Desde el norte llego el cólera de la corona española, buscaron sus tierras, evangelizaron en nombre de la razón, colonizaron con el azote de la historia. Que se han creído estos indios de mierda, pensar en riquezas sin tributar a la divina benevolencia del rey nos dijeron. Así comenzó esa historia para nosotros, acorralados contra aquella conciencia moral que solo escondía pestes y miserias, hambres y penurias. Para qué, para convertirnos en esto, mestizos obedientes al amo, su vulgar dictadura y hoy al republicano mercenario, al republicano católico, el mismo que hoy en las noches mientras acaricia su cruz entre la saliva de sus piernas, piensa en saciar su venenoso poder con la mentira de aquella libertad.
En el pasar del tiempo esto siempre estuvo, la ira, la furia, la rabia escondida en el puño cerrado del labrador, escondida en el tierno abrazo de las lagrimas morenas. Seguro que cuando el patrón violaba en la hacienda a la hija de la familia campesina, el sollozo histérico le daba solo placer, todo menos culpa. Nuevamente, la ira, la furia, la rabia se esconde frente a ese canto de sirenas de lo que después se llamaría, república, justicia. Una forma de civilidad que se funda en una promesa de trato humano. No hacer al otro de lo que no te gustaría que te hicieran a ti. Otra mentira, hicieron y hasta hoy siguen haciendo lo que quieren, pasando por arriba de su misma palabra. El mercenario republicano, palabra de democracia que no tienen, que no entienden.
Sí, la historia tiene retornos. El filósofo habría escrito por ahí que se manifiesta como tragedia y luego regresa como farsa. Las circularidades son producidas por su violencia y nuestra obediencia, hoy desde esta moral y el agobio de una cotidianidad neoliberal, de un día a día que solo busca cansarnos de aquella performatica memoria de octubre y quedarnos con el olvido de septiembre, castigarnos por el hecho de creer que también teníamos opinión. Nuevamente, que se han creído nos dijeron, la justicia, la república la escribimos nosotros, somos nosotros los que ponemos las letras en el papel, somos nosotros quienes firman tratados, somos nosotros los que escribimos constituciones, hacemos las leyes y oficializamos la historia, ustedes solo obedezcan.
Los días pasan y olvido vuelve como compañera de esa moral liberal, vuelve como cotidianidad, como el día a día de una normalidad aburrida y consumida por la obediencia de querernos hacer retroceder a los 17 años de noche de una noche fría que vivimos como dictadura, porque hoy finalmente estamos a poco, de que la memoria se rinde al olvido.
Emmanuel FARIAS-CARRIÓN