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De la conservación de las especies y la reforestación de las ciudades. Por Camilo Carrasco Medina

¿Solo me pasa a mí o más personas sienten la urgencia de preservar a las especies animales en condiciones culposas de bienestar? ¿Qué hay con ese fenómeno mascotista de convivir con animales domésticos, porque son los que pueden y con los que podemos coexistir, y el explosivo crecimiento demográfico y la infraestructura necesaria para éste último? ¿Es posible preservar o conservar la proporción demográfica entre especies en la urbe?

Al ser el más extendido el terreno urbanizado, con tránsito de vehículos motorizados, con intervención del suelo, con cemento, es lógico que muchas especies no sobrevivan al cambio de paisaje. Ahora, que sea lógico para mí no lo hace ético, por el contrario, me parece preocupante respecto incluso de nuestra propia supervivencia, de nuestra conservación como especie, lo cual para mí también le desviste de su “lógica”. Si queremos, sólo consideremos a las especies que son necesarias para nuestra conservación como lo son las plantas, generadoras de oxígeno, elemento vital para el funcionamiento del organismo humano, para su conservación son necesarias también condiciones ambientales que resultan también ser beneficiosas para la vida humana. ¿no es lógico entonces que la idea de desarrollo mute al desarrollo de un ambiente en el cual podamos existir? Pensando en la pulsión de vida, de conservación de une misme, a mi parecer si lo es. Se me hace ético además pensar el buen vivir, en la no muerte de mis semejantes.

Ahora, el debate sobre la semejanza también resulta interesante de establecer en tanto a preservación de especies, pues, en relación a los seres humanos, ¿cuánta valoración ha de ponerse en la conservación de otras especies animales? El debate ha de ser aquí lógico y ético, pues, ninguna de las opciones tiene valor en sí misma, un análisis lógico-racional podría viciarse con el conservadurismo respecto de las industrias, con la no innovación en el consumo, y un debate ético podría ahogarse en las acusaciones de constituir una utopía. Así, han de relevarse los argumentos técnicos y las sensibilidades de todos los paradigmas para poder decidirse de forma mancomunada, haciéndose responsable de su participación cada uno de los especímenes de la especie; representativa, procurando trascender los egoísmos de la dominación de las élites como las industrias; moderna, actualizando tanto la idea de la democracia como del mercado, cambiando la forma de vivirse la primera y concretizando el óptimo funcionamiento del último, estableciendo una relación entre la oferta y la demanda coherente con el pensar y el querer vivir de la humanidad.

Resulta terrible pensar en una relación con las otras especies animales normada por una industria, muestra de la distancia entre la humanidad y ellas, la reducción de su valor, en mi opinión, la vulgaridad del consumo de otro ser.

Tal vez haya una experiencia similar de culpa en quienes rescatan animales domésticos, pues si, han de ser rescatades muches de elles, la urbe y el mundo en general se ha tornado hostil a raíz del transitar humano, tan egoísta y megalómano. Así como en muchos lugares aún está permitido que un animal pueda encontrarse de frente con una bala por placer y diversión de algunos seres humanos, en muchos más lugares es cotidiano que un animal se encuentre bajo la rueda de un automóvil o siendo receptores de una patada, golpe con un objeto o el lanzamiento de agua hirviendo u otro líquido dañino. Y me parece cada vez más inaceptable, en tanto hace tiempo se ha dicho que lo es. Así como hace tiempo ya se han pregonado ideas respecto del veganismo y cada vez es más inaceptable comer carne. Sin ánimos de censura o persecución, puede, creo, llegarse al consenso que, a mayor extensión de la idea y mayor racionalización de la misma, va al menos cuestionándose la forma, lo que va deslegitimando la norma de forma paulatina, por extensión o por debate. Está más cuestionado que antes, lo cual va abriendo la tapa contenedora de la idea, y va aumentando la cantidad de personas para las cuales es inaceptable el consumo de animales, por ende, hay una mayor probabilidad de ser interpelado mientras se consume carne, u otros productos de origen animal.

El maltrato animal parece tener una condena transversal cuando se trata de casos individuales, o al menos ese es el mensaje de los medios y, a mi parecer, una norma, un acuerdo. Puede estar mermada por la burbuja que inevitablemente rodea a cada individue, el de sus interacciones humanas, simbólicas, pero no me es común escuchar alegorías al maltrato animal. Y me ha tocado escuchar a personas que comen carne reconocer un vicio en ello, lo que sumada a la cantidad de personas que he visto convertirse en vegetarianas al menos (me incluyo), me habla ineludiblemente de una mutación en el comportamiento del consumo en el mercado. Ahora, tal vez por lo reciente del fenómeno, no ha habido una mutación tan esencial del mercado, a pesar de que si se han incorporado productos veganos, no han desaparecido los productos de origen animal, o al menos la carne. No se ha concretado el reemplazo en el mercado.

Ahora, respecto del maltrato animal, la tipificación legal particulariza el fenómeno. Reduce, a mi parecer, la existencia del mal trato a las especies animales a la relación entre personas y sus “mascotas”, a los animales domésticos que habitan la urbe en armonía con seres humanos. Armonía relativa y ficticia, pues no existirían corporaciones y organizaciones destinadas al rescate, salvación y auxilio de especímenes de ser así. La normativa tampoco se hace cargo de cuestiones como el hábitat (muy relacionado con el ambiente descontaminado que nominan los Derechos Humanos), mucho menos de cuestiones como el agua o el alimento que, en condiciones urbanas, han de proveerse desde la humanidad. Culturalmente sigue exterminándose de forma sistemática en algunos gobiernos locales, digo culturalmente porque hay lugares donde el que eso ocurra no deriva en masivos reclamos, o siquiera en reacciones sensibles, en el dolor por el exterminio de especies, por último, carismáticas. O si esto ocurre, no tiene un correlato en la administración pública, es un acto que se comete a pesar del pesar popular, como del pueblo, no respecto a masividad.

En esas condiciones, si se piensa al respecto, se entiende que cuestiones como la habilitación del espacio público para la habitación de animales están totalmente fuera de la mesa, que no serían culturalmente factibles. Pensar en grandes praderas donde les canes puedan reposar, correr, jugar y recibir la visita de humanes que quieran sentarse en el pasto, cerca o en la sombra de un árbol que oxigene el espacio público, o sentarse en las bancas que están pensadas tanto en pos de la comodidad de las personas, como en la belleza del espacio, como en la funcionalidad como albergue para canes frente a la lluvia, o para alumbramientos y crianzas; en bosques cercanos a las ciudades que, además de proveer el oxígeno necesario, sirvan de hogar para gates y aves, lagartijas y flores, hierbas y personas que vayan a pasear porque tienen tiempo para pasear. En barrios poblados, también, por árboles y matas de poleo, por libres canes y felines, tan libres como las aves que allí aniden y como les niñes que jueguen con elles y entre sí.

Tal vez si consideramos que aquello nos ayudaría a respirar mejor entre una creciente población de automóviles (cuyo tránsito ha de ser más regulado, creo) , obviamente acompañado por una rehabilitación de los espacios apenas vivos, otrora salvajes, invadidos por la ambición y la ridícula idea de la conquista por sobre las otras especies, espacios que rodean las ciudades, donde pudiesen habitar aves aún más majestuosas, insectos aún más coloridos, flores aún más silvestres, felines aún más intrépides en su juego entre las copas de árboles aún más grandes, canes aún más amistoses acompañando a pasear a personas aún más felices, puede que la idea pueda ponerse sobre la mesa. La idea de una reforestación de las ciudades y del planeta.

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