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Comentario a la obra “El último vuelo del Cóndor”. Por José Antonio Lizana Arce

La tarde del 3 de septiembre de 1989, la sangre llegó a la cancha y tiñó la pelota, así como a la década misma. En ese fatídico minuto sesenta y nueve del partido eliminatorio entre Brasil y Chile en el Estadio Maracaná, no solamente cayó una pintoresca bengala al campo de juego, sino también un ídolo y una forma de pensar y actuar.

Asimismo, la obra de teatro “El último vuelo del Cóndor”, se desarrolla en un lúgubre ambiente urbano, donde resalta un arco a tamaño real y el camarín del combinado criollo. El diálogo entre el arquero y capitán de la Selección, Roberto Rojas, y el utilero del equipo, Nelson Maldonado – interpretados por Nicolás Pavez y Patricio Contreras –, se mueve continuamente entre el humor, la emoción, la crítica, la reflexión y el sarcasmo. Los conflictos internos del portero criollo son representados con ímpetu y fuerza por Pavez, pero esa misma intensidad a ratos le hace perder los matices emotivos al personaje. Sin embargo, esto se complementa a la perfección con la madurez escénica de Contreras en el papel del utilero Maldonado, quien brinda pasajes magistrales, como en la progresión del fútbol chileno, el grito de “Ceacheí” o el baile a “lo Emmanuel”. La obra también se posiciona en lo documental con la mención a las elecciones de 1989, a los detenidos desaparecidos, a programas de televisión como “Éxito” o “El Festival de la una” y a productos como “Coral” o YoguUp. La música de la obra, tiene reminiscencias folclóricas y con ciertas coincidencias de la Cantata de Santa María de Iquique del grupo Quilapayún.

El montaje presenta la historia exhaustiva y literal del “Cóndor”, como cuando se mencionan sus inicios en el básquetbol, a su familia, en su paso por Aviación, en el episodio de los pasaportes falsos y en los tira y afloja de las negociaciones por los premios como capitán del equipo.

La última parte de la obra, mantiene a los espectadores en tensión y en el constante ejercicio de recordar de dónde venimos, quiénes somos y cómo nos enfrentamos a situaciones de total contrariedad. El teatro casi no respira cuando el “Cóndor” se saca el buzo, se pone los guantes y se calza los zapatos que su padre le cosió. El ritual es como el de cualquier partido, pero es el que su conciencia y sus espectros le dicen que hay que ganar. Cuando el ídolo cruza el túnel del silencio, las sienes transpiran, el corazón se aprieta y los sentidos se encumbran con el último vuelo del cóndor.

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