Chile debe ostentar el triste récor mundial de ser el país que no tiene revistas de circulación nacional en la oferta periodística, en los puntos de ventas, los quioscos de la esquina de toda una vida en el barrio y en el centro de las ciudades.
La que fuera la cadena de distribución comercial más potente del país -la de los quioscos-, de más de 8.000 puntos de ventas, hoy está resignada a ser puestos de ventas de “Superocho” y de una oferta de viejas ediciones de revistas extranjeras o de mercados puntuales en sectores altos con personajes de la televisión… cuando las hay. Hoy, los quioscos están en vías de extinción.
La excepción a la regla – a manera de bandera al tope- es Le Monde Diplomatique, que sobrevive en porfía luminosa con distribución en los quioscos de Santiago y Valparaíso. Los diarios de circulación nacional distribuyen pocos números, que desaparecen a la primera colgada en el quiosco, que nadie entiende. Nunca se encuentran, lo que agudiza su desafiliación lectora. Los canillitas, los diareros de barrio, son parte la historia pasada y del criollismo literario.
En contrapunto, hoy los quioscos de toda Latinoamérica son una explosión de flores de papel, que despliegan sus páginas desde todos los colores políticos y futboleros (Eso era habitual en Chile). En sus murallas de madera y metal se agolpan las noticias del país y del mundo, los artistas y los políticos, los personajes del mundo televisivo, donde se encuentran también los caminos del comic y la gráfica (Eso era habitual en Chile). Héroes y villanos, corruptos denunciados y ejemplares ciudadanos que insisten en cambiar el mundo siguen siendo los protagonistas de las noticias en toda la región… y el mundo. (Eso era habitual en Chile). En las grandes capitales, en las más modernas, en las más digitales, los puestos de venta de las revistas y los diarios de papel gozan de buena salud, exhibición y habitan en todos los cafés del mundo, en Nueva York, Madrid, París, Moscú, Beijing, Londres (Eso era habitual en Chile).
Eso era habitual en Chile. Hasta el 24 de septiembre de 2012, cuando el presidente Piñera decretó el cierre del Diario La Nación, sin razones económicas que lo justificaran y que se inspiraban en su opción ideológica de ver al diario como “una fábrica de propaganda”. En una firma se borró la historia de 95 años del diario. La empresa La Nación contaba la Distribuidora Vía Directa, en ese entonces, con una comercialización que brindaba servicios a todas las editoriales de la prensa nacional, a los independientes de grupos de poder. A todos.
Y, desde ese entonces, vino la debacle, extinguiendo una a una las publicaciones que circulaban en el mercado de las revistas. Y fueron desapareciendo todas las publicaciones: Cosas, Caras, TV y Novelas, Ercilla, Vea, Miss 17, TV Grama, entre otras, junto al diario El Siglo, Punto Final y cuanta revista circulara. La historia es conocida, escudada en una argumentación de la suplantación de la edición digital. Sin embargo, la pertinacia del papel acapara una ventaja importante de ser un medio creíble en contra de las fake news de las redes sociales. La fuerza de la tinta de un medio tradicional pautea hasta el día de hoy al conjunto de los medios a la hora de los noticieros. La credibilidad de una portada que se alcanza con las manos, que se palpa, ha logrado mantener al papel como prueba de la certeza.
El rol de crear pensamiento en los líderes de opinión El escritor Luis Sepúlveda escribió en Le Monde Diplomatique cuando cumplía 10 años en Chile (este año cumplirá 25 años) que era “emocionante ser testigo y colaborador de un esfuerzo marcado por la defensa de dos derechos fundamentales: el derecho a informar y el derecho a ser informado. Es cierto que ambos derechos deberían ser parte de un todo llamado libertad de expresión…”.
Las revistas -según señalan los estudios- juega un rol fundamental en la construcción de la Opinión Pública, especialmente en los líderes de opinión de todos los sectores. Es un espacio propicio para la construcción de pensamiento, de la fortaleza de las ideas como las llaves para abrir espacios de hacer política y construcción social.
De hecho, se habla de un 6 por ciento de la población pertenecen a “los decidores” en mundo político y comercial.
La revista Time así se define como medio: “…se dirige principalmente a un público amplio que incluye personas interesadas en acontecimientos actuales, política, cultura y profesionales y académicos en asuntos globales; aquellos que buscan análisis y comentarios en profundidad sobre temas importantes que afectan a la sociedad, la economía y la tecnología. Ciudadanos políticamente comprometidos: lectores interesados en informes políticos y artículos de opinión, especialmente durante los ciclos electorales o eventos políticos importantes. Estudiantes y educadores: aquellos que buscan fuentes confiables de información para la investigación y la educación, particularmente en ciencias sociales y humanidades. En general, -se señala- la revista Time tiene como objetivo atraer a personas informadas y curiosas que valoran el periodismo y el análisis perspicaces”.
Y eso hoy día, en Chile, está coartado en la práctica. El uso y la costumbre de la lectura de revistas no es reemplazado por los suplementos de los diarios, que solo viven un día. Ni mucho menos. La permanencia de las revistas de papel en las casas, oficinas, consultas médicas y de abogados (Eso era habitual en Chile), su lectura se desarrolla en periodos más prolongados y adquiere un valor distinto en la reflexión. La historia política y cultural del país da cuenta que era habitual en Chile.
La oferta periodística hoy está reducida a los grupos -por todos conocidos- en la concentración de medios. Las revistas debieran ser el punto de inflexión para los líderes de opinión, a los grupos marginados, la ventana por donde se respira el aire puro, donde aparece el sol en la mañana. Chile requiere de las ideas libertarias y de encuentro, de propuestas que reúnan nuevas propuestas. Las revistas debieran recobrar ese espacio perdido.
La gesta de sobrevivir, que encabeza Le Monde Diplomatique, no es menor. Es una señal que se puede más allá de los agoreros de inicios de los noventa, que desde el gobierno democrático anunciaron “una política de comunicaciones de No comunicaciones” y que censuraron en los hechos -les negaron auspicios y financiamientos- con el luctuoso resultado de la desaparición de las revistas Apsi, Análisis, Cauce, y los diarios La Época, Fortín Mapocho, el Siglo, Punto Final, entre otros.
Dominique Vidal, dirigente estudiantil francés de los inicios de los setenta, señala que las publicaciones, más que un papel impreso, es “una causa por la libertad, la igualdad y la paz mundial”.
Si uno pasa revista a las revistas en Chile parece imperioso volver al mundo de las ideas.
Eso era habitual en Chile.
Enero 9, 2025
Publicado originalmente en: