Uno de los fundadores de la Escuela de los Annales, Marc Bloch, solía decir que la historia, en tanto que disciplina académica, es la ciencia de los hombres en el tiempo. Esta es sin lugar a dudas una de sus principales preocupaciones. ¿Cómo perciben el tiempo los actores y cuánto nos alejamos de la realidad histórica a partir de las proyecciones que le atribuimos en base a nuestra manera de relacionarnos con el pasado, entender el presente y proyectar el futuro?
¿Entendía acaso el obrero (o el patrón de fundo) que veía instalarse una fábrica cerca de su pueblo, los cambios que esto implicaría en las relaciones sociales? ¿Cómo concebían el pasado y cómo imaginaron el futuro las primeras generaciones del Chile emancipado de la corona castellana? En ese intervalo de tiempo, ¿cómo entendían su presente aquellos actores que se encontraban entre la colonia y la república? ¿Conciben de la misma manera el presente el indigena prehispánico qué el del primer siglo de colonización? ¿O la generación que vivió la dictadura y el regreso a la democracia, qué aquella que salió a marchar el 2006 contra la LOCE, el 2011 contra el lucro en la educación y que terminó por llegar a la moneda en el 2022?
Para intentar responder a este tipo de preguntas, y a partir de ellas mismas, el historiador François Hartog concibió el concepto de “regímenes de historicidad”. Las brechas a decir del autor, ese presente que viven los actores contemporáneos de un evento que parece producir una ruptura temporal que genera un antes y un después, una “crisis del tiempo”, es algo que el historiador debe tratar de elucidar. Esa relación que los actores entretienen con el tiempo y con su tiempo. La noción intenta establecer categorías capaces de organizar esas experiencias y caracterizarlas.
En sus palabras, el concepto de régimen de historicidad visa a aprehender mejor los momentos de crisis del tiempo, “cuando las articulaciones entre el pasado el presente y el futuro dejan de parecer obvias.” Más allá de que se trate de una reflexión histórica, la principal pregunta que el autor intenta dilucidar es la manera en que en la actualidad nos relacionamos con el tiempo. Recogiendo la definición de “tiempo histórico” de Reinhard Koselleck, los regímenes de historicidad se establecen a partir de la distancia que se produce entre un campo de experiencias (el pasado) y un horizonte de expectativas (el futuro). De esta forma el tiempo histórico, es decir el presente de los actores más allá de la época y del espacio en el que viven, se sitúa en la tensión entre esta experiencia y este horizonte.
Koselleck, caracteriza al régimen de historicidad moderno como una estructura temporal con una fuerte una disimetría entre la experiencia y la expectativa; comienza a producirse desde fines del siglo XVIII una amplia apertura hacia el futuro, empujada por la idea del progreso. De esta manera el presente se acelera marchando al paso del futuro, volviendo cada vez más estrecho el espacio de la experiencia. A partir de esta idea, Hartog introduce el concepto del “presentismo” para caracterizar la relación que entretiene el mundo occidental y occidentalizado desde la caída del muro de Berlín y de la Unión Soviética. Un tiempo histórico que parece suspendido, consumido por la inmediatez, ante un pasado olvidado o recordado en base a la memoria y un futuro desaparecido o inquietante. “Todo sucede como si ya no hubiera más que presente [...] Podemos hablar de crisis [del tiempo], por supuesto. Este momento y esta experiencia contemporánea es lo que yo designo con el nombre de presentismo.”
La articulación del pasado, presente y futuro de una coalición superpuesta
Siguiendo esta reflexión se puede ver en el patchwork de coaliciones que forma el gobierno una articulación del tiempo entre las distintas generaciones que lo componen: la del retorno a la democracia y la nacida en democracia; la que vivió la dictadura y la generación hija de un evento que no conoció.
La primera por los tiempos que le tocó vivir tenía un adversario y una misión clara: la dictadura y el retorno a la democracia. Esta generación vivió la caída del muro de Berlín y de la Unión Soviética y lo que en términos ideológicos significó no solo una derrota, sino el fin de un horizonte de expectativas, que conjuntamente con la visión capitalista, se disputaba el ideal del progreso. Pero como bien afirma el periodista Augusto Gongora en el generoso documental “La memoria infinita”, esta crisis del tiempo no impidió saldar con una victoria la lucha de su generación: “[qué duro, tanta gente muerta] pero ganamos”.
De su testimonio, entre muchísimas otras cosas, se puede extraer el quid de la lucha política de una generación: “Teníamos la maravillosa tarea de poner las imágenes de un país que en Chile era invisible. Pero un país que existía. Nosotros empezamos a dar la versión cotidiana que no daba la televisión chilena [...] las imágenes no solo las repartíamos sino que le pedíamos a toda la gente; organizaciones estudiantiles, sindicales, etc., que las copiaran. Yo no tengo la sensación de que los que estuvimos aquí haciendo videos alternativos, en clandestinidad, etc., fuéramos valientes. Teníamos miedo. O sea, nuestros camarógrafos, sonidistas eran seguidos en las calles, a veces eran golpeados [...] (un dia) me entero de que un amigo mío, José Manuel Parada, había sido secuestrado. Y agarro un diario argentino, tum! y abro así, a dos páginas decía: “aparecieron degollados”. Y salía la foto de mi amigo. Nunca me había pasado algo así, tan fuerte. Nunca me ha vuelto a pasar. Nunca había sentido tanto desgarro. No. Tremendo. Fue tremendo [...] valiente y mataron a muchos jovenes”.
Esa fue la realidad que debieron enfrentar en esa época. Por una parte el desmoronamiento y colapso del proyecto socialista y por otra un régimen autoritario que impuso su proyecto a fuego y sangre. Aun así, esta generación logró agruparse más allá de sus diferencias ideológicas en torno a una estrategia común para lograr el retorno a la democracia. Decir que fueron valientes es poco si lo comparamos con las condiciones en la que se ha desarrollado la generación que lidera el actual gobierno.
Las dificultades que ha tenido que enfrentar nuestra generación son otras, propias de su tiempo. La violencia política se propaga por redes sociales mientras que el adversario posee una enorme plasticidad cuyo principal objetivo parece ser transformar el debate público en una inmensa cacofonía. Los desafíos son tremendos y globales. Agotamiento del modelo, crisis climática, crisis del mundo unipolar, pandemias son algunas de las amenazas que han estrechado -al menos para las grandes mayorías- el horizonte de expectativas. En el presentismo, el futuro se presenta como un horizonte abierto o cerrado en función de la posición en la que se encuentren los actores: para algunos una super movilidad y un ritmo de vida que simula ir de la mano de los avances tecnológicos; y para otros, un mundo estancado y tenebroso, donde se vive el dia a dia y el mañana (o el fin de mes) parece siempre lejos.
El auge del fascismo y la fragilidad de un bloque social sumergido en el presentismo
La articulación del tiempo que significamos a través del patchwork que conforma al gobierno nos da cuenta de dos cosas: i) ambas generaciones consagraron victorias en condiciones distintas ii) la dificultad de ensamblar sus campos de experiencias cuyo único escenario pareciera ser el deber de memoria. Siguiendo a Hartog, en un presente consumido en la inmediatez, la memoria parece por momentos erigirse contra la historia, entre él “nunca suficiente” y el “ya demasiado”. En la época de la post verdad, donde el debate público parece guiarse más por las interpretaciones que los hechos, el efecto de un anuncio o una infamia seduce más que una estrategia o una búsqueda rigurosa para establecer la verdad.
La generación que vivió la dictadura, cumplió su cometido con el retorno a la democracia. Las pérdidas fueron varias y los costos altos, dando cuenta de un compromiso tal con la causa que muchos pusieron sus vidas por delante. Pero esta victoria no fue plena (rara vez lo son) e implicó una renuncia mayor: la adhesión al proyecto neoliberal que dejó escrita la dictadura, en la hoy zombie e ilegítima constitución del 80. Fue el precio a pagar por ver crecer a un país en democracia. Ese país generó las condiciones de posibilidad para la emergencia de una generación que irrumpió en el debate público a través de una ligera crítica del modelo, cuyo propósito pareciera ser desde la izquierda -en principio- la superación de este.
Sin embargo, esta generación mostró carecer de una conciencia histórica de su tiempo. El pasado lo construyen únicamente en base a una memoria que parece bastante frágil y flexible cuando se toma de ejemplo los vaivenes interpretativos del pasado reciente y su contribución a la despolitización del debate (caldo de cultivo del fascismo) a través de la personificación de la política en su figura presidencial. Ante el auge de la extrema derecha, el bloque social que conforma la actual coalición de gobierno es frágil por el hecho que no comparten una estrategia común. Los tiempos exigen una mayor osadía por parte de sus líderes frente al auge del fascismo generado por la crisis del paradigma neoliberal para crear nuevos horizontes.
Francisco Suárez, doctorando en historia, Facultad de Letras de Sorbonne-Université.