GALILEO, el Lince de Occidente
… para Joaquim
En 1611 Galileo, en pleno Renacimiento, entra a la “Academia de los Linces” (Accademia Nazionale dei Lincei fundada en 1603 por el aristócrata Federico Cesi) y será el más “lince” de todos los pensadores de su época. Y uno de los “lince” por excelencia de la historia en general hasta nuestros días. Galileo solamente en ese lugar podría escribir lo que escribe, experimentar lo que experimenta y sentirse apoyado por una Institución cuando acontece todo el escabroso pleito con la Iglesia Católica (solamente podemos pensar en libertad cuando la institución nos abre desde lo libre y no nos cierra las puertas desde la ideología del poder de turno). El “lince pisano” des-sedimentó los cimientos mismos de las verdades inmóviles del Cosmos y con ello tanto de la Teología como de la Filosofía medieval se vinieron abajo y otro mundo empezó a emerger. Las tres zonas de la realidad se estremecían con este implacable probador experimental físico de la naturaleza. Gracias a la llegada de Galileo se revolucionó la Academia y se desarrolló exponencialmente la investigación científica (ésta se volvió imparable independiente incluso de la Inquisición y sus tristemente célebres veredictos: Bruno, el propio Galileo, etc.).
Galileo al publicar con éxito total su clave Sidereus Nuncio llevaba el método de experimentación física al más alto nivel. Luego la Academia entraba en otro ciclo de desarrollo e institucionalidad; de ser una cierta agrupación de geniales “marginales”, unos inadaptados, pasó a ser el lugar de la investigación técnico-científica por excelencia Galileo, Cesi y todos los de la Academia tenían que tratar de mantener el método experimental en probación observable física de la realidad contra viento y marea, pero la censura de la Iglesia, de los filósofos aristotélico-tomistas y otros (esto es igual en nuestros días, con otras formas de censura contra los libre pensadores), volvía esta misión cada vez más dificultosa, porque la ideología imperante no quería por ningún motivo que, por ejemplo, existieran realmente “manchas solares”, no podía acontecer el “error” en el Sol; esto es, que entorno al Sol se movieran manchas, que éstas giraran alrededor de ellas (como se sabe, Galileo publicó Historia y demostraciones acerca de las manchas solares en 1613 con todo el apoyo de la Academia y obviamente este libro y los otros posteriores de Galileo fueron incluidos en el Index Librorum Prohibitorum de la Iglesia). En esto estaba en juego la creación, la obra misma de Dios, esto es, la “Ciudad de Dios”, por lo menos, tal como la expresaban el poder de la época con su visión tolemaica del Cosmos interpretada de modo aristotélico-tomista. La “Ciudad de Dios” que se expresaba en el hecho mismo de la visión tolemaica explicada de forma manipuladora por los teólogos-filósofos aristotélicos para que todo siguiera igual en su inmovilidad inmediata, veía como una hipótesis peligrosa la visión copernicana de la realidad; tan peligrosa que no se podía ni buscar antecedentes para comprobar esta hipótesis como la que mejor explicara los hechos. Y la que llamaban la tesis verdadera absoluta, la visión tolemaica, no era más ni menos que una ideología, pero no ciencia investigativa en probación física de la realidad. Ante eso, a lo mejor la estrategia de “hablar como filósofo” podría salvar el método experimental de la odiosa y peligrosa censura ideológica (ahora es al revés a los filósofos nos censuran y a los científicos se les encuentra un decir verdadero). Esa ideología opera hoy como un Laberinto del cual no te dejan nunca salir, porque no se puede ir contra el mantra, por ejemplo, del crecimiento, del mercado, etc.
Galileo no puede o no quiere hablar simplemente como “filósofo” para que todo quede igual y lo que diga la Sagrada Escritura en la interpretación ideológica de teólogos y filósofos sea lo mismo de su decir científico, pero ahora revestido de “filosofía”. ¡No!, no puede hacerlo. Galileo, no lo olvidemos, es el “lince”. Y como tal quiere expresar con sus teorías lo que su Método mostró lo que era la naturaleza, no quiere nada que le convenga o no, no quiere optar por una teoría mejor que otra que dé cuenta de la Escritura, sino simplemente quiere mostrar lo que es la naturaleza cuando se le pregunta metódicamente, cuando se la interroga experimentalmente. Y esta honestidad de Galileo es la que debemos mantener hoy, aunque cause mucho dolor e inquietud a muchos.
Esta idea de la libertad de la investigación, en tanto experimentación, que expresamos en esta columna se nos vuelve, en la medida que la vamos leyendo, de la mano de Galileo, en una aventura cautivante del pensamiento raciona encarnado en el cuerpo, en la tierral, una aventura técnica de la razón, pues vamos de la mano del propio “lince” viendo cómo la ideología va impidiendo que acontezca el cambio y ese cambio viene formalmente con una nueva forma de pensar y de ser filosófico-científico-técnica que se aleja de lo teológico-filosófico clásico, junto con una concepción de la realidad, la cual se expresa, se deja experimentar ahora y para ello la razón trabaja en el experimento con preguntas que la realidad tiene que responder de alguna manera. Esto implica que la ideología de la época pierde fuerza y ya no nos puede condenar a la hoguera o al infierno por ir contra lo establecido. Galileo se mueve en un pensar metódico experimental que quiere dar con las cosas tal como ellas aparecen, en esto es muy cercano a los filósofos en tanto fenomenólogos, pero en esta aventura titánica todo se vuelve obstáculo porque no está permitido repensar lo “aparentemente obvio e inmediato” en lo que se ha creído y nos hemos subjetivados por siglos. Una subjetivación en la que está no solamente en juego el papel de Dios, sino de Dios mismo y, con ello, del Cosmos y, en definitiva, lo más importante, del propio “Reino del Hombre” por medio de sus monarcas, reyes, duques, aristocracia o lo que fuere (todo el actual ámbito empresarial y militar, por ejemplo). A raíz de todo esto, llega el día inevitable para la Academia y para Galileo; el comienzo de su “destino”; destino que lo ha inmortalizado a lo largo de los siglos. El día 26 de febrero de 1616, Bellarmino (el mismo que condenó a Giordano Bruno) comunica personalmente a Galileo las decisiones del Santo Uffizio y de la Congregación del Sagrado Índice, vetándolos expresamente de profesar o enseñar las opiniones copernicanas ni con escritos, ni a viva voz, a pena de proceder en contra de ellos el Santo Oficio. Es interesante señalar, como lo muestro aquí, siempre se trata del poder ideológico que no quiere dejar el poder, que la ideología teológica-filosófica en la época de Galileo no era del todo homogénea, aunque se impuso la visión tolemaica interpretada en clave aristotélica-tomista porque permitía gobernar con todo bien claro y controlado, pero también en la propia Iglesia existían distintas visiones teológicas del Cosmos que incluso se acercaban a la visión de Copérnico y, por tanto, de Galileo.
Así podemos ver en este inicio de una nueva era que todo estaba en movimiento y se estaba tratando de poder dar con un asentamiento firme y fijo de la realidad; asentamiento que permitiera que nada cambiara y que por entonces lo lograba la metafísica aristotélico-tomista y esto permitía una política dictatorial que todo lo tenía sometido. De allí por ejemplo, todo el apoyo que recibió Galileo no solamente de Campanella (en su Apología para Galileo), sino el gran apoyo del Cardenal Maffeo Barberini (luego nombrado Papa como Urbano VIII) a lo largo del tiempo; incluso se aceptaba la visión copernicana de la naturaleza. Por tanto, todos no estaban de acuerdo en seguir la teología-filosófica aristotélica para leer las Escrituras y algunos veían más adecuado otra interpretación del Cosmos para dar cuenta de la grandeza de Dios y, por lo mismo, se tenía que realizar de otra forma la lectura interpretativa del texto sagrado. Una mentalidad daba paso a otra y con la posibilidad de encontrar un Dios más horizontal junto con los humanos para crear el mejor de los mundos posibles, pero los mismos de siempre no quisieron este nuevo mundo.
Concón, 23 de junio de 2023