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Carta abierta al presidente de Chile a propósito del 11 de septiembre. Por Gustavo Gac-Artigas

El 10 de septiembre de 1973, en la mina de cobre de Chuquicamata, actué por última vez en mi país junto al grupo de teatro que dirigía, el TEC, Teatro Experimental del Cobre, perteneciente a la Casa de la Cultura de El Teniente, con una obra llamada Libertad-Libertad, un fresco que mostraba las raíces del fascismo, sus consecuencias, y en la que se llamaba a oponerse a un golpe de Estado en Chile.

La obra terminó con un debate con los trabajadores de Chuquicamata dirigido por David Silberman, entonces gerente de Chuqui.

El 11 de septiembre Chile se cubrió de un manto de horror, el ejército de un manto de vergüenza, los torturadores de un estigma que los acompañará toda su vida.

El 11 los dirigentes sindicales me ofrecieron dejar la mina junto a David, no acepté y me quedé junto a mis actores.

¿David?, David no cruzó el desierto, lo interceptaron el 13 de septiembre del 73, un tribunal militar lo condenó a 10 años de cárcel, permaneció en la penitenciaría de Santiago de donde un grupo desconocido lo sacó 21 días más tarde, el 4 de octubre del 73, la última vez que alguien lo vio con vida fue en la enfermería de Cuatro Álamos, estaba en mal estado, había caído en manos de Manuel Contreras.

―De ahí nunca más se supo… Tenía 35 años… se le buscó hasta en Paraguay… ―dijo una voz entrecortada en el vientre de la mina, allá, arriba, en Chuqui…

¿O era el viento?*

Yo, en la cárcel de Rancagua conocí que el horror no tiene límites, en las manos de un teniente del ejército de Chile, el teniente Luis Alberto Medina Aldea ―por el celo demostrado como torturador hizo carrera― manejó un equipo operativo encubierto de la DINA bajo la pantalla de una compañía comercial: Pedro Diet Lobos, bajo las órdenes de Manuel Contreras, para realizar operaciones tanto en el país como en el exterior.

En junio del 86, con el grado de Mayor, fue jefe de zona en Estado de Emergencia suplente en la III Región.

En el 2018 fue condenado a cinco años de cárcel por torturas reiteradas en Rancagua, pero su pena fue suspendida.

Al parecer la memoria es corta, corta para el horror, corta para asumir responsabilidades, corta para reconocer el papel del Estado de Chile que en principio tiene el deber de proteger a sus ciudadanos de abusos, de violaciones a sus derechos, entre ellos los derechos humanos, señor presidente.

La memoria es larga para las víctimas, y al acercarse el 11 revive en nuestras pesadillas, en nuestros sueños truncados, en nuestros cuerpos adoloridos y ese dolor se acentúa cuando el Gobierno decide no realizar un acto oficial para recordar lo ocurrido un 11 de septiembre tan lejano pero tan cercano en la memoria.

Cierto, señor presidente, es un día de reflexión, pero ello no quiere decir que sea un día en que se intente cubrir Chile con el manto del olvido, es su deber, es deber del Estado de Chile de, públicamente, levantar su voz para que nunca más el horror camine libremente por los caminos de Chile.

Escribo esta carta un 10 de septiembre, 46 años después del golpe, 46, toda una vida y esta noche, sin poder dormir, me preguntaré nuevamente si hubiera sido preferible aceptar salir de Chuqui junto a David, o vivir 46 años con las huellas del horror agazapada esperando un 11 para saltar al presente, sobre todo, señor Presidente cuando el gobierno intenta cubrir el horror y se cubre de vergüenza "al no contemplar ninguna ceremonia en particular" y Poncio Pilatos, llamar al mismo tiempo "a reflexionar sobre la importancia de cuidar la democracia", pero ese cuidado, señor Presidente, esa reflexión, señor Presidente, pasa por reconocer la historia y tener la valentía y decencia de enfrentar el pasado.

Gustavo Gac-Artigas es escritor y director de teatro chileno, miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, residente en EE UU.

*Extracto de la novela Y todos éramos actores: un siglo de luz y sombra

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