Han pasado cinco años. Cinco años de habernos mirado frente a un espejo fracturado por la anomia y el malestar social, un espejo roto. Ese Chile que había aprendido a simular sus cicatrices y que demostró los indicios de malestar el año 2011, se desmorona sobre su propio silencio. Nuevamente.
Hoy, cinco años después, ¿entendimos el mensaje?
El estallido social fue un grito de rabia frente a décadas de desigualdad, abusos y corrupción, pero también el rugir de una sociedad que proclamaba más democracia frente a la indiferencia de las elites y las clases políticas dirigentes que la tenían en constante erosión. Fue como un volcán que, al esparcir su lava, al mismo tiempo destruía y revelaba. Eran fechas donde la oscuridad iba más allá de las cenizas e iluminaba la silueta gris de la noche.
Nueva Constitución: El sueño roto o el roto sueño
El acuerdo por la paz y la promesa de una nueva constitución política para la República parecían ser la solución para tantas llagas y heridas de una sociedad rota. Pero sin duda el rechazo al primer borrador de texto constitucional el año 2022 fue un balde de agua fría para toda una clase política. Una amarga ironía histórica que significó que, aquello que supone haber sido escrito por la ciudadanía, el pueblo, culminase ahogado en la desconfianza y el miedo frente a sí mismo. El proceso constituyente que nació como esperanza, pronto se convirtió en una torre de babel política donde los sueños parecían desmoronarse lentamente, de forma tortuosa, en las manos de aquellos que alguna vez creyeron en los cambios.
El divorcio entre la ciudadanía y la clase política era sostenido y el rechazo al primer texto constitucional fue el reflejo de ello y su desconexión. Las élites que en algún momento dieron su brazo a torcer, hoy atrapadas en su propio laberinto de promesas incumplidas, siguen demostrando no comprender la magnitud que significó el estallido social.
Hoy el relato que desencadenó el estallido es el mismo. Casos de corrupción como el del abogado Hermosilla y toda la cadena de influencias que abarcaba los 3 poderes del Estado más otras instituciones públicas como el SII, políticos con frases altisonantes reflejando una desconexión con la ciudadanía explotando su indiferencia frente a las desigualdades sociales, ministros de la corte suprema acusados constitucionalmente y un diputado del partido republicano desaforado ad-portas de ser formalizado por fraude al fisco, son su reflejo.
Pero la fuerza disruptiva ya no es la misma.
Finalmente, el sueño constitucional significó reflejar aún más la división de la sociedad, constituyendo la llaga más profunda del desencuentro.
La sombra de la inequidad
No hay dudas que el estallido social fue un grito contra la desigualdad en el país, pero lamentablemente a cinco años esa sombra sigue enhebrando la sociedad chilena. Dos procesos constitucionales rechazados, el segundo tras la dicha “rechazar para reformar”, donde ninguna reforma se hace visible, hace que el panorama siga siendo el mismo. Dicen que el tiempo se convierte en enemigo cuando las promesas se vuelven retazos del olvido, y es indudable que la frustración sigue siendo palpable.
Las demandas por mayor seguridad resultan imperiosas en un país que cada vez más se sumerge en la anomia. Y la desigualdad no es ajena cuando las propuestas de solución están supeditadas a la discusión política de contingencia y cada partido político quiere llevarse el crédito por cual sea acusación constitucional.
Al parecer nos hemos acostumbrado a vivir en constantes crisis donde quienes ostentan el poder optan por mirarse al ombligo en un frenesí constante de culparse mutuamente cuando la población se cierne en soledad frente a sus problemas.
Ecos de dolor: Violencia
Dentro de los aspectos más controversiales del estallido social fue la violencia. Es que hoy no se legitima porque no demuestra los mismos resultados. Hoy la violencia no parece traer un acuerdo por la paz, promesas de nueva constitución y conciencia empresarial para dar pie a lo que Chile necesita. Al principio la violencia expresada como el lenguaje de aquellos que no tenían voz era expresión legitima para llevar adelante los cambios. Pero fallaron. Una vez tuvieron voz y voto conformado en una convención constitucional la legitimidad comenzó a erosionar dejando herido el tejido social chileno.
Hoy, a pesar de las llagas sufridas por meses de movilización y violencia, la justicia parece ser un espectro cada vez más distante, tanto para quienes sufrieron a manos de las fuerzas de seguridad, como para aquellos que perdieron su sustento en medio del caos.
¿Qué nos depara el futuro?
El sendero sigue siendo incierto. Chile se traslada en un recorrido sin dirigir vista hacia el punto de dirección, y el malestar social sigue ahí, latente, como una sombra que no desaparece con el paso de los años, como un recuerdo nostálgico de quienes soñamos románticamente con una sociedad nueva.
Este año lo recuerdo frente a un espejo incómodo de fisuras que cada vez se hacen mas grandes y extensas. Con ecos de “roteo” por parte de algunos que llaman despectivamente “octubrista” a cualquiera que piense distinto.
Hoy volvimos a los casos de corrupción y a una política de nicho donde la clase política vuelve a desconectarse con la ciudadanía. Hacer carreras en el congreso nacional por quien presenta primero una acusación constitucional y dilatar semanas de trabajo legislativo, en ocasión de atender las necesidades atingentes en materia de seguridad de la población, han sido la tónica. Al parecer, hemos vuelto a la política de desconexión y revanchista que mantiene todo inerte.
No es menor el desafío país que nos queda por delante. Progresar como sociedad y encaminarnos a la justicia social de forma práctica se refleja nuevamente como un camino distante y difícil. Hanna Arendt menciona que “Las revoluciones comienzan con la esperanza, pero solo sobreviven con la memoria”. Y por ello debemos ser conscientes de las variables que motivaron ese 18 de octubre y no olvidarlas.
El Chile que en algún momento añoramos construir aún está latente y para ello debemos recordar lo que un espejo roto, que en algún momento nos motivó, nos enseñó: no podemos seguir ignorando las voces silenciadas por años de injusticia.
___
Cristian De la Rosa
Administrador Público y Licenciado en Ciencias Políticas.