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Bautista van Shouwen: el ejemplo de un humanista revolucionario. Por Pedro Lovera Parmo

Ni los muertos estarán seguros ante el enemigo si este vence. Y ese enemigo no ha cesado de vencer. Walter Benjamin, Tesis sobre el concepto de historia.

El 13 de diciembre se conmemoran 50 años de la detención, muerte y desaparición de uno de los dirigentes políticos más integrales que entregó el mirismo a las filas del pueblo: Bautista Van Schouwen Vasey. La frase del epígrafe, de autoría de Walter Benjamín, es particularmente sensible en el contexto actual; la asonada del neofascismo en Latinoamérica y en distintos rincones del mundo hace, lamentablemente, aún vigente esa incesante victoria del enemigo que no deja siquiera a nuestros/as muertos/as descansar en paz. Rescatar la figura de un entrañable revolucionario latinoamericano como el Bauchi de las cenizas del pasado, se vuelve entonces un ejercicio no solo urgente, sino que también necesario. No obstante, no es nuestro propósito realizar un desentierro nostálgico meramente conmemorativo de su figura, sino por el contrario, crear en torno a él una melancolía creadora de conciencia y futuro. Como señalara el historiador italiano, Enzo Traverso esta “melancolía no significa el refugio de un universo cerrado de sufrimiento y remembranza; es más bien una constelación de emociones y sentimientos que envuelven una transición histórica, la única manera en que la búsqueda de nuevas ideas y proyectos puede coexistir con la pena y el duelo por un reino perdido de experiencias revolucionarias”.

Los elementos que componen la integridad de Bautista son múltiples, pero aquí solo nos remitiremos a unos cuantos: su radical reivindicación del humanismo, el carácter libertario de su marxismo, la capacidad pedagógica de militar a través del ejemplo y de allí la conceptualización del compañerismo como un nivel superior de las relaciones humanas, y su rol como formador político de masas. Todas estas dimensiones nos entregan una integralidad de la construcción del “Bauchi” como un cuadro político de la revolución chilena, sin embargo, no logran penetrar en sus facetas menos conocidas y que nos otorgan una perspectiva más humana. El Bauchi y su afición por la poesía, la literatura, la música y la fotografía humanizan el mito de aquella figura del revolucionario que pereció en el martirio “clausurando la boca, sin decir una palabra, ni una fecha, ni un país, ni un río, ni una flor, ni un bosque, ni una abeja que sirvieran de mapa a los verdugos de su pueblo” como dijera Patricio Manns en su canción-homenaje a él. El humanismo radical del Bauchi se expresa en las varias anécdotas que cuentan quienes lo conocieron: hermanos, sus padres, compañeras/os de militancia, parejas, compañeros de colegio y universidad. Algunas de ellas se recogen en la biografía colectiva titulada “Bautista van Schouwen. Que la dignidad se haga costumbre”, pero tal vez, uno de los documentos que demuestra más en profundidad la dimensión radicalmente humana de Bautista se encuentra en la carta que le envía a su madre a comienzos del año 1969. En ella le expresa a doña Carlota, su madre, una crítica profunda que muestra su desprecio por la sociedad burguesa. El motivo de este desprecio no sería otro que “los mantos inhumanos que nos impone la regla del juego de la sociedad burguesa”, la cual muestra una “falsa apariencia de comunión humana que reina en esta sociedad”, en donde la “rigidez y la falacia moral en que se desenvuelven las relaciones humanas en el seno de esta sociedad corrompida que tanto detesto” lo llevó a “buscar y luchar por otra" sociedad, una socialista y popular, que pusiera en su centro a las personas.

Esta reivindicación humanista del futuro socialista no era compartida por todos los revolucionarios del globo; cabe recordar que por aquellos años era aún hegemónica en el campo del marxismo la concepción de que el socialismo era consecuencia natural del avance de la locomotora de la historia. De allí la importancia de las palabras que Bauchi expresara a su madre, de que “para ser revolucionario y libertador es preciso amar a la humanidad por sobre todas las cosas”, puesto que como reivindicaba del “Che”, “déjenme decirles, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor”. Con esta concepción humanista del cuadro revolucionario su marxismo no podía sino también subvertirse contra el dogma oficial que representaba la construcción soviético-estalinista del militante, para declararse sin amagues como una persona “libre y libertaria, o mejor dicho en proceso de liberación permanente y progresiva”, alejado de todo dogma que pretendía ver en el socialismo como una eventualidad ineluctable de la historia.

Su propia práctica política fue un reflejo de su radical concepción marxista de un humanismo libertario. La palabra compañero/a reflejaba la densidad de esta concepción, era “una expresión superior de la relación humana”, ya que “la relación de compañero, que se construye, que se alimenta, que fortalece, que se inicia, para transformar, y no solamente para interpretar, el mundo la lucha de clases, las relaciones, la revolución”. Esta cristalización de la relación militante es la que se “crea y recrea al valor de las tareas prácticas de la revolución” para subvertir el orden establecido. La/el compañera/o y el compañerismo es una “relación que se construye para subvertir este mundo y liberar a una humanidad humillada, pisoteada, una sociedad marchita”. Impulsado por esta idea de la significación de la palabra compañero es que Buatista y los miristas militaron bajo su impulso, guevaristamente, dando siempre a comprender mediante el ejemplo; podríamos decir una pedagogía militante del acompañamiento que se expresaba a través del ejemplo. Esto llevó a la dirigencia mirista a ponerse frente a la política de recuperaciones bancarias, dado que, desde esta perspectiva, nunca se le puede exigir a la militancia que lleve adelante una política que su dirección no está dispuesto a hacer. Esta visión teórica se sustentaba en el marxismo humanista y guevarista, el que contrastaba con el marxismo cientificista-estructural que colocaba en el centro a las estructuras -económicas- como las grandes protagonistas de la historia, contraria al marxismo humanista que privilegiaba la vida de las personas luchando contra la opresión, haciendo su propia historia. Julián Bastías relata que, en los primeros años de formación del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, en Concepción los militantes de más experiencia crearon una suerte de aprendizaje político mediante el acompañamiento, de forma tal que “Jorge Fuentes estaría bajo la responsabilidad de Luciano Cruz, Nelson Gutiérrez con Miguel y, mi caso”, relata Bastías “se me designó a Bauchi como referente”. Esta pedagogía del acompañamiento como formación política integral consistía en que, junto a las clásicas tareas militantes, se debía establecer una convivencia que fuese aún más cercana, y tomaba forma en el intercambio de libros o en tareas tan cotidianas como ir juntos al cine o el tetro. Después de todo, como decía el propio Bautista, “un buen cuadro revolucionario debía ser un activista completo, pegar afiches, rayar las murallas, gritar desinhibidamente nuestras consignas y ser capaz de pararse en cualquier lugar a improvisar un discurso”.

Estas características, por cierto, solo se pueden realizar con ingenio, audacia y un importante grado de formación política, que como se ha destacado a propósito del Bauchi no solo era existente, sino además elevado. Esto explica también su rol como pedagogo revolucionario de las masas. No era extraño, decían sus compañeros/as, escuchar al Bauchi incitando a las lecturas de Antonio Gramsci, de reciente circulación en Chile, o de la Rosa Luxemburgo, incluso del renegado Trotsky o del monopolizado, por parte del Partido Comunista, Luis Emilio Recabarren. La necesidad militante de la formación atravesaba las barreras organizacionales e identitarias con una flexibilidad no recurrente en la época. Es desde esta necesidad de una pedagogía popular que se destacara habitualmente también a Bautista como un formador de masas, puesto que a través de sus editoriales en El Rebelde, la edición de textos por parte del MIR, los análisis históricos y de coyuntura, así como los varios discursos que pronunció en su calidad de dirigente mirista, propiciaba verdaderos proceso formativos que posicionaban a Bautista van Schouwen como un cuadro dirigente de una organización política, el MIR, en medio de un proceso revolucionario como el que vivió Chile a fines de la década del sesenta y comienzos de la del setenta.

La frialdad que pueden expresar estas palabras no puede estar más alejadas de la vida del Bauchi, un militante de la vida y de sus sentimientos más profundos, como lo expresan sus cartas, fotografías y poesías como la dedicada a su hermano de vida: “A mi amigo Miguel H. Enríquez E., que siempre me acompaña en el dolor y en la alegría. Para él lo mejor de mi vida. Que esto de testimonio de mi amistad, de cadenas irrompibles”. Su muerte, y la incertidumbre de que esta se había provocado, o no, fue sin duda desgarradora para la militancia, el pueblo y su familia. Doña Carlota, abrigando las esperanzas más profundas que cualquiera madre podría tener, de volver a ver a su hijo con vida, le tejió un poncho rojiengro, para que este abrigara a su hijo de las inclemencias de este mundo frío e inhumano en el que nos ha arrastrado la vorágine capitalista. Si bien, el Bauchi nunca pudo calzar ese hermoso poncho confeccionado por las manos tiernas y abrigadoras de su madre, debemos decir que, el mayor legado de su vida y pensamiento es que al cumplirse medio siglo de su desaparición física, su ejemplo nos sigue interpelando, a las viejas y nuevas generaciones, en la necesidad de construcción de una política guiada por esos grandes sentimientos de amor a la humanidad que puedan nutrir la construcción y desarrollo de una política revolucionaria, a fin de no cometer los errores del pasado.

¡Compañero Bautista van Schouwem Vasey, Hasta la victoria, siempre!

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