Los resultados negativos de la reciente Encuesta Nacional de Actividad Física y Deporte 2024, publicada por el Ministerio del Deporte, no sorprenden en absoluto. Desde 2019, cuando el Consejo Nacional de Educación eliminó la obligatoriedad de la asignatura de Educación Física en tercero y cuarto medio —dejándola como electiva— se ha debilitado aún más el valor formativo de esta disciplina en la etapa escolar. Esta decisión, que luego fue revertida parcialmente tras duras críticas, evidenció el escaso reconocimiento que tienen las prácticas corporales dentro del desarrollo integral de niños, niñas y adolescentes.
Hoy las cifras hablan por sí solas: La muestra arrojó que, entre los 5 y 17 años, el 26.4% de las personas residentes en Chile son activas físicamente, mientras que la población mayor de 18 años encuestada lo es en un 44.9%. Es decir, menos del 27% de los NNA en Chile cumple con la recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de realizar al menos 60 minutos diarios de actividad física moderada o vigorosa. Más preocupante aún es que solo dos de cada diez estudiantes realizan actividad física regularmente durante su jornada escolar. La escuela, espacio por excelencia de formación, ha dejado de ser un entorno que garantice el derecho al movimiento y con él, la oportunidad de tener espacios de socialización, rigurosidad y perseverancia, construcción de vínculos, hábitos de vida, trabajo en equipo y por cierto de experiencias gratificantes en términos fisiológicos propias de la actividad física.
El diagnóstico también deja en evidencia una brecha de género persistente. Los hombres son más activos físicamente que las mujeres en todos los rangos etarios y contextos, con la única excepción de las tareas domésticas, donde las mujeres lideran. Este dato revela que los roles tradicionales siguen profundamente arraigados en nuestra cultura. Sin un enfoque de género transversal en las políticas deportivas, no solo no avanzamos, sino que corremos el riesgo de profundizar aún más las desigualdades. En nuestra iniciativa Un gran lugar para crecer, hemos podido constatar la misma tendencia a través de una encuesta que realizamos en estudiantes de Panguipulli. En ella, un 34% de las mujeres dedica menos de 1 hora diaria a actividades deportivas, número que baja 18% en los hombres. Además, el 37% de las mujeres se consideran saludables mientras que esa declaración crece a 57% en hombres. Más allá de los números, estas cifras nos dicen que como sociedad estamos fallando en asegurar entornos propicios para el movimiento, la salud y el bienestar. Aunque existe un discurso público que promueve la vida activa, en la práctica persisten barreras estructurales, culturales y sociales que frenan el ejercicio cotidiano en espacios tan fundamentales como la escuela, el hogar, el trabajo o el transporte. En este contexto, la respuesta gubernamental —una propuesta interministerial que busca asegurar 60 minutos diarios de actividad física en el sistema escolar— es un paso en la dirección correcta. Como ha señalado el ministro Jaime Pizarro, este desafío exige coordinación, voluntad política sostenida e inversión, sobre todo para garantizar infraestructura adecuada en sectores rurales y abrir espacios educativos a la comunidad fuera del horario escolar. Pero más allá de la voluntad institucional, se necesita un cambio cultural profundo y colectivo. Debemos entender que la actividad física no es un lujo, ni un complemento, ni una responsabilidad exclusivamente individual: es un derecho. Promoverla requiere rediseñar nuestras ciudades para que sean caminables, seguras, con espacios públicos que inviten al juego, a la bicicleta y a la recreación. Implica también revisar los currículos escolares, capacitar a docentes y fomentar entornos laborales que valoren el movimiento como parte de una vida saludable. Convocar a las personas adultas que tampoco hacen actividad física, ellas son quienes modelan a niños y niñas y les desafían a moverse y disfrutar de la actividad física.
No es exagerado decir que el país que queremos construir también se juega en una cancha, en un parque, en un recreo activo. Una nación donde la mayoría de sus niños, niñas y adolescentes están inactivos no es solo una nación menos saludable, sino también una menos justa. El desafío está planteado. Ahora, nos toca movernos: desde lo privado (las familias) a caminar y apropiarnos de los espacios públicos, donde padres, madres e hijes acceden a un espacio que puede transformarse en una experiencia cotidiana de encuentro y goce. Y, como sociedad y desde la política pública: para garantizar que la actividad física sea un componente esencial, coherente y sostenible en el tiempo.
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Paulina Araneda, experta en Educación – Grupo Educativo