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¿Estamos sanos? Diagnóstico del Chile actual. Por Juan Pablo Espinosa

Hacia mediados de la década del 50 del siglo pasado, el psicoanalista y filósofo judeoalemán Eric Fromm se preguntaba ¿estamos sanos? Esta cuestión se planteaba en la obra Psicoanálisis de la sociedad contemporánea: Hacia una sociedad sana. A nuestro juicio, la pregunta de Fromm y en las condiciones sociopolíticas, ciudadanas y culturales en las que se encuentra nuestro país, tiene más asidero que nunca. Veamos por qué.

Si hacemos una rápida revisión de las noticias e informaciones que han marcado las últimas jornadas, nos daremos cuenta de que en todas ellas existe una línea transversal: la violencia y la pérdida de cordura. Me quiero quedar con dos hechos que por su importancia han tenido un impacto nacional. Primero, la falla del Metro de Santiago en la línea 5 en hora punta. Lo que se vivió esa noche en los vagones y que los chilenos pudimos contemplar, son signos claros de que Chile, en un porcentaje no menor, no está sano mentalmente. Transitar todos los días en esas pequeñas “latas de sardinas”, que son preferidas a utilizar el nunca bien ponderado TranSantiago, cansa a cualquiera. No vivo en la capital pero la situación se puede percibir. El ajetreo de ir de allá para acá, la falta de tiempo para el ocio y el cambio en la perspectiva del trabajo, esto es, el paso del “trabajar para vivir” al “vivir para trabajar”, son algunas de las causas de que digamos, sin temor a equivocarnos, que gran parte de nuestra población no goza de bienestar psicológico, social o biológico.

El segundo acontecimiento, más brutal que el primero, es la golpiza que funcionarios de Gendarmería les propinó a un grupo de detenidos en la Cárcel Concesionada de Rancagua. No se niega aquí que los detenidos están en dicha situación por haber cometido una infracción, pero la actitud de los funcionarios de Gendarmería viola gravemente la dignidad, tanto de él como funcionario y de los detenidos, independiente de la falta que cometieron. La tortura de la que fuimos mudos testigos, y a juicio de los responsables del cuidado de las cárceles, se debe a un factor central, esto es, las malas condiciones de trabajo que conllevan un desgaste emocional y psicológico por el hecho de lidiar día a día en uno de los lugares emblemáticamente excluyentes e invisibilizados de nuestra sociedad. El tema es que la tortura no es el mejor remedio para liberar aquellas tensiones que provocan trabajar en un clima desfavorable. Éticamente es incorrecto que cualquier persona, independiente de la profesión que ejerza, abuse del poder que tiene en sus manos por el sólo hecho de gozar de un determinado ejercicio de facultades.

Abriendo la reflexión esta vez a lo que sucede en lo macro, se sostiene que la cultura está propensa a enfermedades mentales. El enfermo mental, considera que él está “sano” y que son los demás los que están enfermos. Fromm sostiene: “¿Estamos seguros de que no nos engañamos a nosotros mismos? Muchos enfermos internados en asilos para dementes están convencidos de que todo el mundo está loco, menos ellos. Muchos neuróticos graves creen que sus ritos compulsivos o sus manifestaciones histéricas son reacciones normales contra circunstancias un tanto anormales” (Fromm, 1956)

El género humano que ahora sufre a nivel de su salud mental, ha creado tanto la riqueza como la guerra, pero el tema es que la especie humana fue ingenua, ya que creyeron que los que los salvaban eran buenos. Al contrario, esos supuestos salvadores los terminaron condenando a guerras y regímenes fratricidas. Casos sobran tanto a nivel local, regional o global. Pasa lo mismo por ejemplo con los tratados de paz o las treguas en medio de los conflictos. La gente cree que son para siempre, pero duran muy poco. Sólo tenemos la idea de “tratado de paz”, pero falta establecerlas en los cuerpos legales que constituyen las Cartas Magnas de un país o los tratados internacionales. Podríamos decir que aún estamos imbuidos en el mundo de las ideas de Platón, esto es, tenemos la idea de bien pero ella sólo se refleja de manera imperfecta en la realidad.

También pasa en los asuntos económicos, cuando se producen objetos inútiles que están en pugna con los útiles para el desarrollo de una vida más o menos armoniosa. ¿Qué cosa por ejemplo es inútil hoy? Veamos los mass media, o la “cultura huachaca” de Pablo Hunneus, filósofo y sociólogo chileno o la “culo cracia” de José Pablo Feinmann, Filósofo Argentino. En ambas reflexiones, el puente es el mismo: los actuales contenidos de televisión o de otros soportes informativos llenan la cabeza de basura o las noticias diarias son 90% muertes y tragedias. No existe la estimulación positiva en televisión abierta. O la cultura es costosa o se transmite muy tarde, en horas altas cuando el pueblo común y corriente no quiere más guerra. La “culo cracia”, en palabras del argentino, significa justamente que la medida de producción o de compra y venta de contenido “informativo” está justamente mediada por el “culo”, es decir, por la sobre erotización versus contenidos más o menos culturales.

El viejo Aristóteles en la “Ética a Nicómaco”, diferenciaba el negocio del ocio, y sostenía que el primero era una vida de bestias, mientras que el segundo era propio de la vida del filósofo, figura prototipo de la vida reflexiva. Pareciera ser que a nuestra vida le faltan momentos de ocio, de distensión. Figurémonos cómo es el retorno de varios compatriotas a sus casas: cabeza gacha y mirada fija en el destellante brillo de los celulares. El ocio justamente se logra al revés, siendo capaces de levantar la cabeza y buscar el rostro del otro para así construir un poco de humanidad. La despersonalización es pues el mal de nuestro siglo. En el Chile de hoy y en la cultura actual, abundan los Gregorio Samsa de la Metamorfosis de Kafka, aquellos que terminan convertidos en insectos, en sub hombres a causa del mal psicológico que se ofrece y del cual no podemos salir. ¿Estamos sanos? se pregunta Fromm. No estimado Eric, no estamos sanos. ¿La futura generación vendrá un poco mejor mental y personalmente hablando? No lo sabemos, pero creemos sí que el futuro no parece ser muy auspicioso… Sí, es verdad, después de cien años, con dos guerras mundiales a la espalda, con regímenes y torturas, no hemos aprendido nada como especie.

Juan Pablo Espinosa Arce Licenciado en Educación (UC del Maule) Profesor de Religión y Filosofía Docente de Ética en IP Santo Tomás – Rancagua

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