En la aproximación al campo de la producción, distribución e impactos de las drogas desde una mirada histórico antropológica (Calado, 2021), es posible observar un proceso histórico de prácticas productivas y de consumo que en el devenir del desarrollo de las formas mercantiles del capitalismo industrial y neoliberal, pueden situarse como una disputa ideológica que demarca territorialidades, economías locales y prácticas de resistencia y sabotaje cultural, entre modelos de desarrollo, productivo y civilizatorio (Jaén, S., & Dyner, I. 2007).
La evidencia histórica y empírica nos permiten observar que hay formas productivas que han sofisticado sus sistemas de producción y que están en permanente desarrollo, las que a su vez están situadas cultural y geo-territorialmente. El opio desde el mundo asiático, la amapola y su derivado heroinómano desde las fronteras del mundo afgano y sus vecindades, la marihuana y la cocaína desde el barrio de los suburbios Latinoamericanos, específicamente desde la frontera sur de su existir. El éxtasis y su derivado de cocina post-industrial desde la fiesta eterna y electrónica de las modernidades centrales europeas, finalmente el lisérgico y la “cocina de diseño” americana del fentanilo (Medina-Mora, 2015).
En este contexto, el presente texto pretende proponer un lugar de observación donde la droga como fenómeno, mercado y problema asociado a temas sanitarios y sociales, constituye también en el devenir de la nueva era colonial (Chomsky, N. 2001), un lugar de disputas ideológicas que trascienden el problema de la distribución y la generación de deterioro social asociadas a las adicciones de los sujetos, sus consecuencias, enfermedades y ortopedias sociales. Transmutando en una disputa que desde la hegemonía de las economías de los mercados, carteles y territorios se configura también como una dinámica ideológica que más allá del lucro, tiene profundos sentidos políticos, identitarios, históricos y antropológicos (Bucher, R., & Oliveira, S. R. 1994). Construyendo subjetividades, sistemas de representación y performateando disposiciones actitudinales en el espacio social que denominamos sentido común frente a esta realidad (Palazzolo, F. 2017).
La reciente polémica frente a las declaraciones del presidente de Colombia, Gustavo Petro, nos proponen la apertura a una mirada de cara a comprender el fenómeno de la droga y sus sistemas de producción y distribución como parte de una estrategia política e ideológica de las territorialidades culturales y económicas en disputa permanente e histórica (Monsalve Medrano, L. A. 2024). Es así como Petro nos invita a poner en palabras una evidencia que está ahí y que muchas veces nos negamos a observar. Comprender e incorporar al análisis frente al tema de la producción, distribución y generación de mercados de consumo en el escenario global del presente periodo desde la siguiente perspectiva: “La cocaína no es más mala que el Whisky y lo que sí le cayó a EEUU es el fentanilo, cuya producción es un diseño de las transnacionales farmacéuticas. El fentanilo lo produce estados unidos para tirarse a México, la cocaína es mala por que se hace en América latina” (Infobae, 2025)
México, Colombia, Perú y Bolivia, constituyen vecindades de aquello que reconocemos e identificamos cómo el barrio latinoamericano e hispanoparlante en donde la producción, elaboración y distribución de la cocaína pareciera ser mucho más que el fenómeno del narcotráfico, los cárteles y el espectáculo nocivo con el que nos invaden los sistemas de producción y reproducción de la propaganda subordinada a las hegemonías neoliberales y domesticadas por la acción del capital económico y cultural globalizado. La cocaína también representa identidad territorial, economías campesinas, cultura y pertenencia a un mundo, a una historicidad y también podríamos aventurar a una lucha de resistencias en el plano ideológico y político que tiene vinculaciones de profundos sentidos identitarios, geopolíticos y territoriales.
En este contexto, México y su existir fronterizo parece ser el punto de inflexión y conflicto de una disputa que más allá de la validación de las formas y acciones del narco y la materialidad social, cultural de los carteles. También puede reconocerse como un lugar de resistencias y confrontaciones ideológicas en donde la producción y distribución de drogas adquiere relevancias políticas, territoriales e identitarias.
En mi experiencia académica en la Universidad de Juárez, estado de Durango, escuela de Psicología, desde la participación en cursos de posgrado y pregrado en complementariedad con la Maestra en Psicología Comunitaria y docente María Ortiz Vásquez he comprendido y aprendido el sentido profundo de identidades que persisten y promueven la acción de las resistencias y la construcción del conocimiento bajo el acecho de una “guerra” que criminaliza y estereotipa a nuestra Latinoamérica (Iglesias-Prieto, N. 2015).
En el plano local, observamos la persistente insistencia de criminalización y vinculación al narco, la producción y distribución de marihuana frente a las luchas territoriales e históricas de las comunidades y territorios en resistencia en la frontera del Wallmapu o Araucanía. Este esfuerzo persistente por vincular desde los medios de comunicación y reproducción de las hegemonías dominantes, las causas, luchas y fundamentos históricos de nuestros pueblos originarios con el Narco, constituyen parte de una práctica y una estrategia de control, estigmatización y dominación en donde la tensión pareciera seguir pulsando una puga entre economías agro-locales versus la cocina de las farmacéuticas transnacionales. Sin duda una disputa con profundos sentidos ideológicos y culturales.
La representación de lo narco se ha impulsado y extendido mediante el sistema capitalista y sus distintas formas de reproducción a través de mercados asociados a estéticas narco como las barberías, la venta de joyas, falsificación de marcas de ropa (Sandoval, 2020) e inclusive, en los últimos años la venta de droga mediante el uso de aplicaciones tecnológicas que se observan en Chile (Ceballo-Espinoza, 2022). La narcocultura está vinculada fuertemente al capitalismo, transformando el significado de éxito en la acumulación de capital y la ostentosidad, afectando las formas de lenguaje, las estéticas, subjetividades y percepciones culturales, que se reproducen simbólicamente en el arte; la música, las películas y la literatura, haciendo apología al narco, contribuyendo profundamente a problemas sociales y de salud pública (Aravena, 2021; Becerra, 2018).
Históricamente, grupos dominantes han buscado apropiarse de territorios mapuche y demás pueblos originarios. En el contexto de la colonización, en Chile, se utilizó el alcohol como una sustancia para mantener control y domesticación sobre el pueblo mapuche, legado que en la actualidad se mantiene como problema en el Wallmapu (Huenchukoy-Millao, 2024).
Se observa entonces, la construcción de un discurso de criminalización hacia el pueblo mapuche, vinculando su lucha de reivindicación cultural y territorial con el narcotráfico, sin embargo, no existe evidencia empírica clara que relacione el narcotráfico con el pueblo mapuche y su lucha (Fiscalía de Chile, 2020).
Por tanto, históricamente la acción del capitalismo y el flujo de mercancías que deriva de este, contienen en su devenir histórico una profunda y compleja narrativa ideológica en donde interseccionan; territoriales, culturas, identidades, poderes económicos y comunicacionales. Elementos que solo evidencian que el control y la colonización a través de la creación de sustancias y la consecuente emergencia de mercados de consumidores es solo otro vértice de la disputa permanente entre las ideologías e identitarias en disputa entre prácticas del instituido hegemónico y los instituyentes en resistencia.
Referencia
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