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Chile estrena las instituciones bikini. Por Ángel Saldomando

Que las instituciones funcionen es la grita generalizada de la casta. En su formulación ello se traduce como una desesperada demanda de protección de las formas y contenidos que en sus rutinas les preservan estatus y prerrogativas. Que las instituciones no funcionen es para ellos es que dejen de establecer la barrera protectora de esos estatus y prerrogativas.

El espantajo del populismo es agitado como el advenimiento de la catástrofe si las instituciones no funcionan o como el poder irresponsable de la opinión y de la calle contra la racionalidad y responsabilidad de las instituciones, es decir la de ellos. Pero esta grita no contempla que las instituciones para funcionar no lo pueden hacer en seco, es decir cuando lo hacen exclusivamente en base a la fuerza y la imposición. La relación de mediación con la sociedad en la que las instituciones sirven para gobernar, pero también para organizar esa mediación, se requiere de legalidad y legitimidad. Sin ello no hay respeto por ellas, confianza, lealtad y adhesión.

Pero la cuestión detrás de esto es que estas condiciones no caen del cielo ni son inherentes a la existencia de las instituciones. Ninguna sociedad está exenta de crisis si las condiciones no se cumplen.

La manera en que se gobierna y para quien se gobierna es fundamental en la creación y reproducción de esas condiciones, dado que legalidad y legitimidad tampoco son abstractas. Sin un sentir mayoritario afirmativo acerca de esa legalidad y legitimidad los ciudadanos tarde o temprano verificarán en su experiencia diaria que no los representan. Esto es lo que está ocurriendo. El pesado andamiaje del modelo autoritario, capturado y corrupto, dirigido por la casta político empresarial ha terminado por quedar desnudo. El como se gobierna y para quien se gobierna, para los grupos económicos y sus redes transversales, no tiene hoy ni legalidad ni legitimidad que la justifique y ello ha corroído el fundamento de las instituciones. La ilusión Bachelet que pretendía renovar esa legalidad y esa legitimidad no pudo hacerlo y la verificación social ha hecho su experiencia. Los antecedentes son conocidos.

El diagnóstico de la casta es cada vez mas sombrío, se arriesga el vacío de autoridad y la cuestión pasa a ser como sostener la casa. El camino propuesto es claro pero insuficiente. Sostener la autoridad presidencial, mantener las reformas, aumentar la transparencia, mejorar la legislación reguladora del financiamiento de la política, dejar las ilegalidades a su menor costo penal, acotadas en lo político…y apostarle al tiempo y al aguante social. Sin embargo las “aristas” como ha dado en llamársele a las practicas irregulares, evasivas y corruptas de la relación político empresarial revelan dos dimensiones que lo propuesto no logra manejar.

La primera es la dinámica de las revelaciones cuya extensión y profundidad socava todo intento de controlar la crisis, esto aun no tiene solución y en caso de salpicar ¿porqué no? a la propia presidencia, no habrá lugar impoluto, como ya ocurre, del que la casta se pueda dirigir a la sociedad. El desenlace regenerador solo puede implicar caídas y sanciones sin vuelta atrás.

La segunda es que lo que ocurre es una cuestión sistémica en sus componentes, incentivos y personajes, tampoco aquí se vislumbra que el camino propuesto permite una solución.

Buscar una salida implica una posición política frente al sistema que se debe abandonar y hacia el que se debe ir, no es una cuestión que se resuelve con una ley o sanciones individuales. No existe un posicionamiento de alcance suficiente sobre esta cuestión.

Quedan como recursos en el corto plazo los resultados esperados de la comisión Engel y el posible cambio de constitución a mediano plazo. Pero ambos requerirán de ese desparecido liderazgo político que sólo la ausencia de movimientos y referentes suficientemente fuertes, capaces de sancionar más allá de las encuestas, les dan el tiempo para seguir flotando.

Algunos creen que la evidencia de que las instituciones dejan de funcionar es sólo colapso y situaciones terminales. Eso es confundir la interrupción de las rutinas burocráticas y administrativas, para las que se disponen de recursos presupuestarios, personal y funciones definidas, con las crisis de legalidad y legitimidad, en este último sentido las instituciones están en proceso de parálisis política. Dependen del servicio de impuestos internos, de la fiscalía, de la comisión Engel, de las últimas revelaciones, par saber quien quedara en pie como para hablar en nombre de… las instituciones.

Ahora las instituciones como los bikinis muestran todo, lo que va mal en el como se gobierna y para quien se gobierna; intentan sin embargo cubrir lo esencial, que sin cambios de fondo no hay solución. El costo serían muchos años más de desgaste social, frustración y enojo de lo cual nadie sabe que puede salir.

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