En Chile hasta el año 1877 las mujeres no podían estudiar en la universidad, recién en 1887 Eloísa Díaz y Ernestina Pérez, fueron las primeras mujeres americanas que se titularon como médicos.
Recién en 1949, el presidente Gabriel González Videla concedió el derecho a voto de la mujer que permitió que en 1950 Inés Enríquez fuera electa la primera parlamentaria chilena, y en 1952 las mujeres tuvieron participación en una elección presidencial. Parecieran avances civilizatorios mínimos, pero como decía la feminista y filosofa existencialista Simone de Beauvoir: “bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados.
Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida”. En Chile en el año 2018 las estudiantes feministas (marea violeta) inspiradas en el movimiento #MeToo se tomaron las calles e instituciones exigiendo una educación no sexista y terminar con el acoso sexual hacia las mujeres. Cada cierto tiempo nos enteramos por redes sociales o medios de comunicación tradicionales, de casos de abusos o denuncias de abuso contra mujeres, niñas y adolescentes chilenas.
Una realidad que no es nueva, pero que ha sido visibilizada y puesto en el tapete por un grupo de mujeres (y muchos hombres) valientes y dispuestas a romper tabúes, silencios y costumbres ancestrales. La tarea no ha sido fácil, ya que al contrario de lo que el sentido común y de justicia nos diría, son cada vez más numerosas las voces (entre ellas de mujeres) que no creen o quieren creer que acciones inaceptables en cualquier tiempo y lugar tengan la masividad que tienen y no son pocas las voces -sobre todo en redes – que cuestionan la veracidad de cualquier denuncia, por más creíble que sea.
En nuestro país y en diversos lugares del mundo van ganando terreno miradas ultraconservadoras, llamadas extrañamente “libertarias”, que no sólo intentan evitar el avance de proyectos igualitarios, sino que abiertamente abogan por la vuelta a un “mundo feliz” donde supuestamente todo estaba en su lugar; las mujeres en casa, los hombres en lo público y el mundo LGTBIQ+ en el closet.
Hay un grupo de votantes que pareciera conectar y creer las ideas más delirantes y conspirativas posibles que incluye la antiglobalización, la negación del cambio climático y que mira cualquier avance en la igualdad de género como ideas “feminazis”. Un temor al cambio que se alimenta de mentiras y medias verdades que se escuchan en las redes sociales, pero también a vivencias y rumores de sus círculos cercanos, que reaccionan ante discursos mal elaborados que confunden las luchas feministas por la igualdad de género, con una lucha binaria de buenas contra malos.
“Permanecer vigilantes toda vuestra vida”, -al decir de Simone de Beauvoir- significa no sólo una vigilancia contestataria ante un “Estado patriarcal”, sino también un trabajo cultural y educacional, que no cambia la lucha de clases por una lucha de géneros, sino que pretende avanzar en una perspectiva de género en las vivencias cotidianas. Proyectos como el que lleva adelante en Chile el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) a través del “Sello de Igualdad de Género en las Instituciones Públicas”, se propone trabajar en la cultura institucional de las organizaciones públicas, para acelerar la transversalización de género en las políticas públicas, son el camino para el cambio.
Con proyectos tangibles con el del PNUD, que no se centra en disputas y querellas intergéneros, se avanza en cambiar las miradas y percepciones de la necesidad del cambio. Instituciones como la Municipalidad de Ñuñoa (pionera en Chile en la certificación), el SAG, los Ministerios de Justicia y de Relaciones Exteriores, han adherido al sello y son un ejemplo de cómo se puede avanzar en mayores niveles de equidad de género sin caer en caricaturas y extremos que alimentan la paranoia. La necesaria denuncia contra los abusos no debe ser visto como una justicia paralela o popular, que vulnera el Estado de derecho y el debido proceso. Por muy parcial, machista y patriarcal que funcionen o parecieran funcionar nuestras instituciones, siempre debe primar la presunción de inocencia, el derecho a defensa y el justo peso y contrapeso de las pruebas, antes que las “funas” y las acusaciones al “voleo”.
Sino se actúa con mesura y prudencia, principalmente por parte de las y los que luchan por el cambio, seguirán avanzando los adalides del retroceso y tarde o temprano volverán a dictar la forma de vestir, pensar y actuar que debe seguir la mitad de la población mundial.
Daniel Recasens Figueroa
Periodista
Doctor © en Ciencias de la Información