DecideChile, los menores de 35 años han tenido una alta participación, 94% en el caso de las mujeres y 90% en hombres. En ambos casos, se trata de la más alta desde que se reinstaló el voto obligatorio en el plebiscito de salida de septiembre de 2022.
• Una mirada a las regiones arroja que el “A favor” triunfó solo en 3 de 16.
• En términos de género y rango etario, tenemos una amplia primacía de las mujeres en el En contra, con un mayor porcentaje que los hombres en todos los tramos etarios. Destaca en particular la alta votación de las mujeres menores de 34 años. También destaca que el tramo de 34 a 54 años, es decir, quienes nacieron entre 1969 y 1989, votaron mayoritariamente A Favor, con una importante mayoría en hombres.
• En comparación con el plebiscito de 2022 se observa una variación relevante. Mientras en aquel la votación fue más pareja en términos de género (Rechazo: 62,5% hombres y 60,8% mujeres), en este las mujeres se inclinaron en una proporción mayor por la negativa a la propuesta constitucional (En contra: 52,1% hombres y 58,9% mujeres).
• Según un estudio de la Universidad del Desarrollo, en las comunas de mayor pobreza, donde se registró una participación de más del 80%, el voto se inclinó mayoritariamente al A Favor (54%), lo mismo en aquellas con una mayor presencia de fieles evangélicos (52,60%), donde la participación alcanzó el 82,90%.
Hay por cierto muchos análisis cuantitativos por hacer, que no estoy en condiciones de avanzar aquí y quedarán en manos de compañeros con mayores capacidades para ello. Con seguridad, las miradas generalistas no nos van a conducir muy lejos. Es necesario analizar los comportamientos electorales de distintos segmentos, diferenciando especialmente aquellos que se ubican tradicionalmente en uno u otro sector político, de aquellos que han tenido una mayor fluctuación.
Valparaíso, 19 de diciembre de 2023