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Chile y el desafío de una nueva constitución. Por Gustavo Gac-Artigas

Redactar una nueva constitución siempre conlleva riesgos. Se aventura crear las bases para un cambio con la dificultad de determinar a quienes afectará ese cambio, los límites del cambio, la representatividad de los actores del cambio, la representatividad de aquellos que se oponen al cambio, quiénes quedarán fuera de ese cambio, los tiempos del cambio.

Una reforma constitucional lleva la belleza de lo nuevo, del imaginar una nueva sociedad, pero a veces lleva en su seno los residuos de una vieja sociedad, de sistemas obsoletos que prometen democracia y derechos llevando bajo el poncho el fin de los derechos individuales, y los derechos individuales mal entendidos pueden llevar en su seno el fin del derecho colectivo.

Una reforma constitucional camina en el borde de la navaja. Los tantos años de injusticia dan deseos de apurar el tranco, y sin embargo Chile tiene otra vez su destino en sus manos.

Chile no son las montañas que cada tanto sacuden su cuerpo creando destrucción, no son los hermosos lagos de los cisnes de cuello negro, no es la hermosura de los bosques y el canto del viento en el desierto, Chile es el campesino que labora tierra ajena y al mismo tiempo el latifundista que, sin ensuciarse las manos ni encorvar el cuerpo, recoge el fruto.

Chile es su pasado, el de esperanza y el del horror, y el fruto de ese pasado, a veces el fruto pasmado que se niega a madurar, a veces el fruto podrido que se niega a abandonar la rama, a veces el fruto madurado a escondidas del sol y que sale a las calles a ofrecerse a los labios de su pueblo.

Chile es sol ardiente y lluvias incesantes, y es ese Chile el que está buscando una nueva forma de gobernarse, de protegerse sin impedir el movimiento, de dictar leyes sin que sean un callejón sin salida, de liberarse de las cadenas sin crear nuevas cadenas.

El 25 de octubre Chile decide si sí o si no quiere una nueva constitución iniciando un camino recorrido infructuosamente en el pasado, cuando se respondió con una reforma y lo que se pedía era una revolución. No, no la que usted piensa, no la caricatura del cambio, no lo obsoleto, la revolución en el sentido de un cambio profundo, de abrir perspectivas, de defender derechos y crear nuevos derechos, de dar la posibilidad de que los viejos males desaparezcan, de tonificar una sociedad que se empantanó, de sacudirse la suciedad que nos dejó la dictadura, de sacudirse la desigualdad que impuso el dinero y la ambición, de poner fin al hambre en esa copia feliz del Edén. Chile tiene la posibilidad de mirar hacia abajo para mirar a todos sus hijos, a todas sus hijas, a todes sus hijes.

Una nueva constitución es una oportunidad para el país, una oportunidad para alejar del poder a los oportunistas y al dinero; son tantos y tan diferentes los derechos que se reclaman que es fácil perderse en el camino.

Los falsos profetas aparecerán con sus cantos de sirena,
a ellos, como Ulises, hay que cerrar los oídos,
al canto de un pueblo hay que abrir los oídos,
a los autoritarismos hay que cerrar los oídos,
a la ópera de los sin voz hay que abrir los oídos,
al sonido de las trece monedas de la traición hay que cerrar los oídos,
a la voz del poeta y del analfabeto hay que abrir los oídos.

Chile no se encuentra en una encrucijada, se encuentra ante la posibilidad de abrir mil caminos que lleven al desarrollo de un país más justo, menos soberbio, más solidario, más humano.

Es posible tomar un nuevo rumbo, uno que debe tomar en cuenta mil pasos que convergen hacia el futuro, que debe tomar en cuenta nuestro pasado, desde los 300 años de resistencia del pueblo mapuche (sin contar los años luchando por sus derechos hasta hoy día) a la resistencia a la dictadura, desde el grito contenido de la mujer violada al canto reivindicativo de LasTesis. Una nueva constitución que tome en cuenta su población a lo largo y a lo ancho de esa franja de tierra castigada por los terremotos y al mismo tiempo bendecida por la naturaleza, que tome en cuenta esa parte de mi pueblo ignorado desde hace tanto tiempo por los gobernantes: los pobres, “los diferentes”, los que no reflejan la imagen del poder, los de la piel canela o los de la piel cobriza, los de la piel curtida por el sol o las manos agrietadas al abrir la tierra, los no letrados, por lo que en el país de los poetas, como se dice con orgullo en Chile, les cerraron las ventanas a la cultura, los que con su sudor escriben nuestra historia, ellos los que ponen el alimento en nuestras mesas, ellos, los que limpian las migajas de la mesa, ellos, los barrenderos, ellos, los postergados, ellos, la mayoría hasta ayer silenciosa, ellos, los ignorados que hoy marchan, por lo que ellos también son parte de Chile y tienen derecho a escribir su futuro.

No es tarea fácil, pero es tarea urgente y un hermoso desafío. Chilenos, ¡aceptemos el reto!

*Gustavo Gac-Artigas es escritor y director de teatro chileno, miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE). Reside en Nueva Jersey, EE UU.

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