David Bowie era un fan de Domenico Modugno, incluso hay un bello e íntimo cover de Bowie (de 1986) del famoso ‘Volare’ del cantante de Polignano a Mare, que a veces se hacía pasar por napolitano y otras por siciliano, porque La Puglia no daba ‘valor’ a un joven cantante de esos tiempos en el mercado discográfico: no lo hacía visible, no lo iluminaba, al contrario lo oscurecía, pero eso a lo largo del iempo cambió completamente. Polignano a Mare es un pequeño pueblo de la Puglia, muy cerca de Bari (la capital de la región), que se levanta sobre los roqueríos y grutas naturales y que la bañan y nutren desde el azul de su mar como de su cielo. Y como sabemos ‘Volare’ de 1958 nunca fue el nombre de la canción que inmortalizó al pugliese a nivel internacional, sino ‘Nel blu, dipinto di blu’, a saber, ‘Azul, pintado de azul’.
La canción de Modugno es sobre el azul y del arte en tanto un pintar azul y en ello mismo todo se eleva, se vuelve esplendente, ligero, abierto como un lugar que nos permite ser, como Baubo, diría Nietzsche releyendo a los griegos y de este modo volviendo a los griegos más griegos y menos alemanes, a saber, más superficiales y menos profundos, más naturales y menos espirituales, más eróticos y menos cristianos. La canción de Modugno mienta la jovialidad misma que nos erotiza y nos hace volar, porque el azul todo lo pinta y los hace resplandecer en sus formas (y, por ende, la canción nos indica un modo de construir un NosOtros, en este caso de Polignano a Mare y por extensión a múltiples NosOtros a la luz del azul del mar y del cielo que nos pinta y nos eleva en una lógica femenina, abierta, no-toda, que da de sí múltiples modos de ser). Y, por esta razón, el azul de Modugno es un azul reduplicativamente azul, así como es ese azul cobalto de Yves Klein y sus ‘Monocromas’ de la década del 50, es decir, en el sentido de un azul que se sale de sí de modo azul, se fuga de azul por sus orificios, texturas, materialidades, cuerpos: de un azul que explota de azul de un modo ‘eléctrico’, diría. Es un azul que suena a azul y brilla azul; es una luz que ilumina azul, por eso siempre el azul ha estado asociado al amarillo: azul y luz van de la mano. Y no olvidemos esas múltiples obras de azul que pintaba Rothko, por ejemplo, ese oscuro cuadro de 1951: ‘Azul, verde y marrón’, que aunque es oscuro en cierta forma brilla e ilumina nuestra existencia y la delimita-abre desde una cierta tonalidad cromática. Es como si existiera una explosión de azul en este periodo que luego Bowie lleva de forma juguetona, jovial, femenina, ariadnea en 1977 a su simple y esplendente ‘Sound and Vision’. En ese azul de Bowie, un azul eléctrico, vemos, nos vemos en lo que somos: sonido y visión, esto es, a la luz del azul, esto es, en nuestra más radical soledad, en lo que somos de verdad, esto es, ser nada y en ese ser nada nos configuramos, nos hacemos ver y sonamos desde el azul y nada más que en el azul que somos ante otros. Por eso es tan importante para Bowie que la música en su sonido y visión nos haga bailar para poder ser de alguna manera, pues quedamos de esta forma ‘pintados’ de ese azul bailarín para ser algo que deviene y se transforma a pesar de la nada que somos.
Y sabemos, los que hemos estudiado a los griegos y también los hemos traducido con detalle tras detalle, que, por ejemplo, en la ‘Ilíada’ no aparece el color azul, pero tampoco en la ‘Odisea’, ni en otros textos griegos fundamentales, ni en la Biblia semita, ni en ningún texto antiguo clásico, etc. ¿Qué pasa con el azul que nunca está presente en los registros literarios pensantes políticos de lo humano a lo largo de la historia? El azul en su ausencia no está presente. Aquí no se trata de Neruda y sus versos en torno a la presencia de la ausencia para indicar lo propiamente femenino, sino que el azul no está presente en la historización misma de lo humano y no aparece por ninguna parte para dar con lo que somos. Y esto es así sin que tengamos la necesidad de forzar interpretativamente los textos con elucubraciones que rizan el rizo, así como el ‘Manto de la Virgen’, para que aparezca el azul, para inventarse el azul, pero sabemos que todo esto es una construcción ideológica y a posteriori para visibilizar a la Virgen María desde su manto. Y esto es lo que hay que resaltar. Y eso nos indica que el azul siempre aparece como luz que demarca, que nos da un contorno, que nos permite ver y escuchar lo que NosOtros somos (hasta la Virgen), lo que acontece con las cosas y les da contorno a los dioses mismos (más allá de tal o cual creencia). Pero lo interesante es que ni el mar ni el cielo, metafísicamente hablando, eran azules en y por sí mismos para los antiguos de distintos pueblos (desde griegos a los del uralaltaico pasando por los semitas). Los mares y cielos serían verdes oscuros (por quienes lo navegan con cierta esperanza pero a la vez con temor), marrones (por el atardecer, por el otoño e invierno), tonos de rojo (bañados de sangre por algún relato bélico) o negro (por la caída de la noche), etc. Y, además, lo que es obvio es que el mar y el cielo nunca fueron azules de suyo, esto es parte de un largo desarrollo histórico de la humanidad para crear el azul (para inventárselo) para tal o cual ideología que lo requiere porque necesita ese azul dador de sí contornos para poder marcar y dar a luz la realidad misma en sus distintos modos: vegetativos, animales, humanos, divinos, cósicos. El azul no existía de ninguna manera. Se sabe, por ejemplo, que la etimología del azul en castellano viene del árabe andalusí. ¿Cuál es el origen de la palabra azul que nos permite ver y dar sonido a lo real? Nietzsche llamaba a Ariadna en su Zaratustra ‘campana azur’, es decir, un cierto instante, un hoy, un ombligo del mundo como Delos, Delfos, Isla de Pascua, que nos permite entender cómo algo ha llegado a ser ‘tal’ algo y no otra cosa por medio de un sistema que lo define de algún modo dando límites a las cosas ya hacia dentro como hacia afuera.
El adjetivo azul, por ejemplo, mar ‘azul’, cielo ‘azul’ se incorpora en la lengua castellana a través de los árabes de Andalucía (fueron muchos siglos de vivir en conjunto en la península), que empleaban la palabra ‘lazawárd’ para referirse a ese color ya que al lapislázuli, que es, como se sabe, una piedra que en su superficie luminosa es de color azul y era muy apreciada desde la antigüedad y la denominaban ‘lāzuward’ (esta piedra que es muy escasa no se conocía en otros territorios del planeta). Y de allí el azul o azur que como adjetivos no solo nos califican lo que es lo real, sino que hacen acontecer lo real con ese adjetivo, y lo hacen acontecer porque nunca fue un mero adjetivo, sino lo constituyente mismo que construye lo real dándole límites. Se sabe que el ‘blu’ italiano, el que Modugno canta y en ello nos pinta y nos hace volar, viene del ‘blue’ francés y el cual vienen del germánico y, por eso, en el inglés lo hace como ‘blue’ y el alemán lo tiene como ‘blau’, al igual en el catalán que lo indica también con ‘blau’. Pero si se quiere ver en ese proto-germánico y proto-indoeuropeo nuestro azul actual al parecer no lo era, porque mentaba algún tipo de amarillo, y eso se puede ver en el latín Flavus, que expresa amarillento, amarillo. Las piedras azules no eran muy típicas en estos lugares y por eso el lapislázuli de los antiguos persas nombra un azul ‘azul’, pero en el resto de las lenguas antiguas, hasta en las chinas, y otras modernas nada era muy azul, repito, ni el mar, ni el cielo que nos canta Modugno desde su infancia nostálgica que le retorna cuando es adulto.
Y si el mar y el cielo de Polignano a Mare que ejercieron un gran impacto en el niño Modugno, que le permitió cuando mayor crear una de las canciones más exitosas de todos los tiempos, no señalaran nada azul, sino algo más simple que, como dije, se acerca más al amarillo, esto es, a la luz. Una luz en tanto eléctrica que nos envuelve y nos enciende en la oscuridad misma de nuestra materialidad sin sentido alguno. Una luz que ilumina nuestra propia soledad y vaciedad total que nos canta Bowie y así nos hace sonar y bailar. Una luz que en un pequeño pueblo pugliese que mira al mar bajo el cielo, nos indica una forma sensual de ser en tanto esos tejidos socio-históricos de unos con otros que nos dinamizan en ese preciso lugar por excelencia que nos da vida y ganas de volar y cantar y ser felices por estar arriba volando y, diría, haciéndonos bellamente el amor.
Polignano a Mare, 3 de junio de 2023