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Crónica de un estallido inacabado. Por Gaspar Escobar

¿Qué estalla cuando se estalla?

Acumulación

El estallido -haciendo alusión al fenómeno físico- fue la acumulación de energías engendradas a partir de la frustración y el menoscabo que desencadena el endeudamiento permanente de los hogares, las pensiones de miseria que auguran un futuro desalentador, el temor agudo al desempleo, a la enfermedad propia o de un ser querido. Vidas frágiles cuyas promesas de bienestar se desvanecieron en la precariedad material y comunitaria, porque la soledad es otro elemento que no podemos soslayar para hablar de esta acumulación de frustraciones y penurias.

Una sociedad cuyo tejido se encuentra fuertemente atomizado y fragmentado no se expresa, ni procesa sus percepciones y vivencias a través de redes organizacionales u órganos intermedios de representación, sino que interioriza individualmente la experiencia del desamparo, la reprime y mastica silenciosamente en la oscuridad de la vida privada, en los ansiolíticos o las adicciones.

Desencadenante

Esta acumulación requiere un desencadenante, un cambio de temperatura, de presión, una chispa que desate la energía almacenada durante años en los cuerpos y subjetividades: las colusiones, los casos de corrupción, el desdén y el desprecio de la clase dirigente que desde su privilegiado y sesgado oasis pide a los trabajadores que “se despierten mas temprano”. “Acaso no tienen para pasteles” cuentan que le dijo María Antonieta a un grupo de campesinos que mendigaban por un poco de pan poco antes que se desatara la revolución francesa.

Reacción rápida La explosión se expande rápidamente a través de los centros urbanos de diferentes ciudades del país, un sinfín de individualidades vulneradas emergen en la calle generando una onda de choque que a través de la movilización espontanea, la violencia, la protesta ciudadana, el caos, se propaga a gran e insospechada velocidad, imposibilitando cualquier capacidad de los poderes mediáticos y políticos por detener la dilatación de la explosión.

Durante semanas la única respuesta concreta que el Estado dio a esta movilización fue la feroz represión de sus aparatos de orden y seguridad (también militares) que dejaron un numeroso saldo de víctimas producto de las masivas violaciones a los derechos humanos acreditadas por diversos organismos internacionales.

Impacto

Se produce un impacto visual y sonoro, la aparición de voces y cuerpos cuya expresión en el campo político constituido resulta disruptiva y estruendosa. El ruido metálico de las cacerolas, el destrozo de las ciudades, del transporte público, de locales comerciales, el quiebre de un relato de éxito, el oasis devenido en ruinas, la inflexión de la “normalidad”. El rompimiento de la arquitectura jurídica que daba orden a la distribución del poder y establecía los límites y alcances de la política institucional: la constitución de 1980. O bien, cabe corregir, la posibilidad de acabar con dicha estructura constitucional.

Es cierto, a la luz del presente todo el proceso político experimentado a partir de octubre de 2019 puede ser considerado como un fracaso apabullante, una pérdida de tiempo e incluso un retroceso. Pero hay que separar el estallido social como fuerza disruptiva y movilización popular de la convención constitucional que lo sucedió. El estallido abrió un campo de posibilidades que resultaban impensadas, no solo en la coyuntura donde este tuvo lugar, sino que en la historia republicana del país.

El 2018, el entonces ministro del interior, Andrés Chadwick, durante su discurso en ICARE sostuvo “Hay ciertas cosas que queremos que no avancen, no queremos que avance el proyecto de una nueva Constitución”. La derecha, heredera y devota del proyecto político de la dictadura, se había negado sistemáticamente a la posibilidad de un plebiscito en torno a la continuidad de la carta magna escrita a sangre y fuego durante la década del ochenta. La izquierda, por falta de voluntad, fuerza o habilidad, nunca tuvo la capacidad de poder concretar la modificación de dicha estructura. Solo el estallido y su onda expansiva, una fuerza acéfala y rizomática logró romper ese cerrojo, y de este modo, dar paso a imaginar un futuro donde se ampliaran los límites de lo posible.

De la explosión al confinamiento.

El encierro pandémico y constituyente La terrible paradoja del estallido yace en que uno de los principales atributos de su fuerza: la dispersión, la volatilidad, lo inorgánico, fue también una de sus mayores debilidades a la hora de construir un proyecto, de desarrollar una propuesta cohesionadora y convocante. Mas aun cuando en medio de este cataclismo sociológico que se había expresado principalmente en el espacio público a través de la protesta y el surgimiento de incipientes organizaciones como los cabildos ciudadanos, sobrevino una epidemia mundial que recluyó a la población a sus hogares, a un encierro angustioso de duración incierta, donde diariamente se escuchaban por radio o televisión las cifras crecientes de muertos producto de un virus invisible cuyos portadores representaban una verdadera amenaza.

Un viaje de la mañana a la noche, desde la esperanza de la transformación, el encuentro en las calles, hacia la aprensión, el aislamiento, y el temor al otro, al

futuro. Una doctrina del shock de escala mundial, un estado de excepción permanente como régimen de gobernanza global. Es en ese escenario, en los estertores de un estallido exitoso en cuanto a su legitimidad y masividad, que se conforma la primera convención constitucional. Sin sitio ni lugar para la protesta social producto del confinamiento, todo se volcó al único espacio de solución que se había abierto el 15 de noviembre de 2019, el “acuerdo por la paz y la nueva constitución”.

Es triste y lamentable, no conocer nunca el contrafactual de un estallido social sin pandemia, una ficción inimaginable. La carencia de orgánica, la diversidad de subjetividades y proyectos, la ausencia de herramientas estratégicas y tácticas, y, sobre todo, las divisiones fratricidas se manifestaron rápidamente en la convención.

Los ejemplos de la farra, el emborrachamiento, los exabruptos y maximalismos de la constituyente, abundan, sobre todo en el relato de los sectores de quienes nunca estuvieron a favor de las transformaciones, pero que, de mala gana, ante la fuerza de las circunstancias, tuvieron que aceptar este espacio. Seguramente es más fácil encontrar información relativa a estos comportamientos que a la extensa producción intelectual que se desarrolló al amparo del proceso constitucional.

La noticia es siempre el humano que muerde al perro, y no viceversa. Sin duda alguna, es la gran oportunidad perdida, el castillo de naipes derrumbándose justo cuando las cartas -por primera vez en la historia- habían sido favorables. Sin embargo, a pesar de todo lo despilfarrado, prefiero la indulgencia a la acusación cruzada, la comprensión (no la justificación) de las dificultades, inexperiencias y obstáculos que echarle toda la culpa al empedrado. Hay quienes gozan con esta derrota como si fuesen ganadores, como si alguna solución se hubiese encontrado, cuando la verdad es que Baquedano sigue sin estatua, solo y por ahora-olvidado.

Baquedano vacío, la crisis del modelo global y los monstruos al acecho.

El estallido social no fue una movilización de masas identificadas con un proyecto ideológico de izquierda que exigiera una repartición equitativa de la producción de la riqueza y una participación igualitaria en el campo de la deliberación política.

Quienes adhirieron a este diagnóstico, y, por tanto, erraron categóricamente, ya han sido suficientemente vapuleados por los sectores hegemónicos, que tras el primer fracaso constitucional recuperaron su influencia mediática en las tramas que urden el debate público. Tampoco fue meramente un fenómeno anómico, de vandalismo y desobediencia. Ambas tesis, reduccionistas y acomodaticias fallaron.

Sin embargo, la ilegitimidad de la totalidad del sistema continúa campante, sin respuestas, no solo a nivel local, sino que, a lo extenso del planeta.

La democracia liberal parece no tener las capacidades necesarias para poder conducir exitosamente las crisis sucesivas que la asedian. Un sistema nacido a la luz de la conformación de los estados nacionales y de la producción industrial parece no disponer de las herramientas para enfrentar los desafíos de una sociedad digital y global.

El crecimiento económico como motor del desarrollo parece haber encontrado un techo que desde hace unas décadas no ha logrado sortear. En este contexto emergen como respuesta los populismos de derechas que son un eufemismo para referirnos a verdaderos neofascismos: Trump, Bolsonaro, Erdogan Miley. En el intersticio surgen los monstruos.

Han trascurrido 5 años desde el 18 O de 2019, seguramente uno de los periodos más extraños y convulsionados en la vida de cualquiera que lea estas líneas. No ha cambiado sustantivamente ningún pilar del modelo, la deuda continúa siendo la única posibilidad de llegar a fin de mes para muchas familias, las pensiones siguen prometiendo un futuro desalentador, la perdida de trabajo o el surgimiento de una enfermedad, la inmediata caída en la precariedad absoluta y el desamparo.

Vidas frágiles y cuerpos expuestos en un contexto de crisis continua, dinamita aun húmeda por el chaparrón de los últimos años secándose en las bodegas subterráneas de la historia al vertiginoso ritmo de la era digital Política y estado policial: Reivindicación de Octubre Para Rancière, la política es un espacio de conflicto y disenso que surge cuando se desafían las normas establecidas y se da voz a aquellos actores excluidos del campo de representación. Es un proceso de reconfiguración del orden social y de reconocimiento de la igualdad, donde los individuos se convierten en actores de su propia realidad. En contraposición se encuentra el estado policial caracterizado por el control, la vigilancia y la represión de la disidencia. Si algo debemos rescatar de Octubre es su rasgo intrínsecamente político, su capacidad de dar apertura y cabida a la imaginación de nuevos futuros y formas de vida, un reto indispensable en la profunda crisis en la que estamos insertos.

La otra alternativa es el estado policial, poner al último contra el penúltimo, la negación del cambio climático, la construcción de muros en las fronteras, los monstruos de Weimar versión tik tok. Reducir Octubre únicamente a la esfera de la violencia es acercarnos a este oscuro abismo. Por el contrario, reconocer y reivindicar su potencialidad de irrumpir y abrir nuevas rutas que integren en su bitácora a las voces postergadas, es el camino de lo político.

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