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Capas medias e institucionalidad en el gobierno de Allende. Por José Miguel Arteaga

1. INTRODUCCIÓN

Las notas que siguen abordan dos asuntos claves del gobierno de Allende y la Unidad Popular, tratadas en su momento con una analítica insuficiente lo que tuvo efectos negativos para el desarrollo de su proyecto. En ambos quedan muchos espacios en sombra lo que hace posible contribuir a su esclarecimiento. Aproximación provechosa para levantar nuevos elementos para un debate que, pese al largo tiempo transcurrido, se visualiza necesario.

Hay un gran caudal de información del período que ha sido material de investigación y múltiples publicaciones. No obstante, esta conmemoración de los 50 años del golpe nos parece una buena oportunidad para ahondar en aspectos que pueden servir para entender mejor ese proceso así como los acontecimientos que marcaron los años posteriores incluyendo los que ahora vivimos. El panorama nacional e internacional ha cambiado, pero las lecciones de esos años mantienen su interés.

Las dificultades de comprensión de la institucionalidad y de las capas medias en el período 1970 – 1973 proviene del carácter compuesto y contradictorio de los contenidos en ambas materias. Las instituciones del estado de derecho eran producto de luchas, negociaciones y compromisos que abarcaban todo el espectro político por lo que su centenido social y de clase podría permitir interpretar su función política a favor de unos u otros intereses. Las capas medias eran tradicionalmente comprendidas como fuerzas políticas de centro; según los escenarios podían mantenerse en ese espacio de equilibrio o inclinarse hacia la izquierda o la derecha.

Se trataba de asuntos aunque críticos, en muchos sentidos distintos. Ambos compartían una rara complejidad que las apartaba del foco analítico principal de los partidos oficiales en ese momento lo que las mantuvo como problemas irrelevantes cuyo tratamiento más a fondo podría ser postergado sin mayores consecuencias.

Pesaban ahí debilidades teóricas en los partidos de la UP que más adelante pudieron verse con claridad en asuntos decisivos para un proyecto revolucionario que se reconocía en su carácter distinto a todo lo conocido y afirmaba con orgullo su radical novedad: el tránsito pacífico e institucional al socialismo. Este rasgo esencial del proyecto pretendía ser el pilar básico de su firmeza teórica y práctica; una experiencia que, de ser posible y exitosa, abría un camino en un bosque impenetrable y fortificado; un puente hacia nuevas realidades que cambiarían todo el panorama definido en las coordenadas básicas de la guerra fría, poniendo en jaque el armazón de parapetos defensivos y ofensivos de las potencias occidentales para luchar contra las amenazas y desafíos del comunismo.

El experimento de la UP era un desafío mayor para el statu quo y así era comprendido por sus enemigos locales e internacionales. Para la UP no había mucho interés en esos momentos en ahondar en cuestiones novedosas para la teoría revolucionaria que se presentaban difusas y que darían ocasión a disputas ideológicas que era probable que no se lograran aclarar con rapidez y que inevitablemente dañarían su unidad y la fuerza indispensable para combatir a sus enemigos. Era preferible evitarlas. Eran datos que provenían de la fragilidad del recién nacido, o más aún, del difícil parto de una especie desconocida que pugnaba por nacer. Riesgos provenientes de la novedad del intento que no se percibían bien en esos momentos. En términos objetivos y subjetivos, no había capacidad para procesarlos antes del proceso mismo en que la creatura asomara la cabeza y empezara a respirar. Había cuestiones más urgentes por atender que estos problemas teóricos, entendidos por muchos en ese momento como sutilezas de atención innecesaria. La ingeniería social y política del proceso era muy compleja; se atendió a lo más visible y conocido de las luchas de poder, a lo que se consideró principal para ir tendiendo y asegurando puentes hacia adelante.

La institucionalidad del estado de derecho en el Chile de la época contenía por sus orígenes elementos de clase burgueses y populares. Al alero de esa bipolaridad se amparaba la tesis básica de Allende y la UP: el tránsito pacífico e institucional del capitalismo al socialismo. Cuando se afirma o más bien se acusa a sus sostenedores de que estarían haciendo un “uso instrumental” de la democracia sin creer en ella, proponiéndose en realidad abandonarla y dirigirse a su objetivo de fondo, la dictadura del proletariado, hay sin duda algo de cierto. Pero lo que ocurre en realidad es que sobre este terreno, en ambos casos, por tanto también en la comprensión de las capas medias, hay variaciones considerables al interior de la UP, no sólo entre sus dos grandes partidos originales, el PS y el PC, sino también en los que se agregaron en el curso del proceso, el MAPU y la IC. También el MIR tenía en estos asuntos sus propias versiones y no dejaron de influir al interior de la UP sobre todo a medida que el proceso avanzaba, cuando iban surgiendo mayores problemas para el gobierno y la resistencia iba concretando una estrategia cuyo paradigma dominante incluía todas las formas de lucha, la preparación y la ejecución del golpe de Estado.

Entre los dispositivos de la institucionalidad el más dramático de los cambios de signo y el abandono de su carácter neutral fue la toma de partido de las FF.AA. contra el gobierno. Estas son normalmente el soporte mayor del complejo edificio que sostiene el estado de derecho en una democracia burguesa. La constitución les asigna el monopolio de la fuerza armada y las constituye asignándoles estricta obediencia al poder civil. Su toma de partido, en cualquier dirección que abandone su neutralidad y obediencia al poder civil, resulta trágico porque significa la pérdida universal de los derechos y el paso a la voluntad única y totalitaria del dictador.

En el estado de derecho existen siempre otras fuerzas que lo sostienen y que pasan a ser esenciales en la lucha de poder en momentos revolucionarios. Son los poderes blandos, enclaves en que se localizan y pesan las tradiciones y costumbres, la cultura, el relato, los valores y símbolos, las disciplinas y hábitos formales, los emblemas patrios, todos elementos clave para cimentar la sociedad y sus organizaciones. Son tejidos más fáciles de licuar y cambiarlos de signo, aunque siempre requieren trabajo dedicado, intenso y preciso tanto para sostenerlo en su forma dominante tradicional como para cambiarlo.

La historia del gobierno de Allende nos muestra que la amalgama de estos poderes y su cambio de polaridad fue un terreno decisivo en la lucha de clases y en la correlación de fuerzas. Este recorrido muestra claramente que la estrategia opositora inicia todos sus esfuerzos de resistencia en estos campos más volátiles con el objeto de ganar la conciencia de masas que no le eran adictas o permanecían indiferentes o neutrales, preparando el terreno para seguir avanzando a componentes más duros del poder; en definitiva para la conquista a firme del poder armado y con ello el mando vertical de todo el aparato estatal.

Respecto de las capas medias también se puede afirmar, simplificando las cosas, que en ellas existe al menos una significativa dualidad social y política. En una lucha sistémica en que se pone en juego el modo de producción dominante y la existencia del estado de derecho, las capas medias se sienten atraídas y tironeadas por las fuerzas mayores extremas: las élites políticas y la gran burguesía por un lado, y el proletariado junto a otros sectores subalternos por el otro. La voluntad política que predomine en ellas terminará por inclinar la balanza de poder hacia uno u otro lado decidiendo el destino del proceso. Debido a esto, el conocimiento profundo, la comprensión de su carácter y el contenido de sus aspiraciones en cada momento se transforma en un componente crítico de la política y en el determinante absoluto de la correlación de fuerzas.

Las grandes ambiciones del proyecto de Allende y la UP, nada menos que transitar del capitalismo al socialismo pacíficamente y dentro del marco de instituciones heredadas de la burguesía, debió poner como primer punto de la tabla la pregunta sobre la magnitud de las fuerzas políticas necesarias para enfrentar con éxito tamaño desafío. Hoy nos parece claro que las fuerzas disponibles que habían votado por Allende eran completamente insuficientes para esa tarea, por lo que el asunto de las capas medias había que pensarlo a fondo desde el comienzo. También debía ponerse en ese primerísimo lugar cómo resolver el nudo gordiano de ese desafío representado por la existencia del núcleo más duro de esas instituciones que formaban parte del vehículo del tránsito que se proyectaba, las fuerzas armadas. Allende y los partidos de la Unidad Popular no tardarían en comprobar que las insuficiencias y errores en ambos terrenos podrían llegar a tener costos muy elevados. Sin el análisis que requerían los difíciles escenarios que abría la revolución y sin la necesaria unidad de dirección y mando que este análisis sin duda demostraría, se hacía imposible alcanzar los objetivos trazados.

2. CAPAS MEDIAS

Se traza aquí una línea que discrimina un objetivo legítimo y deseable dentro del proyecto revolucionario de otros que pueden calificarse de desbordes forzados por la lucha y la polarización extrema que llegó a adquirir la situación. Estos desbordes extremistas constituyeron errores que no se supo o no se pudo controlar, por falta de una analítica que se ajustara a los cambios que se iban generando y porque no se dimensionó su real alcance y consecuencias a largo plazo en la dinámica de la correlación de fuerzas en pleno desarrollo.

En general puede afirmarse que todo proceso revolucionario genera una reacción conservadora que resiste los cambios y fuerza la situación por todos los medios a su alcance para minimizarlos, retardarlos o impedirlos. Ante los nuevos y crecientes desafíos las fuerzas de la revolución se ven obligadas a reforzar sus posiciones, respondiendo y actuando de forma más agresiva contra sus enemigos ante el temor de verse sobrepasadas y el eventual fracaso de sus objetivos de fondo. Esto pone en riesgo la planificación y el ordenamiento de sus fuerzas lo que puede llevar al quiebre del esquema que fijaba los objetivos y límites originales que se trazó. En su empuje continuo y creciente la reacción observa los efectos positivos de su estrategia en el desorden de las filas enemigas, llevándola a acentuar ese desorden con mayor fuerza, intensidad y continuidad, abarcando nuevos campos, más críticos y sensibles para la población, buscando anarquizar la vida civil en todo orden de cosas, paralizando el poder del gobierno y su capacidad para mantener el orden en el país. Surgen nuevas exigencias a los aparatos estatales y sus funciones de seguridad. El problema del orden y la seguridad interior se hace crítico a medida que avanzan los cambios estructurales y crece la resistencia de la oposición que va aumentando su nivel de violencia y profundizando su estrategia de desobediencia civil.

Estos nuevos escenarios generan nuevos desafíos poniendo a prueba la unidad en el gobierno y en el seno de la UP. Surgen grietas y fisuras así como distancias que se irán ahondando entre Allende y la dirección de algunos partidos de la alianza. Los quiebres y desbordes del marco original de la estrategia de la revolución generaban diagnósticos compartidos de lo que estaba ocurriendo pero no unanimidad en las propuestas de solución. En esto empiezan a cobrar mayor fuerza quienes proponen abandonar el marco original que, en su mirada, se va haciendo estrecho. La ofensiva reaccionaria día a día lo estaría superando y lo haría más y más a futuro. Ahora significaba un amarre innecesario y perjudicial para hacer frente a esa ofensiva y lograr nuevos avances en los objetivos del gobierno. Este sector proponía golpear a los enemigos de forma más dura, más a fondo y a rangos sociales de mayor amplitud, incluyendo a sectores medios del comercio, industria y servicios que con toda evidencia estaban prestando apoyo y encubriendo las actividades sediciosas y conspirativas de la reacción.

Las nuevas exigencias prácticas y teóricas de los acontecimientos se hacían evidentes abriendo muchas y quemantes preguntas. ¿Estaba la UP y el presidente en condiciones para enfrentarlas? ¿Había capacidad? ¿Se habían previsto estos nuevos escenarios, vividos, presupuestos y analizados por los clásicos de la revolución? ¿Cuánto pesaba la experiencia cubana y la figura de Fidel en estas discusiones? ¿Se había previsto la necesidad práctica y teórica ante la magnitud del programa de cambios y la inevitable radicalidad de la resistencia de las élites y el apoyo imperialista? Ya con las nuevas realidades encima ¿Había tiempo para discutir y resolver? ¿Se llegó a un diagnóstico compartido y sin fisuras graves? ¿Había capacidad, tiempo y posibilidad para evaluar y mapear correctamente los elementos y los principales actores de la situación? ¿Qué cambios, giros o nuevos acentos imponía la nueva situación a la política de alianzas? ¿Había condiciones para definir con éxito un rumbo y seguir avanzando hacia las siguientes etapas?

La revolución entraba a terreno crítico arriesgando quebrar los planes y la estrategia básica de tránsito pacífico e institucional al socialismo, fragilizando la unidad política e ideológica de la alianza UP, debilitando con ello también la dirección, la autoridad y la capacidad de conducción del proceso por parte del presidente Allende. Entraba en disputa con énfasis día a día mayor la conquista, el apoyo y el respaldo de los sectores y capas medias, decisivos en la correlación de fuerzas y en el desenlace final del proceso.

El escenario político e ideológico se licuaba a velocidad acelerada sorprendiendo a los principales actores y observadores. Se rompían viejas identidades y lealtades, antiguas fidelidades y confianzas caían con el estremecimiento de las bases y la ruptura del soporte habitual de la vida diaria de grandes contingentes de chilenos y chilenas. La sociedad se convulsionaba de manera desconocida con el choque de fuerzas y la violencia que iba adquiriendo la resistencia de la oposición. Nuevos actores abandonaban el anonimato, la neutralidad o la indiferencia, pasando a tomar partido fiel y hasta rabioso por una causa o la otra. La polarización política contaminaba todo. La extrema derecha, el polo más duro de la oposición, iba ganado un amplio y valioso terreno. Estaba obligada desde el principio a cambiar el panorama que la desfavorecía previo a la elección del presidente Allende donde había recibido el apoyo sólo de 1/3 de la masa de electores. En las sombras preparaba las condiciones para hundir la democracia por largo tiempo y formar un sistema de dominación oligárquica por completo diferente, partiendo desde cero. Después del golpe sus creadores lo llamaron “democracia protegida”, pero en la realidad fue una horrible dictadura donde abundaron los crímenes y el terror.

Los sectores de capas medias eran en gran parte desconocidos o ignorados en su relevancia fundamental por los dirigentes de la UP. Si bien había en su discurso alusiones a este actor social, no habían sido incorporados en profundidad en sus análisis teóricos, políticos y económicos. No habían sido tema predominante de atención para las décadas anteriores, tiempos de calma relativa del escenario político, y menos aún para tiempos de revolución cuando pasaban a ser decisivos en la correlación de fuerzas y en la disputa de poder.

Por el contrario la reacción fue muy certera y captó muy a tiempo su importancia desde los inicios del gobierno de Allende y hasta se anticipó a reconocer lo decisivo que podrían llegar a tener si se les movilizaba incorporándolos a la lucha política convirtiéndolos en una fuerza motriz contra la revolución. Identificó también con gran certeza y sin escrúpulos los medios que emplearía para llevarlos a su lado e inclinar a su favor la balanza del poder en disputa. El asesinato de Pérez Zujovic en junio de 1971, muy al comienzo del gobierno de Allende, demuestra que la contrarrevolución tenía total claridad lo decisivo que era impedir el potencial compromiso y alianza del PDC, primera fuerza política en sectores medios, con Allende y la Unidad Popular. Se trataba de construir una barrera infranqueable para impedir esa unión. Este hecho muestra también, que incluso antes, con el asesinato del general Schneider en octubre de 1970, la reacción no ponía ninguna restricción a las formas que utilizaría para conseguir sus objetivos.

Ya esas señales iniciales debieron bastar para que la UP captara el nuevo desafío en toda su magnitud decidiendo elaborar una estrategia adecuada. No lo hizo o, más bien, no hubo acuerdo sobre la forma de encararlo. Allende había aceptado desde el inicio de su gobierno que las decisiones de los partidos de la UP siempre serían resueltas por la unanimidad de sus miembros. Al no haberla no se decidía nada, o se decidía no hacer nada. Se paralizaba toda acción. Allende veía en la alianza con el PDC una clave fundamental para resolver estos gravísimos desafíos, pero sus propuestas al interior de la UP eran bloqueadas de manera sistemática, degradando su valor y descalificándolas como espurios intentos de alianza con la reacción, reformismo no conducente a nada bueno o conciliación con la burguesía y el imperialismo.

3. INSTITUCIONALIDAD

A la discusión sobre el valor estratégico de las capas medias en el período revolucionario se agrega en paralelo otra de similar valor. Se trata del significado y el contenido político e ideológico de clase que se le asigna a las instituciones sociales de mayor peso y amplitud, a los órganos e instrumentos del Estado, al carácter del estado de derecho, del poder que ellos representan, sus valores de base, su representación, su contenido real, los intereses de los distintos sectores sociales que benefician y protegen.

Allende y la UP planteaban una transición pacífica al socialismo lo que significaba utilizar las instituciones vigentes para esos propósitos. Esto significaba, y así fue leído por sus enemigos, como una estrategia instrumental de la democracia, que implicaba en el fondo un desconocimiento, una falta de fe, una desconfianza en el contenido real de la democracia vigente. Sin embargo, en las instituciones democráticas que se habían formado en Chile en las últimas décadas habían participado con largas y complejas negociaciones y compromisos políticos todas las fuerzas sociales y políticas, básicamente en el parlamento, dejando su huella en la constitución y las leyes y en el derecho vigente en muchas materias.

Esto presentó una encrucijada no menor, una cuestión que no fue pensada ni teorizada con la profundidad requerida por la UP. Durante el proceso se generó una disputa por el contenido real de esos textos e instituciones que se extendia a discusiones sobre la viabilidad o el efecto restrictivo que significaba para las pretensiones del tránsito pacífico prometido. Esto tuvo alta relevancia no sólo respecto al carácter y el comportamiento de las Fuerzas Armadas, que según el mandato constitucional debían ser obedientes el poder civil. También hubo conflicto en el ámbito de la propiedad de los medios de producción con las diversas fórmulas utilizadas para crear un área de propiedad social a partir de la estatizacion de los monopolios en sectores estratégicos de la industria, la banca y el comercio. También surgió este conflicto en la comprensión del carácter del sistema educacional donde la Escuela Nacional Unificada (ENU) aparecía desviando su propósito fundamental, prestándose para ser entendida como una herramienta para demoler el sistema vigente reemplazándolo por otro apto para crear el hombre nuevo y transitar al socialismo. La objeción que surgía, incluso dentro de la UP, era que la ENU de algún modo desconocía que el sistema vigente era en gran parte producto del empuje y la lucha gremial de los profesores y de la comunidad de padres, apoderados y alumnos a lo largo de su historia. Implementarla significaría de hecho tirar por la borda todo lo que tenía de positivo el sistema educacional vigente, fruto de largas luchas y consensos de distintas fuerzas políticas y creencias religiosas.

En todas las instituciones estatales se corria el riesgo de caer en visiones reduccionistas y sectarias que las caracterizaba sin más distingos como burguesas, con lo cual se desconocía que todas, de una forma u otra, en mayor o menor grado, habían sido producto de largas luchas sociales por derechos y garantías de los trabajadores y de todos los sectores sociales subordinados de una u otra forma al gran capital nacional y extranjero.

La pregunta esencial al respecto era la siguiente ¿Cuán cierta era la afirmación unívoca del carácter burgués del aparato estatal, la institucionalidad y el espíritu del derecho dominante? No cabía duda que expresaba de forma dominante los intereses de la burguesía y de las élites en el poder y buscaba asegurar su hegemonía, pero también era cierto que todo ese sistema también contenía otras materias, legislacion, reglas e instituciones producto de luchas, negociaciones y compromisos obtenidos por trabajadores y sectores populares en lucha con esas elites y por ello contenía partes importantes que reflejaban los intereses del pueblo.

El objetivo y la estrategia revolucionaria que proponía la UP y el gobierno de Allende era realizar cambios estructurales y culturales por la vía pacífica amparándose en este carácter bifronte de la institucionalidad. La tesis se basaba justamente en la posibilidad de cambiar el peso y el equilibrio de esa polaridad, consiguiendo que se hicieran dominantes aquellos que beneficiaran a los sectores más desposeídos desplazando el dominio de la élite.

Una de las claves mayores del proceso 70-73 recaía justamente en el carácter de esa hegemonía. La discusión buscaba aclarar si esa institucionalidad y el Estado de derecho se mantendrían como un corpus integral monolítico e irreversible o si aceptaba flexibilidad y cambio de polaridad de clase. La rigidez o flexibilidad del Estado burgués y por tanto la posibilidad del tránsito pacífico e institucional al socialismo fue materia de intensa discusión dentro de la UP y con el MIR. Sin embargo, no toda la necesaria ni a la profundidad requerida. Quedaron muchos aspectos sin resolver en una especie de tierra de nadie, lo que repercutió gravemente en el desarrollo de los planes y objetivos del gobierno. Estas oscuridades generaban discusiones y fisuras en la UP, debilitándola y paralizando sus iniciativas en circunstancias y materias claves. Esta ambigüedad también permitía que la reacción metiera cuñas tratando de mostrar que el objetivo real del proceso era arrasar con todo, incluyendo mucho de lo ganado por los sectores populares que estaba en la constitución, en las leyes, en los derechos y libertades, en los diversos sistemas del Estado, en sus aparatos ideológicos, en la educación y en los medios de comunicación.

Todo esto no era una discusión meramente teórica. En todos los campos de la lucha política e ideológica se presentaban estas cuestiones. No se trataba de asuntos que pudieran ser abordados por los dirigentes sólo en el plano teórico como cuestiones abstractas. Se trataba de asuntos prácticos y urgentes de resolver de la lucha de masas diaria que requerían su atención y de hacer claridad. Todo iba cambiando a gran velocidad. El gobierno se amparaba y defendía la mantención de las estructuras que cimentaban el estado de derecho y la democracia. Eran la condición de posibilidad del éxito de su estrategia. La oposición luchó para derribarla a sangre y fuego, imponiendo con insistencia y tesón esta estrategia en su alianza con la Democracia Cristiana.

El sector más extremo de la derecha concluyó tempranamente que mantener su dominio sólo era posible quebrando la democracia y terminando con el Estado de derecho, lo que sólo se lograba extremando la violencia y la desobediencia civil con paros, huelgas patronales, terrorismo, generando desorden, desbordes y caos en todos los lugares donde fuera posible, para culminar finalmente con el golpe de Estado.

Estos desbordes y la violencia de la oposición no fueron previstos y analizados con la profundidad que requerían. Al comienzo del gobierno de Allende era posible para llegar a acuerdos dentro de la UP. Aun se podía cuando la situación institucional y la lucha se mantenían en el terreno político, en que era posible negociar y llegar a acuerdos con otras fuerzas, en especial con la DC. Era una ventana inicial muy breve, ocasión tal vez única que había que aprovechar. En ese período se negociaron y aprobaron las Garantías Constitucionales, pero fueron insuficientes. No alcanzaron la hondura necesaria porque no se previó la ineludible necesidad de incorporar materias que los cambios estructurales y la resistencia civil y militar de la derecha provocarían arrastrando en ello a la misma Democracia Cristiana que pedía y firmaba esos acuerdos. Se pensaron sobre todo como acuerdos precautorios y defensivos, garantías exigidas por la DC ante la posibilidad de un desvío totalitario del gobierno de Allende. La UP perdió la posibilidad de tomar la iniciativa y avanzar al formato de una posible alianza progresista que le diera respaldo a un programa con algunas restricciones pero con mayor apoyo, plataforma que los programas de Allende y Tomic hacían posible.

Después de la asunción de Allende se hacía necesario hacer este examen en cada sistema o subsistema, en cada instancia del derecho y del poder estatal, en cada elemento articulado y articulador de ese poder, trazar una línea divisoria muy precisa que pudiera permitir el reconocimiento de contenidos democráticos establecidos en su interior. Esta delimitación habría dado la oportunidad de establecer bases firmes y objetivas para alianzas políticas que definieran qué elementos o rasgos precisos había que eliminar, cambiar o reemplazar, y que contenidos debían ser mantenidos e incluso reforzados. El trabajo analítico fue sesgado e insuficiente determinando la estrecha política de alianzas que trabó cuestiones decisivas en el gobierno de la UP. Allende detectaba o intuía estas deficiencias, buscando resolver las graves cuestiones que se iban presentando, intentando acercar la posibilidad de alianza con el PDC, pero no tenían un soporte y el respaldo teórico robusto ni eran escuchados con interés y atención. Sus intentos de acercamiento eran pronto devaluados y desechados por el predominio en la mayoría de los partidos de la UP, y más allá en el MIR, de consignas y estereotipos que dibujaban el escenario y sus actores de manera reduccionista e idealista, con esquemas fosilizados supuestamente fundados en categorías de un marxismo y de una teoría revolucionaria más actual y de mayor valor.

Se actuó con precipitación y con insuficiente claridad. El mapeo del escenario institucional, de actores sociales y políticos se hizo cada día más insuficiente, lo que facilitaba el desorden, la mala comprensión de la gravedad de la situación y la creciente desavenencia al interior de la UP. Tampoco Allende era un gran teórico; no podía ser un líder en estas sutiles y decisivas cuestiones. No es que le faltara voluntad, autoridad o capacidad personal. Le faltaba fortaleza teórica para imponer sus puntos de vista, para trazar de manera convincente un camino en un escenario de cambios profundos y repentinos, lleno de sorpresas y nuevas desafíos.

Había opacidad en lo que debía ser tocado, reformado o suprimido y lo que merecía sobrevivir y hasta ser reforzado. Las líneas que marcaban ambos territorios se fueron borrando, quedando ambos espacios en buena parte confundidos, lo que se acentuaba mientras avanzaba la revolución y más destrucción de la normalidad lograban sus enemigos. La campaña de terror de la derecha obtuvo que una parte muy considerable de la población sintiera que muchos de los pilares de la democracia, las instituciones del Estado, la ley y la propiedad, la paz, las seguridades básicas, sus valores y tradición estaban siendo amenazadas. De no hacer algo radical e inmediato las perderían sin remedio. Su mensaje básicamente sostenía que toda forma de vida social anterior y conocida podía desaparecer, reemplazada por una oprobiosa esclavitud y sumisión a nuevos amos que en todas partes habían fracasado imponiendo a la fuerza un sistema de horror sin retorno posible.

4. EL GOLPE FINAL. CHILE EN LA GUERRA FRÍA

El objetivo central de la oposición fue destruir el más sólido pilar de la estrategia que definía el gobierno de Allende: un tránsito pacífico del modo de producción capitalista al socialista respetando las instituciones de la democracia y del estado de derecho. Ese pilar había que destruirlo de cualquier forma. La mejor, más rápida y segura era por la fuerza ya que de esa forma se generaba una correlación de fuerzas que la apoyara. Si la clave para el gobierno debió ser la mantención del orden, la paz y el respeto a las instituciones para en ese escenario impulsar los cambios, la clave mayor de la oposición consistía en romper por cualquier medio esas condiciones.

La violencia destructiva era esencial para la contrarrevolución en la medida que el orden era el camino del gobierno para realizar los cambios y cosechar sus frutos. Sólo en tranquilidad podría la mayoría percibir los beneficios de los cambios en pro de los más desprotegidos que era donde residía la mayor fuerza potencial de la revolución.

Resistir los cambios fue la esencia de la estrategia opositora. Si lo lograba por medios pacíficos o violentos dependía de las circunstancias y de la correlación de fuerzas dentro del bloque político que terminó uniéndose como resistencia opositora, el PN y el PDC, aliados como Confederación de la Democracia (CODE) en julio de 1972.

El PN, su extrema derecha, trataba de convencer a su potencial aliado, la DC, que la resistencia violenta, multiforme y multisectorial tenía la doble ventaja de paralizar los cambios impulsados por el gobierno, y además, era el método infalible para destruir el piso de certezas y seguridades, físicas y valóricas, de los sectores medios, de la Iglesia católica y las FF.AA.

Los sectores de capas medias, especialmente de mujeres, jóvenes y tercera edad, pequeños comerciantes, industriales, de servicios, y trabajadores informales y por cuenta propia, formaban una mayoría cualitativamente distinta de otros sectores populares de medianos y bajos ingresos, el proletariado y los empleados públicos y privados, sectores sociales más anclados en sus posiciones tradicionales por sus contratos laborales, la disciplina del trabajo, la sindicalización y la pertenencia a partidos políticos de izquierda o de centro.

Estas capas medias eran la reserva estratégica de la oposición. Había que sacarlas de su confianza y tranquilidad habitual, romper su neutralidad e indiferencia, arrebatarles la seguridad de cuna y origen en que habían crecido y en que se habían formado sus creencias, valores y tradiciones. Para romper este profundo blindaje había que quebrar ese piso básico lo más rápido y de todas las formas posibles, incluyendo la anarquía, el caos, el miedo, la ansiedad y el terror. Había que transformarlas en fuerzas activas y agresivas contra la figura de Allende y un profundo desprecio a la UP.

La Iglesia católica era una institución de mucho poder e influencia en la sociedad, con una amplia variedad de medios. La adhesión a la fe católica ha venido cayendo progresivamente, pero en tiempos de la Unidad Popular esta iglesia era muy respetable y despertaba alta adhesión en sus juicios. Eran tiempos de cristianos para el socialismo. En los inicios del gobierno de Allende había buena sintonía entre su línea doctrinal y las posiciones valóricas y programáticas de la UP, lo que se fue quebrantando aunque las relaciones entre el cardenal y Allende se mantuvieron siempre en armonía. Para la reacción era un escollo importante esa posición de la Iglesia católica y de sus fieles. La campaña del terror contra la ENU logró cierto nivel de distanciamiento. En abril de 1973 el cardenal pidió al presidente mayor plazo para discutir la reforma, a lo que este accedió tomando también otros antecedentes en cuenta, entre ellos la posición del PC que a esas alturas recomendó retirarla para el mismo objeto.

Respecto de las FF.AA. los esfuerzos de la reacción se enfocaron a denunciar el carácter ilegal del gobierno y romper su adhesión al poder civil. Además presionaron para fortalecer su disciplina ante la supuesta formación de organizaciones armadas de izquierda que actuaban en paralelo. La campaña contra la ENU se propuso demostrarles que la UP pretendía reemplazar la doctrina institucional militar con una ideología comunista al servicio del imperialismo soviético.

Al comienzo del gobierno de Allende la derecha era una fracción minoritaria del espectro político. En las elecciones presidenciales de 1970 Allende obtuvo el 36,2% de los votos, Alessandri el 34,9% y Tomic 27,8%. Los programas de Allende y Tomic tenían mucho en común, por lo que la unión de esas fuerzas habría dado un sostén muy sólido a los cambios que ambas fuerzas proponían. En las municipales de abril de 1971 la UP obtuvo el 50%, el PDC el 26% y el PN + DR el 24% de los votos. La Democracia Radical era parte de la derecha; había apoyado a Alessandri. En las parlamentarias de marzo de 1973 la UP obtuvo un 44,03% de los votos contra un 55,70% de la CODE. La oposición perdió en ese momento toda esperanza de destituir por ese medio al presidente Allende lo que requería 2/3 del Senado. Esto impuso a firme y de forma inapelable en la alianza opositora la tesis de su ala más extrema, la necesidad del golpe de Estado. Había que acelerar sus preparativos calentando aún más el ambiente para gatillarlo a tiempo y asegurar su éxito. La lucha por consolidar el dominio en el centro político, neutralizar la influencia de la Iglesia católica y asegurar el mando en las FF.AA. se tornó crítico para el gobierno y para la oposición. Esto decidiría la correlación de fuerzas inclinando la balanza de poder en una u otra dirección.

El escenario de fondo era a principios de 1973 el de un país que se aproximaba peligrosamente a la guerra civil. Se enfrentaban con los medios más violentos, con la única excepción de las armas de fuego, las dos fuerzas opuestas. En ambas había sectores que pensaban que el conflicto sólo se decidiría por medio de las armas. Allende no aceptaba esta premisa. Luchó con todas sus fuerzas por impedirla buscando fórmulas de alianza con la DC y los altos mandos de las FF.AA. Estas aún permanecían al margen de la lucha política abierta aunque para terminar el paro de octubre de 1972 el presidente había incorporado en su gabinete ministerial a las más altas autoridades de las 3 ramas de las FF.AA. Era una forma de reforzar su autoridad pero también abría un espacio nunca utilizado para la intervención directa de ellas en el gobierno. Por el momento actuarían bajo la autoridad presidencial, pero se entreabrió la puerta a riesgos mayores al someterlas al cuestionamiento de sus pares dado que la línea divisoria entre sus funciones militares y políticas era difícil de precisar y mantener.

A principios de 1973 la oposición estimaba que aún no estaban dadas las condiciones para gatillar y asegurar el éxito del golpe. Había que obtener aún mayor respaldo de una parte mayor de la población y asegurar la paralización de una eventual respuesta civil y militar de los partidarios del gobierno. Era esencial asegurar la sorpresa y contundencia del golpe. La correlación de fuerzas era determinante. Había que jugar todas las cartas para masificar más a fondo la protesta en todos los campos, imprimiéndole extrema virulencia y radicalidad. Se le hacía necesario agitar más a fondo y activar aún más sus fuerzas. En los altos mandos de las FF.AA. se tejían en las sombras los hilos y la trama final de la conspiración.

La lucha ideológica era crítica para definir la correlación de fuerzas. En el campo de la educación se luchaba fieramente en torno al proyecto ENU. La reacción captó certeramente que se trataba de un flanco débil del gobierno, donde podía asestarle un golpe demoledor. Se propuso desbordar el ámbito de esa lucha sectorial y transformarla en un combate decisivo que impregnara por completo y polarizara a su favor todos los campos a nivel nacional. Desencadenó por todos los medios y con estrecho apoyo de la CIA una campaña de terror fulminante, intensa, masiva y prolongada, con el objetivo de penetrar en profundidad en amplios sectores de la población. Se trataba de una embestida que pretendía ser final, la antesala del golpe, considerando que el resto de las condiciones en todos los campos ya estaban resueltas. Chile pudo comprobar de cerca que formaba parte medular de la guerra fría, punto neurálgico de la geopolítica, lugar donde se decidía una batalla estratégica de significado global, donde la gran potencia del norte se jugaba todas sus cartas para conseguir la derrota de un régimen que desde sus inicios lo habían marcado como un riesgo intolerable que había que eliminar por cualquier medio, un peligro que de tener éxito pondría en riesgo la seguridad y el dominio hegemónico de la gran potencia de Occidente en todo el mundo.

La población chilena sufrió en carne propia la intoxicación intensa, repetida y sostenida durante meses de un vendaval de textos, imágenes y escenas de horror, información y propaganda de bases reales o supuestas, monstruosas y aterradoras, de la última guerra y de los peores y más condenables vicios y crímenes del sistema económico, político, ideológico, cultural, militar y policial de la URSS. Desde entonces EE.UU. y sus aliados venían filtrando ese veneno de terror, fabricando con alta tecnología el dossier de una poderosa herramienta para combatir en tiempos de guerra fría. Se trataba de un enorme y variado arsenal de alto poder destructivo de ideas, creencias, emociones y costumbres inveteradas de pueblos y naciones que interesaba conquistar y demoler. Que a la vez permitía modelar y orientar almas y voluntades ya estremecidas y fragilizadas a golpes con nuevas formas, voluntades e intereses, instrumento ajustable para ser orientado según los escenarios por regiones, pueblos y países, para emplearlo cuando fuera necesario contra los enemigos para doblegarlos y evitar futuros riesgos. Su eficacia ya había sido comprobada y perfeccionada en muchos lugares en que se habían enfrentado en guerras y conflictos con las fuerzas demoníacas del mal y el comunismo. Chile era un caso más para utilizar esta depurada metodología. Había que ajustar sus instrumentos, buscar los canales, los recursos humanos y la infraestructura de empresas y organizaciones locales para ejecutarla en tiempo, etapas y objetivos precisos. Desde el comienzo del gobierno de Allende sus instrumentos fueron acondicionados, ajustados y afinados con inteligencia de la CIA y de la reacción criolla para ser empleados aumentando en intensidad y precisión a medida que avanzara el proceso.

Un momento crítico se presentó a principio de 1973 cuando el gobierno, después de largos debates, presentó a discusión pública el proyecto ENU. La campaña de terror con ella era el momento propicio para llegar al corazón de madres y padres, hijos y abuelos, acercarse con sutiles consejos, resaltando lo querido y lo perdido desde los antiguos tiempos de paz y tranquilidad, de libertad de conciencia, de unión de la familia y el hogar, de seguridad en calles y plazas, de seguro abastecimiento, haciendo el paralelo de ese mundo de felicidad y armonía con la nueva realidad de ansiedad, terror, caos y violencia.

Un nuevo ajuste, con una dosificación aún más intensa, se presentó tres meses después ante el fracaso opositor en conseguir los 2/3 para destituir al presidente. Ya no cabía ninguna duda al interior de la oposición unida en la CODE que el golpe de Estado era el único camino para terminar con Allende.

La CIA y el gobierno norteamericano lo sabían de antemano; habían trabajado en ello, no era sorpresa; estaban preparados y seguros de su éxito. Era un caso más de una larga serie de experiencias. Sólo había que gatillar las últimas medidas del proyectado derrocamiento. La campaña de terror tocó a rebato con virulencia y magnitud imparable para dar el golpe y derrocar a Allende. Asi se hizo. Ya al atardecer de ese mismo 11 de septiembre de 1973 podían celebrar el éxito de sus planes siniestros y empezar a levantar el nuevo proyecto entre militares y civiles, unidos y compartiendo idéntica mesa y mismas ideas.

julio 2023

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