La corrupción es universalmente aceptada como un mal, pero entre la diversidad de pensamientos, existen algunos economistas que en ciertos escenarios le ven a este fenómeno algunos aspectos positivos. Para comprender, sin necesariamente aceptar esta perspectiva, la sociedad con toda su complejidad suele ser modelada como un sistema de engranajes donde ruedas dentadas de distinto tamaño y orientación transmiten movimientos. Usando esta metáfora, se argumenta que la rotación de engranajes con alta fricción propensos al desgaste requiere de lubricante; siendo la corrupción aquella sustancia capaz de disminuir el excesivo roce entre las superficies que están en contacto.
Entre los economistas que han explorado esta idea destaca Nathaniel H. Leff, quien en su artículo intitulado: "Economic Development through Bureaucratic Corruption" (1964), sostiene que en países con regulaciones ineficaces, la corrupción facilitaría evadir dicha reglamentación inútil y permitir que iniciativas privadas prosperen sin estas trabas cuya existencia no beneficia ni a las partes ni al todo. Otro académico con postura similar es Samuel P. Huntington, quien en su libro: “Political Order in Changing Societies” (1968) sugiere que la corrupción podría acelerar trámites cuando los procesos institucionales son excesivamente lentos. Ya sea tanto para la evasión de obstáculos oficiales como para la celeridad de procesos reglamentados, necesariamente hay que coimear a algún empleado público o realizar otro acto corrupto.
El rol de lubricante que en términos simples establece que un poquito de corrupción no le hace mal a nadie, sino por el contrario a veces es beneficioso para todos pues dispone de manera más expedita los bienes al pueblo que los requiere; tiene objeciones que no vienen desde la filosofía moral ni de la ética, sino desde la misma ciencia económica. En efecto, se critica que la corrupción en estos casos es usada como un remedio para los defectos de la burocracia, en lugar de mejorar la gestión institucional prescindiendo de utilizar tal mal. Siguiendo con la metáfora, en vez de aplicar lubricante al conjunto de engranajes, debería configurarse un mejor alineamiento y encaje entre ellos. Por lo tanto, para la mayoría de los economistas, la corrupción es vista como una sustancia que al poco tiempo se transforma en arena, la cual introducida entre los dientes de las ruedas dentadas, termina por dificultar la armónica rotación de los engranajes. Así entonces, quienes recurran a pequeñas dosis de corrupción como gotitas de un preciado lubricante, pronto tendrán kilos de molesta arena.
Lucio Cañete Arratia
Facultad Tecnológica
Universidad de Santiago de Chile