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Cuerpo Sur, una instancia benjaminiana. Por Pedro Celedón

En medio de una programación que ha crecido de tal manera en ofertas de espectáculos que es actualmente imposible seguir en su conjunto, y de festivales que se suceden con muestras de trabajo que hacen circular a las obras con una velocidad inusitada, la idea de “Encuentro” suena como el vocablo a conjugar si el llamado es para reflexionar, es decir, a detenernos y profundizar en algunas problemáticas que reclaman atención especial.

Es pertinente recordar que en instancias de este tipo (Encuentro) es desde donde uno de los centros más importante de teatralidades de la actualidad, Centre for Theatre Laboratory Studies (CTLS) del Odin Teatret, ha logrado instalar un laboratorio de ideas y prácticas que permiten al teatro dialogar con las vanguardias del pensamiento actual de la humanidad.

Es desde el ejercicio del Encuentro desde donde se concentran las energías de diversos creadores y en una estructura horizontal como la propuesta por Cuerpo Sur, los discursos se deslizan despojándose de sus egos y buscando en forma natural las complicidades, complementos, divergencias y revisiones de ideas y prácticas que desacomoden el saber y generen ejercicios que enriquezcan métodos para la creación y la preparación, teniendo este Encuentro como eje al “actor- danzante”.

Al “actor- danzante” podemos entenderlo según la convocatoria que hizo el Director del Encuentro, Elías Cohen, (coreógrafo e investigador escénico), como al artista que sigue el discurso de un cuerpo mas allá de la comprensión tradicional que occidente ha instalado. En ello es quien concreta una apelación al cuerpo originado en Latinoamérica, cruzado por lo tanto por las cosmogonías andinas.

El concepto de “actor danzante” surge desde la re-visión que hace Cohen al teatro físico como lenguaje. Se desplaza desde allí hacia el territorio del “danzante” de las tradiciones andinas, aquel “promesante” (el que promete danzar a modo de ofrenda) que es protagonista en las fiestas religiosas del altiplano, zona de convergencia de culturas milenarias que sobreviven con sus tradiciones no occidentales en territorios de los actuales países de Argentina, Bolivia, Chile y Perú. Un polo cultural que el presente republicano nacional desestima y que dado como van las cosas (corrupción en todas las esferas sociales, aniquilamiento de las tierras, ruptura de los pactos sociales, ausencia de ética y devaluación de la esperanza) puede que no solo nos haya antecedido, sino que también nos preceda.

El “promesante” ha cultivado en sus cofradías una sinergia que hace danzar a sus cuerpos desde las antípodas de la academia, generando los códigos de un arte que desborda al universo de la estética y re-visita el espacio ancestral del ritual.

Desde allí Cohen hace empalmar al concepto de “danzante” con la figura de Shiva Natarash, una de las representaciones del dios Hindú conocido como el El danzante Cósmico, que entre sus múltiples virtudes guía a las personas en tiempos de cambios. En su manifestación de Shiva Natarsh, Shiva es representado danzando en el gran arco del universo, repleto éste de soles que recuerdan el continuo ciclo de la vida y de la muerte. Esta representación es lejos la más madura que religión alguna haya osado llevar a imagen del cambio continuo del universo, entendiendo el infinito en forma tan profunda como lo ha hecho la física actual: un ciclo permanente de creación y destrucción que instala al Big Bang, no como el evento constitutivo de la vida, sino como un acontecimiento más en el devenir de los tiempo. Shiva danza y sus gestos dan sentido a la inmensidad del fluir eterno.

Trayendo nuevamente al “danzante” a territorios geográficos más próximos, Cohen adhiere a su concepto las vivencias del “brincante” de la cultura afro-latina del Brasil. El “bríncate” es quien danza en las diferentes expresiones de las fiestas que la cultura popular brasileña cultiva y potencia. Entre sus danzas están Cavalhada, Porto Alegre, el Mamulengo, el Caballo de mar, Jongo y el Fandango, que a punto de desaparecer en el año 2015, se creó un movimiento para su recuperación.

Son danzas en las que aun viven enseñanzas milenarias de esos pueblos africanos brutalmente extraídos de sus tierras en la época colonial. Aquí, al ser mescladas las diferentes culturas por la común condición de esclavitud, fueron no - solo despojadas de su libertad y de su dignidad, sino que a la vez la humanidad toda fue privada de gran pare de su sabiduría. Entre estas danzas en que anidan los mitos está Bumba-meu-boi, una representación teatral en que se danza a la vida, la muerte y la resurrección de un buey, generando historias que cambian según la región en que son representadas, pero manteniendo la trilogía de personajes: El Buey, una mujer llamada Catirina, el vaquero que finalmente sacrificará al Buey. Pero este último con su resurrección negará la existencia de una historia lineal y empalma con la concepción de las sucesivas muertes y nacimientos a los cuales danza Shiva.

El ejercicio de convergencias de sentido que busca Cohen en estas manifestaciones instala al cuerpo del danzante como un cuerpo vehiculador de la ofrenda, es decir un cuerpo que danza para trascender. Un cuerpo que al danzar se extiende desbordando al ser individual y comulgando con ese inconsciente colectivo que tan asertivamente delineó Jung. Cohen completa su concepto en la conjunción del danzante con el actor, a quien define como “aquel que conoce sobre lo humano”, instalando su rol mucho más allá del fenómeno escénico, lugar que Grotowsky intuyó y por lo cual dejó de hacer espectáculos aunque jamás dejó de investigar, de generar pensamiento y teatro.

Esta concepción del “actor danzante” evidentemente invita al más allá del arte y del teatro, invita a un abrazo que se fundamenta en la Ecología de los saberes que propone Boaventura de Sousa Santos (poeta y sociólogo) al abogar entre otros gestos pos colonialistas, por un Sur que no es geográfico, sino una postura ante las actuales circunstancias.

Al iniciarse el Encuentro Cuerpo Sur los participantes fuimos convocados bajo el titulo de Nuevos paradigmas para Chile, a una plataforma rizomática de pensamientos que Gastón Soublette (esteta, filósofo y musicólogo) desplegó con decisión y dulzura ante una audiencia que lo siguió con esa atención que solo logran concitar las grandes obras de arte, las hierofanias y los maestros.

Soublette a sus 89 años se alzó en el auditorio repleto de personas de la Universidad Finís Terrae (cuya escuela de Teatro patrocinó el Encuentro), desde la figura de un hombre sabio, de esos que actualmente son más que escasos y que deben haber ayudado a conducir los pasos de la humanidad en los instantes más luminosos de un tiempo pre-patriarcal, en un horizonte cultural que todavía no caía en el individualismo- mercantilista que nos ha enceguecido con el brillo de sus bisuterías baratas.

Su conferencia que duró más de una hora nos introdujo al Encuentro invitándonos a vivirlo como un instante benjaminiano, en donde literalmente pudiéramos arrancar imágenes al tiempo, instalando un arco infinito, inclusivo, en el cual las emociones operan como filtros para la acción y el aprendizaje, abriéndonos así al saber especular. Soublet fue cavando con sus palabras para hacer memoria y encontrar así, entre todos, lo perdido.

Recorrió primero la encíclica papal Laudato Si, un texto poderoso que amerita circular profusamente y al cual señaló como un claro llamado a parar el paradigma tecnocrático. A nuestro juicio, así sintetizada la encíclica, queda como un grito de alerta ante la pérdida del equilibrio que ha puesto en riesgo la subsistencia de la humanidad al romperse la armonía con el medio ambiente.

La pregunta instalada por Soublette al auditorio fue entonces, ¿Como se forman los paradigmas? Es decir, como hemos llegado a pensar y sentir tan masivamente ante ciertos sujetos fundamentales y adherir a ellos, aunque sean autodestructivos?

Para responderlo diseñó con claridad meridiana un mapa del pensamiento occidental desde el renacimiento italiano del siglo XV hasta la actualidad, delineando las piezas de aquel rompecabezas que instaló la idea del “progreso material” como sentido de vida.

Este “paradigma del progreso” del cual nos estaba hablando “el sabio del pueblo” (como muchos llaman hoy a Soublette) es en nuestro lenguaje aquella fuerza primordial que ha desplazando a toda noción o causa primera que tenía la humanidad como máxima, incluyendo a la idea de la trascendencia, y en pocos siglos nos arrojó a la repartija colectiva de un presente escuálido fundado en materialismos sistémicos. En esta cosmovisión los suicidios desde el año 2016 son la principal causa de muerte no natural (ver datos OMS), sobrepasando por primera vez a las muertes en accidentes de automóviles a nivel mundial. Estas estadísticas son lideradas por Estados Unidos, Canadá, Dinamarca, Suiza, todos países líderes en el progreso (cuyo sinónimo es el consumo) de un mercado mundial que en esas cifras de suicidio exhibe la derrota de Eros por Thanatos, dramáticamente visibilizada en el hecho de que entre los suicidas que llevan la delantera, hoy son los jóvenes de 15 a 29 años. ¿Qué mas decidor del sin-sentido de la vida instalado por el “paradigma del progreso”?

Pero este diagnostico no era el corazón del discurso con que se abría este Encuentro. Una vez instalado, Soublette delineó su visón del colapso del este nefasto paradigma. Diseñó entonces un nuevo mapa llamando la atención a los pequeños gestos luminosos que en diferentes tiempos fueron el germen de toda cultura. Así revisó el hecho de que las enseñanzas de Confucio surgidas en una época oscura de la China antigua, tardarían trescientos años para que permeen a la sociedad e instalen su mirada. Al igual, las buenas nuevas de Jesús solo en el siglo IV con Constantino sostendrán las bases éticas y morales de un otrora imperio pagano entregado a una cultura hedonista, quizás más aguda que la actual. Revisitó luego a Mahoma y a otros gestos trascendentales instalando la idea de que toda cultura nace de un acontecimiento espiritual.

Posteriormente sorprendió asegurando que un nuevo cambio ya habría sucedido y por lo tanto el “paradigma del progreso” y todas sus secuelas, viven su crisis terminal. En ese instante del discurso es cuando la idea de “Encuentro” cobró toda su estatura. Compartido el diagnostico ante lo sabido, ahora se abría la común inquietud ante el misterio todavía invisible de un gesto fértil y luminoso que trae esperanzas y devuelve la fuerzas a la pulsión de vida, o Eros en lenguaje freudiano.

Soublette señaló que el primer atisbo de esta nueva era es que ahora el acontecimiento será colectivo. No proviene de un nuevo maestro, no es el paradigma de “el” si no el de un “nosotros”. Nos invitó entonces a observar, a estar atentos siguiendo las leyes de su crecimiento gradual: germen, desarrollo, auge, crisis y colapso.

Los signos de los nuevos tiempos aseguró verlos entre jóvenes que por sobre las otrora uniones ideológicas, se alzan en alianzas sostenidas sobre el amor, el respeto a la diversidad y a la conciencia. No debiéramos extrañarnos que justo allí en donde la cultura mercantilista cobra más víctimas, surja la dialéctica, vía una contracultura que puede revertir al sistema.

Focalizando el “Encuentro” en esos valores, llamó a aproximarnos a la sabiduría popular, a sus prácticas inspiradas en el orden natural. Una proximidad a lo individual conscientes de que “esta aventura es colectiva, o no lo es”, como no hace mucho lo proclamara Living Théâtre.

Quedamos entonces convocados a un Encuentro con el aliento de lo local respetuoso de un mundo globalizado, al Encuentro con el germen de un nuevo ciclo contracultural, contra económico y próvida, que es posible de identificar en teorías que ponen de manifiesto el error de un paradigma tecnocrático en crisis, advirtiéndonos sí que los periodos de colapso son largos.

La piedra fundacional del Encuentro Cuerpo Sur estaba instalada y cada uno tenía que entender que el “Encuentro” no era solo con el hacer teatral, sino también con las tradiciones, con los postulados de la bío economía, la teoría del decrecimiento económico, la agricultura ecológica, el desarrollo alternativo o sustentable, las energías renovables, la solidaridad universal y ese cuidado común de la casa de todos, como subtitula su encíclica el Santo Padre Francisco.

Consecuentes con este amplio propósito, las actividades se desplegaron en conversatorios, talleres y espectáculos que fueron abordando desde el arte problemáticas indispensables para los cambios de hábitos físicos, culturales y espirituales de un artista que aspira a ser “un actor danzante”.

El Laboratorio práctico, Asia, Los Andes exploró en técnicas en donde la respiración, la sinergia y la conciencia del ser en el espacio encendía a los cuerpos de decenas de actrices y actores que en él participaron, explorando situaciones que estaban más próximas a una vivencia ritualística que a cualquier coreografía.

El conversatorio titulado Tradiciones ancestrales y teatro contemporáneo en el que participaron Paul San Martin (investigador). Margarita Cuminao (actriz), Roberto Cayuqueo (actor) y Gonzalo Callejas (actor y escenógrafo) convocó en tormo a poner en discusión aspectos relevantes del hacer de los propios participantes, considerando que allí se testimoniaba desde experiencias en territorios marginales del Ecuador y de Bolivia, urbanos y zonas Mapuches de Chile. La ponencia Dramaturgia del cuerpo festivo de Paul San Martin, donde intentaba responder a la pregunta ¿Cómo se hace teatro recuperando los saberes antiguos? sirvió de base para revisar los trabajos inscritos en la cultura mapuche con claro enriquecimiento de la globalidad espiritual que hemos vivenciado en instancias como IAM Mapuche, dirigida por Lemi Ponifasio (director de escena de Nueva Zelanda). Al igual nos aproximaron al largo recorrido de la compañía Teatro de los Andes, que ha realizado su labor desde Bolivia (Sucre) inmiscuyéndose profundamente en las tradiciones populares y poniendo en valor al mundo indígena.

Podemos relevar de las palabras que en este conversatorio circularon, la coincidencia de participar todas del llamado a un cuerpo en presente, activado desde una cosmogonía andina, que según Paul San Martín plantea a la realidad “como un tejido imbricado de conexiones en donde ningún elemento está separado”. Una gran red en donde todo se interconecta y por ello la figura antropocéntrica que rige en occidente no tiene lugar. Aquí el “actor danzante” se inscribe en la figura holística del devenir, instancia en que todo ego heroico queda excluido y los límites entre el arte y vida, ser y entorno, se desvanecen.

El conversatorio Artes escénicas y el conocimiento científico en que participaron Manuela Infante (directora y dramaturga) y Hernán Díaz (investigador), al igual que el anteriormente recordado no fue una instancias de cátedra de conocimientos específicos ni de afiebrados discursos seductores, sino de delicadas revisiones a los aspectos que sustentan las poéticas concretas que dan sentido a la investigación de los participantes. Incursiones con perfumes de honestidad a las preguntas que cada individuo o grupo intentaba a veces por décadas responder, consientes que los ejercicios son solo puentes para unir paisajes y que lo fundamental es generar nuevos territorios. El ánimo era de convidar, no de conquistar al público, era de revisitar para remover, no para codificar y repetir.

De una cantidad importante de conceptos que se revisaban, el de crear desde el Caos que propuso Manuela Infante aportó en la dirección de comprender que investigar es traducir, es adherir ingredientes a un proceso que no podemos entender en su globalidad. Instalaba a la investigación de arte como un honesto y verdadero salto al vacío, lo cual hace eco en los textos de José Antonio Sánchez en que asegura que “solo las falsa ciencia crea dogmas”. Todo saber profundo finalmente es sentido en el cuerpo, en un tiempo, en un contexto, y ahora nos corresponde descubrir el nuestro.

El “Encuentro” instalaba así al saber en estado gaseoso, en fluidez constante, en mestizaje activo, haciendo evidente aquello que cuando el nosotros esta en el horizonte, todo gesto, toda intuición es compartida con generosidad, sin ánimos de luchar por autorías, sin ánimos de secretear con sus beneficios generando sectas de privilegiados. El saber puesto en circulación libre y críticamente cuestionado genera instantes de búsquedas, procesos de laboratorio en los cuales el mundo de las ideas y de las experiencias es presionado, condensado y nuevamente licuado para que adopte nuevas formas en contenedores diversos.

El Encuentro Cuerpo Sur parecía esforzarse en recordarnos de que si algo hemos aprendido de la Física Cuántica, es que las leyes son quimeras antojadizas y la vida está regida solo por probabilidades. Lo subjetivo que esto contiene no necesariamente nos descompromete con nuestras ideas, pero si nos hace flexibles y abierto a las verdades de los otros.

En la presentación de Hamlet de los Andes del grupo boliviano Teatro de los Andes, la propuesta atrajo la atención hacia el trabajo físico del actor y la creación grupal. En su obra el centro de la dramaturgia es el actor, que en el espacio, danza, en tanto que sus movimientos siguen un ritmo poético, musical, construyendo imágenes apoyados en una escenografía camaleónica y de una síntesis simbólica tan profunda como el icono que instala Kubrick en 2001 Una Odisea del espacio, para señalar los cambios de conciencia de la humanidad. Aquí ese icono es una mesa que deviene puerta, ríos, arquitectura y en ocasiones se funde con el cuerpo del actor.

En un código grotoskiano sin apoyo de tecnologías electrónicas significativas, cuerpo y objetos fecundaban el espacio trayendo al príncipe Hamlet al territorio de Bolivia, al siglo XXI, a la proximidad máxima con el espectador.

Cerremos esta crónica (que en su síntesis arriesga la posibilidad de dejar esenciales afuera) permitiéndonos subraya que entre las propuestas que decantaron de la concatenación de conversatorios, talleres y presentaciones de obras del Encuentro, una de las mas reiteradas fue la evidencia de que es necesario en la actualidad abrir el potencial creativo, trasgrediendo los cánones establecidos por el humanismo occidental, es decir, que es necesario des-pensar para poder pensar, como propone Sousa Santos.

En esta dirección consideramos que el Encuentro logró fisurar esa dualidad de “preguntas fuertes y respuestas débiles” que S. Santos acusa en la mayoría de los eventos intelectuales, realizando revisiones profundas a las raíces, no solo étnicas, sino del pensamiento actual, haciéndonos sentir el potencial emancipatorio del saber teatral basado en discursos contra hegemónicos. Si bien todo se puede hacer mejor, el conjunto de acciones que desplegó este Encuentro fue consecuente con el perfume de tiempos nuevos que Soublette anunciara en la sesión inaugural y esto amerita nuestro respeto.

Pedro Celedón. Académico Pontificia Universidad Católica de Chile. Universidad Finis Terrae

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