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Chile 1970–1973: Cosas que no debemos olvidar. Por Juan Ángel Torti

Con el pasar de los años muchos hechos se olvidan o se deforman. Este recordatorio es para que no olvidemos cosas que sucedieron en nuestro país en un periodo en que quisimos construir una sociedad más igualitaria.

Eso no se pudo lograr por el vergonzoso boicot que se le hizo al Presidente Salvador Allende, un político y médico honesto y democrático, que esperó pacientemente cuatro elecciones presidenciales para ganar el cargo.

En los archivos de las más importantes cadenas de televisión del mundo han quedado guardadas las imágines del 11 de septiembre de 1973 con el cobarde ataque de los aviones contra el Palacio de los Presidentes de Chile, y las de la bandera nacional, izada al tope, quemándose y elevándose al cielo.

Es nuestro deber, por respeto a la verdad, recordar algunos de esos actos de boicot contra el gobierno popular, antes de que la pátina del tiempo haga su trabajo.

Allende fue boicoteado incluso antes de acceder a la presidencia. Para chantajear al Congreso Nacional para que no confirmara su elección, un grupo de extrema derecha bloqueó el automóvil oficial del Comandante en Jefe del Ejército, general René Schneider, con la intención de secuestrarlo y matarlo si el Congreso confirmaba la elección.

El general les espetó que “un soldado chileno no se deja secuestrar” y ahí mismo lo asesinaron a balazos.

El golpe de estado fue justificado por un improvisado “Plan Z” inventado por los mismos golpistas. Primero dijeron que el 11 de septiembre Allende iba a salir a los balcones de La Moneda a pedir a sus partidarios que salieran a la calle a matar a todos los opositores. Después, que ni él ni sus ministros conocían dicho plan y que también iban a ser víctimas de grupos ultraizquierdistas. Al final, ante la confusión y lo absurdo de esas afirmaciones, optaron por no volver a hablar nunca más del “Plan Z”.

Esto se puede comprobar consultando en la Biblioteca Nacional los periódicos de 1973, desde el 13 de septiembre hasta mediados de octubre.

Los golpistas siguieron mintiendo, mostrando gran cantidad de armas “encontradas” en el interior del Palacio Presidencial y en el domicilio del Presidente, pero éstas habían sido trasladadas de noche por el ejército aprovechando el toque de queda impuesto.

Pinochet fijó para el 11 el golpe porque ese día el Presidente –ante la durísima situación social que vivía el país- iba a anunciar en un discurso en la Universidad Técnica del Estado la preparación de un plebiscito. La noche anterior supe por un colega que los equipos de exteriores del Canal Nacional estaban listos para salir a la mañana siguiente a transmitir el discurso.

El mismo Pinochet reconoció en una entrevista radial lo del plebiscito, pero alegando que eso habría significa “seguir con la politiquería, lo que yo no quería”. Poco después, el general mandó quemar todos los registros electorales.

No olvidemos que Pinochet –nombrado Comandante en Jefe del Ejército por el mismo Allende por recomendación de su superior, el general Carlos Prat (al que Pinochet mandó matar más tarde en Argentina, donde lo había exiliado)- le decía hasta el último momento al Presidente que podía contar con su lealtad.

También recuerdo que a los pocos días del golpe Pinochet anunció que la nueva junta de gobierno (compuesta por el Ejército, la Marina, la Aviación y Carabineros, recientemente militarizados) gobernaría cada dos años cada estamento. Pero cuando el jefe de la Aviación, general Gustavo Leigh, protestó porque el Ejército ya llevaba demasiados años gobernando, el dictador no lo dejó entrar al improvisado palacio gubernamental y lo reemplazó por otro general más dócil.

El gobierno golpista fue apoyado desde el primer momento por el Canal 13 de TV de la Pontificia Universidad Católica de Santiago, que se convirtió en el portavoz de la Junta, con el entusiasta apoyo del ultraderechista sacerdote Raúl Hasbún.

Por su parte el Canal 9 de la Universidad de Chile, que a pesar de su reducido presupuesto defendía como podía al gobierno popular, casi dejó de existir días antes del golpe cuando uno de sus técnicos salió de la caseta del transmisor (ubicada en la cima del cerro San Cristóbal) y logró apagar una mecha conectada a una carga de dinamita pegada a la caseta.

Fue vergonzoso ver en las primeras semanas de la dictadura las fogatas que encendían los militares en las calles para quemar los libros que pasaban a ser prohibidos. En la televisión francesa se conservan las imágenes de un oficial que echa a la hoguera un gran libro de Cubismo, creyendo que trataba sobre Cuba.

El autodenominado “Presidente de Chile” también demostró su desprecio por la etnia mapuche cuando declaró en un discurso en el Club de La Unión de Santiago que los chilenos tenían que trabajar más, que no fueran “indios”.

El Presidente norteamericano Richard Nixon, furioso por la elección de Allende, destinó rápidamente diez millones de dólares (según declaraciones posteriores del Embajador estadounidense en Chile) para “desestabilizar” al gobierno popular. Eso amplió el boicot y los supermercados empezaron a quedar vacíos. Recuerdo que el día antes del golpe fui a uno de ellos y lo encontré prácticamente vacío. Volví al día subsiguiente del golpe (el día siguiente estaba prohibido salir a la calle) y encontré las mismas estanterías repletas. ¡Tenían todo escondido!

También los conductores de camiones que debían transportar mercaderías indispensables para las ciudades del norte y sur del país recibían dinero para no salir a trabajar. Esto se supo porque uno de ellos, con el rostro cubierto para evitar represalias, contó eso en una entrevista en la televisión. El mismo congresista opositor Patricio Aylwin (que luego fue el gran protagonista de la difícil transición de la dictadura a la democracia) se oponía con su cuerpo frente a los camiones de algunos conductores patriotas que querían salir a trabajar. Años después, el mismo Aylwin declaró que a Allende “deberíamos haberle dado más oportunidades”.

Otro acto inmoral de boicot fue el de las tetinas de biberones. En Santiago existía una sola fábrica de ese producto. Los opositores compraron toda la existencia de la fábrica y al día siguiente la prensa que controlaban publicó que por culpa del gobierno ni siquiera se podían conseguir tetinas para los biberones de los bebés chilenos. Días después, un niño de la periferia que jugaba en la ribera del río Mapocho, que atraviesa la ciudad, descubrió que todas las tetinas ¡habían sido arrojadas al río!

En los últimos años de la dictadura (que duró más de 17 años) muchas mujeres del barrio alto, vestidas de “pobres”, visitaban casas y apartamentos del mismo barrio haciéndose pasar por militantes del Partido Comunista para averiguar cuántas habitaciones libres había para instalar allí a familias de las poblaciones marginales.

Esas mismas mujeres asistían a los desfiles militares callejeros para lanzarle maíz a los cadetes llamándolos “gallinas” por no dar un golpe de estado.

Mientras la oposición boicoteaba descaradamente a Allende, éste continuaba luchando como podía para terminar con la pobreza heredada de los gobiernos anteriores. Recuerdo que su primera medida, apenas fue elegido, fue terminar con la falta de salas de clases en las poblaciones marginales. Para ello hizo trasladar los autobuses urbanos que ya no servían, sacarles los asientos y reemplazarlos por bancos escolares. Así surgieron en las llamadas “poblaciones callampas” los autobuses-escuela. Esos vergonzosos actos de boicot, junto al ciego sectarismo de la extrema izquierda y a la prepotencia criminal de la extrema derecha, hicieron que Salvador Allende no pudiera sacar adelante su programa social.

Como periodista de una agencia de prensa internacional he tenido la oportunidad de viajar por numerosos países, algunos muy alejados, y he comprobado que aún falta mucho para que Chile y sus fuerzas armadas recuperen el prestigio que tenían antes del golpe.

Y también he comprobado que en cualquier lugar del mundo, cuando se habla de lo que pasó en nuestro país, Pinochet ha quedado catalogado como “traidor, asesino y ladrón”.

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