A 40 años del "Caso Degollados", la memoria sigue siendo un territorio de disputa, pero también de resistencia. Aquellos días de marzo de 1985 están grabados en la conciencia de quienes fuimos jóvenes en la dictadura. El miedo era un compañero cotidiano, una sombra que nos acechaba en cada conversación, en cada mirada furtiva, en cada caminata apresurada al escuchar pasos detrás de nosotros. No era un miedo abstracto; era el terror concreto de saber que la brutalidad podía alcanzarnos en cualquier momento, que el Estado era una máquina de represión y violencia. Durante ese periodo, el país se encontraba en estado de sitio, lo que implicaba la suspensión de libertades civiles, la presencia masiva de fuerzas militares en las calles y la restricción del derecho a manifestarse libremente, condiciones que intensificaron el clima de miedo y represión.
El 27 y 28 de marzo de 1985, José Manuel Parada, Manuel Guerrero y Santiago Nattino fueron secuestrados en un acto macabro que pretendía sembrar el terror entre quienes soñábamos con un Chile libre. El 30 de marzo, sus cuerpos fueron encontrados degollados con un corvo en la comuna de Quilicura, en la región metropolitana, un mensaje escalofriante enviado por los verdugos de la dictadura. Los responsables, vinculados a la DINA y a otros sectores represivos del régimen, actuaron bajo órdenes de altos mandos de la dictadura cívico militar.
La Comisión Rettig (1991) llegó a la convicción de que estos tres profesionales fueron ejecutados por agentes estatales debido a su militancia en el Partido Comunista y a las actividades que realizaban en oposición al régimen militar.
Cuatro décadas después, la memoria de sus vidas y luchas sigue siendo un imperativo ético y político. No se trata solo de recordar la barbarie, sino de transformar ese recuerdo en acción. La izquierda en Chile enfrenta hoy un desafío crucial: honrar a quienes dieron su vida por la justicia sin caer en la inercia ni en la complacencia. La memoria no es un acto pasivo, es un compromiso con el presente y el futuro.
Recordar el "Caso Degollados" nos obliga a preguntarnos qué estamos haciendo hoy para que esas atrocidades no se repitan. Nos interpela sobre nuestra capacidad de organización, de movilización, de construcción de un proyecto político que encarne los valores de justicia social y democracia por los que tantos lucharon.
En tiempos en que el negacionismo y la impunidad aún encuentran cabida en el discurso público, y cuando sectores de la derecha intentan blanquear el pasado, la izquierda tiene el deber de fortalecer su acción política, de disputar el sentido de la historia y de hacer frente a los intentos de borrar las huellas de la represión. No podemos permitirnos olvidar, porque el olvido es el terreno fértil para la repetición de la historia.
Honrar a Parada, Guerrero y Nattino es más que una conmemoración; es un llamado a la acción. Es reconocer que la historia nos exige claridad, valentía y unidad, y que su memoria nos desafía a ser mejores, a no claudicar, a seguir luchando por el Chile que ellos soñaron y por el que dieron su vida.
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Rossana Carrasco Meza es politóloga PUC , Magíster en Gestión y Desarrollo Regional y Local U. de Chile.