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¿Qué hacer con la filosofía más allá de defenderla? Consideraciones de política filosófica. Por Alex Ibarra

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A modo de diagnóstico

Comenzaré con una irrupción poesófica:

¿Dónde están los filósofos?

¿Dónde están los filósofos chilenos?
Los fui a buscar a la plaza de armas
y no los encontré.
Los esperé varias horas y días sin verlos.
¿Hay filósofos en Chile?
Hay pero no están…o no están ni ahí.

Me entretuve a la intemperie viendo a los ajedrecistas,
también a alguna sonora al estilo Huambaly.
¡Puchas que dan ganas de bailar,
las patitas se te mueven solitas!
Hasta al orfeón de Carabineros escuché.
Sentado al lado de una puta
me ofrecieron drogas que ya no consumía.
Lleno de tribulaciones me arengaba un pastor evangélico,
que hasta de pecador me trató,
mientras de más lejos escuchaba
las chuchadas de los humoristas
que alzaban la voz por el ruido de las campanas
que llamaban a misa a algunos pedófilos.

A ningún filósofo ví, digo en la plaza
no sé si hubiera alguno en misa.
La mayoría salió de viaje a algún Congreso otros apurados en terminar un abstrac
para volver a salir, antes de desarmar la maleta del viaje anterior.
El resto redactando documentos con membretes CONICYT.
Unos pocos hacían clases formando juventudes.

En una columna anterior afirmé que no existe un consenso, por lo menos, entre quienes viven de ella, acerca de qué es la filosofía. La respuesta etimológica que se suele dar no resulta muy aclaradora y no es más que un simple cliché, dado que el filósofo convertido en profesional especializado lejos está de la sabiduría. La sabiduría no consiste en el desarrollo de cierta técnica que colabora con la administración del saber. Si es que hay un filósofo sabio seguramente está lejos de la academia y lejos del mercado de consumo cultural. Por su sabiduría no estaría adscrito a la forma de producción dominante mercantil reflejada en las manías fondecytista e isitista.

No pretendo hablar de venerables tradiciones de sabidurías sino de lo que se hace con la filosofía. Desde una perspectiva situada en el ejercicio local, ya hemos dicho, no existe consenso, pero hay una suerte de hegemonía funcional que se acerca a la definición aristotélica-tomista, que se puede resumir en la idea de que la filosofía se ocupa de la búsqueda de la verdad en cuanto ésta puede ser revelada. Esta autoimagen de la filosofía está sustentada en una visión bastante elitista y clasista, ya que la verdad no se le revela a cualquiera, es una cuestión exclusiva del filósofo. Claramente asistimos a una distorsionada visión de la filosofía, en la cual no necesitamos persistir. La defensa de la filosofía debe apartarse con decisión de esta mala imagen que sólo puede recurrir a un argumento de autoridad en apariencia, pero que en rigor es falacioso. El argumento falacioso sólo puede ser sustentando desde la retórica que no convence, aunque persuada. La defensa de la filosofía debe asumir un compromiso convincente, en principio no para el equipo técnico del ministerio sino que para la ciudadanía, que intuye que la filosofía debe ser defendida. Nuestros aliados son la ciudadanía y no los equipos del ministerio.

Para estas aclaraciones es necesario entonces que aparezca la voz de la comunidad filosófica. ¿Tenemos una comunidad filosófica? ¿Los técnicos que ahora se dieron la vuelta de carnero y que ahora sostienen que se aumentarán las horas de filosofía consultan sobre estas cuestiones a los que se dedican a esta profesión?

Por lo que hemos visto, en primera instancia los planes de educación no se discuten, se instalan por una decisión política que busca legitimarse en un discurso técnico. En parte, este tipo de provocaciones son posibles debido a que es difícil apreciar la existencia de una “comunidad filosófica”.

Hace algunos años la refundación de una Asociación de Filosofía, que tuvo como producto la instalación de la ACHIF dejaba en el ambiente una sensación de que existía una “comunidad filosófica”. Podemos preguntar qué hizo esta comunidad, el balance es discreto. Además, no sé si en la actualidad puede reivindicarse esta asociación, ni siquiera por una cuestión de cantidad de sujetos que participan de ésta. El último Congreso Nacional de filosofía fue un fracaso en varios sentidos. La ACHIF tiene una tarea pendiente con las bases configuradas en el momento de su refundación.

Considerando la polémica propuesta de eliminación de la filosofía del plan general de 3º y 4º de la educación científica humanista, podemos visualizar una respuesta aparente de comunidad, bastante sorprendente. Incluso en concilio con otras agrupaciones como la REPROFICH y centros de estudiantes. Este tipo de cuestiones no sólo muestran que es necesario el establecimiento de una comunidad, sino que cuando imperan criterios consensuados es posible llevarla a cabo.

Como sabemos, los intentos de acabar con la formación humanista en la educación secundaria pública, no es una cuestión novedosa. La asignatura no sólo ya había estado amenazada sino que había sido maltratada. La fuerte respuesta en ese momento, de los mismos grupos que han respondido hoy frente a este ataque, llevó a una preocupación no sólo del número de horas laborales sino también de lo que se enseñaría como filosofía en los colegios. Aquí quedó un debate pendiente, finalmente se actúo como le gusta actuar al ministerio, con equipo de trabajo encerrado en cuatro paredes decidiendo cuestiones tan importantes como éstas. Resultado, una asignatura mutilada con el agravante este del curso vigente de psicología como parte de la disciplina. Creo que han imperado vocaciones protagónicas de individuos más que intereses de una comunidad. Estas cosas son posibles, cuando la comunidad es quimérica.

Recuperar la praxis filosófica

Una de las imágenes más problemáticas de la filosofía es aquella que la muestra como una actividad pura. Esto debido a que la acción práctica de la filosofía ha sido negada y se ha excedido una suerte de representación de este quehacer como un quehacer puro. Señalo esto por que esa idea de quehacer puro influye en la escasez de una autoimagen de la filosofía como actividad práctica, sin duda esto favorece un desarrollo de la disciplina orientada al descubrimiento de la verdad, es decir en donde impera una valoración apegada a lo epistemológico, en desmedro de una valoración política de ésta. En otras palabras, la determinación de entender la filosofía como una actividad reveladora de la “verdad” ha sido una distracción para una determinación de entender la filosofía como búsqueda del bien común.

Si mi planteo resulta plausible, no sólo podemos ver claramente la existencia de una desvinculación con los movimientos sociales, sino que también apuntamos a una de las causas de esta desvinculación entre la filosofía y el acontecer histórico-social, o de una concepción filosófica que arranca desde un pensar situado. Esto ha sido el grave problema de la filosofía académica-institucional que se instala como práctica normativa en la formación de los estudiantes de filosofía.

Por otra parte, considero que hay un desarrollo de la filosofía que se va dando por fuera del desarrollo académico, por ejemplo centros de estudios inspirados por alguna ideología (CEP), Fundaciones que aportan a la difusión de la filosofía (Fundación Jorge Millas), Asociaciones o redes (Achif y Reprofich), colectivos, grupos de amigos, hasta intenciones personales. Este desarrollo opera, en algunos casos, con algún grado de permeabilidad hacia el acontecer histórico social, es decir que acusan la crítica nietzscheana en torno a que los filósofos son acéfalos cuando piensan desconociendo la historia. La mirada política, incluso las perspectivas ideológicas, permiten un modo de comprensión distinta de la actividad filosófica y por lo tanto pueden llegar a posibilitar una vinculación con los movimientos sociales. Pienso que en esa vinculación, que supera el desarrollo academicista aparecen dos figuras una relacionada a una práctica retórica que podría llamar la del agorista y otra relacionada a la práctica del militante. Considero que la práctica militante es la menos presente entre quienes se dedican a la filosofía en Chile.

¿Existe filosofía en Chile?

Otra mala imagen es aquella que muestra a la filosofía como una cuestión lejana o ajena a nuestra cultura. La disciplina suele mostrar una concepción universalista y antilocalista. Afortunadamente, en estricto rigor el acento en lo disciplinario no corresponde directamente con el desarrollo de la actividad filosófica efectiva que comienza a tener presente la urgencia de un quehacer filosófico situado.

Actividad filosófica, desde una perspectiva hipotética la podríamos rastrear desde antes de la colonia, el problema es que como existe un regencia de una concepción universalista de la filosofía, no tenemos las condiciones institucionales que nos ayuden a investigar sobre estas cuestiones. Lo mismo pasa con la actividad filosófica en la colonia que fue algo más complejo que la escolástica tomista que perduraría después, las figuras de Duns Scoto y de Suárez, prodigaban una escolástica bastante disputada, podemos preguntarnos ¿quizá que desarrollo hubo de la escolástica de indias?, ¿qué lecturas hemos hecho del texto de Lacunza?

Un poco más se ha hecho con la producción filosófica del siglo XIX con Henríquez, Bello, Bilbao, Abasolo, Lastarria, Letelier, etc., aunque carecemos de visiones de conjunto. Pero, ¿podemos hablar aquí de desarrollo disciplinario? Bello, de hecho no quiso ser llamado filósofo, años más tarde Gabriela Mistral, supongo que tampoco tuvo ninguna pretensión de ser considerada filósofa. Sin embargo, estos nombres ya posibilitan la necesidad de aceptar un canon, es decir el establecimiento de un corpus de escritura filosófica. La disciplina filosófica es algo más reciente y principalmente se la debemos a Enrique Molina y a Jorge Millas, también a una decisión política del Estado. El desarrollo de la disciplina y con eso el fenómeno de la profesionalización, finalmente ayudaron a la desvinculación de la filosofía con lo histórico-social. La universidad neoliberal agudizó esta desvinculación, de ahí que los centros formativos de la disciplina se encuentren hoy tan lejanos del espacio público. En el siglo XX aparecen muchos más autores y por suerte aún es posible acceder a esa textualidad y hay una mayor existencia de literatura secundaria sobre ellos. Tampoco se puede negar el dinamismo de las discusiones permanentes que se vienen desarrollando.

Sin ningún ánimo de carácter nacionalista y tampoco desde una pretensión totalizadora, es urgente que en la enseñanza de la filosofía se tenga en cuenta el estudio crítico de las ideas de nuestros filósofos. No creo que muchos colegas estén de acuerdo con esta propuesta, sin embargo creo que la filosofía también debe contribuir a la reivindicación de nuestro patrimonio cultural. En países como Francia y Alemania un argumento de defensa de la filosofía ha sido esta estrategia de defenderla en cuanto patrimonio nacional, en nuestro caso aunque sea desconocido es innegable la existencia de éste. Junto a este llamado a considerar el estudio de nuestra filosofía se debe también incluir el estudio de la filosofía latinoamericana. La experiencia que incluye a la filosofía nacional y regional del continente del cual somos parte se hace son sorpresa para nadie en países como Argentina, México y Perú, por nombrar algunos.

Pensar lo que se puede abandonar

Como no puede caer todo lo que se quiere al interior del currículo, seguramente hay que dejar algunos contenidos filosóficos de lado. Esto sin duda, será una cuestión bastante más problemática. Sin aventurar el descarte de algunas concepciones filosóficas, creo que sí se puede problematizar su predominio y cuestionar la mantención de su presencia sin modificaciones.

En esta ocasión, y como espero que esto sea la apertura a una discusión quisiera señalar dos contenidos filosóficos que podrían ser relativizados e incluso puestos en cuestión. Las concepciones que refiero son la escolástica tomista y el existencialismo heideggeriano.

La escolástica tomista negadora de una tradición escolástica más plural no requiere de un apoyo político democrático en las políticas educativas, esto tal vez no sea muy problemático, ya que podría ser derivada como contenido a la enseñanza de la religión que se vería fortalecida al integrar perspectivas filosóficas más que confesionales. La educación pública no puede ser un espacio de desarrollo confesional.

La importancia que se le ha otorgado a Heidegger en los currículo para muchos colegas resulta incompresible. Pero no es tan así, el filósofo más relevante para los planteamientos simpatizantes del totalitarismo es este filólogo alemán, que sólo la historia, que se encuentra en cambio, podrá decirnos si es que es el filósofo más importante del siglo XX. Desde mi formación analítica, claramente creo que el filósofo más importante del siglo XX es Wittgenstein y no Heidegger. De ahí que la importancia que se le ha otorgado curricularmente me parezcan inmerecida. Pero, además Heidegger hoy se encuentra cuestionado fuertemente desde lo ético. Considero que hay un fundamento para dejar de lado la centralidad que ocupa este autor en los currículo, al menos de las universidades que reciben financiamiento del Estado y de las instituciones de educación secundaria, que deben ser defensoras de la democracia, denunciadoras y resistentes de ideologías totalitarias.

Alex Ibarra Peña
Colectivo de Pensamiento Crítico palabra encapuchada
Docente Universidad Católica Silva Henríquez

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