Septiembre Rojo, un libro de mis compañeros Michael Lowy y Olivier Besancenot, llega para rendir un hermoso homenaje a las y los combatientes que defendieron a Salvador Allende y a la experiencia democrática socialista que suele presentarse a veces como una realidad falseada.
Publicado el 23 de agosto de este año en Francia y con el subtítulo “el golpe de Estado del 11 de septiembre 1973 en Chile”, Olivier y Michael nos ofrecen un relato potente que se presenta como una ficción histórica basada en hechos reales que dejan en un lugar distinto a los combatientes que enfrentaron a la dictadura. Me refiero, más allá de la nostalgia, al hecho de sacarlos del lugar de “víctimas” para otorgarles el que merecen: el lugar que tienen en la historia los combatientes y los revolucionarios/as.
Porque este pequeño gran libro trae la historia de quienes ya no están y de otros/as que todavía permanecen, para subjetivar sus experiencias. Si entendemos a la subjetivación como un proceso en que un sujeto ocupa un lugar distinto al que le ha sido social e institucionalmente asignado, entonces, referir al combatiente implica pensar en la capacidad de poder y de ser sujetos activos que resisten a la dominación.
¿Cómo contar esas luchas? ¿Interesa que sean creíbles? ¿es posible relatar -realmente- lo que vivimos? ¿acaso hay palabras que puedan expresar el sufrimiento? ¿o el miedo? O, ¿la decisión de lucha Por una parte, creo necesario objetivar el proceso que condujo a naturalizar la tortura, la desaparición y las ejecuciones, para dejar de ver estas operaciones como mera “locura”, y por otra, presentar el universo de los posibles a partir de un punto vista histórico que juega con el tiempo y con los hechos para sacarlos del orden del reloj.
Es un libro sin pretensión. No busca “dar razón” a uno u otro militante. Solo cuenta, situándose muy cerca de los hechos que surgen de lo vivido y que Michael y Olivier consideran un patrimonio del pueblo chileno y latinoamericano. Todo anima a leerlo de una sola vez. Y luego, volver a leerlo.
El escenario en que se presenta viene dividido en 4 partes precedidas por un prefacio y seguidas por un epílogo; un “después de 1973”, una nota breve; y una bibliografía.
El inicio nos lleva a Estados Unidos a una escena que presenta a un Nixon preocupado y cuyo ceño fruncido es el resultado del temor por el fantasma de Cuba. Sus cómplices chilenos son una suerte de insectos que vuelan acercándose a seguir las órdenes que serán ejecutadas por la CIA y sus criminales. Los chilenos golpistas, también inquietos se ponen a sus órdenes.
Los diálogos son una delicia, pues lo que siempre imaginamos lo podemos leer ahora. Los militares leales serán asesinados. La decisión ha sido tomada ya en los años 70. Solo hay que cuidar la ruta de un crimen preparado que seguirá hasta el día 11. Es el Departamento de Estado de los Estados Unidos que está tres años antes asegurando la suerte económica de los dueños de Chile. Son estos hombres poderosos quienes bailan al ritmo de sus amos. Y no al revés. Para ellos se trata de “eliminar” para evitar los escollos. 1970, 1971 y 1972 serán años de paciente y de una larga preparación que venía desde mucho antes. Pero no son solo los Estados Unidos. Hay otros centros de inteligencia y otros apoyos,
El Golpe está por venir. Y 1973 será un año decisivo. Ya no se puede esperar. Jamás se podrá aceptar que un pueblo sea dueño y administrador de sus riquezas que son además, producto de su trabajo. Alimentación, salud, educación, vivienda y pensiones dignas pueden efectivamente ser realidad. Al igual que la repartición de tierras y las empresas nacionalizadas. Qué duda cabe: el programa de la Unidad Popular es un programa revolucionario. El tanquetazo puede ser entendido como más que un simple ensayo. Pinochet se ha presentado sonriente como un hombre leal. Su cinismo forma parte de la performance. Rápidamente dará cuenta de su violencia y brutalidad. Lo acompañan Leigh, Merino, y el rastrero.
En el Palacio de La Moneda los compañeros del GAP junto a la Tati, dejan ver un guevarismo proveniente de luchas en Bolivia y de un internacionalismo que Allende mantuvo hasta el final. En La Moneda se vive para jamás rendirse. Augusto Olivares dejará su vida y Salvador Allende será asesinado. Aunque se afirme una y mil veces lo contrario. Otro asunto es buscar porque se le quiere mostrar como un suicida. Los aviones bombardean y un soldado quiebra los anteojos del presidente Allende.
Afuera la lucha continua. En Sumar y en las cercanías de la población La Legua. Allí donde estaban los compañeros que ya partieron como don Luis Durán, que días después nos brindara apoyo y nos ocultaba, allí donde los perros avisaban de los allanamientos para permitir escapar por los techos hasta llegar a la Población El Pinar.
Y el libro en su página 73, trae a la Nena, a María Piña Valenzuela, a la militante eterna, la que partió hace un tiempo y que fuera una de nuestras grandes amigas. No puedo sino rendir un homenaje a esta mujer con la que vivimos el secuestro y el exilio con todo lo que podía ocurrir entremedio.
A la hora del Golpe debimos inventarnos. Ya no éramos -ni tampoco fuimos o somos- los mismos ni las mismas. Cambiamos peinados, vestimentas, nombres y direcciones. La vida comenzó extrañamente de nuevo. Entre rescates de compañeros atrapados, recoger las armas que se abandonaban y juntar a quienes estaban dispuestos y dispuestas a enfrentarse sin saber muy bien cómo, llegábamos donde Herminia Concha Gálvez, una gran pobladora y militante que organizaba una reunión en su casa de la Pincoya que podría ser barrida con solo un empujón. Había que continuar siendo otros, otras. Sin fotografías, sin dirección fija, sin familia. Herminia estaba tranquila, nos alentaba, nos apoyaba.
La ciudad comenzó a llenarse de camionetas con toldo y sin patente. Con automóviles con personajes armados que recorrían la ciudad buscando gente. El “orden” necesitaba matar. Se llenaron los estadios y fueron muchas las casas requisadas a partidos, organizaciones y familias para que sirvieran de centros de secuestro. Las hubo en todo Chile. Algunas aún están en manos de los militares.
Y mientras mujeres y hombres de todos los pelajes se despojaban de sus joyas para ayudar al proceso de reconstrucción nacional, cientos de campesinos eran juzgados por consejos de guerra armados en 5 minutos. Allí participaba cualquiera que odiara a la Unidad Popular a Allende o al proceso revolucionario. Hasta hoy en algunos lugares los asesinos viven en la casa de enfrente de las familias de los asesinados. Algunas siguen paralizadas por el miedo y jamás denunciaron. Por eso el número de desaparecidos y ejecutados es mayor. Las cifras no dan cuenta de la realidad de la muerte.
Somos parte de un pueblo pobre. Estamos y estuvimos bastante lejos del mundo pequeño burgués que hoy se junta para escribir bonito y alejado de lo que se vivió. Tal vez por eso resulta algo más fácil entender algunas cosas que hoy suceden. Puede ser que esto haga parte de mi propio proceso de des-subjetivación que me hace cercana a quienes han seguido siendo tratados como parias.
La escritura de la historia implica identificar, nombrar, interpretar los factores que transforman una infinidad de configuraciones posibles en un único encadenamiento de los hechos. Entonces hay que buscar trazas, vestigios, documentos, testimonios y después aplicar métodos de análisis para inducir un sentido que consiga caracterizar el pasado. Según el método que se siga y los aspectos que se busquen, esos mismos elementos no consiguen darle un rostro a la historia.
La ucronía en la que se sitúa este libro reintroduce algo de juego en el funcionamiento del pasado para transgredir el orden histórico que finalmente puede entregar solo desorden. Si bien se funda en la historiografía y sigue la flecha del tiempo, se desvía ligeramente. Y qué mejor que ese “desvío” que permita alterar los acontecimientos gracias a la ficción.
Además, nunca recordamos con precisión. Para algunos el 11 llovía, o estaba nublado, o había algo de sol. Y en esa pequeña historia terrible que ocurría en un rincón de la celda, la venda impedía ver y fortalecía los sentidos y cuando nos encontramos hoy para recordar con las compañeras, el mismo hecho surge como un enredo de recuerdos. Pero lo que nos pasó si ocurrió, lo que jamás se olvida aunque tanto trataron de jugar con el tiempo y con la vida, es el día y la hora del secuestro.
Y tal vez lo que quisimos decir lo callamos y creímos haberlo dicho. Pero lo importante está acá escrito. Y lo que importa es que el lector pase por este libro para imaginar y retirar la impresión un mundo y de unos hechos que puede reconducir a nuevas ideas respecto a los y las protagonistas, cuyas trayectorias individuales están completamente arraigadas en lo que colectivamente se vivió.
Gracias Michael y Olivier por regalarnos este libro grande-pequeño.
El champán con el que termina este relato no se ha desvanecido para quienes lo guardan esperando siempre alguna la celebración. Pero hoy ha cambiado de nombre. Se llama “espumante”. El mercado no cesa su trabajo de ganancia infinita.
Tal como los poderosos no permitirán que surja un proyecto como el de Salvador Allende.
Mientras tanto, sigamos luchando.