En las grandes ciudades chilenas, la pobreza comenzó a concentrarse desde la segunda mitad del siglo XX en lo que hoy se reconoce como poblaciones callampas, zonas emblemáticas y sectores relegados por el accionar institucional. Estos asentamientos, surgidos a través de tomas ilegales, procesos institucionalizados por la política habitacional y, más recientemente, por acción colectiva de las propias comunidades, comparten un rasgo común: la precariedad estructural, una estampa indeleble de buena parte de la política de vivienda en Chile (Sabatini, Cáceres & Cerda, 2001; Hidalgo, 2017).
Hoy, muchas de estas comunidades enfrentan condiciones de marginalidad urbana, entendida no solo como pobreza persistente, sino también como el resultado de una institucionalidad débil, ambigua o ausente; de la estigmatización social; de una configuración física disociada del tejido urbano formal; y de la fragmentación de la vida comunitaria. Esta marginalidad no es accidental ni transitoria, sino que se encuentra profundamente anclada en un modelo de desarrollo urbano que históricamente ha expulsado, descuidado y criminalizado a los sectores populares (Kowarick, 1996; Ziccardi, 2018).
En este contexto, el rol del Estado —y en particular de instituciones como el extinto SENAME— adquiere una relevancia crítica, no solo por su función institucional, sino porque encarna una forma de relegación territorial estructural, propia de la desigualdad espacial que configura el paisaje urbano chileno en toda su extensión. A partir de ello, emergen dos preguntas fundamentales: ¿Cómo se manifiesta hoy la herencia de esas políticas en los territorios? ¿Qué respuestas surgen desde las propias comunidades para resignificar esa historia de abandono?
Una cuestión clave es comprender que la pobreza urbana no se sostiene por la ausencia del Estado, sino por una presencia estatal reconfigurada bajo una lógica punitiva y castigadora. En lugar de abordar las causas estructurales de la desigualdad, el Estado responde mediante estrategias de control, tales como la expansión del sistema penitenciario, el aumento de la vigilancia y la implementación de dispositivos de castigo que se replican en su entramado institucional.
Estas prácticas no solo no resuelven los problemas de fondo, sino que reproducen y refuerzan ciclos de trauma, violencia y exclusión, generando un efecto acumulativo que debilita los vínculos comunitarios y naturaliza la desigualdad como una condición persistente del paisaje urbano (Lugalia-Hollon y Cooper, 2018). Sin embargo, no todo es despojo ni control. También emergen experiencias de resistencia y reconstrucción, que reivindican lo común, reescriben la memoria y confrontan el olvido desde lo comunitario. Pudahuel ofrece un ejemplo vivo de ello.
En esta comuna, una gestión municipal distinta ha impulsado una forma de hacer política centrada en los territorios y en las voces de quienes los habitan. Bajo el liderazgo de la Alcaldía Popular, encabezada por Ítalo Bravo, el gobierno local ha optado por caminar junto a sus vecinas y vecinos, escuchando sus urgencias y co-construyendo soluciones desde el diálogo, el respeto y la dignidad.
Una de las experiencias más significativas de esta orientación se desarrolla en el antiguo CREAD del SENAME, un lugar que durante años simbolizó el abandono institucional y el dolor de la niñez más vulnerada. Hoy, ese mismo espacio está siendo resignificado desde la comunidad y ha sido renombrado como el Espacio para el Buen Vivir. Este cambio no es solo un gesto simbólico, sino una transformación profunda del sentido del lugar. Donde antes había encierro, hoy hay encuentro. Donde había silencio impuesto, hoy hay memoria activa y colectiva.
Esta resignificación territorial tiene como punta de lanza la construcción de un espacio seguro, cuidado y abierto, donde el SENAME ya no tiene cabida y en su lugar florece una nueva mirada de futuro. A través de experiencias de acompañamiento comunitario, como arte terapia, cultivo de plantas medicinales, ludoteca y talleres creativos, este lugar se convierte en semilla de transformación para toda la comuna.
La semana pasada, tuve el privilegio de participar en la creación de un mural colectivo, que fue mucho más que un ejercicio artístico. Fue un acto profundamente político, en el mejor y más amplio sentido del término. Un acto donde niñas, niños, jóvenes, personas mayores y habitantes de todas las edades reconstruyen el relato de su territorio. Imaginan y proyectan juntas y juntos una nueva cara para este espacio, no solo como deseo de expresión, sino como ejercicio de imaginación radical sobre el futuro.
Sin lugar a duda, el arte, en este contexto, no es ornamento: es herramienta de sanación, de memoria activa y de reapropiación del espacio. Es una forma de habitar y transformar el territorio desde el afecto, la creatividad y la acción compartida.
Así, mientras el Estado ha sido históricamente un agente que margina,olvida o castiga, estas experiencias muestran que también puede —cuando se orienta desde el compromiso y la escucha— convertirse en una presencia cercana, tangible y profundamente humana. El servicio público, cuando se ejerce con las comunidades y no sobre ellas, se vuelve acto de cuidado, de reparación y de posibilidad transformadora.
La resignificación del antiguo CREAD es, en ese sentido, una oportunidad concreta de devolver a la comunidad circundante —y a toda la comuna— un espacio que garantice que nunca más se repita la lógica carcelaria que impuso históricamente el SENAME. En su lugar, se abre un camino hacia un modelo que promueva una niñez protegida, acompañada y, sobre todo, centrada en la construcción de una buena vida comunitaria. No se trata solo de cambiar un nombre, sino de transformar su significado y su función social.
Allí donde antes se institucionalizaba el dolor, hoy se cultiva el cuidado, la expresión, la memoria y la esperanza compartida. Este camino recién comienza, y quienes han entregado su corazón y su energía para hacerlo posible merecen un reconocimiento profundo por convertir un sueño colectivo en una realidad que sigue construyéndose.
REFERENCIAS
SABATINI, F., CÁCERES, G., & CERDA, J. (2001). Segregación residencial en las principales ciudades chilenas: tendencias de las tres últimas décadas y posibles cursos de acción. Revista EURE - Revista De Estudios Urbano Regionales, 27(82). https://doi.org/10.7764/1258
HIDALGO R. (2017). “La espacialidad neoliberal de la producción de vivienda social en las áreas metropolitanas de Valparaíso y Santiago (1990-2014): hacia la construcción ideológica de un rostro humano?”, Cadernos Metrópole, N.º 39, pp. 513-535.
ZICCARDI, A. (2008). Procesos de urbanización de la pobreza y nuevas formas de exclusión social. Los retos de las políticas sociales de las ciudades latinoamericanas del siglo XXI / Alicia Ziccardi. — Bogotá: Siglo del Hombre Editores, Clacso-Cro.
KOWARICK, L. (1996). Expoliación urbana, luchas sociales y ciudadanías: retazos de nuestra historia reciente. Estudios sociológicos, 14 (42), 729-743.
Lugalia-Hollon, R., & Cooper, D. (2018). The War on Neighborhoods: Policing, Prison, and Punishment in a Divided City. Beacon Press.
El autor, Fabián Lizana Vásquez, es profesor de Historia y Ciencias Sociales, Magíster en Geografía de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Doctor(c) del Programa de Doctorado en Geografía del Instituto de Geografía, Pontificia Universidad Católica de Chile, Chile. Financiamiento: ANID DOCTORADO NACIONAL 2022-661370. Correo: fslizana@uc.cl
