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De pobres y plasmas. por Paulina Morales A.

Pese a que no tengo televisión, ni de plasma ni de otro tipo, creo estar autorizada para pronunciarme al respecto. Los temas sociales, políticos y éticos no me son ajenos en mi calidad de académica en una universidad bajo la cota mil. Si bien es cierto toda mi formación de posgrado ha sido en el área de la filosofía, originalmente estudié trabajo social y mi título profesional señala que soy asistente social, aunque mis abuelas nunca entendieron esta nueva nomenclatura y para ellas eso era ser ‘visitadora’ y punto.

Por si no lo sabe la ministra Zaldívar, visitadora es la palabra que designaba a las mujeres que iniciaron el servicio social de manera profesional en Chile, en 1925. Y resulta que las visitadoras sí que sabemos de pobres y de televisores, justo los temas que la autoridad del trabajo puso sobre la mesa. Me explico. Ocurre que el núcleo de la labor de esas mujeres fue, durante largas décadas, realizar visitas domiciliarias a los hogares de las familias pobres. Y claro, allí se inmiscuían en las dinámicas familiares, como también en cuestiones como el aseo, la preparación de alimentos, la confortabilidad del hogar o el presupuesto familiar, entre otros.

Cierto es que esas primeras décadas no había aparatos de TV en el país, pues comenzaron a llegar a inicios de los ’60 y su expansión se produjo con el Mundial de 1962. Mas a partir de ahí la venta de televisores se fue incrementando sostenidamente. Y entonces, cuando las visitadoras ingresaban a las casas se preocupaban de verificar que se estuviese gastando bien el dinero; no fuera a ser que a esos pobres carentes también de criterio y sentido de las prioridades se les ocurriese comprarse un televisor, claro que no. Luego, como bien ha quedado en el imaginario de la población popular, cuando iba la visitadora había que esconder la tele.

Recién egresada de la universidad, mi primer y único trabajo como asistente social fue en un consultorio de atención primaria en la comuna de Estación Central; allí, para las personas mayores, yo era –naturalmente- la visitadora. Y efectivamente hacía algunas visitas domiciliarias, aunque debo confesar que nunca me preocupé de revisar si en los hogares había o no una TV, ni menos el tipo, aunque en esos años no existían los plasmas (espero que esto último no signifique haber faltado a mis responsabilidades como ex funcionaria pública).

Ahora bien, no me queda claro adónde apunta el núcleo de la crítica de la ministra, pese a que tengo algunas hipótesis. Primero, que los pobres no debiesen tener televisión, por considerarlo absurdo dadas las múltiples carencias que tienen, y porque debiesen ocupar su tiempo en trabajar y no en estar mirando tele. Y, en caso de no tener trabajo, en buscarlo. Segundo, que los pobres debiesen tener TV, pero no de plasma, sino una más modesta, es decir, una televisión para pobres. Esto, en caso de que la autoridad estime que los plasmas reflejen de una prosperidad que no se condice con las necesidades básicas que tienen. Tercero, que no debiese haber pobres, porque ahí tampoco tendríamos el problema con los plasmas. De paso, seamos sinceros, harto más agradable sería el mundo sin pobres que se quejan por todo, ¿o no? Imaginémoslo, Zaldívar sería una desestresada ministra del trabajo de trabajadores con buenos sueldos y condiciones laborales, que no harían huelgas, paros ni menos caerían en esa cosa comunista de andar sindicalizándose. Yo, por mi parte, seguiría siendo una académica que hace clases, investiga, publica y va a seminarios. Todos saldríamos ganando (aunque es políticamente incorrecto decir esto en público, cierto).

Tengo la impresión, no obstante, de que la objeción de la ministra va por la segunda hipótesis, puesto que pobres y TV son una dupla indisociable, sino ¿cómo podrían seguir el circo que les entrega la telebasura, tan conveniente al sector que ella representa?

Entonces, una vez claro el diagnóstico -que al parecer compartimos, porque las visitadoras somos expertas en hacer diagnósticos- lo que falta es un plan de intervención para ir a la raíz del problema social que representa el que los pobres compren plasmas. Por mi parte, propongo: 1) Que, así como se dijo que se exigirá devolver el bono clase media a aquellos que ocultaron información, se exija a los pobres devolver sus plasmas (si es que alcanzaron a comprar uno con su 10%); 2) Que la cartera de Trabajo especifique qué marcas, modelos, pulgadas y rango de precios, serían adecuados en la compra de un televisor para pobres; 3) Que, en su calidad de ministra del trabajo, Zaldívar explique a los pobres cómo deben ocupar su sueldo de manera sensata y realista con sus posibilidades, por medio de un instructivo que incluya un listado de artículos que ella considere de primera necesidad.

Y si finalmente nada de esto da resultado, creo que ya derechamente habría que prohibir la venta de ese tipo de televisores a quienes están por debajo de la línea de la pobreza, por medio de una ley anti pobres con plasma. Porque gracias a las iluminadoras palabras de la ministra nos hemos enterado de que el problema no es la desigualdad, sino el hecho de que los pobres compren plasmas.

Paulina Morales A.
Académica Universidad Alberto Hurtado

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