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¿HACERSE CARGO DEL GOLPE O DE LA HISTORIA? por Ángel Saldomando

Sin duda que soplan nuevos vientos. A 40 años del golpe cívico-militar, por primera vez el debate sobre la dictadura y sus consecuencias golpea las blindadas puertas de la derecha. Atrincherada en el traje a medida heredado de la dictadura y remendado por la concertación, hizo oídos sordos a toda responsabilidad política y moral en los hechos. La verdad y la historia se contaron por fuera de sus cerrados círculos hasta que producto del desgaste del modelo y la emergencia de movimientos sociales les obliga a mirarse en el espejo. La imagen es impresentable de cara a las elecciones y a la emergencia de las demandas de cambio. Urgida por la posibilidad de una debacle electoral que la marginalice, los herederos de la dictadura comenzaron a golpearse el pecho, a pedir perdón, a hablar de reconciliación. La búsqueda de una nueva imagen, fracasada la “derecha popular” con que intentó renovarse bajo el gobierno de Piñera, está utilizando argumentos relativistas.

La verdad no es única, dicen. Nosotros también sufrimos, lo inaceptable tiene contexto histórico, la responsabilidad es de todos, yo tenía 20 años, nos dicen, fabricando justificaciones, relativismo moral e histórico. Y como todo es relativo y hay muchas verdades, entonces pongámonos de acuerdo en la reconciliación. Lo sorprendente es que tales razonamientos los encontremos también en boca de quienes podrían haber encarnado la consistencia con una visión de la historia ajena al relativismo moral y de los hechos. También en la vieja izquierda se golpean el pecho.

Mal de muchos consuelos de tontos dice el refrán, pero en nuestro caso es obvio que las fronteras de lo justo y lo injusto de lo aceptable e inaceptable se fueron moviendo hacia una coexistencia social y política de las elites. Se comparte el modelo, los beneficios, los colegios, los country, las familias y la política. Para ello no hizo falta reconciliación, es una tendencia producida por el desplazamiento de intereses producto de la inserción de las dirigencias políticas en el esquema de poder y en los negocios del modelo socioeconómico.

Ello fue borrando las fronteras de valores y de intereses. Siguieron existiendo discursivamente, simbólica y compensatoriamente. De allí salió el acto simbólico del estadio nacional con Aylwin, la comisión Rettig y Valech, la justicia demorada para sofocar los puntos críticos y garantizar la propia impunidad del dictador.

¿Hacerse cargo de qué?

El relativismo moral e histórico es una posición que permite en una pluralidad de interpretaciones diluir las responsabilidades, minimizar los hechos y circunscribirlos a una responsabilidad individual que se puede juzgar moral o penalmente. En el primer caso estamos en la dimensión de la reprobación, del arrepentimiento, del perdón y de la absolución. En el segundo, en la sanción de actos individuales probados que trasgreden la ley. Sin duda que en derecho la única responsabilidad legal que se puede establecer realmente es de las personas.

Sin embargo, las consecuencias acomodaticias de este relativismo son inmensas y políticamente constituye una manera de eludir las cuestiones de fondo que quedan impunes. Ello conduce a una exclusiva victimización individual de los que fueron castigados y a una calificación también individual de los que cometieron actos ilegales. Las dimensiones causales y sistémicas de la naturaleza de las instituciones y de la sociedad desaparecen así por arte de magia.

Se condena a un agente del Estado pero no se toca a las instituciones que lo cobijaron, lo instruyeron, le aseguraron impunidad, recursos materiales y se vincularon sistemicamente con el régimen. La justicia, las fuerzas armadas quedaron así sin reformar. Las consecuencias humanitarias dramáticas se convirtieron así en el único perfil denostado de la dictadura dejando en la impunidad el modelo social, de allí que no se hiciera ningún cambio estructural.

Pero lo más grave en última instancia es convertir la historia en la crónica de una muerte anunciada. Cualquier intento de cambio es fatal, destruye la democracia y la paz lograda. De ser así el progreso humano sería una vía muerta. Haría falta sistematizar todos los aspectos críticos del relativismo moral e histórico usado en el debate para paralizar a la sociedad. Aquí mencionaremos los que nos parecen más críticos en torno al golpe y sus consecuencias. Derechos humanos y clima de violencia. El hecho innegable es que se produjeron gravísimas violaciones a los derechos humanos, el relativismo es que existía en 1973 un “clima de violencia” que permite diluir las responsabilidades en el hecho innegable. Lo que diluye aquí el relativismo es de que estaba hecho ese clima, como se había creado y su dimensión misma. La historia corta y larga identifica claramente estos aspectos y la responsabilidad de la derecha y sus principales intereses económicos.

Quiebre de la institucionalidad democrática y responsabilidad colectiva. El hecho es que la democracia chilena llegó a su expansión más alta, dentro de sus límites, en su capacidad de expresar un debate sobre los problemas de sociedad. Es el hecho, el relativismo es decir que “todos” fuimos responsables de que eso se quebrara. Esto no es así, pese a que había que procesar cambios importantes y eso desde el gobierno de Frei padre, los procesos electorales habían sido limpios y sin interrupción y el nivel de discusión y desarrollo cultural era excepcionalmente amplio y diverso. El relativismo trata de establecer una suerte de deslizamiento colectivo a posiciones antidemocráticas. La realidad es que nunca se eligió más, se discutió más y se amplió más la democracia. Lo que era inaceptable para la derecha era la irreductible votación a favor de la izquierda y la enorme movilización social que le acompañaba. La imposibilidad de tumbar al gobierno y el proceso de cambios por medios políticos fue la deriva que llevó muy tempranamente a la derecha y quienes se sumaron a ella a abandonar el terreno de la democracia y el de las soluciones políticas en el marco de un apoyo externo norteamericano.

El peligro revolucionario y la salvación nacional. El hecho es que para la derecha todo cambio era una revolución inminente. Sin posibilidad de negociación y con amenazas de golpe las posiciones de cambio quedaron en una difícil encrucijada, como la de todos los gobiernos electos que lo han intentado.

El relativismo intenta establecer que no hubo otra solución, por dura que fuera, más que el golpe como salvación nacional. Los hechos demuestran que hubo múltiples tentativas de soluciones políticas y que el golpe estaba en las carpetas de posibilidades desde el final del gobierno de Frei padre.

Pero la “salvación nacional” tiene otra carta en la manga, la defensa de la democracia frente al peligro comunista, Fuera de las connotaciones ideológicas internacionales y utilizadas por la derecha en la guerra fría para deslegitimar gobiernos progresistas en todo el mundo, en el caso de Chile no tiene asidero alguno. No hay antecedente en la historia política y en la izquierda chilena de derivas asimilables a los regímenes comunistas. Tuvimos probablemente una de las izquierdas más reformistas y pluralistas del mundo.

El hecho de que los regímenes inspirados en el comunismo no fueran democráticos así como los Estados Unidos constituyen una plutocracia que apoya dictaduras en todo el mundo, es un hecho objetivo que no justifica nada. Quienes no sostuvieron que los valores democráticos y los derechos humanos son valores universales, conquistas de la humanidad por encima de ideologías deben hacerse cargo de ello, como personas y como partidos.

La cuestión es que la pretendida salvación nacional para extirpar “el cáncer del marxismo”, como se decía en la época, la derecha se llevó por delante los derechos humanos de todos y la posibilidad de una sociedad abierta y progresiva.

Hacerse cargo de la historia

Se hace evidente al examinar los argumentos del relativismo que deja por fuera las contradicciones fundamentales de la sociedad chilena no de los últimos cuarenta años, sino que la historia larga de la incapacidad de construir una sociedad flexible y progresista. La dictadura fue el cierre violento y dramático de ese ciclo histórico iniciado en los años treinta del siglo pasado.

La reconciliación se hace imposible porque no es posible hacerla en torno al relativismo moral e histórico. La fragilidad del intento se revela justamente en este septiembre y por una razón muy de fondo, no se ha creado una sociedad que reconcilie socialmente por abajo a los chilenos y no sólo por el arriba del perdón y el rechazo de las violaciones a los derechos humanos. La discusión sería muy distinta si tuviéramos una sociedad realmente democrática e igualitaria. La dictadura sería un recuerdo aunque aún nos dolieran las víctimas y las heridas. Ello pone en cuestión al pasar toda la estrategia de democratización y de reconciliación implementada. Ella tampoco aguanta má s.

La dictadura sigue presente porque Chile volvió a ser extremadamente desigual, como siempre. La cuestión no es sólo entonces quienes estuvieron a favor o en contra de la dictadura. Es quienes están por una sociedad abierta democrática y progresista o por un Chile como país cuartelero, neurótico con el orden, producto del miedo de la oligarquía y las elites de perder sus privilegios, el país en el que se masculla por lo bajo y donde la opinión franca y abierta es un pecado contra la autoridad. Donde los prejuicios y la xenofobia sustituyen una cohesión nacional entre iguales.

El hecho que divide es que la historia de la dictadura sigue ligada actualmente con un estado, una economía y un reparto de los beneficios violentamente dominados por la elite y los grupos económicos. ¿Qué reconciliación es posible en esas condiciones?

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