El proteccionismo de Trump y su estrategia de nacionalismo económico nos recuerdan que el comercio internacional es tan político como técnico. Las grandes potencias deciden cuándo abrir o cerrar sus fronteras comerciales, mientras países como Chile deben absorber las consecuencias. Esta asimetría, lejos de ser nueva, se ha agudizado en un orden global cada vez más volátil y competitivo.
Para una economía como la chilena, abierta y periférica, estos cambios no son neutros. Cada medida unilateral impuesta desde Washington impacta directamente en sectores estratégicos como la minería, la vitivinicultura o la tecnología. Esta creciente inestabilidad en las reglas del comercio internacional exige que Chile fortalezca su autonomía económica mediante la diversificación productiva y la consolidación de alianzas regionales. Julio César Neffa, Enrique de la Garza y Tomás Moulian lo han advertido, cuando el mercado global se torna incierto y frágil, las decisiones económicas revelan relaciones profundas de poder. Chile no puede seguir dependiendo exclusivamente de tratados o del precio del cobre. Necesita robustecer sus capacidades productivas internas, proteger su tejido laboral y generar alianzas que no solo exportan, sino que también aprendan, innoven y retornen valor al territorio.
Chile debe dejar de actuar como un espectador pasivo. Requiere una política exterior económica activa, que combine diplomacia comercial, resiliencia interna y capacidad de anticipación. Solo así podremos enfrentar un mundo en transformación sin quedar atrapados entre los intereses de potencias que no consideran nuestras prioridades. Lo demostrado por algunas regiones, como Ñuble, es una señal de que es posible construir un desarrollo con mirada crítica, territorial y estratégica.
Santiago Encalada Aqueveque, estudiante de Sociología, Escuela de Sociología, Facultad de Economía, Gobierno y Comunicaciones, Universidad Central de Chile
