Una oportunidad perdida: memoria y política a 50 años del golpe civil-militar. Por Nicolás Ortiz Ruiz, académico del Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Juventud (CISJU) Universidad Católica Silva-Henríquez
La conmemoración de los 50 años del golpe civil-militar posicionó a la memoria del golpe de estado como un elemento central en la disputa política. Este momento constituyó una oportunidad histórica para construir acuerdos respecto del pasado reciente. Sin embargo, las luchas políticas hicieron imposible construir estos acuerdos, un error que pesa no sólo en el presente, sino que también lo hará en el futuro.
Los horrores acontecidos durante 17 años de dictadura militar exigen el establecimiento de consensos duraderos respecto de temáticas claves: la democracia y los derechos humanos. La incapacidad de la elite política para llegar a un discurso común da cuenta de un fenómeno que forma parte fundamental de la primera década de democracia y que los gobiernos democráticos no han sabido superar: el impasse de memoria.
El término impasse de memoria proviene del libro Recordando el Chile de Pinochet: En vísperas de Londres 1998, el primero de una trilogía sobre la memoria en Chile del norteamericano Steve Stern. En este libro, el autor señala que a mediados de los noventa Chile vive un punto muerto de memoria, donde una mayoría social a favor de intensificar los esfuerzos de verdad y justicia respecto de las violaciones de DD.HH. choca con los enclaves autoritarios heredados de la dictadura y una elite económica y política enquistada en el poder. Este escenario deriva en la constitución de “campos de memoria”: grupos donde cierta versión sobre el pasado habita y se reproduce, pero sin que se logre establecer un diálogo colectivo respecto de los sucesos del pasado.
El reconocimiento a las violaciones de DD.HH. por parte de los informes Rettig y Valech, la reapertura de Morandé 80, el monumento a Allende frente al palacio de La Moneda, el Museo de la Memoria y la apertura de distintos sitios de memoria son parte de esfuerzos por establecer mínimos comunes que transciendan las distintas identidades políticas.
Sin embargo, el clima social y político actual, marcado por un reflujo conservador posterior a la revuelta de 2019, da cuenta de que a 50 años del golpe cívico-militar - las memorias respecto del pasado reciente siguen encapsuladas en campos, incapaces de establecer mínimos comunes. Este escenario es posibilitado principalmente por una derecha atrincherada, quien a partir de una mayoría circunstancial, se cobija en narrativas obscenas que quiebran consensos básicos para la convivencia democrática. El establecimiento de mínimos comunes no implica verdades absolutas o interpretaciones únicas, sino consagrar aprendizajes que establezcan las condiciones que todas las organizaciones de derechos humanos demandan: verdad, justicia y garantías de no repetición.
La memoria del pasado reciente en Chile parece haber vuelto a punto muerto, dando cuenta del fracaso de las políticas culturales y educativas durante estos 30 años de gobiernos democráticos. Esto parece condenarnos a lo que Todorov califica como “culto a la memoria”, a la repetición obsesiva del pasado sin posibilidades de que éste sirva para actuar sobre el presente y proyectar un futuro.
¿Será posible censurar el recuerdo? Notas sobre la denominada memoria histórica de la conmemoración institucional. Por Dr.Bosco González Jiménez. Presidente del Colegio de Sociólogos y Sociologas de Chile
Yo vivo más en el pasado que en el presente. El presente y su contingencia no me interesan. En cambio lo que pasó se puede inventar, recrear. Es algo que está vivo en mí.
Jorge Tellier
Genéricamente y haciendo referencia a su etimología memoria refiere a “recordari” que indica “volver a pasar por el corazón”, dicho de otro modo, refiere la reiteración de un acontecimiento pretérito en la contingencia. Volver a sentir, volver a vivir o sencillamente permitir al pasado “inmiscuirse” en los temas del presente. Esta definición general, requiere consideraciones especiales y responder una pregunta fundamental ¿Es posible vivir un acontecimiento pretérito en los mismos términos?
Como respuesta a esta interrogante se puede invocar la noción de memoria, aquel instrumento construido por la humanidad que hace posible "soportar" funcionalmente el presente, justamente para que no esté poblado eternamente por el recuerdo del trauma y el horror. El orden social requiere “proseguir” sin la fastidiosa interrupción del pasado, claro está, en un régimen gobernado por imperativos productivistas.
La denominada "memoria histórica" implica una edición y tramitación del recuerdo en función de los intereses de los grupos políticos, una suerte de administración política del recuerdo.
Se trata de gestionar lo que se recuerda y lo que se deja en el espacio de lo indecible, de dejar fuera todo aquello que está imposibilitado de ser lenguaje y sólo puede aparecer entre nosotros a condición de angustia y reiteración del dolor.
Mucho de lo vivido en la larga noche de los 17 años y la procesión transicional -poblada de impunidad- aún no puede siquiera ser un acto de habla en un país deteriorado por una de las contrarrevoluciones capitalistas más drásticas del siglo XX.
Habiendo dicho esto cabe integrar una segunda pregunta ¿Qué es lo que ha decidido recordar la sociedad chilena en estos 50 años? ¿Recordaremos aquel día en que se bombardeó la moneda? ¿Se recordaran las experiencias comentadas en el silencio de la intimidad respecto de lo que fue la vida en la desaparición, prisión politica, la tortura y el exilio? ¿O se recordarán todos aquellos momentos que antecedieron e interrumpieron con el denominado golpe militar en Chile? Sin duda alguna, organizar un recuerdo colectivo desde el estado y las instituciones resulta fundamental y a la vez problemático, implica aceptar y reconocer en la memoria una práctica íntima donde se debe garantizar una cierta libertad para el recuerdo.
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50 años de dolor: el pueblo no olvida. Por Alex Ibarra Peña.
"Me pregunto constante ¿dónde te tienen?
y nadie me responde.
Y tú no vienes, mi alma
larga es la ausencia
y por toda la tierra pido consciencia.
Sin tí prenda querida triste es la vida"
(Cueca Sola, Gala Torres).
Esta cueca fue estrenada en el año 1978 en el Teatro Caupolicán y es un himno de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, hoy a 50 años del cobarde, corrupto y genocida Golpe de Estado fue bailada y cantada casi por tres horas seguidas por un Colectivo principalmente compuesto por mujeres más algunos que alcanzamos a acercarnos a La Moneda el Palacio de Gobierno bombardeado por las Fuerzas Armadas encabezadas por el Dictador Pinochet.
Recuerdo los 11 de septiembre desde la infancia, un día triste generalmente nublado y frío, no se podía cantar algunas canciones, tampoco agruparse con demasiadas personas, ni usar alguna prenda de vestir roja. Eran los años de la dura dictadura que sufría Chile. El acto central siempre fue la romería al Cementerio General hacia el Patio 29 (se puede ver un documental sobre este lugar del Cementerio que lleva este nombre), posteriormente venía la velatón en el Estadio Nacional uno de los principales centros de detención, tortura y ejecuciones (también se puede ver un documental con el nombre de este Estadio), finalmente lal caer las noches las barricadas en las emblemáticas La Victoria, Villa Francia y Lo Hermida barrios populares de Santiago. Estos hitos de conmemoración y de resistencia política a los Gobiernos de turno persisten en la conciencia colectiva popular y política.
Este año era especial y traía consigo una fuerte carga simbólica, además con un contexto de frustración política por el fracaso a la ilusión de una nueva Constitución en favor de los más desprotegidos y frente al Gobierno alejado de las demandas populares cada vez más cercano a la traidora Concertación prosiguiendo el alargue de la transición. El Gobierno quiso instalar una retòrica oficial para conmemorar los 50 años del Golpe, poco a poco ésta se fue desmembrando quedándose sin protagonismo. Claramente no pudieron tapar la realidad del escaso apoyo popular y de la falta de sentido común al no vincularse a las organizaciones que han mantenido viva la memoria sobre las víctimas.
Hoy La Moneda tempranamente estaba intervenida por las fuerzas policiales represivas, no se podía circular libremente por las calles que la circundan, sólo podían acercarse los acreditados por el Gobierno que preparaba un estruendoso acto en la Plaza de la Constitución, por cierto sólo para algunos.
Varios de los que nos sentimos movidos a visitar La Moneda hoy no pudimos hacerlo. Caminando por las calles cercanas nos fuimos encontrando con otras actividades, por ejemplo en la Casa Central de la Universidad de Chile había lectura de los nombres de los detenidos desaparecidos y ejecutados. Caminando hacia Alonso de Ovalle y el Paseo Bulnes con la intención de tomar una foto a La Moneda, todo estaba cercado, varios que peregrinaron se sentían impotentes de no poder acercarse a La Moneda o a la escultura de Allende. Hasta que apareció un enorme Colectivo de la Cueca Sola que bien organizados traían un permiso para realizar un acto público a espaldas del acto oficial. Aquí no había invitados oficiales ni se necesitaba de acreditación.
Este acto con la Cueca Sola como protagonista nos llenó de emoción conmemorando a las víctimas de la Dictadura y a las víctimas de la transición. La memoria popular es una memoria viva que por mucho que los discursos oficiales la omitan y la escondan o tergiversen con los medios de comunicación convencionales, seguirá prendida en el corazón del pueblo que conoce bien la importancia de no dejarse engañar por los relatos oficiales que algunos intentan imponer.
Sigue siendo importante mantener un rescate de la memoria política que siga apelando a la lucha en el campo del poder, el destino de Chile hoy se encuentra dañado, es necesario que los ciudadanos vuelvan a tomar conciencia de que la resistencia a la clase política dominante es la vía que permitirá un horizonte político que represente las demandas populares de un Chile distinto al de hace 50 años, un Chile con una identidad más diversa, pero es capaz de soñar con la construcción de una utopía que oriente un programa político alternativo en favor de los activismos presentes en el espacios públicos más invisibles fieles a la lucha cultural que permita la superación del orden político.
“Medio Siglo de historia, no es suficiente”. Por Luis Mesina
Se conmemoran 50 años del fatídico golpe militar ocurrido esa fría mañana del martes 11 de septiembre de 1973. Medio siglo es un tiempo suficiente para que un pueblo pueda sanar las heridas producidas por hechos trágicos de la vida política, ejemplos hay muchos.
La segunda guerra mundial finalizada en 1945 hizo posible que, al cabo de unos años, Francia y el Reino Unido alcanzaran acuerdos relevantes con la Alemania derrotada, entre ellos la conformación de la Comunidad Económica Europea. Lo mismo ocurrió cuando en 1989 cayó el muro de Berlín, las dos Alemanias que estuvieron más de 40 años divididas lograron en menos de una década resolver aspectos importantes para acordar un tránsito hacia la unidad verdadera del pueblo germano. España que padeció la tiranía de Francisco Franco durante 36 años y una guerra civil por tres años, logró aunar criterios para permitir que los españoles alcanzaran mínimos civilizatorios que permitieran vivir en paz.
Y así, podemos ver ejemplos importantes en diferentes latitudes. Chile es la excepción. A 50 años las cosas vuelven a estar igual o peor. 17 años de una tiranía cíivil/militar marcaron profundamente la sociedad chilena. Una derecha golpista, antidemocrática que se enseñorea con el poder pretende hacer responsable de la tragedia del 11 de septiembre a la izquierda y al pueblo que sufrió las consecuencias de la tiranía. ¿Por qué puede suceder esto? Por la impunidad. Mientras haya impunidad para quienes cometieron las mas grandes atrocidades contra su propio pueblo, será imposible alcanzar entendimientos. El escenario seguirá, incluso, aumentara en crispación, pues mientras las minorías privilegiadas insisten en negar los horrores de la dictadura, el pueblo, muchas veces silencioso, contempla impávido como la injusticia se convierte en la estrategia más recurrente por aquellos que defienden el actual sistema.
Chile tiene una deuda con la justicia, tiene una deuda con su propio pueblo, y por mucho que se busque la conciliación entre quienes dirigen el Estado y sus instituciones ocultando bajo la alfombra los cientos de abusos y crímenes, y se esconda a delincuentes civiles que se apoderaron ilegitimamente de las empresas públicas no será posible hallar algo de pacificación en la sociedad chilena.
Cuando un pueblo renuncia al ejercicio de la justicia y cede ante la presión de los poderosos consigue solo eso, impunidad para unos pocos, que se traduce en lo que Chile vive hoy, división profunda y radicalización de las posturas y convicciones de quienes habitan este territorio.
A 50 años, no solo conmemoramos el gobierno de la Unidad Popular. Los mil días que hicieron soñar a todo un pueblo con un mundo mejor. A Salvador Allende, que por sobre cualquier diferencia que se tenga con su figura, crece cada día más en la misma medida que los políticos actuales se empequeñecen por su mediocridad.
Si algo importante a recordar, a conmemorar en este nuevo aniversario, es por cierto ese periodo histórico que experimentó Chile durante esos tres años. A no olvidar y a redoblar los esfuerzos por hacer de este país un país más justo y más igualitario. No tenemos derecho a permanecer callados ante la soberbia de una derecha golpista que busca escribir la historia con la sangre de miles de compatriotas que la dieron luchando por un mundo mejor.
En estos cincuenta años nuestro recuerdo, nuestro reconocimiento es con aquellos que anónimamente dieron su vida por un Chile mejor.
Luis Mesina Marín, dirigente sindical bancario y vocero de la Coordinadora Nacional NO+AFP
Homini sacri. por Eduardo Leiva Pinto
El destino ineludible de la humanidad es —afirma Nietzsche en El nacimiento de la tragedia— el actuar dentro de un universo terrible, abundante de errores, engaños y desgracias. La tragedia, en ese contexto, vendría a significar que los humanos deben actuar a pesar de todo, y que “si su obrar es noble”, no delinque, es inocente, aunque “a causa de su obrar padezca toda ley, todo orden natural, incluso el mundo moral”.
50 años de un golpe. La fecha, indudablemente, nos sigue conmoviendo. El horror nos paraliza. “Canto que mal me sales cuando tengo que cantar espanto”. Por 16 años nada de ello existió, todo fue una invención, un delirio, “leyenda urbana”, fantasmagoría.
Hasta que el informe Rettig nos invadió de espanto y dolor.
De ahí en más nos obligamos a representarlo en un intento por traer a nuestros muertos al espacio afectivo que debiera ser la patria o, más bien, la matria. Bailamos sin tregua la cueca más triste que Chile haya conocido. Como si en ese movimiento leve de pañuelos y cuerpos amantes les invitáramos a recobrar brío.
Lo que no consideraron los asesinos y torturadores fue el alcance que adquirirían aquellas figuras proscriptas, perseguidas, torturadas y asesinadas. Al contrario de lo pretendido por la dictadura, los muertos se transformaron en existencias permanentes, ello, en razón de su sacrificialidad. Es decir, homini sacri, vidas despojadas por el actuar despótico, que deshumaniza y somete violentamente. Vidas desnudas inextinguibles en su exclusión.
Quizás nos sea tan difícil abordar nuestro pasado debido a que el tiempo lo concebimos como una entidad que, o ha quedado irremediablemente atrás, o es inasible en su proyección, valiéndonos sólo de un presente que es tan inestable como incierto.
Sin embargo, si sólo pudiéramos imaginar que el tiempo no se corresponde necesariamente con categorías como el atrás -aquello que fue-, o el adelante -aquello que será-, he intentáremos pensar el futuro en razón de los eventos transcurridos, es decir, si nos pensáramos como entidades que transitan caminos iluminados por lo verificado, quizás, nuestro pasado cobraría un valor generativo, y no ese sentido de pesadumbre, desecho o distancia que hoy tiene.
El presente es lo efímero, tan huidizo como circunstancial, el futuro, incognoscible, hermético. Entonces, ¿de qué nos podemos valer para construir nuestras vidas? He ahí el pasado. Aquel pasado que se registra, cual filigrana guía, en nuestra memoria como una señal, como un surtidor de presentes, estabilizándonos, ofreciéndonos un sentido del todo y su contexto, en una suerte de espacio/tiempo más estrechamente vinculados.
La memoria porfía ante el olvido. La memoria graba nuestras existencias así como nuestras abuelas cantan la canción que traspasaremos a nuestras herencias.
Nuestra tragedia colectiva es el medio para confrontar la vida, donde el sufrimiento y la inevitabilidad de la muerte son realidades constantes. A través de la memoria los humanos pueden encontrar una salida para su aflicción y darle sentido a sus existencias.
Entonces, no se puede exagerar la importancia de la memoria histórica para prevenir la repetición de la violencia y el oprobio. Y dado que, como bien nos recuerda Hannah Arendt, los horrores pueden ser perpetrados por personas “terroríficamente comunes”, incapaces de cuestionar la moralidad de sus acciones, la memoria ha de alertarnos sobre la importancia de poner en práctica nuestro juicio crítico, de juzgar las consecuencias éticas y morales de nuestros actos.
La carencia de esa facultad es lo que posibilita la diseminación del mal, la violencia, su aceptación y valía. El mal se banaliza, se vuelve trivial.
En ese “obrar noble”, de mirada aguda y conciencia activa, el suscribir como sociedad un estatuto de garantías de no repetición, la defensa de la democracia y la promoción de los derechos humanos, nos permite proyectarnos y estar vigilantes ante cualquier intento de suspender los principios fundamentales de la dignidad humana.
De lo contrario, y ante voces negacionistas e interpretaciones acomodaticias de la historia, no resulta precipitado afirmar que quizás se deba al hecho de que todas/os, eventualmente, podríamos ser considerados como homini sacri, vidas prescindibles, ejecutables.
* Eduardo Leiva Pinto, académico, Universidad Bernardo O’Higgins.
Anclajes de la Memoria. A 50 años del naufragio. Por Nicol A. Barria-Asenjo.
La historia retorna, se repite y cuando parece disolverse, entonces, re-emerge de entre las sombras, re-aparece entre aquellas luchas de los discursos politicos que sueñan y desean que el olvido corrompa todo. Tenemos en nuestro momento histórico una responsabilidad social, política y humana, debemos poder construir una nueva dirección democrática, taladrar el concepto mismo de democracia para evitar que el devenir lo continue contaminando, y, por tanto, obstaculizando todo porvenir diverso. Ya lo anunciaba Salvador Allende un 11 de septiembre de 1973 "sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás. Que lo sepan, que lo oigan, que se les grabe profundamente”. Esa retirada no tuvo lugar en la historia del país, no al menos por parte de Salvador Allende, quien en defensa de las decisiones tomadas por el pueblo se mantuvo firme ante las amenazas y violencia que ese día se desencadenaría. 50 años más tarde, encontramos movimientos de retirada de las fuerzas políticas de izquierda, que en función de intereses politicos e incluso económicos individuales han dado la espalda al pueblo. Vivimos en una contradicción, herederos y víctimas de las ideologías del pasado, una contradicción que al mismo tiempo nos impulsa a la catástrofe. Es en buena medida una de las consecuencias de lo que Enzo Traverso (2022) definió como “El naufragio de la Revolución” (p.9), tras las revoluciones del siglo XX, el siglo XXI, nuestro siglo, quedo a la deriva del naufragio, luchando por los ideales que en este momento histórico cayeron e intentando construir una nueva utopia sostenida sobre las ruinas de los sueños revolucionarios. En este atolladero han quedado los intelectuales y las sociedades, remando entre la desesperación por el anhelo del cambio.
Hoy, el naufragio es entre los estragos de nuestra propia época, el espíritu de nuestra época está disolviéndose en sí mismo sin salir a recorrer el camino histórico trazado por la coyuntura. Si las revoluciones tal como lo afirmó Traverso (2022) “son la respiración de la historia” (p. 25) podemos entender nuestra época como el inicio de la asfixia del siglo XXI.
Tal vez, en buena medida estos signos y huellas del naufragio de nuestra civilización, que son parte de la construcción y edificación de nuestro devenir social, político e histórico, son también un punto de inflexión para nuestro propio devenir histórico, es decir, como afirmó Chomsky (2001) “el mundo sigue ideando cosas que lo hacen cada vez más horrible a medida que avanzamos” (p. 37), detrás de lo cual se esconde el claro mensaje que nos anuncia que la producción de subjetividades, esta maquina creadora que hemos de llamar capitalista-neoliberal es una entidad que construye virajes históricos o en palabras de Traverso (2016) “the lessons of history became mysterious or useless” (p.31)
Diversos autores han comenzado a enlazar la Historia y la Política desde adentro, es decir, siendo politólogos o historiadores (Ross, 1991; Hayward, 1999; Katznelson, 2003) o intelectuales y académicos fuera de estas disciplinas que se han avocado al análisis de la sociedad desde herramientas históricas o a pensar la historia y determinados acontecimientos históricos desde miradas políticas (Farr and Seidelman, 1993; Gunnell, 1993; Schmidt, 1998, Stapleton, 2001))
Las lineas de demarcación que el recuerdo traza, posibilitan la re-existencia del pasado en el presente, recordamos no solo para fundar el pasado sino sobre todo, para desterrarlo de los rincones subterráneos de la memoria, ¿qué es aquello que se resiste a ser recordado en la batalla por la memoria que se desarrolla en un campo polarizado por los discursos negacionistas o relativistas que se configuran en Chile?
Según Enzo Traverso (2019) "La tensión entre pasado y futuro se convierte en una suerte de dialéctica “negativa”, mutilada. En un contexto así, redescubrimos una visión melancólica de la historia como rememoración (Eingedenken) de los vencidos” (p. 15). En este complejo atolladero, la figura poética relativa a “Hay que reinventar el amor”, posteriormente tomada por Alaín Badiou en relación con la re-invención del amor que requiere nuestra época, ahora se torna nuevamente util, es decir, necesitamos de una “re-invención” de nuestros proyectos politicos, una re-invención de la historia.
Después de la Revolución Francesa se inventaron nuevas formas de concebir y pensar al futuro, ahora la invención impotente y agotada, nos confronta con la necesidad de re-inventar el futuro de nuestros proyectos políticos, extraviados entre la tendencia a eludir y huir al pasado, sumergirse en el duelo, la melancolía y la resignación, estos tiernos afectos que se despiertan en las multitudes e intelectuales, efervecen ante cada crisis o ruptura de la época, produciendo a su vez una identificación resignada con los vencidos, es la exploración de “un paisaje de la memoria multiforme y a veces contradictorio” (Traverso, 2019, p. 16) el camino a recorrer, lo que traducen Minetti y Pereyra (2019) como un “Pasado y futuro que se cruzan y dialogan en el presente, tiempo en el que éstos se fabrican y re-inventan permanentemente” (p. 7) alimentando de esta formas las utopias que nos alejan del trabajo que hay y debemos hacer.
Alain Badiou (1992) se preguntaba: ¿Qué debemos retener de este siglo en su final? ¿Qué debemos retener al considerarlo desde un punto de vista de encuesta? Sin duda, tres disposiciones de la Historia, tres lugares y tres complejos ideológicos con dimensión, o pretensión, filosófica. (p.9) Principalmente nuestra tarea, deviene en lo que se ha anunciando como la necesidad de “proclamar o enunciar el fin de este Fin” (Badiou, 2008, p. 9). Entonces, aquello que debemos retener de nuestro siglo y de los siglos anteriores pese a que contienen en si mismo un antagonismo imposible de superar en relación con el recuerdo y las huellas de la memoria extraviadas, es una labor crucial traer los fragmentos de historia que la política ha logrado reprimir y encerrar bajo cuatro llaves.
Hemos de partir por la premisa central que nos obliga a mirar la condición de desesperación de nuestros tiempos, una perspectiva limitada sobre el presente y el futuro, radicalmente critica, sentimentalista y nostálgica por el pasado. En este complejo escenario iniciamos el análisis de lo que es la historia y la memoria hoy. François Dosse (2012) nos invita a reflexionar en lo siguiente: “Si el pasado vuelve con fuerza es porque nuestro tiempo parece vivir un desarreglo de los mecanismos de la memoria y del olvido, que marca quizás una crisis de la percepción colectiva del porvenir. Desde luego, el futuro nunca ha sido seguro, nunca ha sido escrito por adelantado. Pero en otras épocas, la sociedad ha podido tener visiones más seguras del devenir común, que se apoyan en la proyección del desarrollo continuo y armonioso de la nación, o sobre el triunfo de una clase libertadora. Estas visiones de futuro han jugado un rol esencial en la lectura de la historia. Ellas indicaban lo que debía ser retenido, o bien, lo que debía ser apartado del campo del análisis, así como también del campo del relato. Ellas permitían escribir una historia animada por un sentido fuerte, determinada por su final esperado, una historia teleológica” (p. 12) La herencia del siglo pasado, es un obscuro rincón del olvido del presente, una confrontación con el vacío de nuestro siglo. De acuerdo con la propuesta anteriormente expuesta, podemos afirmar que la historicidad, es decir, la relación social que se tiene con el tiempo es una de las cuestiones cruciales a la hora de intentar pensar en el deber que hay históricamente en nuestro presente.
No podemos dejar de lado la sangre derramada, no podemos olvidar las balas asesinas, balas que no solo atravesaron cuerpos, sino que, atravesaron la historia , y, aún persisten asesinando almas y espíritus por la transmisión histórica y transgeneracional que Pinochet y su secta dejaron en la historia de nuestro país.
REFERENCIAS.
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Lefebvre, G. (1953). [Review of Apologie pour l’histoire ou Métier d’historien (Cahiers des Annales, n° 3), by M. Bloch]. Revue Historique, 210(1), 89–94. http://www.jstor.org/stable/40948260
Halbwachs, M (1968) Memoria Colectiva y Memoria Histórica. Capitulo II de “La Mémoire Collective. Paris: PUF.
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Chomsky, N (2001) The New War Against Terror. The Human Nature Review. Vol 1.
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Gunnell, J (1993) The Descent of Political Theory: The Genealogy of an American Vocation (Chicago: University of Chicago Press,
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Ross, D (1991) The Origins of American Social Science (Cambridge: Cambridge University Press
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Traverso, E (2021) Revolución. Una Historia Intelectual. Madrid. Akal
CHILE EN EL CORAZÓN. (1973-2023) Por Manuel Ángel Vázquez Medel
El día 11 de septiembre de 1973, con apenas 17 años recién cumplidos, me dirigía en el coche de unos amigos a Candón, una aldea de Beas (Huelva) para preparar mi traslado a Sevilla al inicio del otoño. De pronto, la radio nos sorprendió con la noticia del golpe de estado de Pinochet en Chile y el asedio al Palacio de la Moneda, donde resistía Salvador Allende. Aunque, aún en los últimos estertores del franquismo, la noticia estaba claramente sesgada, fue lo suficiente para causarnos a todos una gran consternación. Paramos el coche junto a la carretera y, en silencio, comenzamos a llorar… Es difícil recrear, pasado medio siglo, el profundo impacto que aquella noticia tenía en un grupo de jóvenes, algunos de los cuales acababan de ser procesados en la primavera por el Tribunal de Orden Público del franquismo (en mi caso, aún con 16 años, convirtiéndome en uno de los procesados más jóvenes en la historia del TOP), por nuestro compromiso con la democracia y la libertad en una dictadura cuyo final no podíamos adivinar. Chile era para nosotros la esperanza. La realización de una vía democrática de acceso al socialismo, a una sociedad más justa, más libre, más culta, a través de la voluntad popular expresada en las urnas. El triunfo de la Unidad Popular a finales del 70 proclamaba que era posible lo que se intentaba desde los 60 en diversos lugares del mundo: una sociedad más igualitaria y justa, manteniendo la democracia y profundizando en las libertades, como se intentó en el mayo francés del 68, o una sociedad más libre, democrática y crítica, manteniendo los logros de algunos avances comunitarios, como en la Primavera de Praga del mismo año. En esa línea, aparecían más tarde apuestas valientes como la que haría Aldo Moro por el compromiso histórico, que acabaría costándole la vida. Pero Chile, para unos jóvenes inquietos que habían nacido en una dictadura y amaban la libertad y la democracia, era mucho más que un compromiso político y económico. La dimensión cultural había impulsado creaciones musicales, literarias, teatrales, plásticas, que planteaban posibilidades alternativas, y cuyos principales exponentes para nosotros -por solo citar algunos- eran Pablo Neruda, Víctor Jara o el grupo Quilapayún, cuya Cantata Santa María de Iquique (con letra y música de Luis Advis) sabíamos de memoria, especialmente los versos finales: Unámonos como hermanos que nadie nos vencerá, si quieren esclavizarnos, jamás lo podrán lograr. La tierra será de todos, también será nuestro el mar, justicia habrá para todos y habrá también libertad. Aquel vinilo, conseguido clandestinamente, comenzaba a rayarse después de tantas audiciones, y nuestro amigo Gabriel Travé, que comenzaba su trayectoria musical con el grupo Jarcha, nos cantaba los fragmentos más significativos.
La noticia del golpe de estado en Chile (con una importante participación de la CIA y multinacionales norteamericanas) no solo cerraba la puerta a la esperanza en este país que considerábamos también “nuestro”, sino que era un jarro de agua fría para el sueño latinoamericano.
Tan pronto comenzó la transición de Chile a la democracia quise visitar la que para mí era como una segunda “matria”. Ese sueño se hizo realidad en el otoño de 2003, gracias a mis queridos amigos Rodrigo Browne Sartori, Amalia Ortiz de Zárate, Víctor Silva Echeto y Felip Gascón. Son muchos los instantes mágicos de aquel viaje. La primera visita fue al Monumento erigido a Salvador Allende frente a La Moneda, inaugurado apenas tres años antes, y luego al Estadio Chile, al que se acababa de poner el nombre de Víctor Jara. Para mí fue muy emocionante recordar, en respetuoso silencio, ese lugar donde se celebró en 1969 el Festival de la Nueva Canción Chilena, que ganaría, precisamente, Víctor Jara con la “Plegaria a un labrador”, y al año siguiente se estrenó la Cantata de Santa María de Iquique… Pero también donde fue brutalmente asesinado Víctor Jara, acción criminal que ha debido esperar cinco décadas para que los asesinos no queden impunes.
La visita con Víctor Silva Echeto y con su esposa Graciela a La Sebastiana, casa de Pablo Neruda en Valparaíso, fue inolvidable. Entonces Víctor estaba en la Universidad de Playa Ancha con Felipe Gascón, otro querido y admirado amigo, con el que recorrimos Valparaíso.
Confío en que la vida me permita rememorar con detalle muchos de estos instantes, así como también la visita de 2012 invitado por Rodrigo Browne. Hoy, el día del 50 aniversario de ese golpe brutal, y con una sociedad chilena bastante dividida, solo quiero proclamar mi amor profundo por Chile, su pueblo, su cultura, su folklore…
Manuel Ángel Vázquez Medel – Catedrático de la Universidad de Sevilla
Allende, cincuenta años después. Por Juan Pablo Cárdenas S.
Han corrido cincuenta años y las ideas del presidente Allende mantienen plena vigencia en Chile como en América Latina y buena parte del llamado Tercer Mundo. Años atras, en Guadalajara, tuvimos la suerte de observar un magnífico registro de ese discurso ante los profesores y estudiantes de su prestigiada Universidad donde el recién elegido Presidente de Chile expuso su pensamiento ciertamente revolucionario en cuanto a sus propósitos, así como inédito en su promesa de realizar los cambios en democracia y libertad. Una pieza de oratoria magistral donde, además de defender sus convicciones, llamó a los jóvenes estudiantes a asumir una tarea que, por supuesto, rebasaba las acciones de un solo gobierno o generación. Un discurso pronunciado al calor de sus valores irrenunciables, sin recurrir a texto o ayuda memoria alguna, con lo que se demostró como tantas veces su gran talento y brillante verbo. Un conjunto de propuestas en el propósito que nuestros países reclamen la propiedad y gestión de sus riquezas fundamentales, consolidando con eso la soberanía que nos legaran nuestros libertadores y nos pisoteara después el imperialismo norteamericano. En nuestro caso, su voluntad de nacionalizar, además, nuestra gran minería de cobre y darle valor agregado a esas toneladas de metal que se iban y hoy siguen yéndose al extranjero y en las que también es posible descubrir oro, plata, molibdeno y otras importantes materias primas. Su propósito, también, de recuperar soberanía popular en nuestros campos asolados por el latifundio y la explotación de millones de campesinos que apenas podían sobrevivir con sus salarios de hambre. Para diversificar, también, nuestra producción agrícola, modernizar las faenas del campo, pero, sobre todo, hacer propietarios a quienes cultivan la tierra y merecen vivir en una vivienda digna, para lograr así que sus hijos accedan a una alimentación adecuada, cuanto a una educación liberadora. Promover, por supuesto, una reforma educacional en todos sus niveles, a fin de hacer obligatoria la formación de los niños y permitir que pudieran concurrir a las universidades no solo los hijos de los ricos sino, también, los chilenos de clase media y del mundo obrero, cuando menos del uno por ciento de estos tenía entonces tal oportunidad. Resueltos, al mismo tiempo, a dar pasos importantes en la educación permanente de los adultos y de los trabajadores, donde los niveles de analfabetismo eran pavorosos. Tanto que hasta hoy se reconoce que más de un 50 por ciento de nuestra población no entiende lo que lee, así como tampoco logra hacerlo más de un 15 por ciento de los que cursan estudios superiores. También en la propuesta allendista estaba la posibilidad de emprender una reforma constitucional que morigerara el desmedido presidencialismo y procurara, en serio, terminar con el cohecho y otras prácticas que impedían el acceso del pueblo al Parlamento y a los municipios. Convocar, apenas fuera posible, a una Asamblea Constituyente que refundara nuestra institucionalidad de suyo tramposa, en que el poder del dinero y de los grandes medios de comunicación definían la agenda política, económica, social y cultural del país. Un anunciado derrocamiento A esta altura ya nadie puede desconocer que, antes de asumir Salvador Allende como jefe de estado, en Washington se empezaba a preparar la desestabilización de su gobierno cuanto su reemplazo por otro que le fuera dócil a los intereses imperialistas. Poco a poco se fueron comprobando los ingentes recursos destinados a alentar la acción sediciosa de los grandes gremios nacionales, alentando el golpismo de la derecha política y de otros partidos de oposición que fueron determinantes a la hora de alentar a los militares traidores y justificar las primeras violaciones de los Derechos Humanos. Papel este que recayera vergonzosamente también en la Democracia Cristiana, hasta entonces un partido que propiciaba cambios en favor de la justicia social, pero cuyos principales dirigentes sucumbieran ante el soborno propiciado por Kissinger, la Casa Blanca y el Pentágono. Así como se sabe, también, de los millonarios recursos destinados a el periódico El Mercurio, del cual era propietario Agustín Edwards quien, además de golpista, fungía como vicepresidente de la Pepsi Cola. Un sujeto, por cierto, abominable y que mantuviera intacto su poder o incluso lo acrecentara durante toda la posdictadura, encantando a los sucesivos gobiernos de la llamada Concertación Democrática, de la Nueva Mayoría y, por supuesto de la propia derecha que en este tiempo ha retornado ya dos veces a La Moneda. Promesas de Allende que incluso materializó durante su breve gobierno, como al nacionalizar la gran minería del Cobre, entregar miles de hectáreas a los campesinos e iniciar cambios relevantes en el sistema educacional, lo que fue también muy resistido por los opositores llamados a coludirse para encarar las elecciones parlamentarias que siguieron al triunfo de la Unidad Popular y en que, pese a todo, la izquierda volviera a manifestarse como primera mayoría, pese a la campañas del terror propiciadas y financiadas también desde los Estados Unidos y del poder económico nacional. Aunque en la época no lo previmos del todo, el 11 de septiembre de 1973 se consumó ese criminal bombardeo a La Moneda que tuvo como protagonista a las Fuerzas Armadas acicateadas por la derecha y el imperialismo, y en que desde la primera hora se acribilló a cientos o miles de opositores, se instalaron los primeros campos de confinación y tortura, mientras que otros miles de chilenos eran detenidos y torturados cuando no lograban escapar hacia el exilio. Sin duda un proceso inédito de traición e insubordinación contra el orden establecido, respetado por Allende hasta su última hora, y en que en pocas horas se hizo trizas la democracia y los cambios emprendidos en favor de la redención de los oprimidos. Ya sabemos que el cadáver del Mandatario salió de La Moneda sin que hasta ahora se sepa con certeza si efectivamente se suicidó o fue asesinado por los primeros oficiales que entraron al Palacio Presidencial. Lo que no cambia realmente la naturaleza criminal del bombardeo, aunque los militares, la derecha y otros sectores se hayan empeñado, con la complicidad de algunos jueces, establecer como verdad oficial la del suicidio. Una “verdad oficial” que le sirviera a Pinochet para recibir el reconocimiento diplomático de muchas naciones que, se dice, no habrían estado en condición de hacerlo si el presidente depuesto hubiera sido asesinado. Entre paréntesis, no son pocos los que se han ido convenciendo del magnicidio después de que un capitán de Ejército testimoniara ante un grupo de detenidos que el mismo le habría disparado en la sien al Mandatario, junto de ufanarse de exhibir como trofeo el reloj del extinto Presidente. Existen varios escritos y testimonios al respecto, así como también se sugiere en un documental realizado por el cineasta Miguel Littín. Lo más importante de consignar ahora en esta conmemoración histórica es el respeto que merece en todos los sectores, como en el mundo entero, el ejemplo de Allende, su consecuencia política, su trayectoria democrática y su heroica resolución de pagar con su vida la lealtad de su pueblo, como lo prometiera en su discurso final. Su gobierno, la Unidad Popular y la conducta de sus partidos es hasta ahora motivo de controversia y denostados ataques de parte de quienes fueron sus opositores y hoy continúan militando en la derecha. Sin embargo, nadie o muy pocos se atreven a desacreditarlo moralmente y su figura es, a 50 años, la del Mandatario y líder político más valorizado por el pueblo chileno. Tanto así que en un interesante estudio realizado, en el año 2008, por Televisión Nacional (con cientos de testimonios recogidos de entre historiadores, periodistas y diversos intelectuales) concluyera que para la amplia mayoría nacional Allende es el personaje más relevante de nuestra trayectoria republicana, igual o por encima del tributo que se le ejerce a nuestros padres de la Patria, y superior al prestigio de un Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Violeta Parra, Alberto Hurtado y otros insignes chilenos. Vigencia permanente En este sentido, y pese a todo lo transcurrido, realmente 50 años no son nada. Las ideas de Allende siguen plenamente presentes como antaño en las manifestaciones que exigen Pan, Justicia y Libertad. Especialmente cuando se insiste en la recuperación de los yacimientos del cobre y ahora en la explotación del litio y otros recursos. Cuando los profesores marchan y paralizan sus actividades en demanda de mayores recursos para la educación pública, así como el pago de la deuda histórica que les adeuda por tantos años el Estado. Mientras cientos de maestros desfallecen sin recuperar este derecho arrebatado a sus bolsillos y dignidad. Algo similar ocurre, también, en las actuales demandas por un sistema de salud que garantice la adecuada atención de todos los chilenos. Después de que la Dictadura y los gobiernos que le sucedieron consolidaran el oprobioso sistema privado de las isapres, que le niega adecuada atención a los pobres y a la clase media, exhibiendo largas listas de espera por atención médica, donde se acredita que solo en el último semestre han muerto más de 19 mil chilenos que requerían urgentes cirugías. Allende, como médico salubrista, qué duda cabe que hoy estaría acompañando estas demandas; así como el termino de las infames AFP que administran las cotizaciones de millones de trabajadores, quienes hacia el final de sus vidas reciben pensiones miserables como obligados a seguir trabajando. Un sistema privatizado también por la Dictadura y respecto de la cual hasta se le rindió cumplidos durante el tiempo de la llamada Transición a la Democracia, donde en realidad quienes integraron estos gobiernos terminaron encantándose con el neoliberalismo, el capitalismo salvaje, y las desigualdades propiciadas por el mercado. Salvo, por supuesto, algunas mínimas excepciones, a pesar del origen socialista, social cristiano o socialdemócrata de sus protagonistas. Es perfectamente lógico asegurar que Allende hoy estaría por apoyar la heroica lucha del pueblo mapuche a fin de que se le sean reconocidos sus derechos de autodeterminación, recuperación de sus territorios ocupados y reconocimiento pleno a su acervo cultural. Todo lo cual solo será posible neutralizando la acción ecocida, por ejemplo, de las empresas forestales enseñoreadas en la zona. Ciertamente, no podría consentir el extinto Mandatario con la militarización de la Araucanía impuesta por gobiernos dícese tributarios del legado de Allende, por la judicialización de las causas de nuestro pueblo fundacional y con los consabidos y reiterados asesinatos de comuneros y represión que hoy se descarga a quienes, hasta hace muy poco, eran reconocidos como líderes y hasta héroes por partidos y movimientos autoproclamados de izquierdistas. Ya se sabe que lo que acontece en el sur del país se parece mucho a esos luctuosos acontecimientos de la llamada Pacificación de la Araucanía de hace más de un siglo, cuyos principales ejecutores todavía se reconocen en el nombre de calles y espacios púbicos. Aunque la estatua del general Cornelio Saavedra fuera arrancada en el 2020 de su pedestal por manifestantes y lanzada al rio Lumaco. Así como recientemente, el monumento al general Baquedano, que también se destacara en este oscuro episodio de usurpación de las tierras mapuches, haya obligado a las autoridades a retirarla de la Plaza Italia, allí en pleno centro de nuestra Capital. El pueblo chileno intuye que Allende sería hoy el líder que fue de las vindicaciones socio económicas de su época. Reconociéndose su nombre, también, entre los principales luchadores de nuestro tiempo. Cuando la inequidad social prevalece y la marginación y la falta de oportunidades explica el desarrollo de fenómenos como el de la criminalidad y el narcotráfico, lacras que hasta los políticos que se dicen progresistas piensan que deben ser combatidos con más atribuciones para las policías, más armas disuasivas y condenas punitivas hasta para los menores que delinquen. Por lo que hoy se sienten tentados de nuevo con sacar más y más militares a las calles y ciudades del norte y del sur. A punto, otra vez, de un nuevo y justo estallido social, sin que se visualice otra pandemia que lo contenga como realmente fue lo que aconteció y evitó el que era un inminente derrumbamiento institucional. “La izquierda unida jamás será vencida” es un eslogan de los más conocidos y que por más tiempo ha blandido las banderas del vanguardismo y sus movilizaciones. Sin duda fue también la aspiración y el logro de Allende para arribar al gobierno cuando fue capaz de constituirse en el abanderado de la izquierda, después de las mezquindades que se hicieron ostensibles entre una y otra colectividad para lograr más hegemonía en influencia en las decisiones presidenciales. Sin embargo, queda más que claro que fueron las controversias entre socialistas, comunistas y otros los que debilitaron al gobierno de la Unidad Popular y en buena parte alentaron la acción del golpismo. ¡Cómo no recordar que, desde el mismo seno de la izquierda, Allende fuera motejado de “socialdemócrata” y de defender la democracia “burguesa” por dirigentes que al momento que Allende moría en La Moneda ya se guarecían en embajadas y renunciaban a cualquier intento de resistir la furia militar! Al dar cuenta de esto en nada queremos justificar la acción de los sediciosos, quienes empezaron a urdir su derribamiento antes que estas contradicciones se manifestaran. Para ellos, Allende debía ser derribado solamente por su propuesta programática y por la posibilidad de que su experiencia pudiera ser replicada en otros países que pertenecían a la zona de influencia norteamericana, en plena Guerra Fría. De esta manera es que se debe reconocer lo vano que fue su intento de lograr apoyo en la entonces Unión Soviética y en el mundo socialista del este europeo. Lo grave es que a cincuenta años de su muerte la situación de la izquierda chilena solo ha empeorado en relación al eslogan citado anteriormente y hoy el panorama sea francamente desastroso cuando en los referentes vanguardistas se multiplican en toda suerte de colectividades y asociaciones cuyas ideologías e intenciones son prácticamente incomprensibles por el país. Entidades que habitualmente no alcanzan más de un centenar de militantes activos y carecen de prácticas democráticas internas para definir a sus dirigentes y propuestas. Un montón de siglas, nada más que curiosas denominaciones, constituyen el llamado Frente Amplio, como también el socialismo autoproclamado de democrático. Todos los cuales exhiben sus querellas a través de los medios de comunicación, cuando entre todos desde hace mucho tiempo no son capaces de llenar un teatro o un estadio con sus adherentes y simpatizantes. Qué duda cabe que el principal oficio de estas directivas sea la de ubicar a sus incondicionales dentro del aparato del Estado y acceder a los ministerios y subsecretarías de gobierno, donde el cuoteo es el común denominador. Y cuando esto no se logra, echar andar fundaciones y otras entidades para recibir millonarias erogaciones del Fisco las que, por supuesto, sirven para el financiamiento de sus ambiciones electorales y, de paso, enriquecimiento ilícito. Ya sabemos que entre todos los episodios de corrupción política hoy los tribunales investigan el destino de unos 30 mil millones de pesos. En el que se reconoce como el más severo fraude al erario nacional de toda la posdictadura. Para consuelo de esta izquierda que se degrada y desgrana, la derecha sufre una atomización similar, así como también se constatan las múltiples escisiones de la Democracia Cristiana, del PPD y otras organizaciones que las encuestas les asignan menos de un tres o cuatro por ciento de apoyo popular. Cuando la colectividad más votada es la del ultraderechista Partido Republicano, pero en todo caso con menos de un cinco por ciento de apoyo electoral. Ni qué hablar de la responsabilidad política que debe asignársele a los partidos respecto de la desaparición de antiguos referentes sindicales y gremiales. De la escasa importancia que hoy tiene la Central Unitaria de Trabajadores, como de aquellos colegios profesionales que fueron vanguardia en la lucha contra de Dictadura. Todos los cuales languidecen en la lucha de sus caudillismo internos y en los que destacan también escándalos de corrupción, que se disparan precisamente cuando deben “negociar” con los gobiernos de turno el monto del salario mínimo y la consecución de algunas leyes laborales. Definitivamente, Allende crece en la memoria del pueblo chileno, aunque sea sistemáticamente ninguneado por los referentes políticos y sociales que proclaman su nombre. Todo ello se explica en la falta de ideas y programas de acción y, muy especialmente, en la ausencia de medios informativos que promuevan el debate ideológico y sirvan a la concientización de los chilenos, especialmente de los más jóvenes. Se sabe que en la lucha contra la opresión pinochetista destararon organizaciones sociales y políticas espontáneas, pero, también, medios informativos que tuvieron por misión denunciar los atropellos de la Dictadura y promover la recuperación de la democracia. Al principio, tímidos esfuerzos periodísticos que fueron creciendo en influencia y tuvieron el mérito de dejar registrado en plena Dictadura todos los horrores cometidos contra la dignidad humana y los derechos del pueblo. Sin embargo, igualmente hoy se asume que todos estos referentes fueron exterminados por los primeros gobiernos de la Concertación, cuando oscuros personajes como Edgardo Boeninguer, Enrique Correa y otros ministros y operadores de La Moneda decidieron que sería muy riesgosa la existencia de revistas diarios, revistas y radios que pudieran demandar las promesas comprometidas por las nuevas autoridades y, con ello, inquietar a los militares, como abochornar a los grandes empresarios pinochetistas que tomaron sitio en la nueva democracia. Por cierto, en la más completa impunidad respecto de las empresas y recursos del Estado apropiados al abrigo del Tirano y ladrón que gobernó de facto. El tiempo nos dio la razón al constatarse misiones diplomáticas a Europa en que se le fue a advertir a los gobiernos que debían abstenerse de toda ayuda a los medios de comunicación chilenos como a ese prolífico mundo de organizaciones sociales y de Derechos Humanos. Una solicitud que sin duda fuera acatada por los países que apoyaban a estos medios e incluso pensaban otorgarle ayudas definitivas y sustantivas que sirvieran a su consolidación durante la supuesta democracia que venía. La real politik, lamentablemente, se impuso en aquellos países que ahora querían abrir negocios en nuestro país y acceder a nuestras riquezas naturales. Todo esto ocurría, hay que recordarlo, mientras el gobierno de Patricio Aylwin condonaba las deudas de El Mercurio, la Tercera y otros medios, al tiempo que les renovaban los millonarios contratos de publicidad con el Estado que los sostuvieron cuando su decadencia se hacía inminente. Los mismos convenios publicitarios que se le negaron, además, a la prensa independiente y que, a no dudarlo, habrían seguido oponiéndose a la impunidad y abogando en favor de una sólida democracia y de aquellas reformas económico sociales, muchas de las cuales continúan hasta hoy pendientes. Así como habrían denunciado los primeros actos de corrupción ahora tan extendidos en nuestra política. Si bien es cierto que aquellos medios independientes y dignos lograron romper el bloqueo informativo impuesto por la Dictadura, hoy debemos agradecer y aplaudir que en la Red existan una infinidad de páginas libres, con lo que aparece muy difícil que la clase política siga cometiendo sus despropósitos, sin que ahora hasta la propia prensa de derecha pueda soslayarlos. Somos muchos los cientos de miles o millones de chilenos que hoy vivimos en el desencanto, por lo que pudo ser y no fue. Acongojados por la traición ideológica y la corrupción moral de quienes accedieron al gobierno de nuestra nación. Mucho tememos que el país esté de nuevo al borde del colapso y que puedan volver horas muy amargas en nuestra convivencia. Pero de lo que estamos de acuerdo y animados es en que, pese a todo, las ideas y propósitos de Salvador Allende siguen vigentes y su nombre es grito y ariete de esperanza.
La urgencia de la educación política frente negacionismo. Por Natalia Contreras Quiroz
Vivimos una de las eras más privilegiadas respecto del acceso al conocimiento, gracias a diversas plataformas digitales podemos acceder a una cantidad ilimitada de fuentes de información, podemos también crearla, somos productores y consumidores de contenido de toda naturaleza. Hoy el conocimiento es más democrático que nunca antes y, aun así, en Chile hay una cuna fértil de negacionistas de los crímenes y violaciones de derechos humanos perpetrados por la dictadura cívico militar de Augusto Pinochet.
El negacionismo no es inocente, por el contrario, es un posicionamiento ideológico muy eficiente, que actúa impugnando de manera sistemática hechos históricos y/o científicos que cuentan con el respaldo de la evidencia, de la academia y por sobre todo de la vivencia y la memoria de las comunidades. El negacionismo tiene su propia agenda social y política, motivada por intereses principalmente ideológicos y económicos, asimismo tiene discursos que penetran en sectores sociales menos informados, aprovechando momentos de crisis sociales, de desafección política y de desconfianza en las instituciones. ¿Cómo opera el negacionismo? sus lideres y replicantes (secuaces, cómplices) construyen argumentos falsos, provocan con conspiraciones, posicionan expertos cuestionables, realizan interpretación selectiva de los datos para sustentar su discurso, niegan el conocimiento consensuado y descalifican opiniones contrarias mediante acusaciones de adoctrinamiento ideológico.
Actualmente en Chile hay discursos negacionistas anquilosados en grupos políticos de derecha que, a través de la masividad de los medios de comunicación, buscan negar, neutralizar e incluso transferir la culpa a las víctimas de la violación sistemática de derechos humanos realizadas durante la dictadura cívico militar, lo que es absolutamente incompatible con la vida política del bien común, la convivencia social pacífica y la valoración de la dignidad humana en un declarado Estado de derecho.
Es también una vergüenza para la cultura política y un atentado a la memoria histórica del país, la búsqueda de la justicia y el esclarecimiento de la verdad, puesto que en la deshumanización de las víctimas el negacionismo busca difuminar su responsabilidad social y minimizar la importancia de los hechos, para esquivar la justicia y de paso seguir legitimando el Golpe de Estado de 1973.
El negacionismo es un problema social y político que afecta a los individuos, a las comunidades y atenta directamente contra el ejercicio pleno de la ciudadanía democrática, por eso, al menos quienes trabajamos en educación, estamos convocados a asumir un rol activo en la lucha contra el negacionismo. Profesoras y profesores, sin dilación, debemos fortalecer una práctica pedagógica ética que enfrente desde el desarrollo del pensamiento crítico cualquier negación de nuestra memoria histórica, puesto que somos una piedra angular de la educación política que puede dar la pelea generación tras generación para que nunca más en Chile una crisis social sea resuelta por la vía de la violencia, el genocidio y el quiebre de la democracia.
Dra. Natalia Contreras Quiroz
Jefa de carrera Pedagogía en Historia y Geografía
Universidad Católica Silva Henríquez
1973 y el rechazo a la memoria en Chile. Por Andrés Kogan Valderrama
En una nueva conmemoración del mayor atentado terrorista que ha sufrido Chile en su historia, a través del bombardeo a La Moneda y el comienzo de una sangrienta dictadura de 17 años, cuesta entender que aún existan sectores que sigan justificando el golpe militar y hasta reivindicar la figura de Augusto Pinochet, luego de conocer la enorme evidencia sobre los miles de compatriotas exiliados, asesinados, torturados, violados y desaparecidos por parte de fuerzas armadas anti chilenas y contra su propio pueblo.
De ahí que estos 50 años no solo no sean un avance en generar ciertos mínimos comunes sobre lo ocurrido con el golpe de Estado el 11 de septiembre de 1973, sino que se ve un retroceso si lo comparamos con la conmemoración de los 40 años, en donde existieron ciertas señales democráticas de manera transversal de parte de la clase política y sectores sociales de aquel entonces, a través de la idea de cómplices pasivos y de que nunca más se podía repetir lo ocurrido con el terrorismo estatal y la sistemática violación a los derechos humanos (1).
No obstante, como la historia no es lineal, nos encontramos en un momento negacionista impulsado por sectores reaccionarios y de ultraderecha en el país, que lo que buscan no solo es celebrar el golpe de Estado, sino borrar todo tipo de memoria con lo ocurrido, luego del rechazo hace un año atrás de la propuesta constitucional y el control del nuevo Consejo Constitucional de parte del Partido Republicano, que lo ven como una gran oportunidad para seguir instalando un peligroso discurso anti derechos y que busca reinterpretar la historia a base de mentiras y odios, denostando la figura de Salvador Allende.
Lo señalo ya que la aprobación de esa propuesta constitucional del 2022 era un amenaza más grande incluso que la Unidad Popular, ya que tener una nueva carta magna de manera democrática, participativa, que redistribuía el poder y que garantizaba derechos en distintos ámbitos, era dejar atrás no solo el Estado neoliberal de Pinochet, sino también las bases del Estado Portaliano, algo que no pudo impulsar Salvador Allende, lo que fue aprovechado por la elite existente, apoyada imperialmente en su proceso de desestabilización por el gobierno de Estados Unidos.
Dicho esto, la amenaza gigantesca que vieron con la nueva constitución los grandes poderes fácticos en Chile hizo que se desinformara sobre algunos de sus contenidos más importantes (Plurinacionalidad, Estado Regional, Derechos de la Naturaleza, Igualdad Sustantiva, Democracia Inclusiva y Paritaria, Derechos Sociales), o simplemente se ignoraran, como pasó con el Derecho a la Memoria del artículo 24 de la propuesta (2), la cual se hacía cargo de un tema fundamental para cuidar nuestra democracia y dar justicia a las víctimas del terrorismo estatal.
Por supuesto, aquel articulado que planteaba el derecho al esclarecimiento y conocimiento de la verdad de las víctimas a los derechos humanos, como su reparación integral, y la obligación del Estado de prevenir, investigar, sancionar e impedir la impunidad, quedó completamente invisibilizado por los grandes medios privados y también de parte de una televisión pública (TVN) que no estuvo a la altura del momento histórico del país.
No hay que sorprenderse por tanto que la conmemoración a los 50 años del golpe militar en Chile, genere rechazo e indiferencia de parte de un sector importante de la sociedad, como mostró un estudio de la consultora Criteria (3), en donde El 56% señaló que esa fecha nos divide como país, el 48% que le parecía irrelevante y un 47% que nos dejaba pegados en el pasado.
Ante este escenario, de rechazo a la memoria en Chile, cuesta ser optimista, considerando el desgaste y malestar a lo constituyente actualmente, que seguramente hará que la gran mayoría vote en contra de la propuesta presentada por la Comisión Constitucional, lo que cerrará de mala forma el proceso democrático más importante que ha tenido Chile en su historia como país, y la posibilidad de pensar en un país reconciliado.
En consecuencia, este año 2023 pudo ser un año distinto y de mucha esperanza, ya que se abría una posibilidad de ponernos de acuerdo en algo tan básico y tan importante como es el respeto y cuidado irrestricto de la democracia y los derechos humanos, en toda circunstancia, pero pareciera que tendremos que esperar y seguir luchando por más tiempo del que creíamos para que la memoria sea un valor central y de unidad para chilenas y chilenos.
Fueron mil días. Por Noé Bastías
Entonces, poseídos por clasismos megadelirantes redireccionan en septiembre del 73 sus arsenales de conspiración y odios. Es que no podían permitirse prolongar por más tiempo sólo el sabotaje; mil días confabulando resultaron extenuantes; había llegado la hora de "hacer patria, señores", y no podían permitirse disparos a la bandada.
Por tal razón, la mira es teledirigida esta vez hacia un solo blanco: el Presidente Allende. Éste representaba la inminente y "terrorífica" amenaza de restituir la dignidad humillada de millones de desheredados, y la consiguiente pérdida de la propiedad vitalicia de una teta insoltable y privativa de una casta oligárquica de privilegiados sin apellidos mapuches.
Fueron mil días, sí, mil días para un pueblo constructor de sueños; mil días de resistencia moral contra un boicot maquinado por la oligarquía interna y externa; mil días en que los olvidados de Chile, junto a su Presidente, y en ejercicio de un derecho radicalmente humano, se expresan como ciudadanía y opinión pública proclamando al mundo una plegaria insoportable para los polit(e)ólogos burgueses del Opus y la civitas dei: "¡Hágase por fin tu voluntad aquí en la tierra! ¡Tráenos tu reino de justicia e igualdad!" Tal "herejía" no podía, bajo ningún punto de vista, permitirse en esta tierra "orgullosa" de su condición "cristiana". Tal "herejía" ... anunciaba desde las derechas una reacción rabiosa y copiona de la Inquisición.
Por ello, Augusto -el “ungido”, o si usted quiere “Daniel López”- y sus legiones cayeron no se sabe desde qué cielo como ángeles o demonios de la injusticia, la cobardía y la maldad… para arrojar sus clasismos inflamables e imperdonables contra nuestro Presidente y nuestra bandera, dejando en ello a su paso una larga estela de lutos, ausencias y heridas que castigan a muchos/as hermanos/as hasta el día de hoy… en un país creyente que en su mayoría pasó de condenar el golpe a chapotear ahora en la inmundicia de un negacionismo predicado durante 50 años por la derecha golpista, dueña de Chile; negacionismo capitalizado hoy como lema presidencializable por parte de la secta “republicana” del pinochetismo y la impunidad.
Noé Bastías
Profe de Filosofía
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Vitrina con zapatos de Salvador Allende, parte del proyecto “El caminar de un demócrata” en Morandé 80 fue realizada por estudiantes de arquitectura
El Presidente Gabriel Boric inauguró la exposición “El caminar de un demócrata” en La Moneda, como parte de la conmemoración de los 50 años del golpe de estado y en especial gesto a la romería que se autorizó por la calle Morandé a un costado del Palacio de la Moneda. La ceremonia se realizó en la histórica puerta lateral de ingreso al palacio presidencial ubicada en Morandé 80, desde donde fue retirado el cuerpo del ex presidente Allende el 11 de septiembre de 1973.
En el lugar se expuso una vitrina donde pueden verse los zapatos que usaba el mandatario al momento de su muerte después del bombardeo a La Moneda.
La inauguración fue liderada por el propio Presidente Boric y contó con la presencia de la senadora Isabel Allende, hija del ex jefe de Estado conmemorado. En la instancia, el actual jefe de gobierno manifestó “ad portas de cumplirse 50 años de su muerte, le rendimos homenaje a este hombre, al Presidente Salvador Allende Gossens, porque su muerte fue en defensa de la democracia y del estado de derecho. Lo hacemos a través de un objeto que celebra su andar vital, su decisión inquebrantable de cumplir el mandato que el pueblo le entregara. Que hermoso nombre han elegido para este homenaje. Pensemos todo lo que significa ‘el caminar de un demócrata”, agregó.
“La acción restaura la única huella personal que queda de Allende de ese día histórico en que pagó con su vida la lealtad del pueblo”, señaló la Fundación Salvador Allende sobre este hito en el que trabajó en conjunto con estudiantes de la carrera de Arquitectura de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.