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¿Conectados o prisioneros de la conectividad? Por Jenny Díaz

Para nadie es desconocido que la tecnología avanza minuto a minuto, a un ritmo y alcance inesperado, que muchas veces se anticipa y supera nuestra más amplia imaginación. Vivimos en un contexto globalizado donde la información se transmite a gran velocidad, carece de frenos y no tiene fronteras, lo que nos enfrenta a individuos y organizaciones cada vez más complejas y demandantes, respecto de lo que hacen, lo que creen, lo que buscan o esperan para su vida y su desarrollo.

Hoy el mundo está permanentemente conectado a través de la red y aunque a las generaciones más antiguas aun les cueste insertarse en esta vorágine de informaciones y relaciones instantáneas, lo cierto es que hoy no existimos sin Internet, sin las redes sociales, sin la comunicación digital.

Chile es testigo y protagonista de esta realidad también. Es cosa de pensar cuántas veces nos hemos cuestionado qué está sucediendo hoy con las relaciones humanas y con las personas, al observar que en cada esquina de una ciudad o de un barrio todos los jóvenes (y también los no tan jóvenes), están sumidos en la pantalla de su teléfono móvil, casi sin levantar cabeza, sin hablar, presos de la web, de Facebook o Whatsapp.

Cabe preguntarse entonces: ¿estamos realmente conectados y conectadas? o ¿estamos más bien frente a un vicio alienante, un fenómeno que nos quita la vivencia presencial y nos tiene prisioneros frente a una pantalla de teléfono o un computador?

Parece ser que la respuesta contiene un poco de ambas cosas. Mientras los estudiosos de la comunicación desmenuzan y explican el funcionamiento y las bondades de las nuevas plataformas digitales, hay quienes observan este fenómeno más bien desde una perspectiva sociológica, analizando el comportamiento de las personas y la sociedad en general frente a las infinitas e instantáneas posibilidades de comunicación que existen en la actualidad.

Pero vamos por parte. Si tomamos como ejemplo lo que sucede en nuestro país, no deja de sorprender que el nivel de acceso a Internet esté por sobre el promedio de América Latina y a 10 puntos porcentuales de Europa. Así lo indica la VII Encuesta Nacional de Acceso y Usos de Internet de la Subsecretaría de Telecomunicaciones (SUBTEL, marzo 2016), precisando que el acceso a Internet en Chile ha crecido sostenidamente los últimos años, llegando en 2015 a un 72% de hogares conectados a Internet fijo y/o móvil. Si a eso se suma que el 92% de los chilenos declara tener un teléfono móvil o celular (Encuesta Nacional Bicentenario 2016, Uso de Redes Sociales. Universidad Católica - GFK Adimark) y el 42% de los hogares chilenos posee 4 o más dispositivos conectados (SUBTEL, marzo 2016), ciertamente vamos comprendiendo cuán fuerte ha sido la penentración de la tecnología en nuestro país y cuán conectados estamos.

Ahora, ¿qué buscan o qué hacen en Internet las personas como para necesitar estar conectadas todo el día y a cada instante?. La gama es amplia, pero principalmente se comunican, se informan, intercambian, compran, pagan, buscan, exigen. En defintiva, lo hacen prácticamente todo.

Así lo reafirma la mencionada Encuesta Bicentenario 2016, apuntando específicamente a la comunicación móvil: “los grados de dependencia del celular están relacionados con dormir junto al celular, incomodarse al acabarse la batería y revisarlo contantemente. En casi todas las variables se confirma que el uso de este dispositivo es altamente frecuente en la vida cotidiana, aunque se reconoce su carácter disruptivo”.

Del mismo modo, y respecto de las redes sociales, dicho estudio concluye que “se le asignan diferentes acciones, algunas positivas, otras negativas: poner en evidencia el actuar de las autoridades, informar pero no siempre de manera confiable, permitir que las personas se muestren de una forma que no lo son y dar espacio a la crítica”.

Puede que para muchos, principalmente a las generaciones más antiguas, aun nos les haga sentido esto de estar conversando o interactuando con personas cuando se está solo o sola frente a una pantalla. Pero guste o no, lo cierto es que vivimos en permanente conexión. Sea que se considere bueno o malo, con usos prácticos y otros no tanto, vivimos conectados, necesitamos estar conectados y no podemos dejar de estarlo para funcionar en el mundo. De alguna manera, entonces, podríamos decir que somos prisioneros de esta conectividad, pues hoy no se concibe nada sin la comunicación digital y en eso no hay escapatoria. Toda tarea o estudio requiere el uso de Internet, todo trámite requiere respaldo en un correo electrónico y toda relación e interacción se desarrolla a través de las aplicaciones digitales y las redes sociales.

En esta línea, Manuel Castells en su libro “Comunicación y Poder” (2009) afirma que con la masificación Internet, ha surgido una nueva forma de comunicación interactiva caracterizada por la capacidad para enviar mensajes de muchos a muchos, en tiempo real o en un momento concreto, y que él denomina “autocomunicación de masas”. Comunicación de masas porque potencialmente puede llegar a una audiencia global a través de las redes sociales o de un envío masivo de correos, pero al mismo tiempo, es autocomunicación porque uno mismo genera el mensaje, define los posibles receptores y selecciona los mensajes o los contenidos que utilizar. Las tres formas de comunicación (interpersonal, comunicación de masas y autocomunicación de masas)- asegura Castells-, coexisten, interactúan y, más que sustituirse, se complementan entre sí.

¿Cuáles son entonces los desafíos ante esta realidad?

Primero y más importante, comprender que el mundo cambió y querámoslo o no Internet llegó para quedarse, para seguir presente en nuestras vidas con su alcance y las infinitas posibilidades que ofrece y que seguirá ofreciendo a futuro.

En ese marco, resulta trascendental para las orgnizaciones y para todo agente de comunicación entender a los nuevos sujetos de comunicación y a los nuevos usuarios digitales, indetificando sus gustos, necesidades, intereses y demandas de las comunidades de personas. Las instituciones públicas y privadas, de todo ámbito, deben adaptar sus acciones a estas nuevas formas de comunicar. Deben entender estas lógicas, esta realidad y construir en base a ella, pues los nuevos usuarios son exigentes, demandantes y se han acostumbrado a quererlo todo y de manera rápida.

Pero vivir en permanente interacción digital también supone desafíos mayores para los encargados de la política pública y el desarrollo del país. Ello porque en todo el mundo aún existen importantes brechas de acceso en la población, que no son sino el reflejo de las brechas sociales, trasladadas al ambito digital. Solo si tomamos como base la realidad chilena, podemos ver que aun teniendo un alto nivel de conectividad, la cobertura y el nivel de ingresos familiares siguen siendo las principales fuentes de brecha en el acceso, el que resulta mucho menor en las zonas rurales y en los quintiles de ingreso más bajos.

El mundo debe avanzar hacia una mayor conectividad. Chile debe avanzar hacia una mayor cobertura y acceso a Internet. Las cifras en este sentido ya no pueden ser vistas como simples indicadores, pues se han convertido en un importante índice de desarrollo social que ya no tiene vuelta atrás. Una sociedad que avanza, avanza en conectividad y si avanza la conectividad avanza el país y sus personas. No hay escapatoria. Estamos conectados y nos hemos vuelto prisioneros de esa realidad.

Jenny Díaz Hernández _Directora de Comunicaciones UCSH

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