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¿Cuál es la contribución histórica de la noción de autopoiesis? por Humberto Maturana Romesín

Pregunta el Premio Nacional de Ciencias en texto exclusivo para Le Monde Diplomatique

En un sentido estricto no puedo contestar esta pregunta porque no lo sé, sólo puedo hablar de lo que se refiere a mi historia como biólogo desde que la propuse para contestarme a mi mismo la pregunta, ¿qué es el vivir que muere?

La noción de autopoiesis la propuse en respuesta a una pregunta que me hiciera un alumno del primer año de medicina en la Universidad de Chile en noviembre de 1960: “Usted dice que los seres surgieron en la tierra como entes discretos hace 3.800 millones años, ¿qué clase de entes surgieron entonces que usted puede decir ahora que los seres vivos surgieron entonces?”. En la clase en que surgió esta pregunta yo no hablaba de la vida, yo hablaba de seres vivos. Incluso había dicho: “la vida no existe como algo en sí, lo que existe son seres vivos”. Me parece que gran parte de la dificultad para comprender el tema del vivir está en que se habla mucho de la vida como lo central y no de los seres vivos en su condición de entes discretos.

Sin duda en estos cuarenta años se han hecho muchos intentos de contestar la pregunta por el vivir, pero se han orientado a encontrar procesos metabólicos celulares actuales pensando que podrían entender el vivir desde ellos. Un poco tal vez con la idea de que el enfoque analítico es el más adecuado porque en último término serán esos procesos metabólicos los que determinarán la realización de las funciones que constituyen el vivir. Mi enfoque fue diferente: me orienté a comprender la naturaleza de lo que debería suceder en un ámbito molecular para que el resultado fuese un ente discreto que yo estaría dispuesto a considerar ser vivo porque todo lo que sucedía en él y con él hacía sentido en su conservación y realización individual, y esto fue lo que me llevó a visualizar a un ser vivo como una red cerrada de procesos cíclicos de producciones moleculares que generaba sus propios bordes como un ente singular autónomo.

Así, al proponer la noción de autopoiesis molecular propuse una mirada reflexiva que permitía ver y evocar la configuración de los procesos moleculares que constituyen el vivir de un ser vivo diciendo: “si un observador distingue una red de producciones moleculares tal que las moléculas producidas en ella con sus interacciones generan la misma red de producciones moleculares que las produjo en un continuo recambio molecular (en el que moléculas entran y moléculas salen) de manera tal que ésta red en su operar determina sus propios bordes operacionales como una unidad discreta, el observador distingue un sistema autopoiético molecular, y al hacerlo distingue un ser vivo”.

El vivir sucede en el continuo ocurrir de la autopoiesis molecular de un ser vivo, y un ser vivo vive en la continua realización de su autopoiesis molecular. Esto no es un supuesto, no es una hipótesis, no es una teoría, es la observación de la concatenación del ocurrir de los procesos moleculares (metabólicos) que ocurren en todos los organismos actuales, sean estos bacterias o seres humanos y los constituyen y realizan como seres vivos. De allí mi afirmación: los seres vivos somos sistemas autopoiéticos moleculares, y el vivir es la continua realización de un ser vivo en la realización de su autopoiesis molecular.

Como la autopoiesis molecular es una dinámica molecular, no un conjunto de moléculas, no es un proceso que se pueda detener, no se puede fotografiar, y el vivir no se puede fotografiar ni detener, y la muerte es la detención de la autopoiesis molecular. La expresión autopoiésis molecular es por lo tanto una abstracción del ocurrir del vivir. La autopoiesis molecular es la realización del vivir de un ser vivo, no un aspecto de su vivir.

Cuando yo estaba ocupado en lograr comprender lo que constituía el vivir de los seres vivos desde los comienzos de la década de 1960, me ocupaba también del tema de la percepción. Así ocurrió que en la época en que me di cuenta de que los seres vivos eran sistemas autopoiéticos moleculares cerrados sobre si mismos, me di cuenta con mis estudios de la percepción de que el sistema nervioso operaba como una red cerrada sobre si misma de cambios de relaciones de actividad entre sus componentes neuronales. Y me di cuenta además de que esto significaba que aunque lo que yo veía como externo al sistema nervioso podía desencadenar en él cambios de relaciones de actividad entre sus componentes neuronales, no podía con ello “decirle” nada sobre aquello externo a él que incidía sobre él. Y a la vez me dí cuenta también de que esta conjunción del operar cerrado del organismo como un sistema autopoiético molecular y del sistema nervioso como red neuronal de cambios de relaciones de actividad cerrada sobre si misma, abría preguntas sobre la naturaleza del conocer y la naturaleza del lenguaje como un suceder relacional: el acto de conocer no podía referirse a lo que sucedía en un mundo externo independiente del operar del observador, y el lenguaje no podía considerarse como un sistema de símbolos que nos permitían a las personas comunicarnos sobre una realidad independiente de nuestro operar y supuestamente universal, porque tales afirmaciones no se podían sostener como afirmaciones de validez biológica.

Pero qué ha pasado con el mundo científico y filosófico con estas observaciones y conclusiones que acabo de mencionar, no lo sé del todo. Sin duda la noción de autopoiesis ha sido atractiva para muchas personas que la han usado bastante como sinónimo de auto-organización, o como evocadora de procesos auto-sustentables. A mi esto no me gusta mucho, particularmente cuando se usa la noción de autopoiesis en el ámbito de lo social. Las palabras pueden ser evocadora e inspiradoras, pero también pueden ser ocultadoras cuando no se conectan adecuadamente con los procesos que se supone coordinan en su concepción primaria.

En estas circunstancias para mi lo más importante que actualmente trae consigo la noción de autopoiesis molecular está en lo que implica para la comprensión la relación entre un organismo y el entorno que como observadores vemos que lo contiene y en el que realiza su vivir, y que corresponde a aquello de lo que hablamos con mi colega Ximena Dávila Yáñez en Matríztica en relación con la comprensión de la unidad ecológica dinámica multidimensional que un organismo constituye espontáneamente con el ámbito sensorial-operacional-relacional que lo hace posible.[1] Esto nos ha permitido a Ximena Dávila Y. y a mi darnos cuenta de que un ser vivo solo existe como un sistema autopoiético molecular en una unidad ecológica organismo-nicho que constituye como totalidad una arquitectura dinámica en continua transformación estructural en torno a la conservación de la realización de su autopoiesis molecular, en un proceso de auto-ensamblaje espontáneo que no requiere la participación de ningún principio o factor ordenador externo como información, codificación genética, regulación, finalidad o propósito adaptativo. En este sentido el darse cuenta de que los seres vivos somos entes discretos, sistemas autopoiético moleculares cerrados cuyo operar continuamente resulta en la producción de si mismo, permite no confundir el dominio de la realización del vivir en la arquitectura dinámica de auto-ensamblaje espontáneo de la unidad organismo-nicho, con el dominio del operar relacional del ser vivo como totalidad que es donde el observador, que no ve el surgimiento histórico de la coherencia operacional organismo medio en la arquitectura dinámica de la unidad organismo-nicho se sorprende, y recurre a inventar nociones explicativas históricas en su intento de entender como surge la armonía estructural y operacional que aparece como adaptación del organismo al medio.

Otra cosa que a mi parecer está sucediendo con la comprensión de hechos biológicos como el que los seres vivos somos sistemas autopoiéticos moleculares que existen como entes discretos en la continua producción de si mismos, y el que el sistema nervioso opera como una red cerrada de cambios de relaciones de actividad entre sus componentes neuronales que nada dicen sobre un ámbito externo a su operar, es el que se está haciendo cada vez más aparente que la ciencia y la filosofía no nos llevan a comprender los mundos que habitamos como ámbitos de existencia independientes de nuestro operar humano, sino que al revés nos llevan a darnos cuenta de que los mundos que habitamos los generamos con nuestro vivirlos al surgir con lo que hacemos. Los mundos que vivimos, son siempre responsabilidad nuestra, los seres humanos somos los únicos seres vivos que pueden reflexionar sobre su convivir relacional y escoger el convivir que quieren vivir.

Para terminar esta reflexión quiero agregar que la historia de la ampliación de nuestra comprensión de lo que implica el que los seres humanos seamos como seres vivos entes autopoiéticos moleculares trae consigo, por una parte, la profundización de nuestra comprensión de que lo que guía nuestro vivir son nuestras emociones, nuestros deseos, preferencias y temores, y, por otra parte, la ampliación de nuestra comprensión de que la configuración de sentires íntimos que constituye nuestro ser seres humanos biológico-culturales es el amar. En nuestro actual trabajo sobre la comprensión de la unidad ecológica organismo-nicho mostramos que la condición biológica de aceptación de si mismo y de lo otro sin la interposición de “prejuicios” o “expectativas” que hace posible el surgimiento del nicho en su condición ecológica necesaria para la realización del vivir de un ser vivo, es el amar.

El entendimiento de esto último es para mi lo más fundamental que está ocurriendo en nuestro presente científico biológico cuarenta años después que con Francisco Varela García publicáramos el libro “De máquinas y seres vivos”, libro en el que mostramos que todo lo que sucede en el vivir de un ser vivo ocurre como un resultar histórico de la realización de su autopoiesis molecular en su continuo operar como ente discreto, solo o con otros.

*Biólogo y epistemólogo, Premio Nacional de Ciencias.

www.matriztica.cl

[1] Ver “Natural evolutionary drift: the happening of the natural ecological organism-niche unity.” Soon to be published. By Ximena Dávila Yáñez and Humberto Maturana Romesín.

Texto publicado en la edición chilena de Le Monde Diplomatique, enero-febrero 2014

https://editorialauncreemos.cl/producto/148-enero-febrero-2014-version-digital/

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