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Con motivo del centenario de Luis Oyarzún Peña. Por Alex Ibarra

“No lo dejemos también desvanecerse
y salvémoslo de la segunda muerte”.
(Jorge Millas en el prólogo a Defensa de la Tierra)

Estas palabras que uso como epígrafe repercuten con fuerza en el contexto de la conmemoración de los cien años del natalicio de Luis Oyarzún. Escritor sensible e inteligente heredero de la filosofía mistraliana, amor platónico (por un instante) de Violeta Parra, contertulio y amigo de Jorge Millas y Nicanor Parra. Destacado académico en el Departamento de Filosofía de la Avenida Macul y decano de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile y profesor de la Universidad Austral de Chile. Todos estos méritos son suficientes para considerarlo como una de nuestras importantes figuras intelectuales de la segunda mitad del siglo XX.

Este destacado escritor ocupa un sitio importante entre “nuestros búhos”, señala Roberto Escobar en el controvertido libro El vuelo de los búhos, aunque con cierto grado de injusticia, al señalar que Luis Oyarzún es más bien un poeta. Suponemos que esa aseveración surge dado al tono de la escritura de Oyarzún que no escribió grandes tratados sistemáticos sobre cuestiones filosóficas, quizá su único texto que siguió la tonalidad de la filosofía académica de su época es su libro póstumo Meditaciones estéticas. Sin embargo, es innegable el reconocimiento que se le ha otorgado como filósofo, quien más ha aportado en la difusión de su obra es Leonidas Morales a quien le debemos el no olvido de este autor, pero que además nos entrega una introducción a la lectura del Diario íntimo, que cuenta con una edición por la editorial LAR de Concepción y una delicada reedición llevada a cabo por la editorial de la Universidad de Valparaíso.

La obra de Luis Oyarzún es diversa. Se puede destacar su producción poética, su Diario íntimo que contribuye a una filosofía de la cultura y del paisaje, su tesis sobre Lastarria y su libro Temas de la cultura chilena que han sido considerados valiosos textos sociológicos y políticos.

No son pocos los filósofos académicos chilenos, entre ellos Oyarzún, que en la década de los sesenta asumían una crítica a la cultura popular, bajo la concepción orteguiana del desafío de una sociedad de masas. El crecimiento de la cultura popular colocaba a los filósofos en un estado de alerta que motivaba una apología de los valores occidentales habitualmente entendidos como herencia espiritual.

Sin embargo, para la época, destaca su conciencia ecológica, cuestión que deja clara al comienzo del texto “La necesidad de los árboles”, en el cual promoverá una valoración de los árboles por su belleza y no sólo por su valor de uso: “Hay que estimular no sólo el conocimiento de la necesidad de los árboles, con sus innumerables usos. También la conciencia de su belleza, en este medio nuestro de naturaleza tan hermosa y tan deleznable y fea fundación humana” (Oyarzún, 1973. 25). Aparece aquí una defensa estética del árbol que podríamos relacionar con la importancia del paisaje.

Es evidente el reclamo de Oyarzún en contra de la élite opresora chilena (“Para ellos, sólo de pan vive el hombre”) que no ha tomado conciencia de su violenta acción modernizadora utilitarista y economicista, explicita esto en “El smog de Santiago”, del siguiente modo: “…¿de cuándo acá los economistas –y no los humanistas- han de ser los nuevos apóstoles y de cuándo aquí nos habrían de llevar ellos a las fuentes de las aguas?” (Oyarzún, 1973. 84). Incluso en la crítica incluye a los supuestos protectores del espíritu, que viene a ser la clase sacerdotal, dejando caer el juicio en torno a la complicidad que mantienen con la élite: “No imagino a San Francisco de Asís en jeep conformándose con distribuir queso y leche en polvo” (Oyarzún, 1973. 85). La crítica política no sólo la circunscribe al ámbito local, entiende que el problema de la sobreexplotación y contaminación de la naturaleza, obedece a patrones que son propios de un sistema global que determina un orden de relaciones de dependencia.

Es un lugar común el reclamo acerca de que entre los escritores chilenos no se leen entre ellos, sin duda es importante ese ejercicio sano de recuperar las escrituras de nuestros autores. Oyarzún en esto es un caso paradigmático, ya desde su temprana tesis sobre Lastarria y de su pública alabanza a la escritura y sabiduría de Gabriela Mistral. Claramente hay un foco de atención en nuestra cultura nacional que queda evidenciada desde el título en Temas de la cultura chilena (1967). Esta práctica intelectual permite el diálogo al interior de una tradición que suele ser menospreciada desde revisiones filosóficas menos críticas que no reconocen la importancia de un pensamiento situado. En Defensa de la tierra aparece, en sus huellas, el profuso estudio del siglo XIX, las referencias a Andrés Bello, Luis Amunátegui, Alexander von Humboldt, Rodolfo Philippi; el constante recurrir a la maternidad intelectual de Gabriela Mistral desde la primera mitad del siglo XX.

La densidad productiva de Oyarzún no puede ser evaluada por la cantidad de papel utilizado, es un error la consideración que lo sitúa como un poeta, escritor y filósofo menor. En él encontramos aquello que Mistral reconocía en Chile: la voluntad de ser. Ese es el ánimo de toda escritura ensayística que no es ajena a su lugar y que nos ayudan a responder la inquietante pregunta martiana sobre el “quienes somos”.

Alex Ibarra Peña.
Dr. Estudios Americanos.

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