En los albores de nuestra historia republicana, una de las conclusiones más notorias del primer congreso nacional fue la elaboración del primigenio intento de ordenar el Estado de Chile a través de una constitución, que en rigor solamente fue un reglamento. Por cierto, Chile era un naciente experimento de emancipación en medio de un limbo y no tenía mayor claridad de cómo organizarse, aunque en teoría conocían las ideas políticas de la modernidad. Además, el inicial congreso – aunque fue uno de los más antiguos de América – fue una copia más o menos textual sin grandes convicciones de lo que ocurría en las tierras del Norte. Bernardo O´Higgins no tenía buen concepto de tal agrupación aun cuando perteneció a una de sus cámaras, si bien tenía buenas intenciones, creía que el congreso era pueril y falto de experiencia, por su parte José Miguel Carrera menos retorico y de acción, mediante un golpe de Estado tiró por tierra el reglamento, que era una respuesta coyuntural a la situación del país inaugurando con este golpe una solución más o menos visceral frente a cada problema que el país ira teniendo a lo largo de su historia. Doce constituciones después – aunque dos de ellas sin materializarse- seguimos jugando a las coyunturas. ¿Llegará la madurez para poder escribir un texto con mirada a largo plazo sin caer en cálculos partidarios mezquinos?, ¿Alguna vez primará el bien común sobre la contingencia inmediata?
Con el advenimiento del protagonismo político de José Miguel Carrera, en 1812 surge un nuevo reglamento, que para algunos especialistas ya se puede considerar como una pequeña Constitución. Por su puesto, una vez más se ponía sobre la mesa las ideas de la época. Carrera logró plasmar parte del pensamiento más o menos liberal de su paso por Europa y América en concordancia con ideas modernas que vio o que le contaron sus amigos. Sin embargo, de todas formas, Chile atravesaba una seguidilla de micro guerras civiles de ámbito elitista pues aún no hay una oligarquía marcada como lo fue a fines del siglo XIX. El texto de 1812 es quizás un maquillaje formal para establecer distancias con España, y para pavimentar la independencia que era el pensamiento claro de Carrera. Por cierto no había una mirada a largo plazo y se dejaba entrever el peso de la elite de Santiago y un marcado centralismo donde en la práctica todo el poder y el nivel de decisiones recae en el senado compuesto por 7 personas, es decir, política de salón que en otras épocas de la historia fue autoritarismo, burbuja parlamentaria, congresos termales y parlamentos de pasillos que decantaban en que las decisiones las toman un puñado de personeros , ¿Cuánto de eso ha cambiado?, por cierto, la fragilidad del país, hizo que esta propuesta de un norteamericano fuera desechada en 1813.
La propuesta de 1814 en las postrimerías de la patria vieja, le traerá dividendos insospechados a mediano plazo a Bernardo O´Higgins, que, junto con Carrera, son quizás los dos personajes más gravitantes de las primeras décadas de nuestra patria de antaño aun cuando el primero nunca más piso tierra chilena y el segundo fue fusilado allende los Andes. El reglamento originó la fórmula del director supremo cargo que con modificaciones fue más adelante una caja de pandora para O´Higgins, al final su abdicación se debió en parte a la ambición del cargo más algunas malas decisiones, aunque sus esfuerzos fueron sinceros y claros por enmendar el curso de la patria. Al fin y al cabo, antes de irse a Perú ofreció su pecho y corazón por si alguien quería cobrarse revancha. Este reglamento quedó en nada, pues sencillamente mientras las elites de chile se sacaban los ojos mediante rencillas, España tomaba palco y preparaba el golpe despiadado de la reconquista que dicho sea de paso constituyo una forma cruel y dura de aprendizaje para los chilenos de esas décadas, pues al final en el dolor, en el exilio, en la violación, en el saqueo, en la perdida material y en la vergüenza sacaron las fuerzas y la convicción para seguir armando la idea de la patria independiente viendo el verdadero rostro español.
Poniendo la realidad nacional en una balanza, la constitución O´Higignista de 1818 tuvo una duración más que aceptable. Por su puesto, se conjugaron varias coyunturas, la gesta del cruce de los Andes, el milagro de Maipú y la firma de la independencia por nombrar algunas.
Nuevamente lo que estoy diciendo es que hay una presión política y social especifica al momento de poner las reglas por escrito. Aunque las ideas plasmadas fueron muy liberales para la época y muy de moda con la revolución francesa (separación de poderes del estado), el poder recae nuevamente en una sola persona y los miembros del poder legislativo de forma vulgar y sencilla no fueron más que títeres del director supremo quien además podía observar y cautelar las leyes, en la práctica una persona llena de autoridad. Era que no, la constitución arrastraba también un vicio de la mismísima revolución francesa: al final del día el poder no era para todos, era a fin de cuentas solo para algunos tan burgueses como la revolución de 1789. Finalmente, el plebiscito de la constitución de 1818 tuvo presión pública, el voto en contra no era secreto, por ende, el resultado fue una mayoría abrumadora, ¿Manipulación? Otra época, otros pensamientos si hay similitudes hoy por favor son solo coincidencias.
Hay mucha historiografía y bibliografía de lo que pasó entre la salida de O’Higgins y la guerra civil que marca el fin del periodo. Hay múltiples posturas y ahí radica lo hermoso de la historia y del oficio del historiador, por ende, elija usted la que le resulte mejor. Les dejo algunas ideas que no son mías precisamente: Anarquía, aprendizaje político, ensayos políticos fracasados, en la búsqueda de la constitución ideal, caciques y liderazgos políticos, la década de los caudillos… no tendría fin la lista, lo claro es que hay dos constituciones, ambas antagónicas que podrían servirnos para predecir la guerra civil (aunque es fácil decirlo desde un cómodo sillón en el 2023).
La constitución moralista y conservadora del 23 y la liberal del 28 son una síntesis de los infantilismos elitistas de esa década de inflexión, en medio un intento fallido la de 1826 (utopía federal) al igual que nuestro fallo del 2022. En este salto de fallos hay muchas cosas distintas por ejemplo según el censo de 1854 la tasa de alfabetización era 1 de cada 9 personas, hoy 97% sabe leer y escribir, además la última propuesta fue regalada en la calle, publicada de forma online, relatada y resumida en portales, canales de TV, radios y un amplio abanico de difusión, aunque también fue mal informada y tergiversada, en definitiva ¿Cuántos de los votantes en el último plebiscito con mayor padrón de la historia leyeron a conciencia la propuesta? ¿Cuántos la entendieron? ¿Qué medios se esforzaron por dar una información sin matices subjetivos o derechamente no cayeron en malas interpretaciones?
La guerra civil ganada por los conservadores y el nacimiento de una leyenda política en la figura de Portales, instauro una idea y una constitución que duró 92 años en la arena política y republicana, aunque por su puesto fue reformada por mentes liberales pues de otra forma no habría durado tanto. La carta fue nuevamente una respuesta a una coyuntura esta vez una guerra civil y como respuesta a un desorden interno y sorpresa, otra vez más centraba el poder en la menor cantidad de manos posibles, en síntesis, la participación popular fue nula y hablar de democracia en el siglo XIX sería la negación de la realidad: un siglo elitista y oligárquico con un sistema electoral manipulado hasta el límite de la moral y con una capacidad de votantes tan poco representativos, al final del día un sistema censitario donde los apellidos que no fueran vinosos y que no contaran con educación, bienes raíces y sueldos amplios eran bajados sin miramientos. La carta del 33 era el premio para la hegemonía conservadora, ¿Bien Común?
Ausente una vez más. No quiero entrar en detalles, pero el poder quedaba en manos del ejecutivo y la religión oficial era la católica, apostólica y romana. Al final de cuentas la religión, aunque más precisamente separar la iglesia del estado fue junto con la educación el gran caballo de batalla entre los conservadores y liberales, en los demás temas se amaban sin rencores. Hay que señalar que pese a la sombra de Portales el texto fue lo suficientemente flexible para ser reformado conforme cambiaban los contextos. Al fin de cuentas, se trató de balanzas y acercándonos al ocaso del siglo XIX, el poder fue cada vez sumando más peso en el parlamento lo cual en conjunto con las actuaciones de Balmaceda terminó en otra guerra civil y lo que es más preocupante, cada vez que se cambiaba una carta se hacia la costumbre de generar un terremoto social y político que terminaba muchas veces en violencia.
La respuesta es una nueva carta que anula ideas contrarias, al final, nunca hemos tenido una constitución que abarque de forma neutral temas que pavimenten un contrato social justo para todos como pueden ser cosas elementales que necesitan los chilenos del siglo XXI: estudiar sin generar deudas o estudiar de manera gratis pues no es algo menor educarse bien pues es un derecho humano, ¿Les interesa a los representantes del Estado tener un país instruido? Además, atenderse de forma eficaz y rápida en un centro de salud, tener acceso a cosas básicas como el agua, vivir sin contaminación. Podría seguir con la lista, pero son temas que no tienen por qué ser una piedra en el zapato o de tope pues en el fondo son aspiraciones civilizadas de un país que ya dejo la infancia de los primeros 200 años.
La constitución de 1925 escrita en ese año, pero aplicada en 1932, es decir entre el primer gobierno y el segundo de León de Tarapacá, es otra muestra de una solución precisa al momento político de la época, un golpe a un parlamento estéril falto de ideas, pero muy cómodo en sus círculos cerrados de privilegios, tan ciego que cerró sus ojos a la cuestión social donde paradójicamente las ganancias del salitre fueron brutalmente altas (los problemas no tienen solución o se solucionan solos). Volvemos al viejo cuento y le pasamos al poder al presidente y por enésima vez la separación de poderes del estado es solo retórica en la práctica un gallito de fuerza que va a terminar una vez más en una solución de fuerza, el golpe de Estado de 1973 aún en la retina de varias generaciones de chilenos. Sin embargo, la carta del 25 fue un esfuerzo en dotar de autonomía a los poderes del Estado. Además, separó la iglesia del Estado, aunque en buen chileno ya “Había pasado la vieja”, la separación fue en el papel pues en la práctica siempre fue un tema valórico y cultural de la población, en términos filosóficos como dijo Hegel “La filosofía siempre llega tarde” acá aplica la analogía en política. Hay que ser justos en señalar que es la primera constitución donde se aprecia claramente la idea de que el Estado como institución se preocupa de temas de desarrollo social, político, económico y cultural. Además del sello de Alessandri de su preocupación por la clase media y de la querida chusma.
Para el plebiscito de 1980 la historia ya es conocida por la mayoría: el contexto durísimo de un golpe de Estado, el trauma de una represión con violaciones a los derechos humanos, además 7 años sin la aplicación de la constitución de 1925. Este nuevo escenario hizo que fuera imperiosa la idea de refundar y volver a escribir otra carta que tiene el mismo hilo conductor que las otras: solucionar una coyuntura específica, pero de soluciones de largo plazo poco y nada. Lógicamente su origen y su presentación para ser votada fue deliberadamente poco transparente: no había registros electorales, no se pudo leer el texto, había restricción de libertades públicas y, en consecuencia, muchos especialistas ponen en duda la legitimidad del resultado abrumador a favor del nuevo texto que sigue vigente hoy modificado por cierto en varios puntos que el devenir de la historia ha sabido reestructurar.
Cuando por primera vez en la historia de Chile el país pudo mediante plebiscito elegir un cambio en su carta magna y más aún escoger por la vía democrática quienes debían escribir las nuevas directrices, entonces viene el estupor: mezquindad partidista, redactores disfrazados de dinosaurios y monos japoneses, discursos sin sentido, gastos fuera de serie y en definitiva un trabajo poco serio, aunque no fueron todos y muchos buenos redactores escribieron en silencio y con aplomo cada uno de los artículos, no obstante, lo que quedo en la retina fue un texto mal presentado en una población actual que lee poco, que entiende poco lo que lee y que se interesa menos en temas de contingencia. Si bien hubo espacio para debatir, conversar, exponer ideas y múltiples foros al final el texto fue más extenso de lo que se necesitaba, perdió fuerza y fue manipulado hasta el cansancio. ¿Qué tenemos hoy? Un nuevo plebiscito y una nueva propuesta que antes de ser votada ya se está siendo escrutada y manoseada con campañas para ambos lados con debates muy livianos y de poco peso, ¿Ustedes creen que a cualquiera de nuestros próceres que dieron la vida por la patria les agradaría leer “que se jodan” como argumento para defender una idea? Al finalizar, nos perdimos una vez más la oportunidad de escribir una carta sin tintes políticos, pues lo que necesitábamos era algo sencillo: el chile que queremos a mediano y largo plazo, como queremos ver a nuestros hijos y nietos: bien educados, con un sistema de salud justo, con respecto al medio ambiente, con una patria más hermosa, por ende, si se da nuevamente la instancia a eso debemos apuntar a ver el chile que queremos.
Álvaro Vogel Vallespir es historiador