A lectura Súbita de Villarrica; el encantamiento de una tierna lectura militante parida desde la consecuencia.
La memoria, esa precipitación de carácter fluvial e inclaudicable que nos conmueve y nos explica, narrativa de nuestra biografía en signos que sostiene desde la identidad el relato final de lo que somos, de aquello que nos constituye, como el néctar residual de esta experiencia encantada y entrópica del existir en un espacio y tiempo de vivir en el mundo.
Acotadas nuestras existencias son, sin duda un mero reflejo de un mecanismo que nos desborda y nos existe, paradoja en la que tiempo y espacio transmutan nuestras biologías existentes que intentan comprender su existir desde las alquimias filosóficas hace ya antiguas lunas.
La memoria como estructura ocupa un lugar importante en tiempo de los investigadores y académicos de la neurociencia. Si la entendemos como proceso, también ha desvelado a connotados actores del mundo del cognitivismo y las ciencias del procesamiento de la información. También la poesía y la narrativa han dedicado profuso espacio a la memoria en sus diferentes corrientes, generaciones y divergencias a lo largo de los años de nuestra modernidad ilustrada.
La memoria semantizada y barnizada de afectos, ese espacio que Galeano en el Libro de los Abrazos describe a partir del re-cordis, el “volver a pasar por el corazón”. Pues son las imágenes, los lugares, las personas y los vínculos que nos habitan, la materia prima de aquello que nos constituye en el acto del recordar. Sin embargo, este acto encantado de construcción dialéctica e histórica que es la memoria no se agota en su existir, sino que tributa generosa para ser también materia prima de la identidad y a partir de esto organizar el fundamento sustancial de lo psíquico que toma residencia definitiva en el Yo.
En el contexto de la relevancia de la memoria, los signos y el devenir inevitable de su existencia en nuestra identidad es que parece relevante reconocer el hecho que desde la Araucanía se organicen espacios narrativo-literarios que busquen dialogar sentidos en torno a las memorias, las identidades y los libros, como formato ilustrado que testimonian nuestra palabra sobre estos componentes del vivir.
En función de esta incipiente y rudimentaria reflexión es que me parece importante celebrar y reconocer a quienes trabajan en el porvenir sosteniendo la memoria como recurso y materia prima de aquello que habita la vida. La Fiesta del libro y la lectura, organizada desde la periferia lacustre de la Araucanía por un militante de las literaturas y los signos como es Ricardo Elgueta Riquelme, junto al encuentro de Escritores al Alero del Copihue organizado en Loncoche por Álvaro San Martin y el colectivo literario Alerce Vivo, nos renuevan esperanzas y nos invitan a ser parte desde el rol que tengamos en este transitar que busca respuestas sobre aquello que somos, a partir de lo vivido desde el espacio de las literaturas.
Marco Silva Cornejo
Mg. Ciencias Sociales Aplicadas UFRO