Para el pueblo iraquí, es una evidencia, para los halcones del Pentágono, un contrasentido. La guerra de Irak, que desde marzo de 2003 dejó al menos 650.000 muertos, 1.800.000 exiliados e idéntica cantidad de desplazados, ¿fue una guerra por el petróleo?
A pesar de las negativas de George W. Bush, de su vicepresidente, Richard (“Dick”) Cheney, de su secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, y de su fiel aliado Anthony Blair, primer ministro británico al momento de la invasión, el historiador ahora puede responder a esta pregunta por la afirmativa, gracias a una serie de documentos estadounidenses recientemente desclasificados.
En enero de 2001, cuando Bush llega a la Casa Blanca, debe enfrentarse con un problema de larga data: el desequilibrio entre la demanda de petróleo –que se incrementa rápidamente debido al aumento de poder de los grandes países emergentes como China o India– y una oferta que no le sigue el paso. La única solución factible se encuentra en el Golfo, que alberga el 60% de las reservas mundiales, con tres gigantes (Arabia Saudita, Irán e Irak) y otros dos productores importantes (Kuwait y Abu Dhabi)...
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