Los quince años de MOVI
Un movimiento de viñateros independientes en contra el desaliño
Cualquiera de nosotros puede contrarrestar sus defectos y derivar hacia todo aquello que supone una virtud. Sabiendo de antemano, que no es fácil dictaminar contra uno mismo y asociarse a la culpa y rectificación, cosa que el defecto se modere o pierda consistencia. Sin embargo, y de toda mala tacha en vista a frenar, se han visto duros enfrentamientos cuando se intenta revertir la condición de fome o aburrido.
Tratándose más bien un rasgo de personalidad que defecto, contraponer la fomedad requeriría de algo similar a un trasplante de carácter, cuestión casi imposible. Y esto porque en la vereda opuesta yace un entusiasmo genuino, un pulso creativo que convierte cualquier situación en anécdota reactiva. En aquello hay algo más que distinguido talento, y el solo intento de forzarlo donde opera un genio flácido en modo crónico, resulta de inmediato en algo desabrido. Tampoco es sencillo de modular.
El 6 de enero de 2002 a las 11:45 de la mañana apareció una columna donde se nos tildó de fomes, de aburridos. No a nosotros, sino al vino chileno, aunque el resultado implicaba que también lo éramos. El escritor citó una anécdota donde equipara nuestro vino a la pronunciación de un locutor de la BBC en los cincuentas (tonos correctísimos y aburridos). Sentencia final, nos alumbró con un viejo chiste englishman, comparando al producto bandera con un vehículo Volvo: “son vinos seguros, pero aburridos”. Se leyó en el periódico británico The Guardian y su autor era Tim Atkin, un comunicador inglés con credenciales de periodista y Master of Wine (certificación de alto estándar para conocedores de vinos).
La industria vitivinícola chilena jamás calculó que hacer vino provocaría una rabieta. Pero Atkin ofreció argumentos, como la falta de imagen al haber construido un país basado únicamente en su coherencia industrial. Nos acusó de monocordes y que sin duda éramos líderes en producir vinos de buena relación precio-calidad, pero con un puñado de variedades y valles donde no se distinguían acentos regionales. Escasamente arrepentido, el 29 de enero de 2006 el crítico volvió a referirse al efecto Volvo, esta vez argumentando que Chile empezaba a correr algunos riesgos; o muy pocos, en la medida de un país conservador (y lo dice un británico).
Aunque los dichos no provocaron un repliegue al centro de la angustia, la reacción chilena puede resumirse en culpabilidades entonadas a coro, asumiendo exceso de frugalidad y que definitivamente, la maestría en el baile no era lo nuestro. Seguido, se advirtió la llegada de un despeine con tal de “mostrar un lado divertido para vender lo que importa”. Estas afirmaciones corroboran lo difícil que es revertir un rasgo que parece común. Sin embargo, el tentativo despeine jamás llegó a carearse con el aburrimiento, pero encuentra alivio en dos hechos muy reactivos que no provenían de la industria: el primero, la irrupción en 2009 del viñatero francés Louis-Antoine Luyt, quien estando en Chile, hizo muestra de vinos de baja intervención, o ‘vinos naturales’, y el mismo año, ocurre la aparición de MOVI, el Movimiento de Viñateros Independientes.
Si Louis-Antoine Luyt hizo el llamado a redescubrir las uvas criollas y viejas parras de Maule a Biobío, como antítesis de una viticultura centralista y moderna, MOVI se convertiría en antítesis sacando lustre a una dimensión productiva al borde del rezago: la del pequeño viñatero. Sin conocerse, convivían en aquel apartado enólogos con proyectos independientes, familias, grupos de amigos, músicos, y en realidad, cualquiera haciendo vino por liberación o porque la sola idea de hacerlo, alegra y afloja la chaveta.
Doce viñateros y sus proyectos entre los que se recuerdan Polkura, P.S. García (antes Facundo), Gillmore, Garage Wine Co., Flaherty, Erasmo, Rukumilla, entre otros, se reunieron en 2009 enfocándose en promover el esfuerzo individual bajo asociación. Todas bodegas pequeñas sin prendas de acreditación industrial. Los primeros integrantes de MOVI sugerían que el vino es resultado de un proceso efervescente que podía observarse en cada uno de sus miembros, y no desde una maquinaria racional, y que nadie estaría pensando en un mostrar un “estilo de vinos de pequeño productor”, cuestión que algunos exigían al comienzo. Es vital para la leyenda aclarar que tal estilo, no existe. Es como proponer que algo nos deslumbre por su nulidad. MOVI dejó en claro que se trataba de productores con variados estilos, cuya cantidad de botellas producida equivale a un esfuerzo limitado e individual, permitiendo a otros en igual condición integrarse y sacar musculatura a la premisa de “vinos a escala humana”. Y funcionó.
Con el pasar del tiempo MOVI capturó la atención de la prensa promoviendo un contagioso entusiasmo, hasta sacarle buenas tajadas a la representación del vino chileno en el exterior. Y de paso, empujar una fuerza de venta bajo asociatividad. Aquella toma de poder fue ampliamente reconocida. El 14 de diciembre de 2010 la crónica del Volvo sería reemplazada por otra titulada “Hacia un nuevo Chile”. Nuevamente para The Guardian, Tim Atkin declaró que el esfuerzo grupal de MOVI permitía observar distintas singularidades y otras características del vino chileno, como personalidad, obstinación, extravagancia, diversidad e independencia. Pero como la forma debe ser coherente con el fondo, estas palabras cobraron sentido en los amantes del vino chileno cuando se estrenaron las MOVI Nights.
Si las muestras o ferias del vino se caracterizaban por su formalidad y modelos empapados en Gabana, las noches de MOVI proponían otro formato: una fiesta informal, con comida, escenario y música, mucha luz, vino y circulación, y la posibilidad de conversar con quien viene materializando el contenido en la botella. Una fiesta no exenta de ansiedad, porque si bien se trataba de un solo movimiento, las unidades a conocer parecían multiplicarse, e intentar conectar con cada uno parecía indispensable.
MOVI cumple quince años y suma a la fecha 38 proyectos independientes, y su aporte a la historia del vino chileno es mucho más que un celebrado grupo bajo acrónimo. Después de fundado el movimiento, se produjo un intercambio de utilidad donde la industria dejó descansar la marca-empresa, permitiendo que el enólogo, como unidad, pudiese avanzar comunicando la singularidad de su producto. La tendencia a destacar la personalidad, un individuo tras el vino, cuando antes apenas sonaba un puñado de repetidas celebridades, fue curiosamente aporte de ellos, de una agrupación. Después de MOVI se valorizaba la pequeña producción, y aunque no inventaron al pequeño productor, incidieron en su reconocimiento. Pudo haber sido cualquiera, pero finalmente, lo hizo MOVI.